La vista y el o¨ªdo
Que te llamen para cubrir un concierto de Simon y Garfunkel ya imprime car¨¢cter. Uno aspira a ser hombre de su tiempo, tocar, aunque sea de o¨ªdo, las teclas de la modernidad, olisquear lo nuevo buscando en ello pistas para no estar de m¨¢s; y luego va y resulta que le mandan a uno dos entradas de balde para ver su pasado revivido en Vallecas. Personas m¨¢s recientes, sin recuerdos tan largos, escribir¨¢n de Alaska, de Mecano y Los Zombis, que son los nuevos nombres de la m¨²sica pop que tratas de seguir.Encajado el berrinche, he acudido al estadio con flema y modestia, hecho a mi papel de treinta?ero d¨®cil, edad media que los peri¨®dicos daban como propia del concierto. Y recapacitando era agradable la idea de encontrar, saltando por las gradas, una barba amiga y las patas de gallo del rostro un d¨ªa terso de tu primera novia. Despu¨¦s de tantos a?os qu¨¦ mejor que recobrar de golpe, al son de Mrs. Robinson, el tufo asambleario del hall de Econ¨®micas, la primera emoci¨®n al descubrir en grupo a Marx y Sallinger, el olor a humedad de aquel cine-f¨®rum en que se vio el Potemkin o un ciclo de Minelli.
Lo menos seis canciones me cost¨® encontrar al primer camarada, al primer viejo arnigo. Nos saludamos afectuosamente, unidos en la adversidad de sentirnos tan solos, y seguirnos despu¨¦s viendo el predominio juvenil en los espectadores. P¨²blico que, en un 70% era menor de veinte, y que, sin embargo, se conoc¨ªa de memoria las letras de Bright eyes y The Boxer, y ped¨ªa Cecilia con m¨¢s convencimiento que el de los que est¨¢bamos all¨ª cuando esas canciones fueron compuestas. Nada fluye, o el paso es de todos, y, en contra de lo que proclamaba el fil¨®sofo, s¨ª es posible ba?arse dos veces en las aguas id¨¦nticas de un r¨ªo.
Pero no se va a un espect¨¢culo s¨®lo a ver al p¨²blico. Y hay que reconocer que fue un buen concierto. Simon y Garfunkel, con su cara de buenos y su convencimiento de que el propio mensaje no s¨®lo es internacional sino intergeneracional, gustaron, exaltaron, hicieron recordar, hicieron esperar. Sus baladas rom¨¢nticas, su forma genuina de folk-rock sin aristas, se vino a demostrar que pueden inspirar no s¨®lo a un estadista sino al chulo de barrio. Y el p¨²blico mostr¨® su aprobaci¨®n no s¨®lo aplaudiendo sino encendiendo luces.
Lo malo del concierto es que fue un recital. Y ah¨ª est¨¢ la clave de una decepci¨®n, de esa falta de aut¨¦ntico entusiasmo que era evidente entre el p¨²blico, o buena parte de ¨¦l. Simon y Garfunkel son los exponentes de un tipo de m¨²sica que s¨®lo va al o¨ªdo, sin tentar la mirada, sin convocar al cuerpo. En eso son hist¨®ricos, ni?os-flor, flor de un d¨ªa. Porque en los a?os sesenta, la m¨²sica, tras los electrizantes caderazos de Elvis Presley, volv¨ªa a ser sonido, mensaje, hasta serm¨®n: se hac¨ªan fotocopias de las letras de Joplin, Cohen y Young, y lo perfecto era escuchar estas piezas recostado en el suelo, sobre unos cojines, y cogiendo la mano de nuestro ser amado.
Vino en los 60 una revoluci¨®n que no lleg¨® a ser sangrienta, aunque hoy contin¨²e. La m¨²sica se hizo carne, espect¨¢culo, rito, y acudir a un concierto era algo irrepetible: se asist¨ªa a una funci¨®n ¨²nica, en la que el "directo", la luz, el vestuario, ten¨ªan igual peso que la canci¨®n cantada. El nuevo espectador ca¨ªa en la cuenta, viendo a Bowie, a Jagger, de lo que sabe el que hoy va a la ¨®pera: no es lo mismo escuchar en un disco a Pl¨¢cido Domingo que verlo actuar, con su cuerpo y su voz en un bello montaje de Tosca.
Simon y Garfunkel son unos grandes m¨²sicos, regalan el o¨ªdo. ?Pero vale la pena, la lluvia, los dineros, ir a verles, erectos como palos, en un feo escenario con luces de verbena? 40.000 personas dec¨ªan ayer s¨ª, y tanta gente junta no debe equivocarse.
Babelia
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