F¨¢tima vallecana
Parece un ej¨¦rcito de fieles que acudiera a presenciar un milagro. A partir de las siete de la nubarrada tarde, el estadio del Rayo Vallecano es una fortaleza sitiada de amor. Han recargado los mecheros de gas. Traen frasquitos de perfume, bocadillos vegetales, botas de sangr¨ªa, prism¨¢ticos y caramelos de naranja y miel. Llegan de todos los rincones de Espa?a: en autob¨²s, en metro, en coche, en tren, en moto, a caballo o a pie. Los habitantes de Vallecas sospechan que, de un momento a otro, surgir¨¢ el grupo portador de la Virgen de las L¨¢grimas.No surge. Pero las miradas se animan al ver pasar a la se?ora Robinson, ayudada por Mar¨ªa Jos¨¦ Cantudo y Mar¨ªa Kosty, las chicas del bingo. Llegan poco despu¨¦s Kathy, Susie, Cecilia, numerosos ministros y ejecutivos disfrazados de Ignacio Camu?as, cientos de japoneses, la colonia norteamericana de Torrej¨®n de Ardoz, monjitas sin h¨¢bito, dos que pudieran ser Zoco y Mar¨ªa Ost¨ªz, la ovejita lucera, el c¨®ndor y un sinf¨ªn de seres con los labios amoratados de ensayar tanto ante el espejo lo que van a murmurar, con jubilosa carne de gallina, a lo largo de toda la noche: "?Demasiao!".
Nost¨¢lgicos de ley
Y no faltan nost¨¢lgicos de ley, curiosos irredentos, gente maja, minusv¨¢lidos, parejitas de divorciados que vuelven a encontrarse, tipos propensos a la levitaci¨®n, angelotes del limbo que no aneg¨® otro mayo.
Un sordomudo percibir¨ªa en su silencio beat¨ªfico las estrofas m¨¢s emotivas del Venid y vamos todos. Con el santo y se?a de lo acallado entran devotamente en la cueva, donde huele a salvia, perejil, romero y tomillo. Los vallecanos observan la ceremonia majestuosa des de las ventanas de las altas viviendas con vista al estadio. A las diez apag¨®n para que cunda el p¨¢nico entre los hombres de poca fe. Unas gotas de lluvia sobre el puente.
Iluminados de un azul sobrenatural, Simon y Garfunkel abren su paraguas dulc¨ªsimo contra las amenazas del Maligno. Es el milagro. Los peregrinos caen en ¨¦xtasis, encienden sus mecheros, se dejan mecer por la melod¨ªa del m¨¢s all¨¢, entonan plegarias ardientes.
El escenario es un pesebre navide?o. Falta s¨®lo un abeto. Faltan asimismo, para ser tan sinceros como los dos ap¨®stoles flotantes, el D¨²o Din¨¢mico, en plan telonero, y Jes¨²s Hermida, en el oficio de presentador. Pero, dado que no hay perfecci¨®n donde no hay elecci¨®n, tales carencias confirman lo inevitable del portento.
El mensaje divino
El sonido tambi¨¦n es milagroso, justo, n¨ªtido e ¨ªntimo. Entra el mensaje divino en los corazones con tal vehemencia que los ciegos ven. Ven que hay que irse para no turbar el entusiasmo de los tocados por la gracia.
A la salida, unos muchachos cantan una canci¨®n de Los Chunguitos: "Mar¨ªa, Mar¨ªa del Mar,/ no sufras, no llores m¨¢s,/ que lo que a t¨ª te ha pasao/ le pasa a la m¨¢s pint¨¢". Desde el estadio llega el clamor: "?Cecilia!, ?Cecilia!, ?Cecilia!", suena luego el silencio. Alguien pasa exclamando: "?Que sencillez!" y mi amigo el ciego, que conoce a Graci¨¢n por el tacto, se pica de repente y responde: "No hay simple que no sea malicioso. Y mucho m¨¢s dos que uno".
Babelia
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