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La 'reaganom¨ªa', camino de Versalles

La recuperaci¨®n econ¨®mica occidental no ser¨¢ la esperada en 1982. Las tasas de crecimiento previstas para este a?o quedan por debajo de la de 1981: 0,3% del PIB, frente al 1,1%. S¨®lo a finales del a?o parece percibirse una recuperaci¨®n moderada y progresiva de la actividad econ¨®mica, que la OCDE matiza con toda clase de adjetivos difuminadores: "recuperaci¨®n de amplitud limitada" que "revestir¨¢ un car¨¢cter esencialmente t¨¦cnico". Una recuperaci¨®n que se fundamenta en un proceso de reposici¨®n de las existencias, en un d¨¦bil aumento del consumo y en una problem¨¢tica mejora de la exportaci¨®n, quedando descartada en el futuro inmediato cualquier recuperaci¨®n importante de las inversiones. Tan cortos pron¨®sticos se matizan a¨²n por la presencia de inc¨®gnitas importantes: futuro de los precios del petr¨®leo, dudas sobre la expansi¨®n del comercio mundial, restos de la resaca inflacionista en algunos pa¨ªses, tipos de inter¨¦s reales por las nubes y d¨¦ficit p¨²blicos por doquier. En esa coyuntura incierta, el peso de la econom¨ªa y de la pol¨ªtica econ¨®mica estadounidense desempe?a un papal decisivo. No puede extra?ar, en consecuencia, que los problemas econ¨®micos americanos atraigan el inter¨¦s general y monopolicen los an¨¢lisis de coyuntura.La econom¨ªa americana, un a?o despu¨¦s

M¨¢s informaci¨®n
Tipos de inter¨¦s.
D¨¦ficit p¨²blico.

La coyuntura econ¨®mica americana responde a tres caracter¨ªsticas:

1. La recesi¨®n de la actividad econ¨®mica. El crecimiento prometedor por la reaganom¨ªa para 1981 (segundo semestre) y 1982 (primer semestre) se ha cambiado por una recesi¨®n casi tan profunda como la de 1974-1975.

2. Incertidumbre sobre el futuro. La esperada recuperaci¨®n econ¨®mica suscita extremas dudas -pese a la existencia de datos objetivos favorables (inflaci¨®n, necesaria reposici¨®n de existencias)- a la vista del comportamiento del d¨¦ficit p¨²blico y los tipos de inter¨¦s.

3. Dudas sobre la validez de la pol¨ªtica econ¨®mica. No puede extrafiar que el alejamiento del para¨ªso, prometido por la pol¨ªtica econ¨®mica aniericana haya abierto cr¨ªticas y divisiones sobre y entre las medidas que la integran.

Una aguda recesi¨®n econ¨®mica, iniciada en itinio de 1981 y que manifiestan los ¨ªndices de producci¨®n, las tasas de desempleo y la cr¨ªtica situaci¨®n de las empresas, domina la econom¨ªa americana. Tras el milagro productivo del primer trimestre de 1981, todos los indicadores de: la actividad econ¨®mica comenzaron a declinar. El desarrollo del PIB registr¨® tasas negativas en el segundo semestre de 1981 (-0,9%), que se han agudizado intensamente en el primer semestre de este afiq (-4,2%). En correspondencia con estas tendencias de la producci¨®n, los indicadores de desempleo apuntan en el mismo sentido: la tasa de paro ha pasado del 7,4% del primer semestre de 1981 al 7,9 (segundo semestre de 1981), situ¨¢ndose -en las ¨²ltimas cifras disponibles de abril de este a?o- en el 9,4% de la poblaci¨®n activa (10,3 millones de trabajadores), niveles semejantes a los m¨¢s elevados alcanzados en 1941, cuando se inici¨® la encuesta de poblaci¨®n¨¢ctiva.

La situaci¨®n de las empresas es especialmente cr¨ªtica. Henry Kaufman, director ejecutivo de la Salomon Brothers, ha afirmado que "la posici¨®n financiera de las empresas americanas es la peor desde la posguerra y no existen perspectivas de mejora". El aumento de las quiebras en un 50% en el primer semestre de 1982 sobre comienzos de 1981 y la ca¨ªda / dificultades de grandes sociedades, como la AmInternational, Braniff International, Western Airlines, International Harvester y la cadena de supermercadosGreat Atlantic and Pacific Tea Co., constituyen la parte m¨¢s visible y espectacular de un proceso que afecta a gran parte de la econom¨ªa empresarial estadounidense. La reciente reuni¨®n del Business Council, que agrupa a doscientos empresarios de las cincuenta mayores empresas de Estados Unidos, testimoniaba elocuentemente el fin de la euforia abierta por la llegada de la reaganom¨ªa, a comienzos del pasado a?o. La confianza en la orientaci¨®n de la pol¨ªtica econ¨®mica parece mantenerse a largo plazo, pero se consigna la dureza de la situaci¨®n a corto plazo, dominada -como lo est¨¢- por el d¨¦ficit p¨²blico y los crecidos tipos de inter¨¦s, dos obst¨¢culos claros en el camino de la anunciada y esperada recuperaci¨®n de la econom¨ªa.

Esperanzas de recuperaci¨®n

Pese a todo, hay datos objetivos que permiten sostener a¨²n la esperanza de la recuperaci¨®n de la econom¨ªa norteamericana, a cuya suerte est¨¢ asociada la propia recuperaci¨®n de los pa¨ªses de la OCDE. El dato m¨¢s alentador es, sin duda, las tasas de inflaci¨®n, situadas en niveles inferios a los previstos. La OCDE ha mejorado las previsiones americanas, pr onosticando una tasa de inflaci¨®n para 1982 del 5,5% y del 3% a finales del a?o actual. Ese dato permitir¨ªa, contando con el proceso de reconstrucci¨®n de existencias y la rebaja impositiva concedida en el presupuesto de 1982, que entrar¨¢ en vigor a partir del mes de julio, empujar la econom¨ªa hacia crecimientos positivos, tanto tiempo esperados como demorados. Los pron¨®sticos m¨¢s optimistas los ofrece el modelo de la Wharton, que dirige el profesor Klein, al afirmar t¨®pica y consoladoramente que "la econom¨ªa ha tocado fondo y va a recuperarse" por un camino quiz¨¢s inesperado y muy convencional: a trav¨¦s del consumo estimulado por los mejores precios, menos impuestos y recomposici¨®n de las existencias, y no por el camino en el que esperaban los economistas de la oferta: menores impuestos?mayor ahorro?mayor inversi¨®n; una mayor inversi¨®n que, por ahora, casi nadie ve en el horizonte.

El problema reside en cu¨¢nta recuperaci¨®n y para cu¨¢ndo. Aqu¨ª las divergencias son importantes. Las equivocadas predicciones de la Administraci¨®n americana en el pasado conceden poca credibil¨ªdad al crecimiento del 3% del PIB previsto para el segundo semestre de este a?o, tanto m¨¢s cuanto que los indicadores anticipados del Departamento de Comercio hoy disponibles apuntan a que hasta el oto?o -al menos- no se recuperar¨ªa la actividad econ¨®mica. La Reserva Federal Americana pronostica un aumento del 1% en el ¨²ltimo trimestre de 1982, sobre igual per¨ªodo de 1981, y la OCDE, un crecimiento cero. Sin embargo, todos coinciden en que, a finales de 1982, la econom¨ªa americana contemplar¨¢ un ejercicio de 1983 con recuperaci¨®n que la Administraci¨®n lleva hasta el 5% del PIB y la OCDE reduce al 3%.

Esas discrepancias en los pron¨®sticos dependen del comportamiento previsto en las dos variables cruciales de la coyuntura: el d¨¦ficit p¨²blico y los tipos de inter¨¦s, cuyo comportamiento ha desatado una viva pol¨¦mica dentro y fuera de Estados Unidos. Dentro, entre las concepciones que est¨¢n detr¨¢s de los distintos sumandos de la reaganom¨ªa; fuera: entre los. pa¨ªses europeos y los rectores de la pol¨ªtica norteamericana. Esa pol¨¦mica define el actual y cr¨ªtico momento de la pol¨ªtica econ¨®mica americana, describe el escenario en el que la reaganom¨ªa va a discutirse en Versalles y, lo que es m¨¢s importante, permite apreciar los elementos que decidir¨¢n la suerte de la coyuntura econ¨®mica de los pr¨®ximos meses. Tratemos, pues, de referir el panorama que presenta esa situaci¨®n. Una descripci¨®n que debe realizarse a partir de la perspectiva que ofrecen los tipos de inter¨¦s.

Los tipos de inter¨¦s: hechos y consecuencias

El comportamiento actual de los tipos de inter¨¦s lo describen dos propiedades: su elevado nivel real (es decir, descontada la tasa de inflaci¨®n) en una etapa de marcada recesi¨®n y, por tanto, de reducida utilizaci¨®n de la capacidad productiva, y la incertidumbre y variabilidad que presiden sus movimientos (con intereses a corto situados por encima de intereses a largo plazo).

Desde 1929-1933 no se conoc¨ªa una situaci¨®n semejante a la producida despu¨¦s de la segunda crisis energ¨¦tica: largo per¨ªodo de recesi¨®n con tipos reales de inter¨¦s positivos y crecientes. Este comportamiento de los tipos reales de inter¨¦s, generalizado en todos los mercados financieros -pero con marcada incidencia en Estados Unidos- tiene un conjunto de consecuencias de especial y acentuada gravedad. Cuatro son las fundamentales:

1. Impide la recuperaci¨®n de las inversiones, cuya necesidad resulta dram¨¢ticamente urgente para atacar la crisis energ¨¦tica y sus consecuencias sobre la estructura productiva. Tanto la puesta en funcionamiento de las nuevas fuentes energ¨¦ticas como las urgentes econom¨ªas de energ¨ªa precisan de mayores inversiones. Por otra parte, el capital ocioso en distintas industrias, obsoleto por la nueva estructura de precios relat¨ªvos, debe sustituirse (reconvertirse), lo que reclama mayores inversiones. La tasa de rentabilidad de las empresas se sit¨²a hoy, pr¨¢cticamente en todos los pa¨ªses industriales, a un nivel inferior al registrado despu¨¦s de la primera crisis energ¨¦tica (1973-1974). En un contexto tan dif¨ªcil, una tensi¨®n excesiva de los tipos reales de inter¨¦s supone un coste imposible de soportar para hacer viables los proyectos de inversi¨®n. Por otra parte, si los tipos reales son elevados ya, sin recuperaci¨®n de las inversiones privadas, ?cu¨¢l ser¨ªa, su nivel si esa recuperaci¨®n se produjera? No habr¨¢ recuperaci¨®n econ¨®mica posible si los ya considerables tipos de inter¨¦s se elevan sobre el nivel a que est¨¢n hoy situados.

2. El margen de recuperaci¨®n econ¨®mica depende para cada econom¨ªa de sus tasas de inflaci¨®n. Si la inflaci¨®n se reduce, pero los tipos de inter¨¦s del mercado dominante de Estos Unidos se elevan, los pa¨ªses occidentales se ver¨¢n colocados ante un dilema que se ha planteado a lo largo del ¨²ltimo a?o: o elevan los tipos de inter¨¦s internos, para evitar la salida de capitales al mercado americano (con el coste de dificultar o paralizar las inversiones internas), o bien dejan inalterados los tipos de inter¨¦s, con lo que la salida de capitales depreciar¨¢ sus tipos de cambio frente al d¨®lar (con el coste de encarecer los precios internos y limitar las posibilidades y el margen de una recuperaci¨®n). Este dilema, que los pa¨ªses europeos han padecido desde que en 1980 se inici¨® la escalada americana de los tipos de inter¨¦s, se ha resuelto inclin¨¢ndose por una u otra alternativas, con el coste consiguiente.

3. Los efectos de los mayores tipos de inter¨¦s sobre la carga d¨¦ la deuda acumulada son especialmente graves.

La carga de la deuda tiene frecuentemente ¨²n primer t¨¦rirtino de referencia: la comprometida situaci¨®n de los pa¨ªses en v¨ªas de desarrollo. Desde el comienzo de la crisis, la deuda exterior de esos pa¨ªses se ha quintuplicado en t¨¦rminos netos (525.000 millones de d¨®lares en diciembre de 1981), un aumento de la deuda producido fundamentalmente por la expansi¨®n explosiva de los pr¨¦stamos de los bancos comerciales. Esa v¨ªa de financiaci¨®n contaba con ventajas iniciales decisivas: permiti¨® financiar la transici¨®n energ¨¦tica, dulcificando el coste del ajuste de una forma r¨¢pida (frente a la lentitud de los pr¨¦stamos oficiales) y flexible (no condicional). Pero con esas ventajas existen tambi¨¦n inconvenientes. Dos eran los m¨¢s destacados: el crecimiento de los tipos de inter¨¦s (progresivo a medida que el tiempo fue pasando) y la abreviaci¨®n de los plazos medios de concesi¨®n. El ajuste semestral de los pr¨¦stamos al Libor ha supuesto un crecimiento de la carga de la deuda, adem¨¢s del coste de su incertidumbre. El acortamiento de los plazos encarece tambi¨¦n la carga de la deuda al obligar a costear todas las operaciones de refinanciaci¨®n. As¨ª se ha llegado a la situaci¨®n actual, en la que ha podido calcularse que cada punto de elevaci¨®n en los tipos de inter¨¦s en las euromonedas produce un aumento en el coste del servicio de la deuda de 2.000 millones de d¨®lares para los pa¨ªses en desarrollo. El peligro que supone este hecho dif¨ªcilmente puede exagerarse.

Pero la carga de la deuda afecta tambi¨¦n -hecho que se destaca menos- a las grandes empresas de los pa¨ªses desarrollados, en las que la desconocida elevaci¨®n de los tipos reales de inter¨¦s degrada sus balances, coloc¨¢ndolas en relaci¨®n directa de su dependencia de los mercados financieros, en situaciones de creciente dificultad. La cr¨ªtica situaci¨®n ya referida de muchas empresas industriales americanas comienza a afectar de forma creciente a las propias entidades financieras. El peso importante de lo que los bancos americanos denominan non-performing assets (activos no rentables), cuya vigencia se renueva para no computarlos como p¨¦rdidas, indica que la crisis financiera no ha terminado. Se trata de una crisis que tenemos delante y cuya gravedad est¨¢ en relaci¨®n directa con el crecimiento de los tipos reales de inter¨¦s.

4. Los mayores tipos reales de inter¨¦s son un factor que produce en el Estado consecuencias visibles, al elevar el coste de la deuda y aumentar as¨ª el gasto p¨²blico. Dada la situaci¨®n deficitaria de los distintos presupuestos, ese aumento del gasto equivale a m¨¢s d¨¦ficit p¨²blico, y ese mayor d¨¦ficit p¨²blico supone activar en un c¨ªrculo vicioso inter¨¦s elevado?d¨¦ficit?nueva elevaci¨®n de los tipos de inter¨¦s.

Causas del crecimiento de los tipos reales de inter¨¦s

Las graves consecuencias de los mayores tipos reales de inter¨¦s obligan a conocer sus causas para actuar sobre ellas, porque s¨®lo una acci¨®n eficaz que permita su reducci¨®n ser¨¢ capaz de sacar a las econom¨ªas de la cr¨ªtica situaci¨®n en la que se encuentran.

?Qu¨¦ explicaciones se han dado a la aparente paradoja de tipos de inter¨¦s crecientes-recesi¨®n continuada?

La primera y m¨¢s elemental es la propia inflaci¨®n. No pueden pretenderse tipos de inter¨¦s menguantes con tasas de inflaci¨®n crecientes. Buscar la salida de la crisis por pol¨ªticas expansivas que aumenten la inflaci¨®n es un quehacer sin sentido. No hay salida por esa v¨ªa: todo aumento de inflaci¨®n elevar¨¢ los tipos de inter¨¦s. Ahora bien, disminuir la inflaci¨®n constituye condici¨®n necesaria para moderar la escalada de los tipos de inter¨¦s, pero como demuestra la realidad actual, no es una condici¨®n suficiente. Podemos quejarnos, como lo hac¨ªa recientemente el presidente Reagan, del crecimiento de los tipos de inter¨¦s actuales y podemos afirmar que no est¨¢ justificado porque la inflaci¨®n se ha reducido. Podemos desear -como Reagan deseaba- que los tipos bajen hasta situarse en niveles reales del 4%, que eran normales en otras ocasiones. Pero el nivel de los tipos reales de inter¨¦s no se decreta ni se conjura por nuestros deseos: es preciso que el mercado los acepte (dura lex, sed lex). Y el hecho es que los mercados financieros no aceptan hoy esos tipos reales del 3%-4% de otro tiempo.

Necesarias reducciones fiscales

?Por qu¨¦? La respuesta que parece concitar m¨¢s acuerdo acent¨²a una suma de hechos en los que se manifiestan las contradicciones de la reaganom¨ªa, la aplicaci¨®n de una pol¨ªtica monetaria restrictiva, una pol¨ªtica presupuestaria permisiva (que no logra disminuir el d¨¦ficit p¨²blico) y unas expectativas de los mercados financieros respecto de los tipos de inter¨¦s, tasas de inflaci¨®n y d¨¦ficit presupuestarios. La mezcla de esos hechos produce un precipitado de efectos de los que resulta dificil escapar y que han dividido a los propios inspiradores de la reaganom¨ªa. La cadena de esos efectos puede empezarse por el eslab¨®n m¨¢s defendido por los inspiradores de la reaganom¨ªa: las reducciones fiscales necesarias para estimular la econom¨ªa de oferta. Una reforma con gran aceptaci¨®n p¨²blica, abierta inicialmente por la propuesta Kemp-Roth, consistente en reducir en un 30% el impuesto personal sobre la renta en tres a?os: 10%-10%-10%, y por el est¨ªmulo a la inversi¨®n empresarial a trav¨¦s de la amortizaci¨®n acelerada. El Congreso redujo la reforma Kemp-Roth al 25% (5%- 10%- 10%), y la ampli¨® al ofrecer la posibilidad de invertir sin impuestos hasta 2.000 d¨®lares al a?o procedentes de pensiones privadas e indiciando la tarifa de renta y m¨ªnimos exentos a partir de 1985. Esa reforma disgust¨® a los economistas de oferta, porque no jugaba fuerte en los impuestos personales y aplazaba sus efectos, en los que ciegamente cre¨ªan, sobre los incentivos. Entre tanto, la producci¨®n no ha aumentado, sino que ha disminuido, y la recesi¨®n -con las rebajas tributarias concedidas- rebajaba los ingresos p¨²blicos, ensanchando la brecha del d¨¦ficit. Del lado de los gastos p¨²blicos han actuado dos fuerzas: los estabilizadores autom¨¢ticos -activados por la recesi¨®n aumentaban los gastos de transferencia, y el componente pol¨ªtico de la reaganom¨ªa ha reclamado mayores gastos de defensa. De esta manera se iniciaba lo que David Stockman, director de la Oficina de Presupuesto, denomin¨® la temida hemorragia del d¨¦ficit p¨²blico. Las previsiones del d¨¦ficit p¨²blico se han ido corrigiendo mes a mes: inicialmente cifradas para 1982 en menos de 50.000 millones de d¨®lares, se han elevado en las previsiones de febrero hasta 95.000 millones, y la OCDE las lleva hasta los 125.000 millones de d¨®lares. Una cifra de la que parece dif¨ªcil bajar en a?os sucesivos.

La recesi¨®n de una parte, y de otra el crecimiento del gasto p¨²blico (defensa fundamentalmente), y la rigidez a la baja de los otros gastos p¨²blicos, han ido fabricando las nuevas y no previstas cifras del d¨¦ficit p¨²blico americano. Al llegar a este punto, la historia contin¨²a con el otro eslab¨®n de la reaganom¨ªa: la aplicaci¨®n de una rigurosa pol¨ªtica monetaria. La pol¨ªtica monetaria restrictiva interpretada por la Reserva Federal ha probado una vez m¨¢s sus puntos de fortaleza y, debilidad. De fortaleza, en cuanto una contenci¨®n deliberada en las tasas de crecimiento de las magnitudes monetarias es capaz de reducir la inflaci¨®n; de debilidad, en cuanto esa pol¨ªtica es compleja en su instrumentaci¨®n y necesita tiempo para doblegar las expectativas inflacionistas, un tiempo costoso de recesi¨®n, p¨¦rdidas de renta y empleos. Estos efectos de la pol¨ªtica monetaria restrictiva han ampliado los d¨¦ficit del sector p¨²blico, cuya continuidad, por otra parte, alentaba las expectativas inflacionistas. De esta manera, se abr¨ªan las querellas internas entre la econom¨ªa de oferta -la Oficina de Presupuesto- y la Reserva Federal. Los defensores de la econom¨ªa de oferta acusan los temores de la Oficina de Presupuesto a conceder rebajas fiscales para alentar la recuperaci¨®n econ¨®mica; por otra parte, la Oficina de Presupuesto y los defensores de la econom¨ªa de oferta acusan a la rigurosa pol¨ªtica monetaria de la Reserva Federal de la gravedad de la recesi¨®n que agudiza el d¨¦ficit del Presupuesto. Y, entre tanto, los mercados financieros no registran en los tipos reales de inter¨¦s -como esperaban los monetaristas- la rebaja de la inflaci¨®n, porque no creen (o dudan) que el Consejo de la Reserva Federal pueda continuar aplicando a cualquier precio una pol¨ªtica monetaria restrictiva, dada la magnitud de los d¨¦ficit previstos en el presupuesto. Estas interrelaciones plantean dilemas insolubles a la pol¨ªtica econ¨®mica. S¨ª ¨¦sta escucha a quienes acusan a la pol¨ªtica monetaria de la recesi¨®n y dulcifica los crecimientos de las magnitudes monetarias como las expectativas del mercado sobre el futuro de los tipos de inter¨¦s se forman por los objetivos monetarios anunciados, se empeorar¨ªan esas expectativas, elev¨¢ndose los tipos reales de inter¨¦s. Esa reacci¨®n de las expectativas de los mercados financieros no ser¨ªa duradera si pudieran dominarse y reducirse en el futuro los d¨¦ficit p¨²blicos, pero no hay garant¨ªa alguna de que esto pueda ocurrir, y mientras las cosas sucedan as¨ª, se mantendr¨¢n las expectativas alcistas sobre los tipos de inter¨¦s. De esta manera, los d¨¦ficit presupuestarios esperados se convierten en el heraldo de las expectativas alcistas, y ¨¦stas, en el sost¨¦n de los elevados tipos reales de inter¨¦s.

El d¨¦ficit, clave para la econom¨ªa americana

El juego de las interdependencias anteriores sit¨²a a los d¨¦ficit presupuestarios en el centro de atenci¨®n de la pol¨ªtica econ¨®mica. Aparentemente, los problemas no parecen insolubles, pues el d¨¦ficit p¨²blico estadounidense no es elevado, si su magnitud se aprecia por su relaci¨®n convencional con el PIB. Esa relaci¨®n se sit¨²a hoy, seg¨²n la OCDE, en el 3,4%. del PIB, frente a un promedio, para los siete grandes pa¨ªses industriales, del 3,7% del PIB, y parece factible reducirla actuando sobre los ingresos y / o los gastos p¨²blicos.

Sin embargo, este planteamiento del problema no da idea de su gravedad para la econom¨ªa americana y para la defensa (y continuidad) de la reaganomics. El d¨¦ficit p¨²blico estadounidense es mucho mayor en sus efectos sobre la econom¨ªa de lo que aparenta visto a trav¨¦s de su comparaci¨®n con el PIB. El d¨¦ficit p¨²blico debe medirse por la apelaci¨®n que el mismo supone al ahorro familiar, mucho m¨¢s reducido en Estados Unidos que en otros pa¨ªses, como Jap¨®n o Alemania Occidental. El crecimiento del d¨¦ficit p¨²blico americano ha colocado sus apelaciones al ahorro en cifras elevadas (del 5,6% en 1981, pasar¨¢ a m¨¢s del 20% en 1982, y esa relaci¨®n se teme, por algunos observadores tan competentes y responsables como William Fellner, que alcance en el pr¨®ximo a?o el 32%). Ese peso considerable y creciente del d¨¦ficit p¨²blico sobre el ahorro est¨¢ presionando ya los mercados financieros, y si el d¨¦ficit p¨²blico aumenta (o se mantiene), y si la inversi¨®n privada se recupera, la apelaci¨®n de ¨¦sta al ahorro elevar¨¢ a¨²n m¨¢s los tipos de inter¨¦s, frenando con ello la reactivaci¨®n de la econom¨ªa.

En todas las econom¨ªas habr¨ªa que decir m¨¢s bien, pues los crecidos tipos de inter¨¦s americanos tirar¨¢n de los tipos de inter¨¦s en todos los pa¨ªses occidentales, debilitando la recuperaci¨®n econ¨®mica. Por este motivo, la reducci¨®n del d¨¦ficit p¨²blico es insoslayable si quiere alentarse la recuperaci¨®n econ¨®mica y si desean evitarse las m¨²ltiples consecuencias negativas de los crecidos tipos reales de inter¨¦s antes enunciadas.

Esa conclusi¨®n afecta de lleno al enfoque y a la l¨®gica de la reaganom¨ªa. En efecto, una primera alternativa para cerrar la brecha del d¨¦ficit consistir¨ªa en aumentar los impuestos (creando nuevos tributos o retrasando la reducci¨®n prevista del 10% en el impuesto sobre la renta para 1983), y esa es la que han recomendado al presidente muchos economistas, entre ellos Arthur Burns -actual embajador de Estados Unidos en Bonn y antiguo presidente del Consejo de la Reserva Federal- y otros consejeros, como Charles Walker, anterior secretario del Tesoro. Esa recomendaci¨®n choca frontalmente con el primer sumando de la reaganom¨ªa, que ha hecho de la reducci¨®n tributaria su bandera. Una bandera a la que Reagan no est¨¢ dispuesto a renunciar y por ahora no lo ha hecho. ?D¨®nde quedar¨ªa la promesa de la reducci¨®n fiscal, la fe depositada en sus m¨¢gicos efectos, la ret¨®rica desplegada para convencer al p¨²blico de su existencia y la ilusi¨®n de los contribuyentes, dispuestos siempre a ser convencidos de la bondad de una reducci¨®n fiscal? Renunciar a ese punto de apoyo de la reaganom¨ªa equivaldr¨ªa a perder la primogenitura de la que deriva su popularidad y aceptaci¨®n. Ante esas propuestas de algunos consejeros de elevar los impuestos, retrocediendo en la prometida reforma fiscal, se ha producido la indignaci¨®n de los reaganianos de primera hora -los Laffer, los Kemp-, que vuelven sus cr¨ªticas a la pol¨ªtica monetaria de la Reserva Federal, gobernada por una perturbadora discrecionalidad, pidiendo al presidente la vuelta a un patr¨®n met¨¢lico. Propuesta que el presidente ha mandado estudiar, pero que, por ahora, parece haber archivado. No ha archivado, sin embargo, la idea-base de los economistas de oferta -la reforma fiscal-, vigencia que descarta la primera y posible alternativa para reducir el d¨¦ficit p¨²blico.

Una segunda v¨ªa hacia un d¨¦ficit menor ser¨ªa reducir el gasto p¨²blico, y eso significa para la reaganom¨ªa una sola cosa: reducci¨®n de los gastos civiles (en particular, los gastos de transferencia), pues el crecimiento de los gastos de defensa debe preservarse a toda costa, ya que constituye una condici¨®n de la pol¨ªtica americana. Dado que el aumento en t¨¦rminos reales de los gastos de defensa se sit¨²a en una tasa del 7% en t¨¦rminos reales (entre 1980-1984), y el resto de los gastos crece en un 1% en el mismo per¨ªodo en t¨¦rminos nominales, se comprende la dificultad / imposibilidad del empe?o. David Stockman, en sus momentos de sinceridad con el periodista William Breider, que ¨¦ste public¨® en el famoso art¨ªculo del Atlantic Monthly, afirmaba que el crecimiento del gasto p¨²blico es una batalla pol¨ªtica perdida: "El presupuesto", dec¨ªa Stockman, "es una suma de decisiones acumuladas por la historia que se imponen, queramos o no, a nuestra voluntad actual. Todas las decisiones adoptadas hace cinco, diez, quince a?os, caen hoy sobre nosotros de forma s¨²bita y nos obligan a gastar. Para dominar el crecimiento del gasto har¨¢n falta tres / cuatro a?os de acci¨®n continuada y tenaz. No s¨¦ de nadie que pueda mantener el impulso pol¨ªt¨ªco necesario para combatir ese monstruo del gasto p¨²blico durante tanto tiempo". Si esto es cierto, la brecha del d¨¦ficit p¨²blico no tendr¨¢ remedio, y los elevados tipos reales de inter¨¦s, tampoco.

Al contemplar la situaci¨®n desde esta perspectiva se percibe con claridad la fundamental contradicci¨®n de la reaganom¨ªa que denuncian los elevados tipos de inter¨¦s en plena recesi¨®n. Esa contradicci¨®n es la que se advierte entre los que denomin¨¢bamos en un art¨ªculo anterior los dos componentes de la reaganom¨ªa: el pol¨ªtico, con- Pasa a la p¨¢gina 54 Viene de la p¨¢gina 53 sistente en afirmar la presencia y defensa exterior de Estados Unidos (el componente geopol¨ªtico), y el econ¨®mico, consistente en retornar a una econom¨ªa din¨¢mica, due?a de su estabilidad econ¨®mica. Dicho m¨¢s directamente: la reaganom¨ªa est¨¢ volcando demasiado dinero sobre el Pent¨¢gono (gastos de defensa) antes de situar a la econom¨ªa y a la hacienda americanas sobre bases m¨¢s s¨®lidas y, mientras esto se realice, todos pagaremos sus consecuencias.

Todos, se afirma, porque el d¨¦ficit presupuestario de Estados Unidos es literalmente nuestro d¨¦ficit, ya que todos pagaremos sus efectos por la cerrada interdependencia del d¨¦ficit p¨²blico, tipos de inter¨¦s, cotizaci¨®n del d¨®lar, que proclaman con toda elocuencia los hechos de la reciente coyuntura.

Por otra parte, la discusi¨®n del d¨¦ficit p¨²blico no deber¨ªa ser el ¨²nico tema a cuya soluci¨®n se condiciona la evoluci¨®n de la coyuntura internacional, pues la recuperaci¨®n de ¨¦sta depende del margen concedido por la inflaci¨®n, bien reducido en muchos pa¨ªses. El esfuerzo por estabilizar las econom¨ªas que padecen agudas tasas de inflaci¨®n debe continuar, y sobre su importancia la OCDE ha llamado justificadamente la atenci¨®n.

La voluntad pol¨ªtica que se ponga en la soluci¨®n de estos problemas es la ¨²nica que permite apreciar los deseos efectivos por consolidar una recuperaci¨®n econ¨®mica. Cabe poca duda de que el d¨¦ficit p¨²blico constituye un mal general, y en particular, el d¨¦ficit p¨²blico americano se ha convertido en el tema dominante de la coyuntura econ¨®mica actual. ?Puede pensarse que la posici¨®n irreductible que por ahora mantiene la reaganom¨ªa sobre el d¨¦ficit presupuestario se modifique en un inmediato futuro? Esa es una pregunta que no puede contestarse sin valorar lo que para la pol¨ªtica americana significa, bien renunciar a la reforma fiscal, bien renunciar a sus objetivos geopol¨ªticos, reduciendo sus gastos de defensa Cualquiera de esas dos decisiones nublar¨ªan la imagen que la reaganom¨ªa traz¨® con tanto vigor s¨®lo hace un a?o, y por eso se entiende la resistencia a adoptarlas. Hay quien ha juzgado el mantenimiento de la reaganom¨ªa como una actitud demasiado ideol¨®gica y poco pragm¨¢tica, lo que encuentra la respuesta en sus defensores que el pragmatismo siempre es necesario en pol¨ªtica, pero en pol¨ªtica hay que preguntarse siempre tambi¨¦n hasta qu¨¦ punto el pragmatismo se convierte en oportunismo.

Hay que confiar, sin embargo, en que esta lucha interna entre los componentes de la reaganom¨ªa, que se manifiesta en la continuidad del d¨¦ficit p¨²blico y los elevados tipos reales de inter¨¦s, termine super¨¢ndose. Un compromiso de mayores ingresos p¨²blicos o gastos p¨²blicos menores es necesario para reducir el d¨¦ficit p¨²blico y permitir una ca¨ªda de los tipos reales de inter¨¦s que aliente la recuperaci¨®n econ¨®mica. Sin ese compromiso presupuestario que reduzca el d¨¦ficit p¨²blico -que, confes¨¦moslo, supone la revisi¨®n de las creencias que est¨¢n detr¨¢s de la reaganom¨ªa-, la recuperaci¨®n econ¨®mica de Estados Unidos y la propia de la econom¨ªa occidental ser¨¢ imposible. La voz autorizada del secretario del Tesoro, Donald T. Regan, acaba de afirmarlo categ¨®ricamente: "A falta de un acuerdo sobre el presupuesto, la recuperaci¨®n econ¨®mica padecer¨¢ una peligrosa anemia, para caer muy pronto en otra recesi¨®n".

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