Una corrida de toros
Mereci¨® la pena. La plaza se cobr¨® los r¨¦ditos de las siestas, los bostezos, los esc¨¢ndalos y la estupidez. Han sido sacrificios sabiamente invertidos, por lo que se vi¨® ayer. Veinte mil espectadores en el coso, millones frente al televisor, asistieron nada m¨¢s y nada menos que a una corrida de toros.Hasta Palomar, que es de la seria Soria, parec¨ªa nacido ayer en el mism¨ªsimo Triana. "?As¨ª, as¨ª queremos los toros en Madrid!", gritaba el grader¨ªo. Hasta los exigentes aficionados de los altos del siete, los puristas del ocho, vibraban con el suceso. Hab¨ªa toros y toreros; hab¨ªa emoci¨®n y sol. Hab¨ªa muchos aficionados y pocos turistas japoneses. Los aplausos no eran gratis.
Ruiz Miguel ha mandado conservar la cabeza de su primer toro, el que di¨® oportunidad a la concurrencia para abroncar con reciedumbre a la autoridad, materializada ayer en el comisario de polic¨ªa Portol¨¦s. Tambi¨¦n tiene derecho el personal (y muy pocas ocasiones, para qu¨¦ nos vamos a enga?ar), a sacarle la lengua al que manda.
Todos ganaron ayer
Si los aficionados ganaron, los oficiantes triunfaron. Victorino, que estren¨® corbata, no se di¨® a conocer hasta el segundo toro, medio perdido en los bajos del tres. Luego ya no pudo escapar al entusiasmo. Sus vecinos le homenajearon con una merendola servida sobre el granito de los asientos y empujada con un candeal de metro y medio. Cinco millones, peseta m¨¢s, peseta menos, dicen que se ha llevado el ganadero: ganados se los tiene.
Ni siquiera le preocupaba a la asistencia la confirmaci¨®n de que Romero, don Francisco, no ser¨¢ autorizado a torear ma?ana. S¨ª hubiera habido aburrimiento, ya habr¨ªa quinielas sobre su sustituto. Nadie se ocup¨® en tal menester. Alguno de los triunfadores de ayer, se comentaba. Los tres se lo merecer¨ªan.
Informaciones, que puso en su d¨ªa una pica en el flandes taurino con aquellos soberbios suplementos no pod¨ªa reestrenarse con mejor pie. Herrero Mingorance, que va a ocuparse all¨ª de los toros, buscaba alg¨²n santo para ponerle vela de gratitud. Ram¨®n S¨¢nchez Oca?a y Mario Trinidad iban por primera vez en esta feria a los toros y acertaron.
El ¨²nico que se vi¨® privado del dulce placer del espect¨¢culo fue ese se?or de la contrabarrera del uno (toda la plaza le conoce ya), que se toma los g¨¹isquies de tres en tres y anima siempre a los vecinos. Alg¨²n desabor¨ªo del callej¨®n, probablemente de los que nunca pagan, se sinti¨® molesto por el entusiasmo del aficionado y le envi¨® a los guardias. A punto estuvo el insensato de recibir las iras del circo, con todo m¨¦rito.
Lo dicho, en corto y por derecho: una corrida de toros.
Babelia
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