Un complicado paseo a caballo
Se ha dicho que si los americanos y los ingleses hablaran la misma lengua podr¨ªan entenderse. Otras cosas les separan, sin embargo, como qued¨® demostrado en el paseo a caballo que hicieron en solitario el presidente de Estados Unidos, Ronald Reagan, y la reina Isabel II de Inglaterra por los verdes prados del castillo de Windsor (dos veces m¨¢s grande que el rancho de Reagan en California) en un d¨ªa soleado y, por tanto, abrit¨¢nico.Eso de que pasearon a caballo en solitario es un decir. Tan s¨®lo unos 250 fot¨®grafos y c¨¢maras les persiguieron durante una hora. Detr¨¢s del presidente y de la Reina cabalgaban otros cuatro jinetes: el servicio de seguridad (los dos americanos, con pantalones claros y camisas polos; los dos brit¨¢nicos, como se debe, con la panoplia t¨ªpica de montar a caballo).
"?Le gusta su caballo Centennial?, grit¨® un periodista. "Precioso", respondi¨® el presidente, a?adiendo un "si se apartan, salto la valla". Esto no le gust¨® a la Reina, quien dio media vuelta con su montura, Burmese. Reagan la sigui¨® d¨®cilmente.
El presidente montaba con una silla inglesa, mucho m¨¢s peque?a que las vaqueras a las que est¨¢ acostumbrado.
?Y Nancy Reagan, a todo esto? El montar a caballo no es para la primera dama estadounidense su taza de t¨¦, como se dice por aqu¨ª. Prefiri¨® el carruaje tirado por cuatro soberbios caballos, cuyas riendas ten¨ªa el pr¨ªncipe consorte, Felipe de Edimburgo. En el asiento trasero, dos miembros del servicio de seguridad: el americano, con gafas negras, el brit¨¢nico, con traje oscuro y bomb¨ªn.
Despu¨¦s de todo este traj¨ªn, Michael Shea, portavoz oficial de palacio, se?al¨® que los dos jefes de Estado "hab¨ªan disfrutado de su paseo, pero hac¨ªa. bastante calor". Mientras que Reagan estaba en el castillo de Windsor visti¨¦ndose para la ceremonia parlamentaria, una banda de granaderos, como en una serenata, toc¨® la canci¨®n Oklahoma a los pies de su ventana por la que apareci¨® brevemente el presidente para saludar con una sonrisa ya conocida.
El s¨¦quito, de Reagan hab¨ªa intentado sugerir que el presidente y la Reina desayunaran juntos en los apartamentos de la soberana, pero Palacio, muy cort¨¦smente, les quit¨® la idea de encima.
Estas cosas, simplemente, no se hacen.
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