Alexander Haig, con los dedos en la trampa
Gran parte de la opini¨®n p¨²blica estadounidense se pregunta a s¨ª misma: ?Es que no somos capaces de hacer algo correcto? Si apoyamos al Gobierno argentino, somos criticados; pero si le imponemos sanciones, somos igualmente criticados. El autor propone apoyar al pueblo para que recupere la soberan¨ªa sobre su propio destino y, de paso, la de las Malvinas.
Durante la Administraci¨®n Carter, la violaci¨®n de los derechos humanos hab¨ªa sido la causa del enfriamiento de las relaciones entre Estados Unidos y Argentina; en cambio, la presente Administraci¨®n ha aceptado gustosamente la explicaci¨®n de que t¨¦cnicamente no hay personas desaparecidas en el pa¨ªs para reanudar las relaciones hasta convertir a Argentina en el aliado m¨¢s seguro del hemisferio.Por esta raz¨®n, la Administraci¨®n Reagan fue severamente criticada por la comunidad democr¨¢tica de Am¨¦rica Latina. Con el desarrollo de la presente crisis en el Atl¨¢ntico sur, las relaciones entre Argentina y Estados Unidos han vuelto a deteriorarse, sin que ello haga disminuir las cr¨ªticas por parte de los dem¨®cratas de Latinoam¨¦rica. No es arriesgado opinar que el primer error de Alexander Haig fue justamente su alianza con los militares que ostentan el poder en el pa¨ªs del Plata.
Desde nuestro punto de vista, una clarificaci¨®n debe ser hecha. Apoyar la soberan¨ªa argentina sobre las Malvinas no implica aceptar e? r¨¦gimen militar de Galtieri o estar de acuerdo con el uso de la fuerza para resolver los conflictos internacionales. En la ¨²ltima semana de abril, los l¨ªderes de la oposici¨®n democr¨¢tica del Cono Sur (incluido el autor), todos ellos conocidos por sus posiciones contrarias a la dictadura, firmaron un documento apoyando la reclamaci¨®n argentina de su soberan¨ªa sobre las Malvinas. Nuestra decisi¨®n era perfectamente coherente con el pueblo argentino congregado en un acto de masas frente al balc¨®n presidencial, que recibi¨® al general Galtieri con gritos de "?Malvinas, s¨ª; dictadura, no!".
En tan s¨®lo unas pocas semanas, la posici¨®n argentina, para quienes trazan la pol¨ªtica exterior de Estados Unidos, ha pasado de ser un firme amigo a un r¨¦gimen informal e intransigente. Pero, ?qu¨¦ credibilidad puede inspirar ahora Estados Unidos al criticar a Argentina por el hecho de ser una dictadura? En 1980 Argentina particip¨® en la trama de un golpe de Estado en Bolivia, y recientemente ha sido empujada por Washington a intervenir en los asuntos internos de las naciones de Am¨¦rica Central. Ahora, cuando la acci¨®n es en contra del Reino Unido, Washington la denomina una agresi¨®n. Es l¨®gico que Haig se encuentre de pronto aislado en la Organizaci¨®n de Estados Americanos y que la pregunta de si en Am¨¦rica tenemos derechos de segunda clase, sea contestada por el propio peso de las evidencias.
La mediaci¨®n que protagoniz¨® el equipo encabezado por Alexander Haig vuelve a revelar la concepci¨®n absolutamente err¨®nea de su pol¨ªtica hacia Am¨¦rica Latina. Ha quedado demostrado que Haig esperaba que Argentina aceptase sus puntos de vista as¨ª, sin m¨¢s. La misma incapacidad para entender a sus socios del resto de Am¨¦rica qued¨® clara en el fracaso de Washington para entrever el apoyo de las otras naciones americanas a la posici¨®n argentina con respecto a la aplicaci¨®n de lo previsto por el Tratado de R¨ªo. En esas circunstancias ha perdido el tim¨®n en la OEA. Sus relaciones con Argentina, a quien hab¨ªa elegido para jugar un papel clave en Am¨¦rica Central, se han deteriorado quiz¨¢ irreversiblemente, y por todo esto sus opciones para la aplicaci¨®n del Tratado de R¨ªo en los futuros conflictos en Am¨¦rica Central se han reducido.
Trabajo sucio
Las pol¨ªticas que promueven democracias son siempre recomendables. Es evidente que con la presencia de un Gobierno leg¨ªtimamente popular en Argentina hubiera hecho m¨¢s dif¨ªcil eludir la inmediata conclusi¨®n de las negociaciones por parte brit¨¢nica. Un Gobierno popular inclusive hubiera sido m¨¢s seguro para Estados Unidos, hasta en el supuesto de que no hubiera ejecutado el trabajo sucio que Galtieri esperaba hacer en Am¨¦rica Central.
Si Washington no hubiera empujado a Argentina hasta quedar envuelta en los asuntos internos de otras naciones del continente, y si la Administraci¨®n Reagan no hubiera apoyado otras dictaduras militares como las de Chile y Uruguay, el secretario Haig hubiera tenido m¨¢s credibilidad como mediador. Credibilidad que le hubiera permitido influir m¨¢s decisivamente para frenar una escalada que iba a perjudicar la propia posici¨®n estadounidense en el contexto americano. Si hubiera entendido que anticolonialismo y amor por la libertad y la independencia tienen un significado inseparable para los pueblos de Latinoam¨¦rica, pod¨ªa haber tenido m¨¢s confianza en la doctrina Monroe y, por tanto, m¨¢s predispuesto a defender "Am¨¦rica contra las potencias extracontinentales". Y la conclusi¨®n m¨¢s sangrante es que si Estados Unidos no se hubiera equivocado una y otra vez, las perspectivas de haber arribado a una soluci¨®n pac¨ªfica podr¨ªan haber sido mucho m¨¢s s¨®lidas.
Nosotros, los latinoamericanos, amamos la paz, la democracia y la independencia. Nos sentimos agraviados cuando los brit¨¢nicos ocupan territorios latinoamericanos o cuando Estados Unidos interviene apoyando a reg¨ªmenes represivos, o cuando generales como Galtieri gobiernan sus pa¨ªses mediante el uso de la fuerza, la represi¨®n y el asesinato.
No dudamos en apoyar el llamamiento argentino -no de Galtieri- para que sea internacionalmente reconocida su soberan¨ªa sobre las Malvinas. Y no dudamos en apoyar al pueblo argentino en su lucha por ganar completamente el derecho soberano a ser el due?o de su propio destino.
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