D¨ªa del Corpus de Toledo
En las campas de Toledo est¨¢ el trigal, que es la eucarist¨ªas en grano, ondul¨¢ndose, como la dorada t¨²nica de la diosa Ceres, seg¨²n sopla la brisa del amanecer. El Tajo baja contaminado con espumarajos de detergente; se aprieta all¨ª con el rigor de un cincho sobre el vientre de Toledo, le constri?e las calles y le saca todos los huesos de piedra hacia arriba: las torres, los campanarios, las agujas labradas, contra un cielo de golondrinas visigodas que vuelan encendidas de costado por el primer sol. El cereal, con la cosecha ya granada, est¨¢ abajo, y el Corpus Christi se celebra en lo alto de la ciudad. Es la antigua consagraci¨®n del alimento asegurado. Despu¨¦s del Corpus, el cristiano se pone a segar. La nuestra es una religi¨®n nacida en el secano meridional, en medio del trigo y la vi?a mediterr¨¢nea. Hist¨®ricamente, el cristiano ha sacado sus calor¨ªas vitales de ah¨ª, ha comido de eso toda la vida y, como es l¨®gico, ha convertido el pan y el vino en el cuerpo y la sangre de Dios. Pero en la plaza de Zocodover, los turistas japoneses, que no son cristianos, comulgan un desayuno castizo.-?Qu¨¦ va a ser?
-Caf¨¦ con leche y churros.
-?Y usted?
-Lo mismo, pero con porras.
En la fiesta del Corpus Christi, el vecindario de Toledo ha sido despertado con bombas reales y dianas floreadas. Antes de que el sol haya alcanzado el alero, en la plaza de Zocodover las terrazas de los bares est¨¢n regadas, hay ajetreo de camareros, tintineo de cucharillas y los p¨¢jaros cantan en las acacias. Pasa una banda militar con tambores y cornetas hacia la catedral, los devotos se fabrican gorros con papel de peri¨®dico, suenan campaniles de convento, el pueblo llano hace cola en los lavabos de las cafeter¨ªas para aliviarse antes del espect¨¢culo y uno imagina que a esa hora el cardenal primado estar¨¢ ya sumido en la oraci¨®n.A las nueve de la ma?ana, en Toledo hay un perfume de tomillo que te lija la nariz hasta el fondo de la infancia, y los toldos ciernen una sombra color azafr¨¢n con un matiz bizantino en las callejuelas, adornadas con guirnaldas de mirto, l¨¢mparas g¨®ticas, cruces de fuego, mantones de Manila en los balcones, macetas con geranios en las paredes, sedas con escudos brocados. Esta luz oriental, tamizada a trav¨¦s de los p¨¦talos de rosa, huele a espiritualidad carnal y dora con un calor escalfado la carrera por donde luego pasar¨¢ la procesi¨®n. Ahora, la alfombra de tomillo ya est¨¢ macerada por la gente que va a misa y los pies levantan un aroma de salsa picante que te aturde el cerebro con un misticismo agreste.
Los muros de la catedral de Toledo est¨¢n cubiertos con tapices y el sol extrae de ellos un deslumbramiento de hebra de oro, de hilos de plata. Bajo un tapiz, all¨ª en la puerta del Mollete, donde antiguamente el clero repart¨ªa la sopa de la caridad a los pordioseros, hay un obrero en paro con una manta extendida en las rodillas para que los fieles puedan echar un pedazo de mala conciencia en forma de billete. El hombre lleva barba de tres d¨ªas y tiene en los ojos una humildad de perro pach¨®n. Hasta el momento ha hecho una caja de veinte pesetas en calderilla.
-Es muy triste tener que pedir.
-S¨ª.
-Y no quisiera convertirme en un ladr¨®n.
-Claro.
-Soy un alba?il sin trabajo, con cuatro hijos.
Desde el fondo de la catedral salen los acordes del ¨®rgano del Emperador y adornan musicalmente las s¨²plicas de este mendigo laico con un motete eucar¨ªstico de Palestrina. El p¨²blico invade el claustro, entra en el templo y all¨ª le recibe una fresca penumbra de piedra puesta al ba?o mar¨ªa por el amor de las velas votivas. Los turistas se pasean por las naves sobre tumbas de cardenales guerreros, llevan sombreros de te nista y las mangas del jersei atadas en el pe cho; van con la cara hacia arriba, mirando capiteles, arcos y c¨²pulas; meten la nariz en tre los hierros que cierran las capillas apagadas y preguntan por el tesoro a los sacristanes; pero en el altar principal, bajo el ascua del retablo g¨®tico, est¨¢ el primado ce lebrando la misa solemne del Corpus, y en el interior de la verja labrada, entrealmohadones de terciopelo y destellos de moar¨¦ granate que despiden los can¨®nigos, se extiende el gran ceremonial.
La custodia se levanta, relampagueando en medio de una bruma de incienso, y los fieles, que llenan el espacio desde el prebiterio hasta el coro, cantan al amor de los amores, y un cl¨¦rigo los dirige con mano blanda encaramado en el p¨²lpito. El ¨®rgano suelta unos trallazos celestiales y parece que el crucero se abre en dos con una cascada de ¨¢ngeles con flautas y t¨ªmpanos de oro. Por el altavoz se oye el ronroneo del oficiante, que habla de caridad. Los forasteros, los turistas y los estetas agn¨®sticos se mezclan en la nave con la impedimenta de la procesi¨®n; se ven cogidos por el pasmo religioso de campanas y timbales de gloria, aunque no olvidan la tierra que pisan.
-Recu¨¦rdame que compre mazap¨¢n.
-Junto a Santo Tom¨¦ venden uno de almendra de la peladilla que es aut¨¦ntico.
-Habr¨ªa que llevarse tambi¨¦n una espada.
-O un Greco de la sacrist¨ªa.
Mientras la misa pontifical se deshace en c¨¢nticos y bendiciones, por las calles herm¨¦ticas de la procesi¨®n desfilan cuadros de tambores y cornetas, majorettes bastoneando con golpes de rodilla bajo la falda de h¨²sar, y el tomillo despide un polvo subyugan te recalentado por el sol. Los cadetes de la Academia de Infanter¨ªa cubren. la carrera con el ment¨®n aproado, los ojos fijos en la pared de enfrente y la bayoneta pelada. Pasa una comitiva de gigantes y cabezudos haciendo el ganso, precedida por la tarasca: un drag¨®n verdoso, con una bailarina en el caparaz¨®n, que suelta agua por las fauces. Los reyes de cart¨®n rozan los toldos con la corona y en el interior de sus faldas reniegan los costaleros.
-Oye, macho.
-?Qu¨¦ pasa?
-Que me ahogo aqu¨ª dentro.
-Sal a tomar el aire.
El costalero asoma la jeta, sudada por los bajos de Isabel la Cat¨®lica, y abandona la garita de palitroques de la reina gigante, que queda varada en medio del callej¨®n con la mirada yerta a ras de los balcones. A esta hora de la ma?ana, el sol de Toledo ya se ha encargado de poner las cosas en su sitio. El bochorno desploma una manta mojada sobre las cabezas del gent¨ªo, engatillado en los pasillos de la ciudad. El calor es una parte esencial del Corpus Christi, y antes de salir la procesi¨®n ha hecho su trabajo. Por todas partes se ven turistas y devotos con los carrillos encendidos, los poros dilatados y una rueda de sudor en las axilas. En la plaza de Zocodover, el p¨²blico se abanica con el peri¨®dico bajo el campanazo de fuego, y all¨ª hay un intelectual, frente a una cerveza, que habla de la Edad Media
-Esta ciudad, en la Edad Media era muy liberal.
-Cuando los ¨¢rabes, ?no es eso?
-Aqu¨ª viv¨ªan los jud¨ªos, moros y cristianos como cualquier cosa. Rezaban juntos dentro de las mismas paredes.
-?Qu¨¦ bonito!
-Despu¨¦s llegaron los Reyes Cat¨®licos con la rebaja.
-?Y qu¨¦?
-En esta misma plaza montaron los catafalcos de le?a seca, que ard¨ªa muy bien. Fueron varios siglos de chamusquina, hasta que no qued¨® un hereje. Esa es la puerta de la Sangre. Se llama as¨ª porque ah¨ª rezaban los ajusticiados antes de que les tocara el turno.
Bajo el sol de mediod¨ªa, el pueblo abarrotaba la plaza de Zocodover. No se trata de un auto de fe, sino del gran espect¨¢culo religioso de la procesi¨®n del Corpus, que unos siguen con devoci¨®n y otros s¨®lo con un inter¨¦s tur¨ªstico, d¨¢ndose aire a la papada con el peri¨®dico. Un altavoz anuncia que la custodia ya ha salido de la catedral, y en este momento se eleva por los aleros del callej¨®n un c¨¢ntico entreverado con gritos de golondrina: "Hostia pura,/ hostia santa,/ hostia inmaculada. / Seas por siempre / bendita y alabada".
Un piquete de la Guardia Civil, de gala, a caballo, con los sables soltando luces de acero sobre las chatarreras, abre el cortejo. En seguida aparece un se?or con peluca del siglo XVIII y una p¨¦rtiga de plata en la mano que da paso a una cruz alzada, tirada con ruedas, cubierto el carret¨®n con pa?er¨ªa bordada. Viene ahora el pend¨®n de los hortelanos, con espigas y frutos de la comarca y la¨²des bajo el brazo, como una rondalla. La reata de ni?as de primera comuni¨®n da la vez a un grupo de se?oras matriarcales con peineta, mantilla y un clavel revent¨®n en la oreja izquierda. Van rectas, apretando el hocico, con un cirio en la mano. Una bandade m¨²sica con mucho metal toca una marcha lenta detr¨¢s. Pasan otros ni?os de blanco, y luego las banderas y guiones adornan a unos se?ores de paisano con la chapa de la Adoraci¨®n Nocturna en el ojal. Esta es gente severa y el sol les saca brillo a los l¨®bulos sudados. Dobla la esquina la formaci¨®n de los Caballeros Moz¨¢rabes, con h¨¢bito azul, cruces capitulares en las mangas, cordones y borlas amarillas. Siguen los Caballeros del Santo Sepulcro, con b¨¢culos, de uniforme blanco con capa y bonete de escarapela roja.
Un perro callejero, como en los grabados
Pasa a la p¨¢gina 14
D¨ªa del Corpus en Tolredo
Viene de la p¨¢gina 13
antiguos, se ha aposentado en medio de la procesi¨®n y ni siquiera mueve el rabo cuan do est¨¢ a punto de ser atropellado por una bandada de ¨¢ngeles con alas de cart¨®n que lleva p¨¦talos de rosa en las cestas. Los infanzones de Illescas visten hopalandas rojas, usan golilla y sombrero de plumas. Despu¨¦s se hace ver el Cap¨ªtulo Hispanoamericano del Corpus, con ornamentos verdes, presidido por el duque de C¨¢diz. Seminaristas de blanco, ac¨®litos con candeleros, coros de infantes, cl¨¦rigos con sotana y roquete, m¨¢s cruces y frailes, clero catedralicio con capas pluviales y cirios, pajes con pelucas, turiferarios echando boca nadas de incienso que se mezcla con el olor a tomillo bajo el sol; un beneficiado tocando una campana de plata, y de pronto, en la plaza de Zocodover, sobre una carroza arrastrada por alguacilillos de jub¨®n, calza negra y peluqu¨ªn ladeado por el esfuerzo, entra la custodia con el Sacramento, y la orfebrer¨ªa, miniada por Enrique de Arfe, brilla sobre las cabezas del pueblo con sus 5.000 piezas doradas.Esta custodia la mand¨® hacer el cardenal Cisneros con el primer oro que lleg¨® de Am¨¦rica. Y ahora el cardenal primado, Marcelo Gonz¨¢lez, va detr¨¢s con las mano juntas en el pecho, con el ce?o cruzado por una profunda oraci¨®n, gote¨¢ndole el sudor por la quijada. El pueblo no se arrodilla pero guarda silencio. Cruzan muy envara das las autoridades con chaqu¨¦, altos militares con medallas. Los cadetes rinden arma rodilla en tierra y las jerarqu¨ªas andan muy tiesas entre maceros totalmente empa?ados, y la banda del regimiento toca una marcha que imprime a la comitiva un paso solemne hasta que el cortejo se pierde por el callej¨®n sombreado de toldos con una luz color azafr¨¢n, adornado con guirnaldas de mirtos, l¨¢mparas g¨®ticas y pa?os con escudos de ¨¢guilas imperiales. La procesi¨®n est¨¢ cerrada: por un desfile militar.
Toledo es la puerta oriental de Espa?a; tiene un hermetismo bizantino. En el laberinto de sus calles siguen extasiadas todav¨ªa leyendas de venganzas ¨¢rabes que recuerdan la crueldad del joven gobernador Yussuf ben Amr¨², degollado en la mazmorra despu¨¦s de un mot¨ªn cortesano, y la noche de los alfanjes largos, tramada taimadamente por su padre: para pasar a cuchillo a media ciudad. Aqu¨ª est¨¢ el pozo amargo donde se ahog¨® la jud¨ªa enamorada Raquel por los amores perdidos de Fernando, caballero principal, que fue abatido por un golpe de daga cuando se dispon¨ªa a saltar la tapia del jard¨ªn de la amada. La calle de los Alfileritos est¨¢ flanqueada por viejos caserones y palacios blasonados. All¨ª hay una hornacina con la Virgen especializada en recobrar novios perdidos. Aquella dama ilustre que ten¨ªa a su amante en los tercios de Flandes acud¨ªa all¨ª a rezar para que lo licenciaran pronto y se pinchaba con un alfiler para no dormirse durante las oraciones. Ahora, las chicas toledanas van all¨ª en busca de pareja. Una moza con ancas de potra se santigua.
-Y t¨², ?por qui¨¦n rezas?
-Por mi chacho.
-?D¨®nde est¨¢?
-Sirviendo en Ceuta.
-P¨ªnchate y vendr¨¢ cumplido.
-Me conformo con un pase de pernocta. Corren leyendas de Cristos emparedados en los muros de las iglesias visigodas para ser salvados de la invasi¨®n ¨¢rabe, historias de alarifes y l¨¢grimas de rey moro, cuentos de jud¨ªos y donaires de cristianos. De hecho, Toledo fue en su tiempo de esplendor una ciudad crisol donde se fundieron tres culturas, y por aqu¨ª entr¨® Arist¨®teles en Europa. Debajo de las cr¨®nicas terribles, llenas de mandobles en la cerviz, cadalsos, autos de fe, fogatas con hedor a carne de hereje, juicios de Dios, mazmorras con brujas en el potro de la tortura, pliegos de la Santa Inquisici¨®n y jud¨ªos huyendo con la manta al cuello, quedan las paredes de la antigua tolerancia, las mezquitas, las sinagogas y esta misma catedral, en la que rezaron juntos ¨¢rabes y cristianos durante mucho tiempo. Toledo tiene una poderosa belleza seca; la osamenta cristiana se ha apoderado del aire con todas las puntas g¨®ticas contra el cielo, pero los s¨®tanos y las golondrinas son orientales.
Con una adustez castellana, la procesi¨®n del Corpus baja por la callejuela emparedando pendones, pr¨®ceres, cl¨¦rigos, caballeros con capa entre la luz m¨®rbida y el calor que revienta las miradas. La procesi¨®n entra en la catedral por la puerta Llana, de estilo neocl¨¢sico, por la parte meridional. Lentamente, sudando a chorros, se vac¨ªan. hacia la penumbra fr¨ªa del templo monaguillos, estandartes, seminaristas, moz¨¢rabes, dignos representantes del Santo Sepulcro, severos varones de la Adoraci¨®n Nocturna y todos los emblemas del catolicismo nacional. Las madres esperan all¨ª a las ni?as de primera comuni¨®n y las premian con besos sonoros que resuenan en la nave. Un paje de cinco a?os, vestido de cortesano de Luis XV, arroja la canastilla de flores sobre la losa y corre a encontrarse con su padre.
-Pap¨¢, pap¨¢.
-Rey m¨ªo.
-Me hago pis.
-Pobre angelito.
El dulce paje de ojos azules llevaba chorreando el calz¨®n corto de sat¨¦n. Le vino justo. En el cielo de Toledo truenan las bombas reales. El tamtum ergo se abre: entre el sonido de tambores, marchas triunfales y campanas. La custodia, seguida del cardenal, de las autoridades con borlas y los militares con medallas, entra sobre la carroza en la catedral.
All¨ª, detr¨¢s del ¨¢bside, un gu¨ªa tur¨ªstico capitanea a un grupo de japoneses. Les est¨¢ ense?ando ese altar barroco que llaman el Transparente, una gloria retorcida de m¨¢rmol de Carrara y alabastro. En este momento, el gu¨ªa les dice que esa obra es de estilo churrigueresco.
-?C¨®mo?
-Churrigueresco.
-?Y eso qu¨¦ quiere decir?
-Se llama churrigueresco porque estas columnas parecen churros. No se puede negar.
El pueblo penetra en la catedral con grandes avalanchas para recibir la bendici¨®n. En la puerta del Mollete, el alba?il parado sigue con la manta en el suelo y el cartel donde pone su mala situaci¨®n. Algunos fieles le hacen caridad, aunque la recaudaci¨®n de la ma?ana no se alarga m¨¢s all¨¢ de doscientas pesetas.
-?C¨®mo ha ido eso?
-Mal. Ya lo ve.
-Hoy es un d¨ªa raro. La gente est¨¢ distra¨ªda.
En el interior de la catedral suena el ¨®rgano triunfal, y por el altavoz, una voz sacerdotal recuerda al pueblo el amor a la eucarist¨ªa. Toledo huele a tomillo bajo un sol pastoso. Despu¨¦s de la procesi¨®n, por la calle de las Armas desfilan los cadetes camino de la Academia de Infanter¨ªa y el p¨²blico aplaude con entusiasmo. Unas monjas les lanzan besos desde un balc¨®n. Cerca de all¨ª hay un poderoso brazo de armadura que empu?a una espada descomunal. Las fachadas est¨¢n llenas de ¨¢guilas bic¨¦falas. Los blasones del imperio cuelgan de las fachadas. Hoy es la fiesta del Corpus en Toledo. Y por la tarde torea Anto?ete.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.