El poder calculador
Ni flores de hippies, ni blackpower y, menos a¨²n, panteras a las que se les ha ca¨ªdo la dentadura y apolillado el pelo. Despu¨¦s de ver en televisi¨®n a un capit¨¢n mercante dar ¨®rdenes a su barco mediante la voz, y comprobar c¨®mo la mole acu¨¢tica era manejada por un ordenador, el poder calculador parece ser la vara m¨¢s id¨®nea para medir la fuerza y la imaginaci¨®n de un pa¨ªs. Indices hasta hoy tan seguros como la poblaci¨®n, la balanza de pagos, el PNB, el poder militar, la temperatura, son indicadores ahora casi irrelevantes para conocer el poder¨ªo de un pa¨ªs. El liderazgo del desarrollo, construcci¨®n y programaci¨®n de esos artefactos dispuestos a apechugar con el trabajo mental y f¨ªsico de un enjambre de personas, lo detenta Estados Unidos en una proporci¨®n de 10 o 12 a 1 con respecto a Europa y de 30 o 35 a 1 en relaci¨®n a la URSS."Es indudable", se regocija Charles Reed, responsable en EE UU de los asuntos tecnol¨®gicos y cient¨ªficos internacionales, "que la enorme superioridad americana en computadoras juega un papel primordial en eso que los europeos bautizaron como brecha tecnol¨®gica. En esta certeza Reed tiene un compa?ero: Robert F. Goheen, presidente de la Universidad de Princeton, quien piensa que el impacto de los ordenadores, computadoras y robots "puede ser comparado con la invenci¨®n de los tipos m¨®viles de Gutemberg".
Zbigniew Brzezinski, cuando todav¨ªa no hab¨ªa llegado a secretario de Estado con Jimmy Carter, y se limitaba a explicar su ciencia en la Universidad de Columbia, invent¨® una frase, technetronic society, para definir un pa¨ªs condicionado cultural, social, econ¨®mica y psicol¨®gicamente por la electr¨®nica y la tecnolog¨ªa. Porque EE UU tiene funcionando en su territorio el 65% del total mundial de computadoras. El inter¨¦s de rusos y chinos por estos artilugios es tan evidente que, para castigar a la URSS, siempre se escucha lo mismo: "Granos, s¨ª; computadoras, no".
Estos zumbantes engendros -tal vez demasiado complicados y agobiantes para las mentes humanas-, colaboran con los economistas al tomar decisiones pol¨ªticas y laborales. Ello se ha reconocido en Valladolid, alrededor de una mesa redonda en donde Luis Solana, diputado del PSOE, y Antonio Puerta, secretario general de la Federaci¨®n del Metal de UGT, han defendido la introducci¨®n de robots en la industria del autom¨®vil. Pero los robots ya venden entradas para el cine y el teatro, canjean billetes de banco y han sido programados para suplantar a infinidad de naves industriales y manufatureras de Estados Unidos. Hasta pueden llegar a suplir a la tripulaci¨®n de un petrolero.
La memoria y la rapidez son las claves del ¨¦xito de estos fr¨ªos obreros. La IBM 360-91, una vetustez ya mientras escribo de ello, hace en sesenta segundos c¨¢lculos que le costar¨ªan a un hombre muy dotado para las matem¨¢ticas la friolera de cuarenta siglos. Una computadora manual tan s¨®lo emplear¨ªa cien a?os.
Una finalidad de las computadoras era, al principio, la de auxiliar a los militares en sus operaciones terrestres o espaciales. Algunas veteranas todav¨ªa se ocupan manteniendo el curso correcto de los sat¨¦lites, mientras otras dedican sus horas conduciendo c¨¢psulas. Sin embargo, en Washington, algo m¨¢s de 4.000 computadoras oficiales solucionan alguna que otra crisis interna y un mont¨®n de problemas dom¨¦sticos.
El Departamento de Comercio tiene una bater¨ªa de computadoras que intentan predecir comportamientos econ¨®micos con 365 d¨ªas, de antelaci¨®n. Alimentadas con modelos de las m¨¢s diversas, variedades, las maquinarias predicen de qu¨¦ manera puede verse afectada la salud del d¨®lar, de qu¨¦ forma tienen que contemplarse los cambios de las inversiones, hasta d¨®nde resistir¨¢n las tasas de impuestos o cu¨¢l ser¨¢ el poder adquisitivo del ciudadano medio.
En opini¨®n de Zbigniew Brzezinski, la imparable era tecnol¨®gica est¨¢ cambiando a EE UU constantemente, y_lo est¨¢ haciendo de manera explosiva. En cuanto la automatizaci¨®n y las computadoras "hayan liberado al hombre de perder la mayor parte de su tiempo trabajando, la sociedad exigir¨¢ m¨¢s y dedicar¨¢ m¨¢s horas al cultivo de la inteligencia. De manera paulatina, esa sociedad orientar¨¢ sus pasos hacia otro objetivo prioritario, como puede ser el de la diversi¨®n".
Todo eso es muy bonito y as¨ª sea, pero el principal riesgo parece provenir de las mismas computadoras, de los mismos robots. Porque las cosas, en s¨ª mismas, son inocentes y neutras. No lo es, en cambio, el uso que el hombre hace de ellas. El coraz¨®n de memoria, la cinta, los d¨ªgitos de uno de estos artefactos, son infinitamente m¨¢s complicados de lo que a veces pueden llegar a concebir sus inventores. El principal problema que surge es el de definir qu¨¦ es lo que deseamos de la computadora. Su capacidad de acci¨®n est¨¢ a m¨¢s de 100.000 kil¨®metros de distancia de nuestra habilidad para usarla.
La mayor parte de los retos, problemas y desafio tecnol¨®gicos se detienen a las orillas de Estados Unidos, Europa y Jap¨®n, pero todas las posibilidades humanas est¨¢n a¨²n ancladas en la plena y decr¨¦pita era industrial. T¨¦ngase en cuenta que ese inmenso poder, centrado casi en un solo pa¨ªs, Estados Unidos,
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alarma a todas las naciones industrializadas, y la cosa continuar¨¢ as¨ª a no ser que se corrijan los retrasos.
Francia, en su momento, lanz¨® el ambicioso "Plan Calcul", encarando en su territorio el desarrollo de una capacidad computadora nacional e independiente. Las causas que precipitaron esa decisi¨®n fueron la amenaza de control por parte de Norteam¨¦rica cuando General Electric compr¨® el 50% de la Machines Bull y, tambi¨¦n, la negativa de EE UU a seguir suministrando computadoras al ritmo deseado por los franceses.
El Reino Unido progresa, tranquilo y flem¨¢tico, pero sustancialmente. En el per¨ªodo 1967-1969 duplic¨® su producci¨®n e invirti¨® cuarenta millones de libras en investigaci¨®n, pero el conservadurismo ingl¨¦s, proclive a veces a rechazar innovaciones, pueder ser un obst¨¢culo en este terreno.
En Alemania Occidental el 90% del mercado lo controla EE UU. Como disculpa, Thomas J. Watson, de IBM, revel¨® a Gerhard Stoltenberg, ex ministro de Ciencias alem¨¢n: "Tenemos que hacer algo por su industria de computadoras; impedir que Alemania se transforme en un pa¨ªs subdesarrollado". Asustadas por tanto amor, las firmas alemanas se limitaron a constre?ir las franjas del mercado local, justamente las que desatend¨ªa, por poco rentables, la industria de Estados Unidos.
En la URSS, por lo menos de manera visible, no hay una expansi¨®n tecnol¨®gica que afecte a las computadoras. Quiz¨¢ el motivo obedezca a su econom¨ªa terriblemente centralizada. Un t¨¦cnico ruso, Viktor Gushkov, aclara que todos los problemas de planificaci¨®n centralizada en Mosc¨² durante un a?o llevar¨ªan eso, exactamente un a?o de trabajo de un mill¨®n de calculadoras dispuestas a suministrar 30.000 operaciones por segundo.
Con las computadoras est¨¢ ocurriendo lo mismo que con el c¨ªrculo vicioso o con el perro que se muerde la cola. Un t¨¦cnico franc¨¦s apel¨® a la sabia iron¨ªa para definir la situaci¨®n: "Mire, estamos consiguiendo un ahorro en la investigaci¨®n de computadoras, pero para obtenerlo debemos recurrir a otra computadora. Como resultado", sonri¨®, "es evidente que el poder calculador se transforma, paso a paso, en poder controlador". Lo lamentable es, pues, que al llegar al final, cuando la cinta, los d¨ªgitos o el coraz¨®n de la memoria se detiene, uno no sabe a ciencia cierta qui¨¦n controla a qui¨¦n.
Seamos optimistas. El hombre est¨¢ compuesto de carne, de huesos y de sentimientos. Y esas computadoras podr¨¢n ser muy sabias, pero jam¨¢s ser¨¢n cultas. Porque, a fin de cuentas, la cultura es una forma de entender la vida. Y eso jam¨¢s lo conseguir¨¢ computadora alguna.
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