Gibraltar y la verja
LOS MINISTROS de Asuntos Exteriores de Espa?a y del Reino Unido acordaron ayer en Luxemburgo aplazar el inicio de las conversaciones hispano-brit¨¢nicas sobre Gibraltar, dejando constancia, sin embargo, de que el proceso negociador abierto por la declaraci¨®n de Lisboa de abril de 1980 sigue abierto. La nota conjunta se?ala que los ministros seguir¨¢n manteni¨¦ndose en contacto y que oportunamente se fijar¨¢ fecha para la reuni¨®n suspendida. Oficialmente, ha correspondido al Gobierno espa?ol la iniciativa del aplazamiento, tal vez por condenables presiones de medios proargentinos, tal vez por temor a un fracaso del encuentro. En cualquier caso, s¨®lo un desbordante optimismo permit¨ªa albergar esperanzas de que la reuni¨®n del 25 de junio pudiera haber dado otros resultados que no fueran una sensaci¨®n, m¨¢s o menos mitigada, de frustraci¨®n. La absurda guerra del Atl¨¢ntico sur, provocada por la agresi¨®n militar de la Junta de Buenos Aires, ha soplado sobre los rescoldos, nunca apagados, del jingo¨ªsmo brit¨¢nico. Y la victoria de la Task Force en isla Soledad no ha hecho sino reforzar, al menos a corto plazo, el ensue?o de que la extensi¨®n territorial del Reino Unido no se circunscribe a las islas Brit¨¢nicas, sino que abarca los suelos -cada vez menores y m¨¢s escasos- en los que ondea todav¨ªa la Union Jack. Pese al improvisado trabalenguas del presidente del Gobierno, Gibraltar y las Malvinas no son cuestiones tan distintas y distantes como la historia y el derecho internacional podr¨ªan hacer pensar. Dejando aparte las diferencias entre el archipi¨¦lago austral y el Pe?¨®n, que por supuesto existen, ambos casos son claros ejemplos de territorios ocupados por el Reino Unido durante varias generaciones, que se inscriben en un ¨¢rea geogr¨¢fica extra?a y que est¨¢n habitados por poblaciones pol¨ªtica, cultural y ling¨¹¨ªsticamente anglosajonas. Tanto la Roca como las Malvinas tienen tambi¨¦n en com¨²n que, a diferencia de otros fen¨®menos colonialistas, no existe una poblaci¨®n aut¨®ctona dominada y explotada por los ocupantes. El enfrentamiento entre el principio de poblaci¨®n, seg¨²n el cual los derechos de los habitantes prevalecen sobre cualquier otra consideraci¨®n, y el principio de territorialidad, que hace predominar las consideraciones geogr¨¢ficas sobre cualquier otra raz¨®n, confiere al problema de Gibraltar, como antes al de las Malvinas, una complejidad pol¨ªtica que no se presta a f¨®rmulas expeditivas. La Junta de Buenos Aires ha tenido ocasi¨®n de pagar caro el error de olvidar que la existencia de los 1.800 malvinenses fue precisamente el argumento decisivo que permiti¨® a Margaret Thatcher conseguir el respaldo popular brit¨¢nico para el env¨ªo de la Royal Navy al Atl¨¢ntico sur.Las soluciones de fuerza tienen que ser excluidas en estos contenciosos. Y no s¨®lo por respeto a los principios jur¨ªdicos a los que debe ajustarse la comunidad internacional, por el rechazo de las agresiones armadas para dirimir conflictos o por el c¨ªnico argumento de la evidente superioridad militar brit¨¢nica. Los derechos de las poblaciones, por reducidas que sean en t¨¦rminos cuantitativos, deben ser tenidos en cuenta en cualquier negociaci¨®n que esgrima el principio contrapuesto de la integridad territorial. Cuando Franco dijo que Gibraltar no val¨ªa la vida de un solo soldado espa?ol, seguramente tuvo tambi¨¦n en cuenta su vieja experiencia africana y el recuerdo de nuestros compatriotas que habitan al otro lado del Estrecho. Porque ser¨ªa suicida olvidar que el enclave del Pe?¨®n dentro del territorio peninsular es tomado por los marroqu¨ªes como retorcido argumento para considerar las ciudades de Ceuta y Melilla, fundadas y habitadas por espa?oles desde hace siglos, como un caso id¨¦ntico o parecido.
La negociaci¨®n sobre Gibraltar, perjudicada por el insensato aventurerismo del presidente Galtieri y sus compa?eros de armas, va a sufrir un grave retroceso. La teor¨ªa de la fruta madura, de la que tambi¨¦n Franco fue autor, significa, sin embargo, que el Pe?¨®n no podr¨¢ seguir indefinidamente en su actual situaci¨®n, irregular e indefendible tanto a la luz del derecho internacional como desde el punto de vista de la pol¨ªtica de alianzas del mundo occidental. A diferencia de Argentina, Espa?a pertenece ya a una alianza militar en la que tambi¨¦n se halla integrada Gran Breta?a, y ha presentado su candidatura al ingreso en la Europa comunitaria, de la que tambi¨¦n es miembro el Reino Unido. La entrada de Espa?a en la OTAN debe aconsejar a la Alianza Atl¨¢ntica a buscar una f¨®rmula razonable que permita al Gobierno espa?ol participar en el mando y el control de la base militar enclavada en el Pe?¨®n, hoy bajo mando exclusivamente brit¨¢nico. Y la eventual entrada de nuestro pa¨ªs en el Mercado Com¨²n puede ayudar a derribar los obst¨¢culos a la libre circulaci¨®n de trabajadores y ciudadanos espa?oles y brit¨¢nicos en los dos pa¨ªses.
El aplazamiento de las conversaciones llevar¨¢ consigo la suspensi¨®n de la apertura de la frontera entre La L¨ªnea de la Concepci¨®n y el Pe?¨®n. Tal vez la prudencia aconseje esa medida dilatoria, pero, a medio plazo, es absurdo mantener la artificiosa separaci¨®n entre las dos comunidades, que, para caminar por la senda de la integraci¨®n, deben, ante todo, sepultar viejos rencores y mejorar su mutuo conocimiento. El cord¨®n sanitario decretado por Castiella hace casi veinte a?os no ha servido m¨¢s que para enconar las heridas de los gibraltare?os y para perjudicar los intereses materiales -tan respetables como cualesquiera otros- del Campo de Gibraltar. No se ganan las peleas dando coces contra el aguij¨®n ni se consigue rendir una plaza fuerte obligando a los turistas espa?oles a viajar a T¨¢nger para llegar al Pe?¨®n. La sospecha de que presiones de la derecha reaccionaria espa?ola unidas a la debilidad cong¨¦nita del actual Gobierno se han combinado en la decisi¨®n de tener la verja cerrada es a la postre m¨¢s preocupante que la decisi¨®n misma. Y es sobre ella, sobre la desorientaci¨®n de un poder devorado en su interior por los mismos que lo mantienen y se aprovechan de ¨¦l, por donde transcurren hoy las meditaciones de los pol¨ªticos.
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