Ray Charles, entre el suceso y la genialidad
El concierto del gran Ray Charles registr¨® anteayer m¨¢s de media entrada en el Palacio de los Deportes de Madrid. Est¨¢ visto que el Mundial mata much¨ªsimo y que la gente, a pesar de lo primerizo del mes, anda pensando m¨¢s en las vacaciones y en los Rolling que en comprobar si el genio de Ray Charles es para tanto. De todas formas acudi¨® mucha gente que no se merec¨ªa varias de las cosas que ocurrieron.Como ya es sabido, existe una pintoresca cl¨¢usula en el dorso de las entradas de conciertos que avisa sobre c¨®mo la organizaci¨®n se reserva el derecho a alterar el programa. No ser¨ªa ilegal, por tanto, que en vez de Ray Charles hubieran aparecido all¨ª encima los payasos de la tele para amenizar la noche. Como tambi¨¦n fue posible que los anunciados Streetboys no hicieran acto de presencia, por causas desconocidas, ya que nadie las explic¨®. Tambi¨¦n suced¨ªa que algunos de los que hab¨ªan dejado 2.000 pesetas en taquilla (la entrada m¨¢s cara) se encontraron con que sus presuntos asientos estaban ocupados, debiendo situarse donde buenamente pod¨ªan.
Con todo y con eso lo peor fueron los retrasos constantes, los problemas que hubieron de sufrir periodistas y fot¨®grafos para realizar su trabajo y, sobre todo, el sonido ratonero que nos serv¨ªa un equipo no s¨¦ si malo o mal manejado. El caso es que escuchar a una banda de 17 excelentes m¨²sicos sonar a charanga de fiesta mayor no encuentra correlaci¨®n en lo caro de las entradas.
Se ha dicho una vez, se dir¨¢ mil y no aprenderemos: cuando en una corrida los toros se caen, el personal arma un guirigay de pron¨®stico; cuando un partido de f¨²tbol es una tomadura de pelo el p¨²blico alborota; cuando una pel¨ªcula se proyecta en copia rota los asistentes patean. Pero en m¨²sica la gente, con cierto esp¨ªritu masoquista, no parece tener mayor inter¨¦s en reivindicar sus derechos y as¨ª le luce el pelo.
Una pena. Porque la banda era magn¨ªfica y los tres cuartos de hora largos que ofreci¨® como aperitivo estuvieron plagados de arreglos curiosos de standards mil veces escuchados que s¨®lo pudieron mostrar sus virtudes a diez minutos del final, cuando el maldito sonido consigui¨® arreglarse un poco. Luego hubo una interrupci¨®n de media hora y entre los aplausos de la buena gente, apoyado en un ayudante y trajeado con una chaqueta damasco roja y oro, apareci¨® Ray Charles. Y durante una hora su voz, lo ¨²nico que se escuchaba en condiciones, fue una muestra de verdadero arte, de perfecci¨®n intensa, de virtuosismo y de sentimiento. Fue lamentable que su piano apenas se oyera, perdido en no se sabe qu¨¦ profundidades, as¨ª como que la orquesta siguiera sonando con tama?a pobreza.
En forma plet¨®rica
El a?o pasado Barcelona y Zaragoza tuvieron ocasi¨®n de escuchar a este hombre, pero la forma en la que se presenta ahora, plet¨®rica, dista mucho de aqu¨¦lla. Aqu¨ª apenas se movi¨®, con esos espasmos tan suyos que, por lo visto, no reflejan m¨¢s intensidad sino mayor nerviosismo.
Ray Charles cumpli¨® con lo que de ¨¦l se esperaba; ejecut¨® varios de sus numeros¨ªsimos cl¨¢sicos y en compa?¨ªa de la Raelettes consigui¨® levantar un poco el cansino y escamado ambiente que reinaba.
Al cabo de una hora justa todo acab¨®. Las luces se encendieron y el p¨²blico no se atrev¨ªa a pedir otra. Despu¨¦s de tanto desaguisado hubiera sido recrearse en la desgracia, Otra vez ser¨¢.
Babelia
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