Los seleccionados italianos recibidos como h¨¦roes
Los "dioses" llegaron al aeropuerto militar de Cianpino de Roma a las 12.51 minutos de la ma?ana de ayer. Cuando el avi¨®n del presidente Pertini, que trajo a Italia a los campeones del mundo, apareci¨® en el horizonte, desde los alrededores del aeropuerto estall¨® un grito de gloria y se vieron ondear m¨¢s de 30.000 banderas.
Polic¨ªa y carabineros mantuvieron a la gente a trescientos metros de la pista, antes de que llegara el avi¨®n. Porra en mano y perros polic¨ªas. Llega el avi¨®n. Los gritos de los italianos se sent¨ªan m¨¢s fuertes que el ruido estrepitoso de los motores del DC-9 del regimiento 31 de la aeron¨¢utica militar. Desde las ventanillas del avi¨®n, los jugadores y el presidente pudieron ya leer una pancarta enorme que dec¨ªa: "El mundo se ha te?ido de azul". Y una para Rossi en espa?ol: "Pablito, m¨¢ximo goleador".Se abre la puerta del DC-9 y aparece Pertini. Con el mismo vestido azul y los mismos gestos espont¨¢neos de alegr¨ªa que pudieron observar la tarde del domingo m¨¢s de mil millones de te le espectadores. Gritos de simpat¨ªa. Detr¨¢s aparece Bearzot con la copa en sus manos. Y como en un juego de pases en el campo de f¨²tbol o como en una lit¨²rgia laica, la copa de los campeones va pasando, mientras bajan del avi¨®n, de un jugador a otro, de Zoff a Causio, a Tardelli, a Cabrini. Los dos ¨²ltimos que salieron fueron Bruno Conti y Paolo Rossi y fue de nuevo el delirio. Y no hubo carabinero ni polic¨ªa ni perro cap¨¢z de parar a los hin chas que invadieron la pista Como llovido del cielo, Conti se encontr¨® con un ramo de flores en sus manos. Se ech¨® a llorar: "Nadie puede imaginar lo que es esta alegr¨ªa", se limit¨® a decir. Y hasta las fuerzas del orden per dieron los estribos y abrazaban disimuladament¨¦ a los campeones. Pero tuvieron que v¨¦rselas y dese¨¢rselas para que el entusias mo no acabara en tragedia y para que los aficionados no se acerca ran a los jugadores. La consigna era: "Nadie debe tocar a los dioses".
Llegada al Quirinal
Al Quirinal llegaron a la 13.30 horas. Y tambi¨¦n all¨ª se hab¨ªan concentrado miles de aficionados para poder ver de cerca a estos h¨¦roes nacionales. Un comentarista de la radio dijo: "La plaza del Quirinal parece un pedazo del ?stadio Bernab¨¦u de Madrid". Pertini quiso que los jugadores entraran por las escaleras de honor de la sala de los "Corazzieli". Se vio que Antognoni a¨²n cojeaba. La gente en su entusiasmo confund¨ªa a los jugadores y a todos les mandaban besos. La copa la llevaba Rossi. Y fue tan grande la presi¨®n de los hinchas para poder tocar al "divino" que "el fr¨¢gil Pablito de hierro" cay¨® a tierra con la copa en sus manos. Pert¨ªn¨ª lo ayud¨® a levantarse. Pero tambi¨¦n el presidente acab¨® perdi¨¦ndose entre la marea de gente. Era un hincha m¨¢s. Como lo hab¨ªa sido en el avi¨®n durante el viaje, jugando a la escoba con Zoff contra Bearzot y Causio. Perdi¨® Pertini y casi enfadado le dijo a Bearzot: "?Que b¨¢rbaro, hasta aqu¨ª quieres ganar!".
Y durante todo el d¨ªa los aficionados siguieron a los jugadores campeones paso a paso en todas sus etapas de festejos romanos. Y as¨ª otra gran concentraci¨®n tuvo lugar en la plaza Colonna, delante del palacio Chigi de la presidencia del Gobierno, donde tambi¨¦n el primer ministro Spadolini, que no hab¨ªa ido a Madrid para dejar toda la gloria al presidente Pertini, les prepar¨® una gran fiesta.
A las siete de la ma?ana ya no se encontraba en los quioscos un solo ejemplar de los tres diarios deportivos del pa¨ªs, que ayer do blaron su tirada. Y muchos iban con la radio en la mano. En un estanco cerca de la Plaza de San Juan la propietaria estaba escu chando al enviado especial de la Cadena-3 de la RAI, M¨¢ssimo de Luca que estaba transmitiendo su ¨²ltima cr¨®nica desde Madrid de la aventura del Mundial. Dec¨ªa que los espa?oles se ha b¨ªan convertido aquella noche en italianos; que hab¨ªan gozado con la victoria de los azzurri; que hab¨ªan sido con los entusiastas hinchas italianos un r¨ªo de cordialidad. Y escuchando esta cr¨®nica, la se?ora del estanco exclam¨® emocionada: "Yo se lo he dicho siempre a mis hijos: en el mundo nos quieren de verdad s¨®lo lo espa?oles". Y se enjug¨®, pidiendo perd¨®n, las l¨¢grimas con la mano mientras daba con la otr a un se?or un paquete de "Nazionali". Y el cociente de simpat¨ªa de los Reyes de Espa?a en este pa¨ªs ha subido el domingo como la fiebre en un gripazo. Se hablaba ayer de ellos hasta en los autobuses. A todos, pero sobr todo a las mujeres, les hizo una gran "tenerezza", como dicen aqu¨ª, el ver al joven, fuerte y alto Rey espa?ol llevar cogido por el brazo con tanto cari?o al anciano, simp¨¢tico y valiente Pertini, del cual entusiasman sus conversaciones en Madrid con los jugadores italianos. Son como peque?as historias que ya corren de boca en boca y se cuentan en las familias. Como cuando delante de su madre le dijo a Paolo Rossi: "Mira, muchacho, tus goles son fabulosos. Cuando te vi en Francia jugar contra Polonia te dec¨ªa: dispara, dispara, yo que soy un ac¨¦rrimo partidario del desarme. Pero quiero recordarte que si tu marcas goles es porque tus compa?eros trabajan para que tu lo consigas. Es m¨¦rito de todos. Y otra cosa, ten cuidado con tus piernas, muchacho m¨ªo, porque el otro d¨ªa me di cuenta que te pegaban duro. Tu, apenas se te acerca uno salta, salta. Salta y dispara". Y se r¨ªen hasta los ni?os.
El contagio con Espa?a fue tan fuerte en la noche del triunfo que los cientos de miles de personas que desfilaban como en una marcha alegre y solemne por las avenidas de las grandes ciudades gritaban a ritmo como en las plazas de toros: "O-l¨¦, o-l¨¦, l-ta-lia -o-l¨¦". Salieron a la calle hasta los minusv¨¢lidos con sus cochecitos y su gorro tricolor. Y era conmovedor ver como todos se preocupaban de que no fueran arrastrados por la marca de gente. Y de toda Italia se cuenta y no se acaba sobre las cosas que inventaron los aficionados. En Roma, por la calle de Corso, desde Plaza Venecia hasta Plaza del Popolo, como en una gran procesi¨®n que ocupaba toda la calle cerrada al tr¨¢fico, cuatro j¨®venes llevaban en alto una gran caja de cart¨®n. En cada esquina una vela encendida y una bandera: la argentina, la brasile?a, la polaca y la alemana. Y en los cuatro costados de la caja estaba escrito: "Osario". En Venecia construyeron un elefante de tama?o natural todo pintado de verde que desfil¨® por los canales. En Calabria, en la ciudad de Tropea, cientos de j¨®venes con los pechos desnudos improvisaron una samba monumental. Y en muchos sitios de las playas hubo ba?os colectivos, "vestidos", grandes y peque?os.
Y en N¨¢poles, ciudad famosa por la picaresca y la fantas¨ªa sin l¨ªmite, en unos minutos los muros de la ciudad fueron empapelados con grandes esquelas f¨²nebres en las que se le¨ªa: "Damos la feliz noticia a la poblaci¨®n de que la se?ora Alemania ha fallecido prematuramente. Descanse su alma en paz".
Y el mejor resumen del partido que refleja el estado de ¨¢nimo de los italianos que viven la victoria m¨¢s que con arrogancia de h¨¦roes como fruito casi de un milagro, lo hizo ayer La Gaccetta dello Sport, con esta sola frase: "Un pancer rubio contra un angel azul: Rummenigge y Paolo Rossi. El Mundial escoge un partido y una estrella. Es la tarde del juicio universal. Italia gana, y el Bernab¨¦u se viene abajo de aplausos". Como si dijera, venci¨® la fragilidad. Dios escogi¨®, para premiarlo, al "angel azul".
Y las banderas siguen a¨²n en pie en todas las ventanas de las casas italiana.s. Nadie se atreve a quitarlas "nos parece a¨²n un sue?o", dice la gente. Y ya que todo ha sido como una gran Navidad, afirman, las dejaremos una semana m¨¢s, como se hace con el Bel¨¦n.
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