El Ej¨¦rcito brit¨¢nico trata de ganarse a los malvinenses, todav¨ªa traumatizados por la guerra
ENVIADO ESPECIALEl Ej¨¦rcito brit¨¢nico es bien consciente de la necesidad de ganarse a una poblaci¨®n en estado de choque psicol¨®gico, algo que no se les ocurri¨® a los argentinos.
Los malvinenses intentan adaptarse a la nueva situaci¨®n, pero est¨¢n a¨²n confusos. No pueden pasearse por su querido campo. Est¨¢ minado. S¨®lo alrededor de Puerto Stanley los brit¨¢nicos han detectado unas 12.000 minas. El proceso de limpieza ha comenzado y en ¨¦l muri¨® el ¨²nico gurka ca¨ªdo en este conflicto. La nieve ha cubierto el campo, la ciudad, las aldeas. Se espera que las zonas habitadas queden fuera de peligro en octubre. El resto, quiz¨¢ un a?o despu¨¦s.
Los ni?os, y hay, muchos en estas islas, han sido ya avisados. Los zapadores brit¨¢nicos han encontrado trampas explosivas -al parecer plantadas con cierto apremio en las ¨²ltimas horas antes de la rendici¨®n- en la escuela, en los sacos de lana, en el hip¨®dromo y en otros lugares.
Los isle?os -no les gusta que les llamen kelpers, por el nombre de las algas que crecen en su mar- est¨¢n agradecidos al Reino Unido y especialmente a su nuevo ¨ªdolo, Margaret Thatcher, por haberlos liberado. Muchos de ellos, seg¨²n el comisario civil (antes gobernador), Rex Hunt, se han negado a ser pagados por alojar a oficiales brit¨¢nicos en sus casas. Algunos quedaron sorprendidos de la contundente respuesta brit¨¢nica a la invasi¨®n argentina. Otros no albergaban dudas.
La impresi¨®n, sin embargo, al hablar en privado con varios oficiales brit¨¢nicos -uno de ellos muy pr¨®ximo al general Jererny Moore, comandante de las fuerzas en tierra y ahora comisario civil-, es que las tropas br¨ªt¨¢nicas, profesionales todas, lucharon m¨¢s bien contra la agresi¨®n y la violaci¨®n del derecho internacional por Argentina aue Dor estos 1.800 habitantes y sus deseos primordiales, aunque ambos conceptos no pueden ser f¨¢cilmente separados.
Ciudadanos de segunda clase
Entre los malvinenses, la actitud brit¨¢nica hacia las Malvinas en el pasado hab¨ªa causado graves resentimientos, que no han quedado totalmente superados; s¨®lo hay nueve kil¨®metros de carretera asfaltada. El Gobierno de Margaret Thatcher rechaz¨® un proyecto de veinte millones de pesetas para la muy necesaria modernizaci¨®n de un sistema de filtraci¨®n de agua potable. La nueva ley de Nacionalidad brit¨¢nica les releg¨® a ciudadanos de segunda clase.
Y est¨¢ el Foreign Office. Los isle?os, seg¨²n Cecil Bertr¨¢n, agricultor jubilado que domina fechas y situaciones, quer¨ªan establecer un puente a¨¦reo con Chile. Londres se decidi¨® por Argentina. Desde el acuerdo de 1971 los malvinenses que utilizaban estos servicios a¨¦reos ten¨ªan que rellenar una ficha en la que no figuraba la nacionalidad, sino su lugar de residencia en las islas Malvinas.
Rex Hunt es un hombre muy discutido. "No es uno de nosotros" y "hace lo que dice el Foreign Office", fueron dos comentarios. Y el Foreign Office era el que estaba negociando con Argentina. A Nueva York fueron en algunas ocasiones representantes de los malvinenses para las discusiones en las Naciones Unidas. Pero no estaban preparados para las dificultades de un foro internacional diplom¨¢tico y sutil.
La gente vive con sencillez en las Malvinas. Van correctamente vestidos para el fr¨ªo invierno. Muchos lucen ahora ropa militar brit¨¢nica. Si no hay miseria -aunque hay chabolas en Puerto Stanley-, si hay pobreza, pero no conciencia de ella. "Esta es una sociedad justa", fue el dictamen del sacerdote cat¨®lico monse?or Spraggon.
Los malvinenses no funcionan como una sola comunidad. Las distancias, las malas comunicaciones y el aislamiento se lo impiden. Puerto Stanley es todav¨ªa una ciudad donde se descuelga el tel¨¦fono, se da vueltas a la manivela y se pide a la operadora el nombre de la persona con la que se desea hablar, no el n¨²mero. La telefonista sabe si est¨¢ en su casa o trabajando.
Los malvinenses no tienen una conciencia pol¨ªtica. No hay partidos pol¨ªticos en el archipi¨¦lago. En el pisado, las elecciones para el Consejo Legislativo Local versaban pr¨¢cticamente sobre la actitud a tomar ante Argentina. Estos consejeros forman parte tambi¨¦n de la Junta Ejecutiva que preside Rex Hunt, un hombre nombrado por Londres.
Hay una gran compa?¨ªa que domina la vida econ¨®mica de las, islas, una situaci¨®n que muchos habitantes querr¨ªan ver cambiar. La Falklands Island Company es propietaria de un 46% de las tierras en el archipi¨¦lago. S¨®lo hay en las Malvinas treinta agricultores independientes. El resto de las tierras est¨¢n en manos de otras compa?¨ªas. Pero la Falkland Island Company es la principal empresa comerciante de la isla. Sus gerentes locales son de hecho los alcaldes de las aldeas. Es ella la que controla los barcos de suministros y la que comercia la lana de las ovejas -principal fuente de recursos de las Malvinas- cuando zarpa de Puerto Stanley.
La mayor¨ªa de los habitantes de las Malvinas son campesinos que trabajan a sueldo. El Gobierno brit¨¢nico compr¨®, antes de la invasi¨®n, una de estas grandes granjas para dividirla y revenderla a los malvinenses. Hunt espera que este camino siga abierto.
Para el padre Bagnall, sacerdote anglicano en Puerto Stanley, "si las islas hubiesen sido argentinas no habr¨ªa ahora nadie aqu¨ª". Mirando al desolado -pero fascinante- paisaje, padeciendo el fr¨ªo y observando las dificultades de la vida en las Malvinas, se aprecia que esta sentencia es correcta.
Existen ahora muchos problemas. El agua est¨¢ contaminada. El sistema hab¨ªa sido pensado para 2.000 habitantes. Ha tenido que servir a 10.000 personas. Hay que hervirla antes de beberla, pero en cualquier caso aqu¨ª se bebe m¨¢s t¨¦ o caf¨¦ que agua. La mujer, en la cocina, pues hay que hacer de todo. Desde el pan y los pasteles a diario hasta el cultivo de peque?os huertos. Falla de cuando en cuando la electricidad. El Ej¨¦rcito brit¨¢nico hace cuanto puede para subsanar estas dificultades a trav¨¦s de una comisi¨®n mixta de civiles y militares. No falta combustible, pues lo aporta el Ej¨¦rcito, para estas r¨²sticas casas que carecen de calefacci¨®n central. Vuelan decenas de helic¨®pteros al d¨ªa, numerosos veh¨ªculos militares y soldados circulan por doquier.
No parece haber problemas entre civiles y militares, pero algunos isle?os guardan ciertos h¨¢bitos adquiridos durante la ocupaci¨®n. As¨ª, Ram¨®n Miranda, chileno residente en las Malvinas desde hace veintiocho a?os, llev¨® a este enviado especial y a otro periodista en su Land Rover a visitar Moody Brooks, el antiguo cuartel, hoy destruido, de los marines. Preocupado, nos pregunt¨® si realmente ten¨ªamos permiso para sacar fotos.
Hay tres soldados por habitante. Mientras est¨¢bamos all¨ª lleg¨® un crucero civil con 1.500 hombres del Cuerpo de Ingenier¨ªa para llevar a cabo una labor de reconstrucci¨®n, o quiz¨¢ habr¨ªa que decir por las buenas de construcci¨®n.
Las municiones, los contenedores y los armamentos argentinos est¨¢n apilados en todas partes, pero los brit¨¢nicos han comenzado a retirar ya gran parte de su material b¨¦lico. Muchos soldados viven en tiendas de campa?a, especialmente en la zona del aeropuerto.
Los militares brit¨¢nicos hacen gala de iniciativa. As¨ª, en Ajax Bay, una compa?¨ªa se ha instalado en una antigua planta de refrigeraci¨®n de pescado donde se alojaron prisioneros de guerra. Se lavan donde se limpiaba el pescado. Han conseguido reparar un viej¨ªsimo quemador para calentar agua, y ducharse.
Seg¨²n el padre Bagnali, la poblaci¨®n no est¨¢ tan unida como puede parecer a primera vista. Hay divisiones internas. Se se?ala con el dedo a los sospechosos de colaboracionistas. No encontramos a ninguno. Por su parte, el sacerdote cat¨®lico quiere recuperar su vida privada. Que los soldados y oficiales regresen a sus casas o se instalen definitivamente en nuevos cuarteles.
Cambiar la imagen colonial
El presente es dif¨ªcil y puede ser un augurio del futuro. Para Rex Hunt, comisario civil, ya nada va a ser lo mismo que antes del 2 de abril, y ¨¦sta es una impresi¨®n generalizada. Hunt piensa que con la presencia de las tropas brit¨¢nicas subir¨¢ el nivel de vida, un mejor hospital y llegar¨¢ la televisi¨®n y otros placeres modernos... Hunt desea impulsar la econom¨ªa de las islas, la explotaci¨®n del supuesto petr¨®leo, de la pesca y de la agricultura. Para esto, asegura Hunt, "la colaboraci¨®n con Argentina es posible". Los isle?os, muchos de los cuales hacen gala de ingenuidad, no quieren ni o¨ªr hablar de esto.
Lo principal para Hunt es cambiar el "estatuto y la imagen colonial" de las Malvinas. No es claro cu¨¢l es la soluci¨®n. En cualquier caso, Hunt pretende que los isle?os tengan voz y voto a la hora de decidir su futuro, pero no a trav¨¦s de un refer¨¦ndum, sino a trav¨¦s de sus representantes democr¨¢ticamente elegidos. Algunos habitantes de las Malvinas disienten de este modo de consulta.
Stuart Wallace, un consejero electo, piensa en marcharse, pues "dentro de cinco a?os Argentina estar¨¢ de nuevo implicada en las islas y volveremos a quedarnos con 42 marines y el Endurance". El general Moore no va tan lejos, pues piensa que la simple protecci¨®n del aeropuerto, cuya pista va a ser ampliada en los pr¨®ximos meses para que puedan operar cazabombarderos Phantom y aviones de transporte VC10, requerir¨¢ un gra n¨²mero de tropas.
Wallace no quiere indeperidencia ni una fuerza multinacional ni norteamericana para las islas Malvinas, pues se debilitar¨ªan los lazos con el Reino Unido. Los habitantes, en su mayor¨ªa, parecen convencidos de que s¨®lo tropas brit¨¢nicas estar¨ªan dispuestas a combatir para defenderles.
Una cosa est¨¢ clara: no quieren nada con Argentina y se sienten muy brit¨¢nicos. Abundan las fotos de la reina y las banderas en las casas. Hablan con orgullo de su sentido de identidad; a 8.000 millas (13.000 kil¨®metros) de la madre patria han conocido la paz y, bruscamente, han vivido la ocupaci¨®n y la guerra. Algunas de sus instituciones siguen vigentes. As¨ª, la lista negra que establecen el magistrado, el m¨¦dico y los familiares de los implicados para impedir que alcoh¨®licos y borrachos compren bebidas. A¨²n no han vivido una inflaci¨®n interna real, pero no tardar¨¢.
Las postales son dif¨ªciles de encontrar, dada la demanda. Han tenido que imprimir m¨¢s billetes y monedas locales (libras y peniques), ante la escasez de dinero en efectivo. La ubicaci¨®n de la guarnici¨®n y su tama?o son dos de las cuestiones fundamentales que se estaban debatiendo en Londres.
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