Las lecciones militares del Atl¨¢ntico sur
Los militares metidos en pol¨ªtica no tienen, efectivamente, opciones para ganar ninguna guerra. No tienen tiempo para aprender a hacerlo. Cabe a?adir una observaci¨®n m¨¢s: no tienen tiempo para atacar al enemigo. Toda su obsesi¨®n consiste en mantener a la tropa en un pu?o. La vara de medir sus m¨¦ritos es su manera de dominar a sus soldados. Se supone que con ello ¨¦stos no perder¨¢n ninguna de sus virtudes militares. No se atrever¨¢n.Lo malo de esta actitud, tan frecuente en el mundo que nos rodea (no muy lejos), es que absorbe demasiadas energ¨ªas. Y un oficial en combate no puede permit¨ªrselo: no le sobran. Acaso sirvan en una guerra civil, porque el oficial enemigo tiene los mismos condicionantes, las mismas obsesiones. Pero frente a un ej¨¦rcito profesional -o bien cohesionado, en que los soldados sean del mismo bando, de la misma ideolog¨ªa, que est¨¦n verdaderamente con sus jefes- no hay nada que rascar.
El ej¨¦rcito, en tiempo de paz, est¨¢ para ense?ar a los ciudadanos a combatir: como soldados y como miembros de una peque?a o gran unidad. No se pueden disipar energ¨ªas ense?¨¢ndoles a ser ciudadanos de cierto corte. Ni por la v¨ªa persuasiva, porque distraer¨ªa medios, ni por la disuasiva, esto es, meti¨¦ndoles miedos en el cuerpo. Porque lo ¨²ltimo, tan frecuente, se paga luego como se ha pagado en Puerto Argentino/Port Stanley: huyendo ante un enemigo s¨®lido (aunque no imbatible). Y es que este enemigo, sus generales y oficiales, no han necesitado vigilar a sus hombres para saber que iban a seguirles.
Y ahora, un cambio de tercio. Porque hay otra lecci¨®n que sacar de esta crisis: renacen los conflictos convencionales. Recuerde el lector que los te¨®ricos de la guerra (los tratadistas, que llamar¨ªamos en Espa?a) consideran que hay tres clases de guerra: la nuclear, la convencional y la revolucionaria De hecho, todos los conflictos de los ¨²ltimos a?os se han encuadra do en la ¨²ltima categor¨ªa: Vietnam, Nicaragua, Rhodesia / Zimbabue y un largo etc¨¦tera. Las guerras convencionales han sido escasas, y limitadas a la periferia del mundo ¨¢rabe-musulm¨¢n.
Se supuso, despu¨¦s de 1945, que la guerra convencional estaba condenada a desaparecer, al menos en los pa¨ªses plenamente desarrollados. Todo conflicto futuro ser¨ªa nuclear, ?para qu¨¦ mantener costosos ej¨¦rcitos regulares? Lo de Corea (1950-1953) hab¨ªa sido un simple accidente. La misma doctrina de la OTAN sostiene, bien que dentro de cierta ambig¨¹edad, que las tropas desplegadas ante la frontera de las dos Alemanias son una cortina de humo: sostendr¨¢n una guerra convencional s¨®lo el tiempo suficiente para justificar el recurso a las armas nucleares.
Los te¨®ricos, los tratadistas, han llegado a sostener que hab¨ªa tocado a su fin la ¨¦poca no s¨®lo de los ej¨¦rcitos de masas (los millones de hombres movilizados en las dos guerras mundiales), sino incluso de los ej¨¦rcitos tradicionales. En adelante, en el mundo s¨®lo existir¨ªan alianzas geogr¨¢ficas, tipo OTAN o Pacto de Varsovia (otras son la ASEAN, ANZUS, TIAR ... ), que contar¨ªan con un ej¨¦rcito multinacional, m¨¢s o menos poderoso, y unas tropas ligeras de intervenci¨®n r¨¢pida, para funciones de polic¨ªa internacional, por si alguien se desmandase fuera del campo de las alianzas.
Es correcto seguir creyendo que se acabaron las movilizaciones gigantescas de la primera mitad de nuestro triste siglo XX: entre 60 y 120 millones de hombres y mujeres se cree que se pusieron entonces sobre las armas. Ahora no habr¨ªa ni tiempo ni, sobre todo, armamento para tales multitudes En cambio, es de temer que la segunda presunci¨®n resulte falsa: habr¨¢ m¨¢s guerras convencionales.
Y no s¨®lo en zonas geogr¨¢fica inestables, sino que pa¨ªses europeos se ver¨¢n envueltos en ellas. Y buena parte de las culpas han de cargarlas esos maravillosos, ingeniosos, astutos, ?incluso artistas!, fabricantes de armamentos. So pretexto de equilibrar las balanzas de pagos, deficitarias por el petr¨®leo desde hace casi una decena de a?os, estos caballeros y sus patronos / clientes, los gobiernos respectivos, han incrementado alarmantemente sus exportaciones. Cada a?o, unos y otros organizan verdaderas ferias de muestras para su escogida clientela de fuera de las fronteras.
La parafenialia que se ofrece al comprador es verdaderamente formidable: helic¨®pteros artillados, misiles de gran precisi¨®n a coste razonable, fusiles autom¨¢ticos de nuevo dise?o, municiones perforantes irresistibles, radios que operan por saltos de frecuencia, armas antitanque a bajo precio, kits para reacondicionar viejos tanques, fragatas al alcance de cualquier nivel cultural y econ¨®mico, rayos l¨¢ser...
El vendedor ofrece una combinaci¨®n imbatible de eficacia del arma, belleza de dise?o (cap¨ªtulo muy importante), costes asequibles y l¨ªneas de cr¨¦dito preferenciales. Lo ¨²nico limitado han sido los escr¨²pulos. Como en los viejos tiempos de Zakaroff, se ha vendido el mismo sistema de arma a vecinos en posible litigio. Todo es v¨¢lido en nombre del pleno empleo y de la balanza de pagos.
Estimulados por los cat¨¢logos y por el equipamiento de sus vecinos, pa¨ªses pac¨ªficos que manten¨ªan sus presupuestos de defensa a niveles limitados se han enredado en carreras de armamentos irracionales, justificadas bajo esa abstracci¨®n denominada seguridad nacional. Y no se piense en exclusiva en clientes tercermundistas: el Instituto de Estudios Estrat¨¦gicos, de Londres, ha se?alado que desde principios de la pasada d¨¦cada las inversiones en armas convencionales superan, con mucho, a las inversiones en armas at¨®micas. El SIPRI y otras instituciones pacifistas han denunciado que en las conversaciones internacionales para limitaciones de armamentos s¨®lo son tratados los nucleares.
Porque en el campo militar, m¨¢s que en ning¨²n otro, la relaci¨®n de causa y efecto es rec¨ªproca. El ¨®rgano tiende a crear la funci¨®n. Y una vez que se dispone de un buen arsenal, hay una natural tendencia a utilizarlo. Pero de verdad. (Hirosima y Nagasaki deben a esta tendencia, en buena parte, su destrucci¨®n: varios millares de personas hab¨ªan trabajado durante tres a?os en el Manhattan Project, con cuantiosos medios, para fabricar aquellas tres bombas at¨®micas. No bastaba estallar una en el desierto).
La euforia del se?or Luns y cuadros altos de la OTAN, en los primeros d¨ªas de combate en las Malvinas, es algo m¨¢s que una simple an¨¦cdota. Es toda una filosof¨ªa.
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