El retorno de 'Mares de China' devuelve a Espa?a el recuerdo de la vida cotidiana durante la guerra civil
En algunas salas espa?olas se est¨¢ proyectando de nuevo Mares de China, una pel¨ªcula con casi medio siglo de vida, que se estren¨® en Espa?a en el Madrid de la guerra civil... La proyecci¨®n de este filme es una oportunidad para recordar aquellos tiempos, en los que un filme de aventuras era un contrasentido porque la aventura estaba en las calles de Madrid, aquellas v¨ªas bombardeadas que con tanto dramatismo como desolaci¨®n ha descrito Ernest Hemingway. El retorno de este filme sirve, adem¨¢s, para recordar un rostro que entonces anim¨® el semblante de unos ciudadanos entristecidos por el ruido del fuego real: Jean Harlow, la actriz que interpret¨® la pel¨ªcula.
Sal¨ªa uno de ver Mares de China y la verdadera aventura estaba en la calle de Fuencarral. No impresionaba tanto. El tif¨®n, los piratas, la bota malaya, las bombas de mano, la apisonadora aplastando a los cool¨ªes... En la calle de Fuencarral, a la salida del cine, se escuchaba el bronco rumor de los ca?ones, el tiroteo en la Ciudad Universitaria o en la Casa de Campo. "En la quietud de la noche, llega de las monta?as el sonido de un tiroteo lejano", dec¨ªa un personaje de la pel¨ªcula describiendo China. Como en la calle. Pero la calle era el mundo de lo habitual. En Viena Capellanes se apretujaba una fila de personas esperando el turno para recibir unas migajas. Un poco m¨¢s arriba, hacia Quevedo, en lo que hab¨ªa sido un colegio marista, se mostraban p¨²blicamente armas, porras, camisas azules, documentos de la conspiraci¨®n clandestina descubiertos en el registro a la casa, de los buenos hermanos. Pero la retina estaba todav¨ªa impresionada por los otros malos, por los piratas malayos...
Prestigio del cine
Prestigio de Jean Harlow, de Clark Gable. Prestigio del rostro grave de Lewis Stone: el hombre que fue cobarde una vez y que recuperaba su honor con un hero¨ªsmo que le llevaba a la muerte. O de la fr¨ªa belleza de Rosalind Russell ("?Has visto alguna vez un r¨ªo ingl¨¦s? Son fr¨ªos, claros, cristalinos... Compara su corriente con la de cualquier r¨ªo de aqu¨ª, sucio, fangoso, amarillo...").All¨ª estaba Jean Harlow. Hollywood invent¨® para ella la expresi¨®n sex appeal. No era suficiente. Pod¨ªa ser un r¨ªo sucio, amarillo y fangoso; pod¨ªa, desde la primera escena, renegar de la palabra dignidad, burlarse de la palabra dama y aceptar la denominaci¨®n de basura: siempre transluc¨ªa la vieja palabra amor. Y el sacrificio, y la ¨²ltima esperanza con el sonido de fondo de la misteriosa, sirena de un barco... Un ser, finalmente, fr¨¢gil. Como lo ser¨ªa despu¨¦s Marilyn Monroe (sin Jean no hubiera habido Marilyn). Qu¨¦ mal nos educ¨® Hollywood y que gran confusi¨®n se produjo a s¨ª mismo con sus problemas de amor, sexo, hombres y mujeres. Ellos mismos, los s¨ªmbolos, sufr¨ªan y perec¨ªan por su propia figura.
La verdadera historia de Jean Harlow no se supo hasta muchos a?os despu¨¦s. Medio perseguida por su padrastro, in¨²til para un marido millonario que la dej¨®, fue a parar a Hollywood, y all¨ª la relegaron al m¨¢s humilde de los papeles: era la mujer que aparec¨ªa en las pel¨ªculas c¨®micas -Laurel y Hardy- para recibir las tartas de crema en la cara. Hab¨ªan descubierto que su comicidad estaba en lo que precisamente despu¨¦s iba a ser su atributo: ten¨ªa los pechos demasiado grandes. Greta se hab¨ªa llevado de Suecia, y Marlene de Alemania, un busto apretado, un regazo estrecho. Mujeres sin caderas, todo ojos, todo largas piernas y largos brazos.
Las muchachas latinas, caribe?as, se vendaban, se apretaban, se met¨ªan en fajas y volv¨ªan a tomar vinagre -como en el romanticismo- para estar p¨¢lidas. Una vez m¨¢s, en la extra?a historia de la sociedad se volv¨ªa a identificar lo escu¨¢lido, filiforme y blanco con lo espiritual. Y, como en todos los tiempos de gran materialismo, era preciso convencer al ciudadano de que fuese espiritual.
Risa y sexo
Jean Harlow empez¨® dando risa. Se sub¨ªa por una escalerilla de mano, con una falda demasiado corta, y daba risa (aunque esa risa la cobraran Laurel y Hardy). Se merec¨ªa la tarta en la cara. Hasta que alguien encontr¨® que era preciso cambiar de moda, y que era preciso que aquellos senos opulentos saltasen, brincasen libremente. Quiz¨¢ fuera uno de esos fen¨®menos de preguerra que s¨®lo se interpretan bien despu¨¦s de las guerras.Pero ?a quien ten¨ªan que corresponder esos senos y ese doloroso pelo platino (doloroso porque antes de cada escena Jean ten¨ªa que someterse a un par de horas de tratamiento de peluquer¨ªa), esas curvas, ese rostro a la vez vulgar y conmovido? Los guionistas, los empleados de la propaganda, los sabios Mayer y Goldwyn (y alguno de ellos se acost¨® con Jean, para probar) ten¨ªan la respuesta: una muchacha medio mala, medio buena: fuera del mundo de la moral, pero dentro del de la ¨¦tica: dentro del pecado, pero con una capacidad de redenci¨®n. Una fronteriza, una mutante.
Naturalmente, como en toda la antigua historia de la literatura, todo ser susceptible de redenci¨®n necesita un redentor. El que correspondiese a ese fr¨¢gil y caedizo personaje ten¨ªa que ser tambi¨¦n un poco basura y un poco ¨¢ngel. Tendr¨ªa que insultarla, tendr¨ªa que abofetearla, rebajar¨ªa, despreciarla, apartarla y, al mismo tiempo, ten¨ªa que responder a su amor con ese mismo amor. Se estaba definiendo a Clark Gable. Sonriente, fresco, brutal, aventurero, y con el viejo t¨®pico de que todo ese interior estaba fabricado para defenderse de su propia ternura. La pareja de Mares de China.
Las muchachas del mundo liberaron sus senos. Ti?eron su pelo, dijeron frases dudosas, se hicieron entre atrevidas y t¨ªmidas. Esperaban siempre una buena bofetada del muchacho del piso de arriba o del compa?ero de la academia. Una bofetada, eso s¨ª, redentora.
Camino del matrimonio, como al final de Mares de China. Mal, muy mal nos educaba Hollywood.
Jean Harlow termin¨® por creer que era un sex symbol, pero la faltaba algo en la vida: era absolutamente fr¨ªgida. Su vida se convirti¨® en una tortura. Buscaba donde pod¨ªa un estremecimiento sexual. Llegaba a salir a la calle, disfrazada en la noche, para buscar un desconocido y dejar que la llevara a un hotel: terminaba sola en la habitaci¨®n, con un billete en la mesilla de noche, y el cuerpo simplemente dolorido. Se cas¨® con un deficiente f¨ªsico sexual, Paul Bern -un "psic¨®pata alem¨¢n", seg¨²n Anita Loos-, y comenz¨® una serie de alucinantes escenas nocturnas. Bern quer¨ªa satisfacer al s¨ªmbolo sexual y se entregaba a toda clase de pr¨¢cticas de sustituci¨®n: no serv¨ªan. Se compr¨® un miembro ortop¨¦dico.
La muerte del s¨ªmbolo
Todo in¨²til. Peor que in¨²til. Jean Harlow se somet¨ªa unas veces, rechazaba otras, y el bueno, respetuoso y sencillo, aunque impotente, Bern se sent¨ªa burlado por el s¨ªmbolo sexual que todo el mundo le envidiaba. Comenz¨® a pegarla. No eran las bofetadas con truco de Clark Gable: eran palizas. Fueron la muerte de Jean Harlow: una lesi¨®n en los ri?ones que, a?os mas tarde, la llev¨® a la muerte en el Hospital de los Cedros del L¨ªbano. Cuando muri¨® hubo desgarramientos mundiales, como cuando murieron Valentino o Gardel: el mundo lloraba lo que cre¨ªa que era una mujer que pose¨ªa el absoluto sexual, y a la que habia que amar o que imitar para obtenerlo, pero que en realidad era el fracaso total. Se prefiguraba el suicidio de Marilyn Monroe.En cuanto a Clark Gable, era inevitable que fuese a parar con Marilyn Monroe. Deb¨ªa sentir -imaginemos-, cuando rodaba con ella Misfits, la presencia lejana de Jean Harlow. Hab¨ªa seguido repartiendo bofetadas tiernas, sonrisas c¨ªnicas y sentimentales, desplantes. Cada vez menos, porque los tiempos hab¨ªan ido cambiando y su personaje hab¨ªa tenido que pasar por los guiones patri¨®ticos de la guerra. No debe ser casualidad que su ¨²ltima pel¨ªcula fuera Misfits y que con esta extra?a palabra se distribuyese por el mundo: no se sab¨ªa c¨®mo traducirla. Un misfit no es solamente un fracasado, no es solamente alguien o algo desajustado, inoportuno, inadecuado.
Marginaci¨®n y desencanto
En 1960, la palabra marginado no ten¨ªa el mismo valor que ahora, como no la ten¨ªa el t¨¦rmino desencanto. Aquellos seres de la pel¨ªcula de John Huston estaban como incapacitados para seguir viviendo. Se ve ahora que los actores, los tres grandes mitos que la interpretaban, estaban ya fuera del mundo, y aun a punto de morir: Marilyn, Spencer Tracy. Y Clark Gable. Y tambi¨¦n esta manera de ver la sociedad a trav¨¦s de un cine que hab¨ªa representado un romanticismo.John Huston hac¨ªa un canto funeral a muchas cosas que se iban. A estos esp¨ªritus rudos y delicados, a estos abofeteadores y abofeteados que sentaban mal -misfit- a la sociedad. Era el final de Clark Gable: el final de una sonrisa, disuelto en el fracaso. Estaba siendo su ¨²ltima pel¨ªcula. Estaba siendo nuestra ¨²ltima observaci¨®n -como espectadores- de lo que acababa.
Viendo ahora Mares de China, regresa como ese perfume denso en el que se mezcla una guerra civil -los misfits de Madrid...-, una cierta turbiedad de fango de r¨ªo amarillo. Y el s¨ªmbolo sexual tejido sobre la frigidez y la impotencia. Nos estaban enga?ando...
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