La inmortalidad est¨¢ reglamentada en la Uni¨®n Sovi¨¦tica
En la URSS, todo parece estar reglamentado, incluso la posibilidad de que en vida algunos ciudadanos puedan alcanzar la inmortalidad levantando su propio busto de bronce en las ciudades que los vieron nacer. Cierto es que no todos pueden hacerlo. Las normas son estrictas: para gozar de este privilegio hay que haber sido condecorado previamente con, al menos, dos medallas de h¨¦roe de la Uni¨®n Sovi¨¦tica.Eso s¨ª, no pueden existir diferencias entre unos h¨¦roes y otros: en todos los casos, el busto ha de ser de bronce, dise?ado por el mismo departamento del Ministerio de Cultura y contando con el mismo presupuesto a cargo del Estado (2.000 rublos, algo m¨¢s de 300.000 pesetas).
Las cr¨®nicas cuentan que hace cinco a?os Le¨®nidas Breznev, al ver por vez primera su busto en bronce en su pueblo natal, Dnieprodzerjinski, coment¨® con su peculiar sentido del humor: "Se siente uno extra?o al verse en un monumento cuando a¨²n est¨¢ vivo. ?Pero si las leyes de nuestro pa¨ªs son as¨ª ... !". Su antecesor, Nikita Jruschov, no tuvo que pasar por ese apuro. Muerto ocho a?os despu¨¦s de su derrocamiento, un busto de piedra conmemora su figura en un rinc¨®n del cementerio de Novodievichi, lugar reservado para el descanso eterno de las segundas figuras del r¨¦gimen.
Jruschov no sent¨ªa ning¨²n aprecio por las modernas tendencias art¨ªsticas y no ten¨ªa ning¨²n recato en reconocerlo p¨²blicamente con las m¨¢s escogidas palabras de su cazurro lenguaje. Pues bien: la historia -bastante sarc¨¢stica en esta ocasi¨®n- quiso que el autor de su monumento f¨²nebre fuera uno de los artistas que el mismo Jruschov anatematiz¨® cuando estaba en el poder.
Stalin sobrevive en Georgia
Jos¨¦ Stalin tuvo m¨¢s suerte: ¨¦l mismo pudo ver c¨®mo su pa¨ªs -y los pueblos hermanos- se llenaban con estatuas representando su bigotuda efigie. Parece que Stalin sent¨ªa cierto pudor de reconocer que era ¨¦l mismo el que fomentaba el culto a su personalidad. Quiz¨¢ por ello contest¨® con acentuada modestia al l¨ªder comunista franc¨¦s que le preguntaba por qu¨¦ en casi cada rinc¨®n de Mosc¨² el peat¨®n pod¨ªa encontrarse con un busto suyo: "El pueblo lo quiere as¨ª", dijo Stalin, "y yo nada puedo hacer por impedirlo".
Ahora s¨®lo existe en toda la URSS una estatua dedicada a Stalin. Se encuentra en Georgia, la rep¨²blica sovi¨¦tica en la que naci¨®. Parece que sus paisanos -maestros, por cierto, en el ditirambo- no le olvidan.
La historia de los monumentos de Mosc¨² es todo un retrato de los vaivenes pol¨ªticos y de las encontradas concepciones est¨¦ticas que se han ido sucediendo desde la revoluci¨®n. De las 67 obras que deb¨ªan haber sido levantadas por el plan de propaganda monumental, concebido por Lenin en 1918, s¨®lo se terminaron catorce, seg¨²n informaba recientemente una publicaci¨®n especializada moscovita.
De este modo, Espartaco, Garibaldi, Bakunin, Plejanov, Rubliov y Mussorski, entre otros, se quedaron sin estatua.
Reci¨¦n redactado su plan monumental, Lenin inaugura el 7 de noviembre de 1918 -primer aniversario de la revoluci¨®n- dos estatuas provisionales a Marx y Engels. En aquellos duros d¨ªas no abundaban los materiales de construcci¨®n, y los dirigentes sovi¨¦ticos se contentaron con engir simb¨®licamente dos monumentos de madera, que m¨¢s adelante, cuando llegaran tiempos mejores, deber¨ªan ser sustituidos por otros definitivos de piedra.
Los tiempos mejores tardaron en llegar. Las estatuas de madera a Marx y Engels no resistieron el irrespetuoso clima ruso, y s¨®lo en 1960 Marx pudo contar, al fin, con un monumento en Mosc¨². Su amigo Engels fue menos afortunado: a¨²n tuvo que esperar hasta el final de la d¨¦cada de los setenta.
Y aun as¨ª -nadie sabe por qu¨¦-, la estatua de Engels termin¨® siendo posada sobre mi pedestal que hab¨ªa estado destinado a otra personalidad: el hist¨®rico revolucionario Kalinin.
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