Las mil tertulias de Mar¨ªa Baeza
Hace algo m¨¢s de un a?o muri¨® en Madrid una mujer a cuyo alrededor se concentraron personas e ideas de una generaci¨®n que la admir¨® y la recuerda como si a¨²n estuviera viva, porque, su ejemplo est¨¢ vigente entre nosotros. En este art¨ªculo se dibuja aquella figura humana e intelectual, de Mar¨ªa Baeza, un personaje que sorprendi¨® por su vitalidad, que cautiv¨® por su generosidad y cuya capacidad de conversadora la hizo protagonista de mil tertulias en las que la liberalidad y la. tolerancia era principal ingrediente.Una se?ora que naci¨® en 1888 sin que se notara nunca (m¨¢s bien, aqu¨¦lla parec¨ªa una fecha atinente a su madre o a su abuela...), que muri¨® a los 93 a?os con la lucidez y el encanto propios de unos veinte a?os menos: unos 73 deseables para nosotros mismos (si los alcanz¨¢ramos ... ).
As¨ª ve¨ªamos a Mar¨ªa Baeza (Mar¨ª¨¢ Martos Arregui O'Neill, viuda de Baeza), cuya muerte se produjo el 11 de junio del pasado a?o. Fue una nonagenaria joven hasta el fin,
Temas de inter¨¦s
En las jornadas que rodearon a su aniversario, por ejemplo, ?qu¨¦ temas hubieran interesado vivamente a Mar¨ªa? Se nos ocurre que desde el esplendoros¨® homenaje a su querida Rosa-Chacel (presentes en ¨¦l tantas comunes arrugas a trav¨¦s de las sucesivas tertulias hogare?as de Mar¨ªa en Tambre, 24, y L¨¢zaro Galdeano, 2) hasta la evocaci¨®n de Victoria 0campo y Jos¨¦ Ortega y Gasset, una amistad inolvidable, convococada en la Fundaci¨®n Ortega y Gasset por Soledad Ortega. Desde las ins¨®litas sentencias del 23-F hasta el dur¨® efrentamiento en las Malvinas, en juego una Inglaterra que admiraba y un mundo latinoamericano que am¨® y que conoc¨ªa tan bien (en Buenos Aires, desde 1940 a 1953, con Ricardo Baeza dirigiendo grandes colecciones literarias y encarnando -con Dostoievski, Tolstoi, D'Annunzio, Conrad y otros maestros de por medio- el m¨¢s acabado ejemplo de traductor creador; y en Chile, con Baeza em bajador de la Ro¨²blica Espa?ola; y aun en M¨¦xico). O asimismo desde el controvertido ingrelo de Espa?a en la OTAN hasta la emo tiva ceremonia de entrega del Premio Carlomagno a su admirado Rey.
No le hubiera sido posible asistir a los sitios, claro, por la acci¨®n "implacable de una artrosis que la limitaba desde hac¨ªa varios a?os. Pero tal como la recordamos hasta el fin (con su cabeza blanca y su tez casi dorada; su mirada inteligente y viva, tan azul -con coqueter¨ªa armonizando el colorido marco de sus pa?uelos de seda-; su sonrisa p¨ªcara, e inclusive su voz, tan personal), as¨ª como la recordamos en su tertulia estar¨ªa atenta a las respuestas hacia las que tan h¨¢bilmente sab¨ªa con ducir.
M¨²ltiples an¨¦cdotas
Y con ella -no es dif¨ªcil admitirlo luego de haberia visto tantas veces en igual cometido- su amiga entra?able Elena Soriano aportando, a su requerimiento, detalles de primera mano de lo que vio y vivi¨® ante la incorporaci¨®n de un nuevo escritor a la Real Academia, o en las ya frecuentes recepciones a los escritores desde la Zarzuela. Y a esa evocaci¨®n de Elena, Mar¨ªa hubiera sumado m¨²ltiples an¨¦cdotas, a menudo te?idas por su tierna y divertida iron¨ªa, m¨¢s estimable a¨²n cuando (en el caso de Mafia era frecuentemente as¨ª) comenzaba, por ella nusma.
Esa limitaci¨®n f¨ªsica alcanz¨® a convertir en largas horas muertas las suyas? No, por cierto. Enamorada de la historia, de las religiones y de las artes, rodeada de libros y de Prensa que, hasta su desaparici¨®n, le¨ªa (e interpretaba y comentaba, y hasta prestaba, sin dejar por ello de lado, el pragm¨¢tico control de las devoluciones), aparec¨ªa cautivada tambi¨¦n por la televisi¨®n (aquel magn¨ªfico aparato en color con el que un d¨ªa la sorprendi¨® y deslumbr¨® su yerno Enrique Llovet, en su sal¨®n de L¨¢zaro Galdeano ...), detenida algunas veces ante la fugaz tertulia de Fernando Fem¨¢n-G¨®mez.
Tertulia en la tertulia cuyo protagonismo indirecto " ella inmediatamente recobraba a trav¨¦s de sus grandes temas, que eran todos (y volver¨ªan, ante nuestro benepl¨¢cito, una y otra vez): P¨ªo Baroja o Madariaga, Juan Ram¨®n Jim¨¦nez o Gregorio Mara?¨®n, P¨¦rez de Ayala u Ortega y Gasset ("de quien fuimos adem¨¢s vecinos en la calle de Serrano..."). Admiradora de la Instituci¨®n Libre de Ense?anza, eran sus amigos, su propia gente quienes la hab¨ªan puesto en pie y la llevaban adelante; fundadora del Lyceum Club, en ¨¦l contaron Victoria Kent, Clara Campoamor, Rosa Chacel, Mar¨ªa de Maeztu; decisiva y tenaz en la gesti¨®n del homenaje nacional a Elena Fort¨²n, logr¨® la perdurabilidad de Celia y Cuchifrit¨ªn tambi¨¦n en el monumento del parque del Oeste.
De Mar¨ªa ahora quedan expresivos, se?oriales retratos de otros tiempos (cronol¨®gicamente, algunos tan lejanos y otros tan pr¨®ximos; afectivamente, todos tan inmediatos) en el piso de Mat¨ªas Montero, en casa de sus hijos Carmen y Enrique Llovet (a quienes, como a su ¨²nico hijo var¨®n, Fernando Baeza, adoraba). All¨ª la recordamos en d¨ªas en los que contin¨²a. siendo, a trav¨¦s de las vivencias que aqu¨¦llos resucitan, Ia interlocutora de excepci¨®n que fue, como generosa anfitriona de sus encuentros dominicales o de cualquier jornada en la semana, adapt¨¢ndose a las necesidades de variados amigos, estables de a?os y de pa¨ªses, seguros de contar en lo de Mar¨ªa Baeza, con el permamente reducto aplicado a la magia inicial de la tardes del domingo. ?Ultimo informal y cautivador sal¨®n literario acaso? Nombrado as¨ª pa rece que no cuaja en nuestra ¨¦poca.
Sal¨®n titerado
Pero tal como nuestra ¨¦poca ?mpone, el supuesto sal¨®n literario aportaba algo m¨¢s: una tradici¨®n de amigos dispuesta a escuchar y a comentar, a tomar una taza de t¨¦, a disfrutar ante el testimonio accidental pero frecuente de visitas americanas o de otros pa¨ªses europeos, contando con la fidelidad de sus amigas de siempre: Mar¨ªa Alfaro, y Concha Rivas, y Matilde Medina, y Ernestina Champourcin,...
La recordamos alrededor de este primer aniversano. Pero no s¨®lo en ¨¦l la llevamos con nosotros sin que jam¨¢s nos pese. Nos acompa?a siempre con la ligereza del afecto y de la gratitud, de la generosidad y de la gracia. Y de la naturalidad con que nos hac¨ªa sentir que ¨¦ramos cada uno de nosotros quienes, con nuestra presencia, d¨¢bamos intensidad a la fugacidad de las jornadas.
Celia Zaragoza es periodista.
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