Las bombas fueron en busca de los periodistas
La pesadilla ha acabado. Los ¨²ltimos combatientes de la Organizaci¨®n para la Liberaci¨®n de Palestina abandonaron Beirut oeste el pasado mi¨¦rcoles y los bombardeos israel¨ªes sobre el sector occidental de la capital controlado por los palestinos, hab¨ªan cesado diecinueve d¨ªas antes. Hay fechas, sin embargo, que pasar¨¢n a la historia negra de Beirut por el car¨¢cter masivo e indiscriminado de sus bombardeos: 25 de junio, 11 de julio, 1 de agosto, 12, de agosto.... Pero quiz¨¢s el peor de todos fue el mi¨¦rcoles 4 de agosto: Hubo 300 muertos. Aquel d¨ªa, por primera vez, los ca?ones israel¨ªes dispararon durante varias horas contra el centro de Beirut oeste, donde resid¨ªan los 250 periodistas que cubr¨ªan el conflicto. Este es el relato de aquella tr¨¢gica jornada.
El ruido de las explosiones de las bombas despert¨® una vez m¨¢s de madrugada a los clientes del Hotel Commodore. A partir de la una o de las dos de la ma?ana ninguno de los periodistas que se hospedaban en las 150 habitaciones del principal hotel a¨²n abierto en Beirut oeste dorm¨ªa. A las cinco todos estaban en danza en el hall y en la cafeter¨ªa: los norteamericanos se esforzaban por actualizar sus cr¨®nicas en las ¨²ltimas ediciones de sus diarios, los europeos intentaban anticipar la hora del desayuno y los fot¨®grafos aprovechaban la a¨²n tenue luz del d¨ªa para irse a trabajar.Las explosiones se acercaban al hotel A las nueve y media de la ma?ana las primeras bombas cayeron sobre el c¨¦ntrico barrio de Hamra y la direcci¨®n del Commodore ped¨ªa a sus clientes que abandonaran sus habitaciones para reagruparse en el refugio, una antigua discoteca situada en el s¨®tano caluroso del establecimiento.
Minutos despu¨¦s de las diez munici¨®n de mortero alcanzaba en el edificio dos habitaciones ocupadas por miembros de uno de los equipos de la televisi¨®n norteamericana ABC pero que, afortunadamente, estaban ausentes. El invulnerable Hotel Commodore, que sali¨® intacto de la guerra civil libanesa, hab¨ªa sido tocado por primera vez en su historia y el famoso loro que al borde de la piscina hab¨ªa aprendido durante los a?os de combates a imitar a la perfecci¨®n el silbido de los proyectiles que pasaban sobre su cabeza, estaba tan asustado que hab¨ªa enmudecido.
No se pod¨ªa permanecer todo el d¨ªa entre las cuatro paredes de un s¨®tano asfixiante y maloliente escuchando los relatos inauditos de las destrucciones de los fot¨®grafos o m¨¦dicos que volv¨ªan de la superficie. Hab¨ªa que salir, aunque fuese por poco tiempo, para comprobar por s¨ª mismo lo que ocurr¨ªa. Claude Salhani, fot¨®grafo de la agencia de Prensa norteamericana United Press International (UPI) ofreci¨® su coche para recorrer el kil¨®metro y medio que le separaba de su delegaci¨®n.
Nunca estuvo el centro de Beirut tan desierto. Claude Salhani apretaba el acelerador y tomaba alegremente, con tal de llegar antes, direcciones prohibidas por calles en las que no se ve¨ªa un alma. "Nunca he circulado tan r¨¢pidamente por una ciudad ni nunca he visto esto tan vac¨ªo", comentaba una de sus acompa?antes. ,
El fot¨®grafo no aparc¨®, abandon¨® el veh¨ªculo cerca de la acera y grit¨® que se corriera hasta la puerta del Inmeuble de la Cooperative de Presse y cuando, por fin, llegamos mir¨® satisfecho a sus pasajeros: "Mi truco, como os habr¨¦is podido percatar, consiste en que teng¨¢is m¨¢s miedo de mi forma de conducir que de las bombas".
El edificio, donde tienen su sede los diarios libaneses An Nahar y L'Orient-Le Jour, la agencia UPI y los. semanarios norteamericanos Newsweek y Time, hab¨ªa sido tocado de rebote poco despu¨¦s de las diez de la ma?ana por los cascotes y la metralla de la bomba ca¨ªda en una casa contigua y los periodistas se hab¨ªan concentrado en la entrada y el s¨®tano donde estaba situada la imprenta. Issa Goraieb, redactor jefe del rotativo franc¨®fono L'Orient-Le Jour, se preguntaba en voz alta si podr¨ªa sacar el peri¨®dico a la calle al d¨ªa siguiente mientras el director de UPI, Vm?cens Schodolski, intentaba in¨²tilmente, desde su oficina patas arriba, enlazar por t¨¦lex con su central. Todos narraban temerosos el diluvio de fuego que hab¨ªan visto abatirse sobre la ciudad.
Para llegar hasta el otro gran edificio de la Prensa, el Inmeuble Najar, donde est¨¢n instalados la radio estatal libanesa en franc¨¦s, la radio nacional francesa, el primer canal de la televisi¨®n gala, la agencia France Presse y el Instituto cultural italiano, hab¨ªa que recorrer unos cuatrocientos metros a pecho descubierto por la calle. El camino era algo m¨¢s largo pero m¨¢s seguro si se atravesaba la enorme mole del ministerio liban¨¦s de Informaci¨®n y Turismo custodiado por una veintena de soldados sirios tumbados en el suelo del hall que miraban at¨®nitos a los periodistas. Dos de ellos, adolescentes, lloraban. Ambos murieron 48 horas despu¨¦s, cuando estall¨® un coche-bomba cerca de la puerta trasera del edificio que vigilaban.
Entre el ministerio y el Inmeuble Najar estaba el rascacielos de acero y vidrio opaco, alcanzado de lleno por las bombas, del banco sovi¨¦tico Narodny defendido por los milicianos del partido comunista liban¨¦s y en cuyas galer¨ªas comerciales subterr¨¢neas Rosario Saavedra, corresponsal de Efe en Beirut, se hab¨ªa parado un momento para tomar aliento. Hicimos lo mismo y seguimos nuestra ruta hasta nuestro ¨²ltimo objetivo.
Todos los moradores del Inmeuble Najar, inclu¨ªdo el portero y su numeros¨ªsima familia, se hab¨ªan refugiado en el segundo piso del s¨®tano cuando, a eso de las diez de la ma?ana, cientos de gruesos fragmentos de cristal de la fachada del banco adyacente hab¨ªan sido proyectados por las explosiones hasta sus despachos rompiendo cristales y estropeando muebles pero, por suerte, sin herir a nadie.
Larga espera
Las horas parec¨ªan interminables en aquel s¨®tano fresco y espacioso donde est¨¢n almacenadas m¨¢quinas de escribir nuevas y mobiliario de oficina de una tienda que cerr¨® hacia casi dos meses, cuando empez¨® la invasi¨®n israel¨ª de L¨ªbano. Los periodistas de la agencia France Presse estaban impacientes por reanudar su trabajo, volver a la tercera planta donde est¨¢ situado su despacho y "testimoniar sobre lo que est¨¢ ocurriendo" y los enviados especiales, que transmiten a trav¨¦s de su l¨ªnea de t¨¦lex, tambi¨¦n deseaban ponerse a escribir. El aparente alejamiento del bombardeo acab¨® por convencer al director de la agencia en Beirut, Xavier Baron, de reabrir la oficina. Eran las tres y media de la tarde.
Los periodistas hu¨¦spedes de la France Presse se hab¨ªan puesto, por fin, a escribir sus cr¨®nicas sobre aquella jornada en la que "ni una sola calle, ni un solo barrio de la ciudad", seg¨²n la radio libanesa, se libraron de los proyectiles, en la habitaci¨®n que hab¨ªa sido puesta a su disp¨®sici¨®n, cuando, minutos antes de las cinco, el Banco Narodny fue alcanzado nuevamente de lleno por una bomba y los pedazos de vidrio de su fachada fueron a parar por segunda vez al edificio Najar.
Corrimos hacia la cocina, ¨²nica habitaci¨®n de ese piso de trescientos metros cuadrados que carec¨ªa de ventanas. Hab¨ªamos tenido suerte: todos est¨¢bamos ilesos. All¨ª, Xavier Baron orden¨® que se regresara inmediatamente al s¨®tano y apag¨® el grupo electr¨®geno -Beirut oeste estaba privado de luz el¨¦ctrica desde hac¨ªa un mes para evitar un posible incendio. Hab¨ªan bajado ya todos excepto los enviados especiales de EL PAIS y Le Matin, Marc Kravetz, y Baron cerraba la puerta blindada de la agencia cuando le ped¨ª que me dejase regresar un momento a aquella habitaci¨®n donde, con las prisas de la hu¨ªda, hab¨ªa dejado una cr¨®nica acabada.
"Bueno, date prisa", contest¨®. Corr¨ª sobre un suelo sembrado de cristales, recuper¨¦ los tres folios reci¨¦n escritos y regres¨¦, a¨²n m¨¢s veloz, hasta el descansillo. La carrera hab¨ªa sido in¨²til. En el exterior reinaba entonces la m¨¢s absoluta tranquilidad. La calma aparente inspir¨® confianza al director de la agencia que se decidi¨® a volver un momento a su despacho mientras le esper¨¢bamos en la puerta.
A las cinco y diez de la tarde un proyectil disparado por la art¨ªller¨ªa israel¨ª dio de lleno al segundo piso del Inmeuble Najar. El ruido era ensordecedor, parec¨ªa que todo el edificio se ven¨ªa abajo y el suelo se levantaba, todo temblaba mientras metralla y cascotes sub¨ªan disparados por el hueco de la escalera. Kravetz y yo, abrazados y acurrucados en el suelo del descansillo junto al hueco del ascensor, permanec¨ªamos inm¨®viles. El Instituto cultural italiano estaba siendo destruido.
Durante las fracciones de segundo que dur¨® la explosi¨®n decenas de preguntas desfilaban por mi mente a ritmo acelerado: "?Por qu¨¦ me habr¨¦ empe?ado en recuperar esta maldita cr¨®nica? ?Como estar¨¢ Xavier Baron ah¨ª dentro? ?Por que se le habr¨¢ ocurrido volver al despacho? Estoy demasiado ocupado como para pasar miedo. El miedo s¨®lo se pasa antes de la explosi¨®n, cuando se oye el disparo a lo lejos o el silbido de la bomba que va a estallar. Si lo estamos pasando mal hoy c¨®mo lo pasar¨¢n los civiles de los barrios del sur y del este de la ciudad sometidos a bombardeos casi diarios".
Cuando amain¨® el bombardeo mi primera reacci¨®n consisti¨® en huir escaleras abajo. Pero las voces de Kravetz llamando a Baron me incitaron a pararme: "?Est¨¢s bien? ?Por qu¨¦ no bajas?", gritaba desde el descansillo. Baron no contestaba... Sub¨ª unos escalones mientras pensaba, o est¨¢ herido o se ha quedado moment¨¢neamente sordo a causa de la explosi¨®n. Pero por fin respondi¨®: "Estoy bien, id bajando al s¨®tano; yo os sigo".La carrera hacia el s¨®tano
Creo que nunca he bajado tan deprisa unas escaleras sorteando los trozos de metralla y cascotes esparcidos por los pelda?os y saltando con una inacostumbrada agilidad por encima de la mesa del portero en el, portal de la casa. Kravetz tuvo menos suerte en la carrera, se torci¨® un tobillo.
Nunca me alegr¨¦ tanto de entrar
en un s¨®tano del que todos est¨¢bamos convencidos que era completamente seguro pero que, nos dimos cuenta varios d¨ªas despu¨¦s, estaba repleto de productos inflamables. La radio, ¨²nico medio de contacto con el mundo exterior, difund¨ªa noticias alarmantes: Beirut ard¨ªa y desde el refugio se o¨ªan ininterrumpidamente las explosiones. Y Xavier Baron repet¨ªa insistentemente: "Lo importante es que no tenemos que lamentar ning¨²n herido", mientras el enviado especial de Le Monde, Jean Gueyras, comentaba: "Ha sido un milagro, pero estamos todos en vida".Justo en el mismo momento que era alcanzado el Instituto cultural italiano el Inmeuble Cooperative de Presse era tambi¨¦n tocado por tres bombas, una de ellas de f¨®sforo, pero aqu¨ª tambi¨¦n se repiti¨® el milagro y ninguno de los numerosos periodistas que se encontraban en aquel momento en el edificio result¨® herido ni siquiera el corresponsal de la agencia de Prensa polaca PAP cuyo t¨¦lex empez¨® a arder mientras se comunicaba con Varsovia. S¨®lo Claude Salhani se torci¨® un tobillo pero los dos diarios libaneses que all¨ª se imprim¨ªan dejaron desde entonces de publicarse.
Algunos de nosotros optaron por pasar la noche en el refugio del Inmeuble Najar donde hab¨ªa camas plegables, agua y un poco de comida tra¨ªda por la familia previsora del portero liban¨¦s. Otros decidieron, en cambio, a eso de las nueve de la noche recorrer corriendo los cuatrocientos metros que separaban el Inmeuble Najar del Hotel Cavalier donde tambi¨¦n se alojaban algunos periodistas y donde acaso funcionase a¨²n el t¨¦lex.
El t¨¦lex del Cavalier funcion¨® a pesar de que el edificio hab¨ªa sido tambi¨¦n tocado de rebote por la artiller¨ªa israel¨ª y que gran parte de su personal de servicio hab¨ªa escapado hace varios d¨ªas al este dejando pr¨¢cticamente en r¨¦gimen de autogesti¨®n a los pocos periodistas que se hospedaban all¨ª. Hubo que hacer cola, marcar varias veces el n¨²mero de Madrid, pero al final salieron las siglas del t¨¦lex de EL PAIS y empez¨® a llegar la cr¨®nica al peri¨®dico, aunque demasiado tarde para la primera edici¨®n.
El ¨²ltimo susto
Minutos antes de que acabase de transmitir la cr¨®nica, cuando a eso de las diez y media de la noche cre¨ªa, por fin, haber llegado al final de mis penas, un ca?¨®n palestino empez¨® a disparar en las inmediaciones del hotel. "Van a calcular la trayectoria de sus disparos y dentro de media hora le responder¨¢n. As¨ª es que ya saben; este es el tiempo del que disponen para evacuar sus habitaciones y dormir en el refugio de enfrente" dijo en tono grave el administrador.
No le fue necesario decirlo dos veces. Los periodistas tragaron apresuradamente un bocadillo y una cerveza templada, su ¨²nica comida del d¨ªa, antes de cruzar la calle para instalarse en una de las dos salas del cine subterr¨¢neo L'Estrale situado debajo de un moderno edificio de siete plantas. All¨ª estaban, junto con decenas de familias libanesas, sentados en las butacas, el l¨ªder de la izquierda libanesa, Walid Joumblatt, y el ministro de Turismo, Dr. Hamad¨¦.
A las seis de la madrugada del jueves 5 de agosto las radios libanesas anunciaban que ya s¨®lo se desarrollaban combates con armas ligeras a lo largo del frente palestino-israel¨ª. Se pudo, por fin, pasear por la calle donde, a pesar de la hora tempranera, ya apretaba el sol.
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