Leyendas del Misisip¨ª
Est¨¢bamos en el pueblo de Oxford, Misisip¨ª, en el sur de Estados Unidos, reunidos en una conferencia internacional sobre Yoknapatawpha y William Faulkner, conmemorativa de los veinte a?os de la muerte del novelista. Yoknapatawpha s¨®lo existi¨® en la imaginaci¨®n de William Faulkner y constituye el espacio ficticio de casi todos sus cuentos y novelas.Todas las regiones imaginarias de la narrativa moderna -la Santa Mar¨ªa, de Juan Carlos Onetti, y el Macondo, de Garc¨ªa M¨¢rquez- provienen de esta idea faulkneriana, concebida un poco antes de 1930, en ese pueblo de Oxford, de inventar, adem¨¢s de un conjunto de personajes, toda una geograf¨ªa novelesca. En la literatura, la capital del condado se transform¨® en Jefferson, pero Jefferson, el pueblo de Mientras yo agonizo, de Luz de agosto, de Sartoris, se parece notablemente a Oxford. Tiene la misma corte de justicia en el centro de la plaza, el mismo banco en la esquina, fundado en la realidad por un coronel que fue abuelo del escritor, y un esbelto monumento al soldado de la Confederaci¨®n, el bando sure?o derrotado en la guerra civil de 1861. Los lugare?os pronuncian "Yoknapatofa", y ¨¦ste era el nombre ind¨ªgena de uno de los r¨ªos vecinos, afluente del Misisip¨ª.
La presencia pr¨®xima del Misisip¨ª es lo que domina el lugar. Misisip¨ª: r¨ªo grande, padre de las aguas. El primer europeo que lo, vio, y que se sinti¨® deslumbrado por su caudal poderoso, fue el espa?ol Hernando de Soto. Iba en busca de oro y s¨®lo encontr¨® aguas ancestrales, plantaciones de ma¨ªz, tribus ind¨ªgenas y ratas que amenazaban aquellas plantaciones. Su trato a los indios, seg¨²n las cr¨®nicas, no fue precisamente ben¨¦volo. Dej¨® tras de s¨ª una leyenda de sangre y se retir¨® con las manos vac¨ªas. El oro lo descubrir¨ªan los plantadores norteamericanos de la d¨¦cada de 1830, en forma de copos de algod¨®n. La riqueza algodonera produjo mansiones neogriegas, parques, muebles franceses, vajillas de plata maciza, a poca distancia de los barracones de los esclavos negros, y,desemboc¨® en los cuatro a?os cruentos, implacables, de la llamada Guerra de Secesi¨®n.
Faulkner nunca fue un escritor demasiado popular. No s¨¦ si los lectores de ahora saben o recuerdan algo de su literatura. Es una obra novelesca que oscila entre el mundo de las mansiones se?oriales y las tradiciones heroicas, la dignidad contrariada en la guerra, pero nunca vencida, y el de las caba?as negras, las canciones religiosas, la intolerancia racial, el r¨ªo y los animales m¨ªticos que lo rodean: serpientes de cascabel y osos. Lo extra?o del caso de Faulkner es que su estimaci¨®n cr¨ªtica, pese a la relativa indiferencia del gran p¨²blico, sube cada d¨ªa. Su obra no llega a la masa, pero tiene una s¨®lida y crecie?te minor¨ªa de lectores fan¨¢ticos. Los acad¨¦micos, escritores y simples aficionados reunidos en Oxford, provenientes de los cuatro puntos cardinales, de Tokio, de Australia, de Par¨ªs, de Roma, de la Uni¨®n Sovi¨¦tica, de Santiago de Chile, coincid¨ªan en un punto esencial. Faulkner, a la distancia, s¨®lo es comparable a creadores de la categor¨ªa de Franz Kafka o de Thomas Mann. Es el ¨²nico de los contempor¨¢neos que invent¨® un sistema novelesco completo, a la manera de la Comedia humana, de Honorato de Balzac. No se trata solamente de haber inventado un Yoknapatawpha o un Macondo. Invent¨® historias fimiliares completas, enemistados, rivalidades, cr¨ªmenes, amores turbulentos, complejos de situaciones entrelazadas, que se desarrollan y se enriquecen entre un libro y otro. Es posible leer cada t¨ªtulo en forma independiente, pero la lectura del conjunto proporciona descubrimientos, revelaciones, hallazgos extraordinarios de la imaginaci¨®n. Por lo visto, esto funciona en las m¨¢s diferentes latitudes. El especialista y traductor Kenzahuro Ohashi, profesor en Yokohama, cont¨® que los viejos novelistas japoneses de hoy, escritores de la categor¨ªa de Yunichiro Tanizaki o de Yasunari Kawabata, empezaron a estudiar a Faulkner en 1931, en las traducciones de revistas francesas que llegaban en ferrocarril a trav¨¦s de Siberia. ?Qu¨¦ leen de Faulkner los japoneses? ?Qu¨¦ empieza a leer hoy d¨ªa la juventud sovi¨¦tica, deslpu¨¦s de largos a?os de prohibici¨®n oficial? Se dir¨ªa que Faulkner, sin su uso peculiar¨ªsimo del lenguaje, desaparece. El traductor japon¨¦s confes¨® que ellos comienzan por desarmar cada novela y rearmarla en otro orden.
Los acad¨¦micos del Instituto Gorki, de Mosc¨², no confesaron nada, cosa que resultaba todav¨ªa m¨¢s sospechosa. Sin embargo, la proyecci¨®n internacional de Faulkner aumenta cada vez con m¨¢s fuerza. ?Existe algo en la ficci¨®n narrativa que vaya m¨¢s all¨¢ de las palabras? ?,Se puede, en rigor, traducir?
William Faulkner estuvo en su juventud en Nueva Orleans, puerto fluvial y, mar¨ªtimo del Mississippi, situado directamente al sur de Oxford. Ah¨ª conoci¨® a uno de los maestros literarios de esos a?os, SI.ierwood Anderson. Sherwood knderson escrib¨ªa toda la ma?ana y se dedicabx en las tardes a recorrer la regi¨®n y a beber whisiky. Una tarde, Faulkner se atrevi¨® a decir que hab¨ªa escrito una novela y amenaz¨® con leerla. Reacci¨®n inmediata de Sherwood Andderson: "Me comprometo a recomendar tu novela a mis editores, pero con una sola condici¨®n".
"?Cu¨¢l?", pregunto Faulkner, inquieto.
"No tener que leerla nunca en mi vida", respondi¨® Anderson.
Sherwood Anderson acert¨® medio a medio. La novela primeriza era mala, pero el joven escritor ten¨ªa condiciones excepcionales. Andersori no necesitaba leer una sola l¨ªnea para darse cuenta. Fue la primera de las lecciones del maes-tro, La segunda s¨®lo consisti¨® en un consejo: apegarse a la aldea, escr¨ªbir sobre Oxford y sias alrededores. Era la versi¨®n norteamericana del consejo de Turgueniev: "Pinta tu alda y ser¨¢s universal". Faulkner lo siguii¨® toda la vida, con una salvedad importante: en lugar del condado real de Lafayette, invent¨® Yoknapatawpha, y en lugar del pueblo de Oxford, puso el de Jefferson. Mantuvo, en cambio, el gran r¨ªo, con su leyenda y misterio. El r¨ªo de los blues, del jazz, de los gospel songs, de las cacer¨ªas de osos y de patos salvajes, de las inundaciones temibles, de los barcos blancos a rueda y de las barcazas cargadas de algod¨®n y manejadas por negros de espaldas sudorosas.
Dicen que Faulkner se sentaba en un lugar preciso del hotel Peabody, en Memphis, paladeaba un poco de bourbon Jack Daniels, en la variedad conocida como sour mash, y dec¨ªa, pensativo, con la imaginaci¨®n ocupada por sus personajes y sus paisajes: "Aqu¨ª, en este punto exacto, comienza el Delta". El delta del r¨ªo Mississippi, el espacio clave de su creaci¨®n. Los trabajos de la conferencia de Oxford demostraron que Faulkner hab¨ªa seguido la sugerencia de Sherwood Anderson, pero no al pie de la letra. Describi¨® su regi¨®n, pero no permaneci¨® clavado en ella. Sali¨® con frecuencia a respirar el aire del mundo, sobre todo en tres lugares: Par¨ªs, Nueva York y Hollywood.
Su pasi¨®n era Par¨ªs y su tortura era Hollywood, donde ten¨ªa que estrujarse el cerebro para producir guiones de cine de calidad mediocre. De todos modos, Par¨ªs, Nueva York, Hollywood le proporcionaban el indispensable contacto con la cultura contempor¨¢nea. En la reuni¨®n de Oxford hab¨ªa incluso un profesor dedicado exclusivamente a estudiar los mediocres guiones de cine de William Faulkner, que fueron dirigidos alguna vez por Howard Hawks e interpretados por actores de la categor¨ªa de Joan Crawford o Humphrey Bogart.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.