Beguin y Sharon, premios 'Nobel de la Muerte'
Lo m¨¢s incre¨ªble de todo es que Men¨¢jem Beguin sea premio Nobel de la Paz. Pero lo es sin remedio -aunque ahora cueste trabajo creerlo- desde que le fue concedido en 1978, al mismo tiempo que a Anuar el Sadat, entonces presidente de Egipto, por haber suscrito un acuerdo de paz separada en Camp David. Aquella determinaci¨®n espectacular le cost¨® a Sadat el repudio inmediato de la comunidad ¨¢rabe, y m¨¢s tarde le cost¨® la vida. A Beguin, en cambio, le ha permitido la ejecuci¨®n met¨®dica de un proyecto estrat¨¦gico que a¨²n no ha culminado. Pero que hace pocos d¨ªas propici¨® la masacre b¨¢rbara de m¨¢s de un millar de refugiados palestinos en un campamento de Beirut. Si existiera el Premio Nobel de la Muerte, este a?o lo tendr¨ªan asegurado sin rivales el mismo Men¨¢jem Beguin y su asesino profesional Ariel Sharon.En efecto, vistos ahora, los acuerdos de Camp David no tendr¨ªan para Beguin otra finalidad que la de cubrirse las espaldas para exterminar, primero, a la Organizaci¨®n para la Liberaci¨®n de Palestina (OLP), y establecer luego nuevos asentamientos israel¨ªes en Samaria y Judea. Para quienes tenemos una edad que nos permite recordar las consignas de los nazis, estos dos prop¨®sitos de Beguin suscitan reminiscencias espantosas: la teor¨ªa del espacio vital, con la que Hitler se propuso extender su imperio a medio mundo, y lo que ¨¦l mismo llam¨® la soluci¨®n final del problema jud¨ªo, que condujo a los campos de exterminio a m¨¢s de seis millones de seres humanos inocentes.
La ampliaci¨®n del espacio vital del Estado de Israel y la soluci¨®n final del problema palestino -tal como las concibe hoy el premio Nobel de la Paz de 1978- se iniciaron, en la noche del 5 de junio pasado, con la invasi¨®n de L¨ªbano por fuerzas militares israel¨ªes especializadas en la ciencia de la demolici¨®n y el exterminio. Men¨¢jem Beguin trat¨® de justificar esta expedici¨®n sangrienta con dos argumentos falsos. El primero fue la tentativa de asesinato del embajador de Israel en Londres, Shlomo Argov, a finales de mayo. El segundo fue el supuesto bombardeo de Galilea por la OLP, refugiada en L¨ªbano. Beguin acus¨® del atentado de Londres a la resistencia palestina y amenaz¨® con represalias inmediatas. Pero Scotland Yard revel¨® m¨¢s tarde que los verdaderos autores hab¨ªan sido miembros de la organizaci¨®n disidente de Abou Nidal, que en los meses anteriores hab¨ªa asesinado inclusive a varios dirigentes de la OLP. En cuanto al segundo argumento, se comprob¨® muy pronto que los palestinos s¨®lo dispararon dos o tres veces contra Galilea y causaron un muerto. Los disparos fueron hechos como represalia por los bombardeos de Israel contra los campos de refugiados palestinos, que dieron muerte a varios centenares de civiles.
En realidad, la guerra sin coraz¨®n desatada por Beguin con base en aquellos dos pretextos no era nada nuevo para los lectores del semanario israel¨ª Haclam Haze, que hab¨ªa anunciado con todos sus pormenores desde septiembre de 1981. Es decir, nueve meses antes. Contra el refr¨¢n seg¨²n el cual una guerra avisada no mata a nadie, las tropas israel¨ªes -que se consideran entre las m¨¢s eficaces y las m¨¢s preparadas del mundo- mataron en las primeras dos semanas a casi 30.000 civiles palestinos y libaneses y convirtieron en escombros a media ciudad. Sus p¨¦rdidas en el mismo per¨ªodo no hab¨ªan pasado de trescientas.
Ahora la estrategia de Beguin es muy clara. Al destruir a la OLP ha tratado de eliminar al ¨²nico interlocutor palestino que parec¨ªa capaz de negociar una paz fundada sobre la base de la instalaci¨®n de un Estado palestino independiente en Cisjordania y Gaza, que el propio Beguin ha proclamado como territorios ancestrales del pueblo jud¨ªo. Ese acuerdo estaba al alcance de la mano desde el 4 de julio pasado, cuando Yasir Arafat, presidente de la OLP, acept¨® el principio de un reconocimiento rec¨ªproco de los pueblos de Israel y Palestina, en una entrevista publicada por Le Monde, de Par¨ªs, en aquella fecha. Pero Beguin ignor¨® esa declaraci¨®n, que entorpecia sus proyectos expansionistas ya en pleno desarrollo, y prosigui¨® con el establecimiento de un cintur¨®n de seguridad en torno de Israel. Un cambio de Gobierno en Siria podr¨ªa ser el paso inmediato, con la extensi¨®n consiguiente de una guerra desigual y sin cuartel, cuyas consecuencias finales son imprevisibles.
Yo estaba en Par¨ªs en junio pasado, cuando las tropas de Israel invadieron L¨ªbano. Por casualidad estaba tambi¨¦n el a?o anterior, cuando el general Jaruzelsky implant¨® el poder militar en Polonia contra la voluntad evidente de la mayor¨ªa del pueblo polaco. Y tambi¨¦n por casualidad me encontraba all¨ª cuando las tropas argentinas desembarcaron en las islas Malvinas. Las reacciones de los medios de comunicaci¨®n ante esos tres acontecimientos, as¨ª como las de los intelectuales y, la de la opini¨®n p¨²blica en general, fueron para m¨ª una lecci¨®n inquietante. La crisis de Polonia produjo en Europa una especie de conmoci¨®n social. Yo tuve la buena ocasi¨®n de agregar mi firma a la de los muy escogidos y muy notables intelectuales y artistas que suscribieron la invitaci¨®n para un homenaje al hero¨ªsmo del pueblo polaco, que se celebr¨® en el teatro de la Opera de Par¨ªs, patrocinado por el Ministerio de Cultura de Francia. Sin embargo, algunos anticomunistas profesionales me acusaron en p¨²blico de que mil protesta no fuera tan hist¨®rica como la de ellos. En aquel clima pasional, toda actitud que no fuera manique¨ªsta se consideraba ambigua.
En cambio, cuando las tropas de Israel invadieron y ensangrentaron L¨ªbano, el silencio fue casi un¨¢nime aun entre los m¨¢s exaltados Jerem¨ªas de Polonia, a pesar de que ni el n¨²mero de muertos ni el tama?o de los estragos admit¨ªan ning¨²n posibilidad de comparaci¨®n entre la tragedia de los dos pa¨ªses. M¨¢s a¨²n: por esas mismas fechas, los argentinos hab¨ªan recuperado las islas Malvinas, y el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas no esper¨® 48 horas para ordenar el retiro de las tropas ni la Comunidad Econ¨®mica Europea lo pens¨® demasiado para imponer sanciones comerciales a Argentina. En cambio, ni ese mismo organismo ni ning¨²n otro de su envergadura orden¨® el retiro de las tropas israel¨ªes de L¨ªbano en aquella ocasi¨®n. El Gobierno del presidente Reagan, por supuesto, fue el c¨®mplice m¨¢s servicial de la pandilla sionista. Por ¨²ltimo, la prudencia casi inconcebible de la Uni¨®n Sovi¨¦tica, y la fragmentaci¨®n fraternal del mundo ¨¢rabe acabaron de completar las condiciones propicias para el mesanismo demente de Beguin y la barbarie guerrera del general Sharon. Tengo muchos amigos, cuyas voces fuertes podr¨ªan escucharse en medio mundo, que hubieran querido y sin duda siguen queriendo expresar su indignaci¨®n por este festival de sangre, pero algunos de ellos confiesan en voz baja que no se atreven por temor de ser se?alados de antisemitas. No s¨¦ si ser¨¢n conscientes de que est¨¢n cediendo -al precio de su alma- ante un chantaje inadmisible.
La verdad es que nadie ha estado tan solo como el pueblo jud¨ªo y el pueblo palestino en medio de tanto horror. Desde el principio de la invasi¨®n a L¨ªbano empezaron en Tel Aviv y otras ciudades las manifestaciones populares de protesta que a¨²n no han terminado, y que en el pasado fin de semana hab¨ªan alcanzado una fuerza emocionante. Eran m¨¢s de 400.000 israel¨ªes proclamando en las calles que aquella guerra sucia no es la suya porque est¨¢ muy lejos de ser la de su dios, que durante tantos y tantos siglos se hab¨ªa complacido con la convivencia de palestinos y jud¨ªos bajo el mismo cielo. En un pa¨ªs de tres millones de habitantes, una manifestaci¨®n de 400.000 personas equivaldr¨ªan en t¨¦rminos proporcionales a una de casi treinta millones en Washington.
Es con esa protesta interna con la que me siento identificado cada vez que conozco las noticias de las hostilidades de los Beguines y los Sharones en L¨ªbano, y en cualquier parte del mundo, y a ella quiero sumar mi voz de escritor solitario por el gran cari?o y la admiraci¨®n inmensa que siento por un pueblo que no conoc¨ª en los peri¨®dicos de hoy, sino en la lectura asombrada de la Biblia. No le temo al chantaje del antisemitismo, no le he temido nunca al chantaje del anticomunismo profesional, que andan juntos y a veces revueltos, y siempre haciendo estragos semejantes en este mundo desdichado.
1982.
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