Los efectos de la revoluci¨®n sexual
La revoluci¨®n sexual, iniciada al final de la primera guerra mundial y consumada en la d¨¦cada de los sesenta, consiste b¨¢sicamente, seg¨²n el autor del art¨ªculo, en la disociaci¨®n entre sexo y reproducci¨®n, dando a aqu¨¦l una finalidad en s¨ª mismo. Pero este ejercicio libre de la actividad amatoria no hubiera sido posible sin dos conquistas de la farmacopea moderna: la penicilina, que evita el riesgo de las enfermedades ven¨¦reas, y los contraceptivos, que eliminan el peligro de gestaci¨®n.
Aunque las tendencias sociales para liberar el sexo exist¨ªan ya desde principios de siglo, s¨®lo en los cuarenta, con los antibi¨®ticos, y en los sesenta, con las p¨ªldoras y los dispositivos intrauterinos, se observaron los efectos sexuales de este profundo cambio de costumbres, que representa, para bien o para mal, la m¨¢s importante revoluci¨®n de nuestro siglo, m¨¢s que la de los ordenadores y m¨¢s a¨²n que la revoluci¨®n comunista de 1917.Los efectos de este radical cambio de costumbres se han manifestado en todos los aspectos de la vida colectiva: relaciones sexuales precoces en los chicos y chicas de menos de veinte, penetraci¨®n de la sexualizaci¨®n en la escuela y, por supuesto, en la universidad; nupcialidad m¨¢s tard¨ªa, disminuci¨®n de la natalidad, envejecimiento consiguiente de las poblaciones, desprecio por la tercera edad, culto casi idol¨¢trico por la juventud, fragilidad de la familia, con aumento de separaciones y de divorcios; creaci¨®n (del movimiento feminista, que, aunque tenga ra¨ªces diferentes, se ha visto impulsado por la revoluci¨®n sexual, y creaci¨®n de lo que nosotros hemos llamado un tercer sexo, es decir, la hembra obrera. Cambios todos ellos, en fin, que han configurado una sociedad del final del siglo XX completamente diferente de la sociedad tradicional con que hab¨ªamos iniciado esta centuria.
La esperanza de que la penicilina iba a terminar con la s¨ªfilis y con la blenorragia se ha cumplido s¨®lo parcialmente con respecto a la primera, en modo alguno en lo que se refiere a la segunda. La aparici¨®n de cepas penicilin-resistentes del gonococo, pero, sobre todo, la ignorancia de la enfermedad y su no tratamiento en personas con educaci¨®n sexual insuficiente ha hecho que en Estados Unidos haya en este momento cinco millones de individuos de ambos sexos afectados de gonococia y que se observe un mill¨®n m¨¢s cada a?o que pasa. Se trata, casi siempre, de personas sin conocimientos sanitarios, fundamentalmente teenagers, y que no se someten a ex¨¢menes m¨¦dicos peri¨®dicos, por lo que en las escuelas y universidades de aquel pa¨ªs se est¨¢n estableciendo dispensarios m¨¦dicos para tratar de establecer una profilaxis de este tipo de infecciones, que ya no se llaman ven¨¦reas sino que responden al m¨¢s razonable nombre de enfermedades de transmisi¨®n sexual.
Replantear la enfermedad
As¨ª, despu¨¦s de un largo per¨ªodo optimista en que cre¨ªamos que gracias al descubrimiento de Fleming est¨¢bamos libres de estas plagas, hoy vemos que el problema, sobre todo con respecto a la gonorrea -pues la s¨ªfilis en Occidente est¨¢ en franca retirada-, subsiste a¨²n y tiene que ser planteado de nuevo.
Pero la medicina moderna ha descubierto que no son estas dos -ni las mucho m¨¢s raras enfermedades de Ducrey y de Nicolas y Favre- las ¨²nicas que constituyen la flora transmisible por el sexo.
La tricomoniasis, las infecciones por hemofilus, los micoplasmas y algunos hongos forman hoy d¨ªa todo un cortejo de enfermedades que se propagan por los contactos sexuales y que muchas veces se asocian entre s¨ª. Pero estas afecciones tienen todas ellas remedios y tratamientos casi siempre efectivos. Si se han extendido no ha sido por estar desarmados ante ellas, sino por dificultades diagn¨®sticas debidas a la gran promiscuidad de la revoluci¨®n sexual.
Pero hay un grupo de infecciones que constituye un problema hasta ahora sin soluci¨®n terap¨¦utica: ¨¦stas son los virus. De ellos, una especie, el virus del herpes humano, herpesvirus hominis, es un frecuente par¨¢sito de la boca y de la vagina. Hay dos variedades: la forma llamada A y la forma denominada B. La primera afecta sobre todo a la boca y produce las tan frecuentes boqueras o ulceraciones de los labios. La variedad B, la mitad de frecuente que ¨¦sta, afecta sobre todo a los genitales, principalmente femeninos pero tambi¨¦n masculinos. Puede dar lugar a peque?as vejiguillas o flictenas, pero muy com¨²nmente transcurre sin lesiones visibles, a lo sumo irritaci¨®n de la vagina, del cuello uterino o del glande. Muchos escozores, picores o flujos, que ahora parecen ser m¨¢s corrientes entre las mujeres de lo que antes lo eran, reconocen este origen.
El diagn¨®stico es muy dif¨ªcil. Los cit¨®logos creen poder diagnosticar un herpes vaginal por alteraciones en el citoplasma de las c¨¦lulas descarnadas, pero la verdad es que s¨®lo t¨¦cnicas virol¨®gicas complicadas, que est¨¢n fuera del alcance de los laboratorios corrientes, pueden afirmar la existencia de estos herpes. Pero quiz¨¢ lo de menos sea la dificultad diagn¨®stica; mucho mayor a¨²n es la incapacidad en que estamos de poder tratar esta virasis, como ocurre, por otra parte, con todas las infecciones por virus. Y esto hace que, a favor de la extensi¨®n de los contactos sexuales en nuestra ¨¦poca permisiva, de la dificultad de establecer el diagn¨®stico y de ejercer un eficaz tratamiento, las infecciones por virus transmitidos sexualmente est¨¦n alcanzando proporciones enormes. En Norteam¨¦rica -donde el National Intitute of Health, de Bethseda, en Maryland, ha lanzado una gran campa?a de diagn¨®stico- se estima en veinte millones las personas afectadas, con un incremento anual de un 10%, es decir, de dos millones de personas m¨¢s. El tema ha saltado a la opini¨®n p¨²blica.
Muchas personas temen adquirir un herpes y preguntan a su pareja: %No padecer¨¢ usted un herpes?", antes de tener un contacto camal. Otras portan una pegatina en la solapa que dice: "I don`t have herpes". Pero quiz¨¢ el problema no fuera demasiado grave si los efectos de la infecci¨®n herp¨¦tica no pasaran de ah¨ª.
Al principio de los a?os setenta, un grupo de vir¨®logos americanos, Josey y Nahmias entre ellos, relacionaron esta infecci¨®n con el c¨¢ncer de cuello de ¨²tero, y a estas investigaciones hay que sumar las realizadas en Espa?a por el Centro de Virolog¨ªa de Majadahonda, que han permitido ver con el microscopio electr¨®nico herpesvirus hominis, no se sabe si A o B, en el tejido canceroso biopsiado. Esto nos explica lo que sab¨ªamos hace a?os, y es que las relaciones sexuales constituyen un factor de riesgo para este tipo de c¨¢ncer. Se ve con una frecuencia diez veces mayor en grandes mult¨ªparas o en prostitutas y, en cambio, no se ha registrado en mujeres v¨ªrgenes. E n vista de estos hechos, los norteamericanos han lanzado una campa?a de propaganda e informaci¨®n, y en los muros de algunas ciudades se ven anuncios como ¨¦ste: "Para informaci¨®n sobre herpes, llame al 735 48 78, de Filadelfia, o escriba al apartado de Correos 13.193, de esta misma ciudad".
Lo curioso es que los epidemi¨®logos americanos est¨¢n basando su campa?a en una propaganda por la castidad, lo que hace que el pa¨ªs en donde la revoluci¨®n sexual se inici¨® sea el que est¨¢ dando marcha atr¨¢s en ese camino.
es m¨¦dico ginec¨®logo.
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