Gracias y desgracias del 'corto'
EL ARTE del cortometraje cinematogr¨¢fico se ha ido con virtiendo en nuestro pa¨ªs en una tediosa picaresca que aflige a los espectadores, denigra el medio y cuesa dinero al contribuyente. Uno de los grandes hallazgos de la hibridaci¨®n de cultura y administraci¨®n que caracterizan nuestro ya largo tiempo de incuria y desidia. Esas image nes tontas, inm¨®viles, sostenidas a veces por una voz de clamando un texto de un lirismo que s¨®lo permanece ya en este g¨¦nero, vinieron a costar al Estado unas 240.000 pesetas en 1980 por pieza; en 1981 el reparto s¨®lo dio para 236.000. Es consecuencia de que la cantidad total destinada -unos 250 millones de pesetas- para primar estas obras se reparte, en cantidades matem¨¢ticamente iguales, entre todos los cortos que se producen en el a?o, sin distinguir su calidad, inter¨¦s, acogida por el p¨²blico o cualquiera otra clasificaci¨®n. Un prurito de igualdad y equilibrio falsamente democr¨¢tico que se debe al supues to de evitar que la subvenci¨®n se iguale a la censura, o que el Estado -como se sabe, el Estado suelen ser algu nos funcionarios al extremo de una cadena- premie lo que pol¨ªticamente le convenga (o por amistad, simpat¨ªa, compadrazgo o cualquiera de las altas cualidades a la espa?ola) y haga imposible lo que no le guste, desee o convenga. (Aunque finalmente no se evite del todo, por que cada a?o hay diez premios a la calidad de 400.000 pesetas cada uno.) Son, en efecto, cr¨ªticas ya emitidas a las subvenciones ponderadas y concedidas al teatro o al cine de largo metraje. No se ha encontrado la posibilidad de que el parco dinero que el Estado entrega a la cultura se haga de una manera inteligente. La inteligencia es un factor generalmente desconocido en la administraci¨®n de la cultura oficial. Y el sistema aplicado a los cortos es de tal irracionalidad que da lugar a una picaresca abun dante y anula o imposibilita la calidad.Una de las razones es que no hay mercado p¨²blico. Teatro o cine largo tienen un mercado de taquilla. El corto no lo tiene. Los empresarios de los cines pagan por su exhibici¨®n unas cantidades rid¨ªculas: por t¨¦rmino medio, 3.000 pesetas a la semana (el precio de doce entradas; el de 1,7 entradas por d¨ªa). El ¨²nico inter¨¦s que tiene para ellos su proyecci¨®n es la de dar un cierto tiempo para la llegada irregular e impuntual de los espectadores (en las carteleras se anuncia ya la hora de principio de la pel¨ªcula base), la de dar lugar a la proyecci¨®n de la publicidad (colocada al principio de la sesi¨®n podr¨ªa sufrir del absentismo de los espectadores) y sostener la peque?a industria del "bar en el entresuelo" durante en un descanso para los no cansados. La simple copia que el distribuidor entrega al cine cuesta ya 20.000 pesetas: hacen falta siete semanas para amortizarla.
La producci¨®n de un corto puede costar bastante m¨¢s de lo que da el Estado (conviniendo ya que la exhibici¨®n no paga nada) o bastante menos. La diferencia est¨¢ en la calidad. Un cortometraje con actores, argumento, decorados, luces puede costar, en caso de ahorro y econom¨ªa, en torno a un mill¨®n de pesetas: la subvenci¨®n y aun el posible premio de fin de a?o no bastan. Otrospueden no costar nada o casi nada. Son los productos de la picaresca. Pueden salir aprovechando viajes, descartes, cinta, c¨¢maras de una producci¨®n larga, y en beneficio de los servidores de ella. Se dan casos en los que un mismo corto puede obtener dos o m¨¢s subvenciones: se le cambia el t¨ªtulo, y el montaje, y la voz del explicador, y aparece como nuevo. Estos bodrios delictivos pueden obtener subvenciones de otras entidades. A veces, de Turismo -sobre todo, cuando salen en sus im¨¢genes paradores nacionales y paisajes atractivos-; a veces, de diputaciones, cajas de ahorro, consejer¨ªas de Cultura o de Turismo de las autonom¨ªas, que priman as¨ª lo que suponen (o quieren suponer, o les hacen suponer) que pueda ser propaganda para su paisaje, sus ciudades, sus cantos y bailes o algunas otras peculiaridades. Alg¨²n logrero puede acumular bastante dinero por la utilizaci¨®n de unas im¨¢genes convenientemente est¨²pidas. (Esas subvenciones pueden ser m¨¢s elevadas que la estatal, que te¨®ricamente se suspende para quienes las obtienen.) La estupidez es un factor importante. Un corto que pueda expresarideas o experimentaci¨®n puede ser castigado por la no concesi¨®n de esas subvenciones secundarias y por el pavor de los empresarios de cine que crean que puede molestar a su p¨²blico o a parte de. ¨¦l: no les interesa ninguna clase de compromiso (as¨ª sucedi¨® con un documental sobre el golpe de Estado del 23 de febrero de 1981, que fue retirado a poco de estrenarse).
Sin embargo, es casi obvio a estas alturas decir que en el mundo el corto es un g¨¦nero de gran inter¨¦s art¨ªstico, propio para la investigaci¨®n, el ensayo o la difusi¨®n de ideas por su propio medio. En Espa?a misma todos los grandes directores han comenzado su carrera con documentales o cortos de otros g¨¦neros. Algo incluso necesario cuando no hay una Escuela de Cinematograf¨ªa. Aunque parece, por lo dicho, que es mejor no dar ninguna protecci¨®n a ese g¨¦nero y dejarle morir de su popia estulticia que continuar el sistema actual, que prima la picaresca unida al aburrimiento y a la nader¨ªa, la realidad es que una pol¨ªtica cultural inteligente har¨ªa que el dinero y la burocracia dedicados a este ramo tuvieran una eficacia real. El g¨¦nero en s¨ª no es absolutamente nada desdefiable, sino todo lo contrario. Si est¨¢ desde?ado es por la forma de decadencia art¨ªstica y moral en que ha ca¨ªdo. Al que le han arrojado. Puede suponerse, a grandes rasgos, que de los 524 cortos producidos en Espa?a en el conjunto de los a?os 1980 y 1981, los 24 del pico son interesantes en mayor o menor grado (es el porcentaje reconocido por la Administraci¨®n al conceder en ese per¨ªodo sus veinte primas a la calidad, aunque no tenga necesariamente que coincidir la calidad real con la oficial), y los otros quinientos oscilan entre la simple picaresca y la calidad baja, aunque la producci¨®n sea honesta.
La sustituci¨®n del viejo No-Do adoctrinador, pantanista y repleto de pompa y circunstancias, no se ha hecho como deb¨ªan requerir los nuevos tiempos, o lo que se supone que deben ser los nuevos tiempos. Ni siquiera con una concurrencia libre de actualidades como hay en otros pa¨ªses (y, dentro de Espa?a, las mantienen Euskadi y Catalu?a con una producci¨®n propia y en sus idiomas). No se ha hecho con nada: simplemente, con una justificaci¨®n presupuestaria. y un digno, pero in¨²til, trabajo de funcionarios. Pagar 250 millones de pesetas al a?o por el aburrimiento y el fastidio de los espectadores de cine que llegan a su hora parece una curiosa broma que deber¨ªa -con tantas otras cosas- reconvertirse.
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