"?Qu¨¦ ser¨¦ cuando ya sea un poeta del siglo pasado?"
Est¨¢ sentado en su silla de siempre -esta silla c¨®moda y modesta ser¨¢ alguna vez la silla de don Jorge- y tiene, como siempre, el mar a la derecha, detr¨¢s de los cristales del balc¨®n. Esta ma?ana se ha levantado, como cada d¨ªa, a las 7.15 horas, cuando el barrio, en el que varios locales de esparcimiento ponen por la noche un contrapunto de juerga y ruido a la quietud que reina durante el d¨ªa, se ha quedado al fin callado despu¨¦s del fragor de cada madrugada. Se ha levantado a las 7.15 horas, ha tomado un desayuno ligero y se ha puesto a leer, a ordenar papeles, a escribir alg¨²n poema con el que, a lo mejor, ha so?ado durante las horas anteriores.Despu¨¦s habla con calma e insiste en lo que parece ser una de sus escasas obsesiones: "?Qu¨¦ ser¨¦ cuando sea un poeta del siglo pasado?".
Va a cumplir noventa a?os, y en muchas cosas sigue pareciendo un ni?o. Est¨¢ ilusionado con ser nonagenario y espera el d¨ªa -18 de enero- con la misma ansiedad con que la chiquiller¨ªa anhela que llegue el d¨ªa de Reyes. Dice Jorge Guill¨¦n que su hija Teresa ser¨¢ la encargada de organizar la fiesta, que vendr¨¢n sus nietos, que habr¨¢ mucha gente. Y se r¨ªe, se r¨ªe como un ni?o, como un hombre que est¨¢ a punto de cumplir noventa a?os.
A esta edad, ?c¨®mo ve el mundo Jorge Guill¨¦n? ?Qu¨¦ espera de ¨¦l? El poeta se resiste a que el pesimismo se adue?e de su pensamiento. Admite que el mundo est¨¢ muy trastornado, pero a regl¨®n seguido dice no creer en la posibilidad de una hecatombe nuclear. "El hombre ha llegado a una tal capacidad de destrucci¨®n que todo es posible, pero sigue habiendo esperanza, y mientras exista la esperanza nada estar¨¢ del todo perdido". En relaci¨®n a Espa?a, expresa su contento porque el sistema democr¨¢tico se va consolidando. "No se puede ir hacia atr¨¢s, hay que ir hacia adelante. No faltar¨¢n las dificultades, pero la vuelta atr¨¢s es imposible. Las elecciones han estado muy bien y reconforta o¨ªr hablar a los socialistas de serenidad, de tolerancia".
So?ar el futuro
Esta misma ma?ana, cuando Jorge Guill¨¦n abr¨ªa el libro que le lleg¨® el d¨ªa anterior, han asesinado en Madrid a un general del Ej¨¦rcito. "Est¨¢ claro que no faltar¨¢n las dificultades. Mire, yo no creo en el demonio tal como nos dijeron que el demonio era. Yo creo que el demonio est¨¢ aqu¨ª. ?Esta terrible ETA!".?Qu¨¦ espera del futuro Jorge Guill¨¦n? Uno no sabe si es l¨ªcito hacer esta pregunta a un hombre de noventa a?os. "El futuro no puedo so?arlo", dice ¨¦l. Un sobrino del poeta ha puesto el nombre de Jorge a un hijo suyo. Ya hay, pues, en el mundo un Jorge Guill¨¦n peque?ito, en cuya existencia se complace el poeta: "Pienso que, cuando este ni?o sea mayor, le preguntar¨¢n si tiene algo que ver con Jorge Guill¨¦n, el poeta del siglo pasado. Y me pregunto qu¨¦ ser¨¦ yo cuando sea un poeta del siglo pasado".
No puede so?ar el futuro aunque, a pesar de todo, a pesar de sus noventa a?os, su esperanza siga hacia adelante. Pero se acuerda del pasado, un pasado que a ratos se adue?a de la conversaci¨®n y la impregna. "La afici¨®n a la poes¨ªa la hered¨¦ de mi madre. Ella me hac¨ªa leer versos de san Juan de la Cruz. De sus labios aprend¨ª de memoria los primeros poemas. Recuerdo las coplas de Jorge Manrique...". Y las recita con voz emocionada y, cuando llega a "c¨®mo se pasa la vida, / c¨®mo se viene la muerte, / tan callando", dice que estos versos son magn¨ªficos y que, cuando Manrique afirma que "cualquiera tiempo pasado fue mejor", deber¨ªa haber escrito que "cualquiera tiempo pasado 'es' mejor", porque es mentira que el pasado fuera mejor, ya que s¨®lo es mejor ahora, cuando lo recordamos.
Hay sobre la mesa una carta que acaba de recibir. Es de D¨¢maso Alonso, que dice que no podr¨¢ ir, como era su deseo, a Valladolid para participar en el homenaje que la ciudad dedica al autor de C¨¢ntico. Jorge Guill¨¦n ha le¨ªdo la carta de su amigo con la ayuda de una lupa, pues la letra del presidente de la Real Academia de la Lengua es muy peque?a. "Hace ya muchos d¨ªas", escribe D¨¢maso Alonso, "que mi enfermedad ha descendido. Sin embargo, no me encuentro bien y tengo siempre un poquito de fiebre".
Morir en M¨¢laga
El homenaje que le va a tributar Valladolid emociona a Jorge Guill¨¦n. "El d¨ªa grande es el 14. Me van a nombrar hijo predilecto de la ciudad. Me apena no poder ir, pero es que, si fuera, seguro que ser¨ªa mi ¨²ltimo viaje. Habr¨¢ mucha gente y, como soy tan charlat¨¢n, me gustar¨ªa hablar con todo el mundo, con todos mis viejos amigos. Eso me fatigar¨ªa demasiado. Y el viaje, y el fr¨ªo. As¨ª que me quedar¨¦ aqu¨ª, en M¨¢laga, de donde ya no saldr¨¦ nunca. Morir¨¦ aqu¨ª, y aqu¨ª tengo ya buscado el lugar donde quiero que me entierren".Habla Jorge Guill¨¦n con toda normalidad de su muerte, y uno intenta cambiar la conversaci¨®n. Al advertir este prop¨®sito, ¨¦l se r¨ªe como para quitarle importancia. El poeta enfrenta sus a?os y su muerte de una forma no usual. A la hora de buscar una explicaci¨®n a esta actitud desacostumbrada entre los hombres, hay que concluir que se debe a que sabe que su muerte, a diferencia de la de los dem¨¢s, s¨®lo ser¨¢ una muerte parcial, una muerte peque?ita, porque lo m¨¢s grande del poeta no morir¨¢ nunca. "?Qu¨¦ ser¨¦ cuando sea un poeta del siglo pasado?". Est¨¢ claro: en la frontera de sus noventa a?os, Jorge Guill¨¦n sabe que ¨¦l seguir¨¢ siendo cuando pase el tiempo. No sabe qu¨¦ ser¨¢, pero s¨ª sabe que ser¨¢.
En la calle, junto al mar, muy sereno, sigue la quietud. Los locales nocturnos est¨¢n cerrados, esperando que a la muerte del d¨ªa se inicie de nuevo la danza roja y azul de las lucecitas de ne¨®n. Arriba, en la terraza, est¨¢ Jorge Guill¨¦n con Irene, su compa?era. Est¨¢ cum pliendo el rito diario de asomars al mar. Luego entrar¨¢ en el piso, se sentar¨¢ en su vieja silla, leer¨¢ algo y pensar¨¢ que ya falta menos par su noventa cumplea?os.
Babelia
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