Los tres sobres (cuento ruso)
"?Todav¨ªa habla bien de usted?" Asent¨ª vigorosamente, haciendo con los labios y la cabeza gesto de convicci¨®n plena, que quiz¨¢ logr¨® ocultar mi sorpresa. "Pues dejar¨¢ de hacerlo, ya lo ver¨¢. Es l¨®gico que sea as¨ª..." Esta fue la inesperada respuesta que recib¨ª del secretario general de la Academia de Ciencias de la URSS cuando le propuse que hici¨¦ramos una visita de cortes¨ªa al rector, que hac¨ªa pocas semanas me hab¨ªa sucedido al frente de la Universidad de Granada. Hace diez a?os, casi justos. Skryabin, acompa?ado de otros colegas sovi¨¦ticos, visitaba la Direcci¨®n Provincial de Sanidad de Granada, donde hab¨ªamos instalado, en plan piloto, el primer centro de detecci¨®n precoz de algunas enfermedades que cursan con retraso mental. Conoc¨ªa a Skryabin desde 1961, cuando asist¨ª en Mosc¨² al Congreso Mundial de Bioqu¨ªmica. Oparin, Spirin, Engelhard... Desde entonces hab¨ªamos estrechado los contactos entre los cient¨ªficos de ambos pa¨ªses, hasta el punto de que Alexander Spirin fue investido doctor honoris causa por la Universidad de Granada, una de las m¨¢s antiguas pero m¨¢s modernas universidades espa?olas. Entonces, cuando las relaciones con la Uni¨®n Sovi¨¦tica eran m¨¢s dif¨ªciles que ahora, porque los cient¨ªficos son, por la propia ¨ªndole de la comunidad acad¨¦mica, los m¨¢s avanzados -todav¨ªa m¨¢s que los comerciantes- en el establecimientos de relaciones entre pueblos. Cuando, otros lazos son impensables, los investigadores, los artistas, los intelectuales, inician el camino...Pero volvamos a nuestra historia. Dec¨ªa que la respuesta de mi amigo Skryabin considerando inexorable que mi sucesor hiciera recaer sobre m¨ª buena parte de sus infortunios -profec¨ªa que, por cierto, se cumpli¨® al poco tiempo generosamente, si merecida o inmerecidamente no me corresponde a m¨ª decirlo-me hab¨ªa causado gran perplejidad. Al advertirlo continu¨®: "?Conoce la historia de los tres sobres? Es un viejo cuento ruso que se aplica a todas las transmisiones de responsabiliad. Nada m¨¢s real que la experiencia popular", a?adi¨®, con el fin de que siguiera atentamente su relato (relato largo, bellamente adjetivado, acompa?ado de profusa m¨ªmica, aleccionador... como suelen ser los cuentos y los brindis rusos).
"En el momento del relevo, el que se va entrega discretamente al que llega tres sobres, numerados 1, 2 y 3, y le dice que los guarde en el caj¨®n central de su despacho y que cuando est¨¦ muy apurado los abra en el mismo orden. Pasados los primeros d¨ªas, a veces las primeras semanas, se desvanecen las favorables perspectivas iniciales; todo est¨¢ muy dif¨ªcil, los problemas son muchos y muy acuciantes..., y, en la soledad de su oficina, el nuevo en el cargo decide abrir el primer sobre que le dejara su antecesor. La carta que contiene dice escuetamente: "Hable mal de m¨ª. La culpa la tengo yo". Incluso a pesar suyo, la aplicaci¨®n de esta f¨®rmula se revela positiva y, en efecto, transcurren varios meses en los que la referencia a los errores anteriores, al "lamentable estado en que me han dejado todo esto" o "la falta total de visi¨®n de mi predecesor", etc., permite ir trampeando la situaci¨®n.
Pero, claro est¨¢, llega un momento en que la toma de posesi¨®n queda ya demasiado lejos para escudarse en ella. Y las cosas no van muy bien, para qu¨¦ negarlo, porque es dif¨ªcil, muy dif¨ªcil, que las cosas, cada vez m¨¢s complicadas -dec¨ªa Skryabin como frecuente tonadilla de su historia- puedan mejorarse de forma patente y se llega otra vez a una situaci¨®n en la que solo y acosado abre el caj¨®n central de la mesa y extrae el segundo sobre. Su contenido reza as¨ª: "Con las presentes estructuras nada puede hacerse. C¨¢mbielas". La reforma estructural proporciona a nuestro hombre grandes satisfacciones personales y origina brillantes expectativas. Durante alg¨²n tiempo, las modificaciones introducidas -algunas de ellas tan irrelevantes, hay que reconocerlo, como pasar los negociados de la planta segunda a la sexta y los archivos de la sexta a la segunda- confieren buena imagen y se reciben pl¨¢cemes de los superiores.
Pero, aunque s¨®lo sea por la propia erosi¨®n que produce el ejercicio de cualquier cargo, cuando no por la m¨¢s frecuente raz¨®n de ineficiencia o incompetencia en su desempe?o -y aqu¨ª mi colega sovi¨¦tico adoptaba una expresi¨®n sombr¨ªa y fatalista- se llega a un punto, m¨¢s o menos tarde, en el que tampoco las estructuras son ya remedio para los graves problemas que por doquier rodean al protagonista de este relato.
Las circunstancias son tales que, aun sabiendo que se trata de su ¨²ltimo recurso, abre nerviosamente el tercer sobre: "Vaya escribiendo a prisa otros tres sobres para su sucesor. Su cese es inminente".
Con frecuencia, desde entonces, a veces con el propio Skryabin, he recordado esta espl¨¦ndida historieta rusa. Hoy lo hago de nuevo, con la profunda complacencia con la que el fundamental cambio operado en nuestro pa¨ªs permite recontarla.
S¨ª: estamos de enhorabuena. Primero, porque ya no hay ceses fulmina.ntes en el relevo de la Administraci¨®n del Estado, sino ordenada transferencia de funciones, de acuerdo con los resultados de las urnas, un¨¢nimemente respetados. Segundo, porque -con independencia de que en ocasiories las recomendaciones del primer sobre puedan ser merecidas, y las del segundo razonables- la deseable alternancia en el poder, propia de un pa¨ªs democr¨¢tico, hace que la transmisi¨®n no se realice entre enemigos ni adversarios, sino entre personas que est¨¢n de acuerdo en lo sustancial, en el marco general de convivencia, en el modelo de Estado, y difieren, lo que hace precisamente posible la alternancia, en el enfoque y en la metodolog¨ªa pol¨ªticas. Tercero, porque gracias al Parlamento y a la transparencia p¨²blica de la gesti¨®n no es necesario (y a menudo improcedente) recurrir a los resortes del cuento ruso.
Y por ¨²ltimo, pero en primer lugar, porque los que ocupan cualquier cargo en pa¨ªses realmente libres se saben observados por el gran protagonista de la democracia: el pueblo. En la Espa?a actual, los que en un momento dado se van facilitan al m¨¢ximo la llegada de sus sucesores y se preparan intensamente para volver a merecer la confianza del pueblo, porque el desgaste propio del Gobierno no significa erosi¨®n de ideales. En la Espaila actual, y ya para siempre, los que son relevados en un cargo dejan a quienes les sustituyen mucho m¨¢s que los tres sobres: la seguridad de su cercan¨ªa y asistencia, por la com¨²n lealtar al Estado al que sirven, en todas aquellas cuestiones en que, por su relieve o trascendencia, fueran requeridos.
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