La creaci¨®n y la difusi¨®n de la cultura
UNO DE LOS mensajes de clara raigambre regeneracionista transmitidos por Felipe Gonz¨¢lez durante la campa?a electoral fue el llamamiento a una mayor participaci¨®n en la vida p¨²blica de los hombres y mujeres dedicados a tareas creativas (artistas, escritores e intelectuales en general) y la promesa de ampliar las posibilidades de los ciudadanos de acceder a los bienes culturales. La generalidad de esa propuesta apenas permite establecer con precisi¨®n las expectativas respecto al cambio.La palabra cultura es irremediablemente ambigua, y los intentos de definir su significado abarcan desde las ampl¨ªsimas concepciones de la antropolog¨ªa hasta las exquisitas interpretaciones de quienes la conciben como el regalo que los dioses hacen a sus escasos y autodesignados elegidos. De otro lado, el mundo de la cultura desborda las fronteras convencionales asociadas al departamento ministerial que lleva su nombre o a las actividades de creaci¨®n m¨¢s o menos tradicionales y se extiende, en un sentido lato, al trabajo desarrollado en la soledad de las bibliotecas, en los ¨¢mbitos de investigaci¨®n y en los centros de ense?anza.
Aunque la terminolog¨ªa de la econom¨ªa de mercado pueda ofender a las personas dedicadas a tareas intelectuales, el empleo de t¨¦rminos tales como oferta y demanda culturales o producci¨®n y consumo de bienes de esas caracter¨ªsticas resulta extraordinariamente ¨²til para clasificar problemas seg¨²n se instalen en el lado de la creaci¨®n o en el terreno de la recepci¨®n. El Gobiemo socialista tiene un amplio campo de actuaci¨®n posible, tanto para proteger y ayudar las ofertas culturales como para promover su difusi¨®n por todo el tejido social, sin caer en el dirigismo o el intervencionismo. No cabe olvidar que se ha transferido -o se ha de transferir- a las Comunidades Aut¨®nomas buena parte de las competencias ministeriales en el ¨¢mbito cultural. Por lo dem¨¢s, la positiva labor realizada por algunos Ayuntamientos de izquierda en este terreno pone de relieve las ventajas de un acercamiento de los centros de decisi¨®n a los ciudadanos. Se comprenden as¨ª las razones de los socialistas para replantearse, a medio plazo, la supervivencia del Ministerio de Cultura como departamento administrativo homog¨¦neo. Una parte de sus competencias est¨¢n siendo transferidas a los entes auton¨®micos, ciertas atr¨ªbuciones ser¨ªan gestionadas con igual o mayor eficacia por ministerios como el de Educaci¨®n, y algunas ¨¢reas -como el Deporte- son de localizaci¨®n imprecisa en cualquier organigrama estatal. Todo hace prever pues que, si hay un ministro o ministra de Cultura en el inminente gabinete ser¨¢ por la voluntad ya expresada de no provocar cambios administrativos apresurados antes de ernprender una reforma de este g¨¦nero en profundidad y con mayor sosiego para su estudio.
El futuro Gobierno socialista se propone prestar mayor atenci¨®n a los problemas de los artistas, escritores e intelectuales con la doble finalidad de promover el desarrollo de sus potencialidades y de hacerles compartir moralmente las responsabilidades de l¨¢ vida p¨²blica. Se podr¨ªa formar una nutrida biblioteca con las discusiones en torno a las relaciones de los intelectuales y el poder, tormentosas salvo cuando el intelectual se convierte en funcionario, no mal pagado y poco trabajado, o cuando la Administraci¨®n act¨²a como un rey mago dispensador de generosas mercedes. Si un cambio es previsible y deseable en este terreno es el de que no se de traducir la voluntad socialista de ayuda a la creaci¨®n cultural en un programa de mecenazgo sectario o clientelista en beneficio de los que se den m¨¢s prisa o tengan mejores contactos.
La mayor parte de la actividad cultural discurre en nuestro pa¨ªs por cauces privados, y se organiza con independencia de la intervenci¨®n del Estado. La producci¨®n de pel¨ªculas, la edici¨®n de libros y la fabricaci¨®n de discos son industrias culturales con importantes cifras de negocios, poblaci¨®n empleada y volumen de exportaci¨®n e importaci¨®n. Las demandas de apoyo de esos sectores, que se enfrentan con manifestaciones espec¨ªficas de la crisis econ¨®mica, participan de su condici¨®n de empresas mercantiles (por lo general, medianas y peque?as) y de centros de organizaci¨®n de la oferta cultural. Los editores viven con la pesadilla de las devaluaciones y suspensiones colectivas de pagos de las rep¨²blicas latinoamericanas, su mercado de exportaci¨®n natural, padecen la tercermundista situaci¨®n de nuestras bibliotecas p¨²blicas y la falta de promoci¨®n de los escritores espa?oles en los dem¨¢s pa¨ªses de habla castellana. Los libreros necesitan una profunda reconversi¨®n de la estructura de su sector. Los productores cinematogr¨¢ficos, arrinconados por la poderosa competencia de las multinacionales, piden mayor rigor en el control de taquillas, la promoci¨®n de nuestras pel¨ªculas en el extranjero, la participaci¨®n de Televisi¨®n en coproducciones y un sistema m¨¢s eficaz de protecci¨®n compensatoria. En el teatro la Administraci¨®n se ver¨¢ obligada a combinar las subvenciones a compa?¨ªas privadas con la potenciaci¨®n de los centros financiados ¨ªntegramente con fondos p¨²blicos. Todav¨ªa m¨¢s imprescindible ser¨¢ la ayuda directa al mundo musical, desamparado tradicionalmente por la cobertura presupuestaria incluso cuando el propio Estado es el empresario. La creaci¨®n pl¨¢stica, conectada con la sociedad a trav¨¦s del mercado de compradores privados de obras de arte, puede recibir una eficaz e indirecta protecci¨®n de la demanda institucional para construcciones y centros oficiales y de un mejorado plan de museos. De una futura ley de Propiedad Intelectual cabe esperar, finalmente, la garant¨ªa de los derechos de los escritores sobre los frutos de su trabajo.
Pero las expectativas de cambio giran tambi¨¦n en torno a la creaci¨®n de oportunidades para que la demanda potencial de bienes culturales se haga realidad y la sociedad espa?ola tenga un acceso m¨¢s f¨¢cil y m¨¢s barato a los mismos. En este terreno, las posibilidades del futuro Gobierno son enormes y no tienen m¨¢s l¨ªmite que los techos -ahora rid¨ªculamente bajos- presupuestarios. La pol¨ªtica de bibliotecas debe acercar la cultura impresa a los pueblos, a los barrios de las grandes ciudades y a los centros de trabajo. S¨®lo el aumento de las facilidades y la gratuidad para acceder a los museos y a los monumentos, en manos p¨²blicas o privadas, permitir¨¢n a los espa?oles familiarizarse con su pasado y enorgullecerse de sus tradiciones. La restauraci¨®n y la recuperaci¨®n del patrimonio art¨ªstico sigue siendo tarea prioritaria a fin de acabar con el despojo de sus restos. Los medios de comunicaci¨®n estatales, especialmente la Televisi¨®n, deben ser instrumentos decisivos para ese cambio que se espera. La descentralizaci¨®n y multiplicaci¨®n de la oferta cultural m¨¢s all¨¢ de las grandes capitales no tiene por qu¨¦ ser incompatible con la continuidad de la pol¨ªticade grandes muestras y exposiciones, una de las cosas de la legislatura anterior que en vez de cambiar deben continuar. La colaboraci¨®n de las instituciones de autogobierno de las Comunidades Aut¨®nomas y de los Ayuntamientos ser¨¢ por ¨²ltimo imprescindible para esa salida a la calle de la cultura.
En definitiva un cambio la cultura es de hecho el cambio m¨¢s profundo y serio que puede esperarse del traspaso de poderes. Se trata de un cambio en los criterios de participaci¨®n de los ciudadanos, en los arcaicos esquemas mentales de las instituciones culturales, en los obsoletos mecanismos que configuran eso que se llama la cultura oficial y que en gran parte solo es alcanfor y burocracia: todo lo contrario de lo que se entiende por creaci¨®n y libertad.
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