Gestos para huir
Que Howard Hawks sea considerado como un director de westerns nos indica la repercusi¨®n que logr¨® con t¨ªtulos como R¨ªo Rojo (1948), R¨ªo de sangre (1952), R¨ªo Bravo (1058) o El Dorado (1966), repercusi¨®n que a veces logra borrar de su filmograf¨ªa Tener o no tener ( 1944), La fiera de mi ni?a (1938) o Scarface (1932).Al margen de su calidad, los westerns hawksianos nos proponen un mundo en el que la moral y convicciones del cineasta pueden expresarse libremente.Para Hawks, mis¨®gino empedernido, el mejor tema es la amistad entre hombres, entre viejos amigos que se reencuentran, como Mitchum y Wayne en El Dorado, uno convertido en un sheriff alcoh¨®lico, superado por las circunstancias, y el otro un pistolero que se vende al mejor postor. Esos dos personajes solitarios, a los que el azar ha vuelto a reunir, contar¨¢n con la ayuda de Jarnes Caan para enfrentarse a un ej¨¦rcito de forajidos.
El Dorado se emite esta noche a las 23
25 por la primera cadena.
En realidad, el esquema es muy pr¨®ximo al de R¨ªo Bravo, s¨®lo que all¨ª el borracho empedernido era un memorable Dean Martin y el joven inexperto se llamaba Ricky Nelson. Precisamente la intervenci¨®n de Caan como luchador novato es fundamental para que Hawks pueda manifestar toda su vena humor¨ªstica, que va desde la elecci¨®n del sombrero hasta la del armamento.
De Howard Hawks se ha dicho que su obra constituye la manifestaci¨®n m¨¢s acabada del clasicismo cinematogr¨¢fico americano. Su cine ser¨ªa la mejor plasmaci¨®n de las teor¨ªas behavioristas, algo as¨ª como la versi¨®n f¨ªlmica de la novel¨ªstica de Hemingway. Lo que s¨ª es cierto es que Hawks es una persona preocupada por la evidencia, por la claridad, y que nunca se ha interesado por crearse un estilo en el que tuvieran cabida efectos que no nacieran de la m¨¢s estricta funcionalidad narrativa. El mismo, cuando le preguntaban a partir de qu¨¦ criterio decid¨ªa los emplazamientos de c¨¢mara, respond¨ªa que s¨®lo se preocupaba de "colocarla a la altura del ojo humano". Esa mentalidad es la que convierte a Hawk.s en un gran narrador, en una persona a la que interesa sobre todo tener buenas historias y estructurarlas bien, que busca la colaboraci¨®n del Faulkner o del reputado Laigh Brackett como guionistas; un cineasta al que le gusta rodar con tranquilidad y buen ambiente y que, en cambio, odia el montaje, el encerrarse en una sala oscura para traficar con la imagen. Su estilo, su manera de planificar, convierten el montaje en un tr¨¢mite rutinario.
Como cine de acci¨®n, como pel¨ªcula que nos permite ver c¨®mo reaccionan los hombres ante una situaci¨®n que les obliga a luchar y esforzarse, El Dorado es un gran filme, poseedor de una ¨¦tica de lo cotidiano, de la aventura, que no excluye la tragedia.Sin engolamientos, de manera indirecta, muy p¨²dica, Hawks se acerca a la soledad humana y la retrata de una manera cada vez m¨¢s l¨²cida. Pel¨ªculas como Me siento rejuvenecer (1953) ya dejaban, tras su apariencia de comedia enloquecida, un extra?o sabor amargo. Con El Dorado sucede algo semejante, hasta el punto de que la acci¨®n o el estar pendientes de las maniobras del enemigo son tanto gestos necesarios para la supervivencia como una manera de huir de la soledad y el vac¨ªo. No pod¨ªa ser de otra manera: detr¨¢s de las im¨¢genes transparentes, de la evidencia, queda algo indescifrable, ambiguo, que pone sordina a la risa y distingue a los cineastas con oficio de los grandes maestros. Howard Hawks era uno de ellos.
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