Compromisos para el cambio
Es cierto que Espa?a no funciona. Al menos como podr¨ªa y deber¨ªa funcionar. Pero no es desde luego por culpa de los espa?oles. Esa gran mayor¨ªa que constituye el pueblo espa?ol ha demostrado hasta la saciedad que es capaz de trabajar con responsabilidad y eficacia.Lo han demostrado los trabajadores y cient¨ªficos emigrados en las empresas y universidades extranjeras, donde han rendido todo lo que la ineficacia y el desorden interno les imposibilitaba. Lo han demostrado con su esfuerzo solidario los sindicatos. Lo demuestran a diario millares de empresarios emprendedores, que se han sacudido el talante especulador y rentista. Y millares de funcionarios, que en medio del caos administrativo conservan la moral y mantienen los servicios. Y lo ha demostrado, en fin, la inmensa mayor¨ªa del pueblo, que quiere convivir en paz y en libertad y rechaza por igual el golpismo y el terrorismo.
No es el pueblo lo que falla. Lo que ha fallado es la clase dirigente tradicional, agotada en s¨ª misma, sin convicci¨®n ni fuerza, sin proyecto y, por tanto, sin moral ni disciplina. Los largos a?os del franquismo aniquilaron el protagonismo pol¨ªtico real de la derecha espa?ola, simple beneficiaria pasiva del sistema, que acab¨® perdiendo as¨ª el nervio creador y el h¨¢bito de la disciplina y la responsabilidad. El desastre de UCD ha sido como la bomba retardada del franquismo. Y, sinceramente, deseemos suerte a Fraga en la conducci¨®n del volc¨¢n que cabalga. La derecha espa?ola necesitar¨¢ tiempo para regenerarse y disciplinarse responsablemente en funci¨®n de un proyecto pol¨ªtico que, d¨ªgase lo que se quiera, hoy por hoy no tiene. ?Cu¨¢nta clarividencia en las consideraciones de Camb¨® sobre las dictaduras!
El 28-O el pueblo espa?ol decidi¨® sacudirse la carga hist¨®rica del ?Oh, Dios, que buen vasallo ... !, llamando a nuevos hombres a la funci¨®n dirigente. Es sangre nueva la que va a circular por las venas del Estado. Nuevos dirigentes que moralicen y modernicen la propia funci¨®n. Sin los complejos del n¨²mero uno, normalmente individualista y socialmente improductivo. Que acaben su mandato sin incrementos en su patrimonio; que vuelvan con naturalidad a su trabajo en la sociedad, sin sentirse frustrados ni distintos de sus compatriotas por el disfrute miserable de una pensi¨®n vitalicia; que act¨²en con autoridad, disciplina y constancia. S¨®lo as¨ª ser¨¢ posible la eficacia y se ganar¨¢ credibilidad bastante para compensar los eventuales e inevitables errores. Espa?a no funcionar¨¢ si los espa?oles no sacudimos el fardo hist¨®rico del escepticismo y el particularismo. Y eso, d¨ªgase lo que se quiera, depende sobre todo de la actitud de los dirigentes.
El Estado y la Administraci¨®n
La Constituci¨®n posibilita la convivencia libre y pac¨ªfica entre los espa?oles y las nacionalidades y regiones de Espa?a. Y eso no ser¨¢ posible sin un Estado fuerte y eficaz. Pero que nadie confunda fortaleza con intervencionismo, burocratismo o autoritarismo. El Estado espa?ol tiene una buena dosis de todo esto y, sin embargo, es extraordinariamente d¨¦bil. Nuestro Estado apenas es capaz de resistir las presiones particularistas procedentes de los grupos de presi¨®n o de su propia burocracia. Hace muchas cosas que har¨ªan mejor los particulares y deja de hacer otras que s¨®lo ¨¦l podr¨ªa emprender.
Hacer fuerte al Estado es dotarle de los medios para que pueda definir y defender sin claudicaciones los intereses p¨²blicos, para que pueda situar los intereses particulares en conflicto en la l¨®gica de un proyecto com¨²n de todos. El Estado democr¨¢tico tendr¨¢ que liberarse de muchas adherencias intervencionistas y ser capaz de conocer mejor, de o¨ªr m¨¢s y mejor y de decidir y servir mejor. La verdadera frontera est¨¢ no en hacer m¨¢s cosas, sino en ser capaz desde el Estado de que las cosas vayan mejor; no en suplantar a la sociedad, sino en estimular su dinamismo y su creatividad solidaria. La v¨ªa burocratista no ha sido la seguida por los pa¨ªses que hoy ofrecen mayores niveles de bienestar e igualdad.
El Estado no ser¨¢ fuerte si los ciudadanos no sienten que la Administraci¨®n est¨¢ realmente a su servicio. Si la democracia y la eficiencia no penetran la base del iceberg p¨²blico, si los ciudadanos no dejan de ver la Administraci¨®n como un mundo extra?o u hostil ante el que s¨®lo la presi¨®n o el favor parecen eficaces, nuestra democracia se quedar¨¢ a la mitad del camino entre las verdaderas democracias occidentales y las democracias tercermundistas. Por eso, las reformas o el cambio en la Administraci¨®n no son una cuesti¨®n tecnocr¨¢tica, sino una prioridad de la democracia y una tarea fundamentalmente pol¨ªtica.
Las autonom¨ªas
La democratizaci¨®n y la eficiencia de la Administraci¨®n son tambi¨¦n inseparables del proceso auton¨®mico. O las autonom¨ªas sirven para consolidar la unidad de Espa?a sobre la base de la realidad de sus nacionalidades y regiones o las autonom¨ªas habr¨¢n fracasado en un objetivo pol¨ªtico fundamental.
Estado fuerte no es sin¨®nimo de centralismo. Antes bien, nuestro Estado ser¨¢ m¨¢s fuerte si coopera sin reservas a la construcci¨®n de las autonom¨ªas; si lo hace con convicci¨®n y esperanza desde los principios de transparencia, objetividad y solidaridad, y si, libre ya de tantas absurdas adherencias centralistas, ejerce con capacidad su irrenunciable funci¨®n de garantizar el inter¨¦s general o proyecto com¨²n de todos los espa?oles. He ah¨ª el verdadero reto de los pr¨®ximos a?os: unas autonom¨ªas fuertes y m¨¢s pr¨®ximas a los ciudadanos dentro,de un Estado menor, pero m¨¢s fuerte, y al servicio todos del proyecto com¨²n de la Espa?a democr¨¢tica.
Fomentar el esp¨ªritu emprendedor
El primado del cambio corresponde, ante todo, a la sociedad. La sociedad no funciona sin un E stado que garantice la igualdad y la solidaridad, pero es de ella de quien depende fundamentalmente el progreso de todos. El Estado ha de promover la din¨¢mica social y no ser jam¨¢s un factor de bloqueo de la misma.
Pero el progreso social depende del esp¨ªritu emprendedor, que es el capital m¨¢s preciado de toda la sociedad. En el bien entendido de que esp¨ªritu emprendedor no quiere decir s¨®lo iniciativa ni empresa privada. En la empresa y la iniciativa privada hay tambi¨¦n, por desgracia, dosis excesivas de ineficiencia y de ese esp¨ªritu rentista o especulador que tan buenas migas hace con el esp¨ªritu burocratista. El esp¨ªritu emprendedor puede hallarse, ha de hallarse, en todos los sectores de la sociedad y no tiene por qu¨¦ responder s¨®lo a la l¨®gica del enriquecimiento privado.
Hay millares de espa?oles entre el empresariado, los trabajadores, la educaci¨®n, la sanidad, la cultura o el funcionariado que no se resignan a ser meros ciudadanos pasivos o administrados, que est¨¢n dispuestos a asumir el protagonismo del cambio y a experimentar nuevas formas de organizaci¨®n y producci¨®n social. Fomentar ese esp¨ªritu, facilitarle cauces y reconducirlo a la l¨®gica de la solidaridad es una de las tareas m¨¢s motivadoras y necesarias en un mundo cuyo escenario se halla sometido a una mutaci¨®n irreversible.
El esfuerzo solidario
En la d¨¦cada de los noventa la imagen del mundo se habr¨¢ transformado sensiblemente, comenzando por la jerarqu¨ªa entre las naciones. Del esfuerzo de todos va a depender nuestra incorporaci¨®n decisiva o nuestro alejamiento, quiz¨¢ tambi¨¦n decisivo, de las democracias avanzadas.
La democracia no funciona cuando las clases, los grupos o los territorios son incapaces de remontar sus intereses particulares y disciplinarse por un proyecto com¨²n. La solidaridad consiste precisamente en afirmar los intereses propios dentro de un proyecto aceptado como del inter¨¦s de todos. Sin esa solidaridad b¨¢sica es imposible que un pueblo pueda dar un salto cualitativo.
Y eso es a¨²n m¨¢s evidente ante una crisis nueva y global como la que hoy vivimos, frente a la cual no valen los dogmas pretenciosos ni las descalificaciones f¨¢ciles, sino el esfuerzo riguroso y sostenido y la al tura moral de aprender de quien nos discute y de los propios errores.
La modernizaci¨®n de las estructuras productivas, el funcionamiento eficaz del sector p¨²blico y privado, la introducci¨®n de la democracia en las relaciones laborales y la mejora de los derechos econ¨®micos, sociales y culturales, y, con todo, el afianzamiento de la libertad en el progreso, no pueden ser sino el producto del esfuerzo solidario de todos los espa?oles que quieren superar definitivamente todos esos reductos del esp¨ªritu autoritario, rentista, especulador, burocratista o corporativista, que hoy son el verdadero freno de la democracia avanzada.
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