Reagan: el viajero que nunca viaj¨®
Conozco a un hombre de negocios que viaja mucho, pero sin salir nunca de los aeropuertos. Es posible que ma?ana est¨¦ en Londres, el jueves pr¨®ximo en Amsterdam y el viernes en Francfort: no permanece en un lugar m¨¢s que el tiempo necesario para celebrar sus entrevistas de negocios y regresa inmediatamente a Barcelona -donde tiene su hogar y su compa?¨ªa- o se traslada en seguida a la ciudad donde debe ver a otro cliente. Aunque ha viajado mucho, no conoce un solo barrio de Par¨ªs, ni una plaza de Roma, ni un puente de Rotterdam: cita siempre a sus colegas en la antesala del aeropuerto, sin molestarse en salir a la calle. Las antesalas de los aeropuertos le parecen el equivalente de las oficinas de cristales refulgentes de su compa?¨ªa, y sin quitarse la gabardina ni abrir su maleta resuelve los problemas de su empresa, compra, vende e invierte sin respirar una sola mol¨¦cula del aire extranjero. Los aeropuertos lo protegen de lo desconocido que est¨¢ afuera, y aunque en su vida ha recorrido much¨ªsimos kil¨®metros, puede decirse que, en realidad, no ha viajado nunca, o que ha viajado en una esfera de cristal, en una c¨¢psula blindada.En las distintas dependencias de los aeropuertos, por lo dem¨¢s, sostiene, puede encontrar todas las cosas que cualquier ciudad del mundo le ofrecer¨ªa: cafeter¨ªa, tel¨¦fono, tiendas de tabaco, bar, lavabos, droguer¨ªa, restaurante, primeros auxilios y librer¨ªa. En el aeropuerto puede comprar hasta los souvenirs y los regalos para la familia que un viajero convencional siempre lleva en su maleta de regreso. Si agrega las postales t¨ªpicas del lugar nadie adivinar¨ªa nunca que ese hombre, en realidad, no ha salido jam¨¢s de los aeropuertos de las ciudades que visita.
Su imagen del mundo, pues, a pesar de las distancias que recorre, de los cambios de clima y de presi¨®n, se mantiene siempre inc¨®lume, igual a s¨ª misma: no sufre contraste, no se contamina. El avi¨®n lo deposita en la noche continua de los aeropuertos siempre iluminados, con sus tiendas internacionales, sus perfumes franceses y sus chocolates ingleses. Las antesalas climatizadas le protegen de cualquier cambio de temperatura, y el trozo de cielo que se divisa m¨¢s all¨¢ de los cristales no alcanza a identificar si est¨¢ en Berl¨ªn, Madrid o Viena.
Algo semejante a este viajero que nunca viaj¨® ha sido la reciente gira del presidente Reagan por algunos pa¨ªses de Am¨¦rica Latina. Son viajes falsos, irreales, con desplazamiento s¨®lo en el tiempo, no en el espacio, porque ¨¦ste y sus particularidades nunca ha llegado a conocer. Una enorme estructura protectora impide al viajero enterarse de que en realidad est¨¢ en un nuevo territorio.
Como al hombre de negocios, a Reagan no le interesan los lugares que visita, sino comprar o vender. Todo lo que no tenga que ver estricta y rigurosamente con la operaci¨®n mercantil es innecesario y hasta peligroso: s¨®lo se puede conservar la imagen del mundo intacta en la medida en la que no se la somete al contraste.
Ronald Reagan ha viajado en una campana de cristal ba?ada por l¨ªquido amni¨®tico (en jalea real, que para muchos constituy¨® durante un tiempo el secreto de la longevidad), que evita los contactos, protege contra la realidad y estimula las propias convicciones.
Tal es as¨ª que en un lapsus, por lo dem¨¢s significativo, durante la cena con el presidente Figueiredo, en Brasilia, brind¨® por Bolivia, no por Brasil, confundiendo el lugar en que se encontraba. Freud nos ense?¨® que no existen lapsus inocentes. Las ideas y los sentimientos que reprimimos asoman como caballos desbocados en nuestros labios cuando menos lo esperamos.
No es, siquiera, que Reagan se dirigiera posteriormente a Bolivia: se trata de que para el presidente Reagan no hay mayor diferencia entre Brasil y Bolivia, o entre Chile y Paraguay: vastas llanuras arboladas ocupadas por indios perezosos, mulatos resentidos y negros subalimentados.
Es cierto que el taximetrista de Marsella o el oficinista de Bristol puede confundir La Paz con Asunci¨®n, Uruguay con Paraguay, Venezuela con Colombia; el ¨²nico modelo de civilizaci¨®n ha sido, durante milenios, el europeo, y lo que no es Europa es b¨¢rbaro. (Cosa que ya hab¨ªa observado Humboldt, entre otros, quien dijo: "Se suele mirar como b¨¢rbaro todo estado del hombre que se aleje del tipo de cultura que los europeos se han formado de acuerdo a sus ideas sistem¨¢ticas. No estamos dispuestos a admitir aquellas distinciones tajantes entre naciones b¨¢rbaras y naciones civilizadas".) Pero ni el taximetrista de Marsella ni el oficinista de Bristol aspiran a ser presidentes de Estados Unidos.
Reagan confundi¨® Bolivia y Brasil, y no es la confusi¨®n menor del presidente. Lo que parece m¨¢s grave es que Reagan no hizo el menor esfuerzo por conocer los pa¨ªses a los que lleg¨®: como el hombre de negocios se subi¨® al jet y descendi¨® en aeropuertos y embajadas protectores, que disimulan tanto la hora del d¨ªa como la realidad de los pa¨ªses. Se qued¨® en la Casa Blanca, con sus pel¨ªculas de v¨ªdeo de los a?os cuarenta y la sonrisa de pl¨¢stico.
Manifestaciones y pintadas
Es posible que alguien de su comitiva le dijera que en Bogot¨¢ (?fue en Bogot¨¢ o en Sao Paulo?, ?en Cali o en Montevideo?) hab¨ªa manifestaciones contra su viaje y que la polic¨ªa de Brasilia (?o era la de Santiago?, ?o la de Bah¨ªa?) pint¨® apresuradamente las paredes donde se le¨ªan frases de agravio; pero el presidente sonreir¨¢, una vez m¨¢s, y pensar¨¢ que ese es el gran ¨¦xito de la democracia: poder decir lo que se piensa, no como en el mundo comunista. No se consuela quien no quiere. Adem¨¢s, no ha tenido tiempo. Hay viajeros que nunca tienen tiempo. Es igual: venden la misma mercader¨ªa en todas partes.
Reagan no viaj¨®: se traslad¨® en una c¨¢psula ideol¨®gica blindada, y los salones de la embajada en Brasilia no difieren mucho de los patios del Ministerio de Relaciones Exteriores de Costa Rica, Panam¨¢ o de Honduras. Las diferencias est¨¢n en otra parte. Y para verlas ser¨ªa mejor que abandonara el jet y volviera al caballo. La pel¨ªcula del viaje es muy antigua y no interesa a nadie.
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