Del moralismo socialista
Cinismo parecer¨¢, en efecto, el ponerse a hablar de la actividad pol¨ªtica como del "conjunto de los esfuerzos que se realizan con vistas a participar (.. .) e influir en el reparto del poder dentro del Estado, ya que, desde un punto de vista racional, no hay en la pol¨ªtica m¨¢s que intereses humanos y, por tanto, conflictos de intereses" (Kelsen). Pero habr¨¢ que hablar de todo ello si queremos llegar a una mayor¨ªa de edad pol¨ªtica en la que la democracia no sea ya una ilusi¨®n (con desenga?o incorporado) y pase a ser una realidad consolidada.Habr¨¢ que hablar, pues, de los partidos como grupos que, aparte de representar ideas o intereses de ciertos sectores sociales, tienen y defienden sus propios intereses corporativos en tanto que grupos. Intereses a menudo relacionados m¨¢s con su escala, posici¨®n o implantaci¨®n que con su misma ideolog¨ªa, y que les llevan a defender una ley electoral o un reglamento determinados. ?C¨®mo explicar, si no es as¨ª, el aprecio del PSOE y de AP por el actual reglamento del Congreso frente al disgusto que por ¨¦l parece sentir el Partido de los Socialistas de Catalu?a? Intereses, en fin, que el ciudadano o el elector no tendr¨¢n que ignorar -como no ignora el marido los de la mujer, o el comprador los del vendedor-, sino m¨¢s bien aprender a contar con ellos para saberlos tambi¨¦n, cuando haga falta, descontar.
Como habr¨¢ que hablar a la gente de que sus representantes no viven s¨®lo para representarlos, sino que viven tambi¨¦n de representarlos. Y decir a¨²n, como se?alaba Max Weber, que no es necesariamente malo que sea as¨ª, ya que unos pol¨ªticos que viven s¨®lo y altruistamente para la pol¨ªtica presuponen un Estado plutocr¨¢tico, donde s¨®lo los ya ricos pueden dedicarse a ella. O hablar todav¨ªa de que la oferta de cada partido pocas veces es consistente, o tan siquiera inteligible, si no es entendida en el contexto de las dem¨¢s ofertas del mercado pol¨ªtico; que en la familia de los partidos pol¨ªticos, como en los matrimonios, tiende a producirse una divisi¨®n del trabajo, por la cual lo que unos ya dicen o defienden los otros pueden permitirse olvidarlo. Lo que significa que los partidos s¨®lo se las apa?an para decir la verdad en su conjunto y que, por lo mismo, la desaparici¨®n de cualquiera de ellos supone una p¨¦rdida irreparable para aquella verdad pol¨ªtica que, s¨®lo en su conjunto, representan.
Como deber¨¢ saberse y decirse que estos partidos, complementarios desde un punto de vista te¨®rico, son a menudo, adem¨¢s, pr¨¢cticamente c¨®mplices -y ello con independencia de las opciones que crean o digan representar. C¨®mplices, s¨ª; mas no en su tendencia a favorecer el volumen de las transferencias, prestaciones y contrapartidas pol¨ªticas que se producen entre grupos sociales. Y es que ocurre con la pol¨ªtica, como con cualquier otra profesi¨®n, que tiende a sobrevalorar su funci¨®n ("la importancia de la asignatura", y aun a fomentar la necesidad real o aparente de sus servicios. Ello se consigue, por ejemplo, cuando los campesinos subvencionan a los ciudadanos con el bajo precio de los productos del campo, los cuales subvencionan, a su vez, a los campesinos, consiguiendo precios pol¨ªticos para los fertilizantes o exenciones fiscales para las coopeorativas. En el l¨ªmite, a una persona se la puede acabar subvencionando exactamente con la misma cantidad que se le ha cobrado por impuestos y nada habr¨¢ cambiado. Nada, excepto la necesidad de una mediaci¨®n pol¨ªtica entre ¨¦l y ¨¦l mismo; de uno o varios servicios p¨²blicos que le permitan perder y luego recobrar su equilibrio. Y aunque este sistema de transferencias sociopol¨ªticas requiere el mantenimiento de un aparato estatal que hace m¨¢s costoso el proceso global, cada persona o grupo social en particular tiende a percibir los beneficios que de ¨¦l extrae. De ah¨ª que se identifique con el partido o l¨ªder que le arranca para ¨¦l subsidios o compensaciones. De ah¨ª que sienta, tambi¨¦n, lo que otros le arrancan a ¨¦l, con lo que podr¨ªa conclurise que, parad¨®jicamente, la gran ventaja de los impuestos no es tanto econ¨®mica o social como pol¨ªtica. "La gente m¨¢s sumisa, ego¨ªsta o indiferente al proceso colectivo", escribe G. Zaid, "empieza a exigir cuentas y a participar en cuanto comienza a sentir en su propia bolsa el costo del Gobierno. Quiz¨¢ por eso en los pa¨ªses socialistas se cobran pocos impuestos: el Gobierno se apropia directamente de la plusval¨ªa pagando salarios bajos". A partir de ah¨ª no habr¨ªa ya que forzar mucho el argumento para concluir que la aut¨¦ntica socialdemocracia es la etapa suprema y radical del socialismo.
Entre el cinismo y el moralismo
Los casos o ejemplos podr¨ªan multiplicarse, pero creo que bastan para sugerir que no existe opci¨®n ni partido alguno que te¨®ricamente exprese, ni pr¨¢cticamente encarne, la aut¨¦ntica soluci¨®n de los problemas. Y que, por lo mismo, con un partido podemos y debemos colaborar, pero no tanto como para llegarlo a amar. ?Es esto una posici¨®n c¨ªnica? Yo creo m¨¢s bien que se trata de una postura pol¨ªtica ir¨®nica e incluso, en un sentido, heroica.
En efecto; desde que una persona sabe que no existe el sendero luminoso a la justicia, desde que reconoce que el es y el debe hay un abismo sin carreteras ni puentes que lo franqueen -sin an¨¢lisisjustos ni pol¨ªticas correctas, como dicen los comunistas-, desde este momento tiene que asumir la plena responsabilidad personal e intransferible de la opci¨®n que toma. Una opci¨®n que le aparece entonces como tal, es decir, como constitutivamente parcial, azorosa y tendenciosa, sin garant¨ªas de calidad..., ni tan s¨®lo de realidad. Sin nada que le permita hacerse la ilusi¨®n de que su juzgar es un conjugar el lenguaje mismo de las cosas, y su decidir, un coincidir con la historia o el progreso, con el derecho natural o bien com¨²n.
Perdida la ilusi¨®n de que los juicios de valor pueden derivarse de los juicios de hecho, el individuo se enfrenta entonces a la ardua tarea de decidir lo que es bueno y lo ue es mejor o peor. Y ¨¦sta, que es la mayor responsabilidad moral que el hombre puede asumir, es tambi¨¦n la que reclama una mayor dosis de iron¨ªa. Pues s¨®lo la iron¨ªa hace compatibles la entrega personal y la distancia intelectual, el compromiso radical en algo que se reconoce meramente convencional -la actitud que marca la peque?a pero definitiva distinci¨®n que media entre vivir ilusionado y ser un iluso-. De ah¨ª que sea esta actitud, equidistante del cinismo y del moralismo, la que haya presentado yo como culminaci¨®n y superaci¨®n a la vez del imperativo ¨¦tico que orienta al socialismo espa?ol.
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