Garc¨ªa M¨¢rquez cierra en Estocolmo el par¨¦ntesis que le ha supuesto en su vida el Premio Nobel
Gabriel Garc¨ªa M¨¢rquez llev¨® a Caperucita roja a la Academia Sueca. Convirti¨® el acto de entrega de los premios Nobel, ante la solemne presencia de los reyes Carlos Gustavo y Silvia, en una celebraci¨®n de sus propias supersticiones -una rosa amarilla le acompa?¨® durante el acto- y rompi¨® la costumbre casi ancestral de llevar frac a la ceremonia: ¨¦l us¨® un liqui-liqui, el traje de los caribe?os. Ayer acab¨® lo que el autor de Cien a?os de soledad calific¨® como una semana "de par¨¦ntesis en mi vida".
ENVIADO ESPECIAL, Todo eso ha sido contado. Lo que a¨²n no se sabe es c¨®mo Gabo, a quien han acompa?ado en este sudoroso viaje al fr¨ªo Estocolmo cuarenta amigos incondicionales y una far¨¢ndula casi mareante de m¨²sicos y danzarines, ha resistido tama?o protocolo. Las horas culminantes de ese proceso protocolario comenzaron cuando se prob¨® el liqui-liqui de lino blanco y se horroriz¨® del planchado que le hab¨ªan hecho. La ceremonia de prueba comenz¨®, ante la c¨¢mara de un fot¨®grafo privado, con la exhibici¨®n de los calzoncillos, largos como los de un campesino gallego, pegados al cuerpo y blancos. Sigui¨® con las restantes prendas y termin¨® con la chaqueta. Le molestaba un poco el cuello estirado, como de cura ingl¨¦s, pero su hijo Gonzalo, estudiante de flauta, explic¨® que eso era lo adecuado, que le molestara. Un perfume ancestral dio luego otro aliento a sus manos.Luego, sentado ante los Reyes, el premio Nobel parec¨ªa el espejo perfecto de la soledad por ¨¦l descrita, vestido de blanco y con la rosa amarilla que nunca ha abandonado en este viaje al fondo de la noche central del mundo, que es como ¨¦l record¨® que Neruda llam¨® a Estocolmo.
En todo este tiempo Garc¨ªa M¨¢rquez, que ha rechazado entrevistas, dado excusas corteses a editores que le invitaban y ayudado a sus compa?eros de la Prensa a cubrir la parafernalia de las ceremonias, s¨®lo se irrit¨® realmente dos veces. En tres ocasiones estuvo a punto de llorar, pero realmente furioso s¨®lo apareci¨® dos veces. Una, cuando le anunciaron que sus ¨ªntimos amigos no hab¨ªan recibido a¨²n la invitaci¨®n para el banquete que suceder¨ªa a la entrega del galard¨®n. El autor de La mala hora dijo, en medio del estupor calmado de los diplom¨¢ticos, que mientras esa situaci¨®n no se resolviera su presencia en la ceremonia estaba en el aire. Todo se arregl¨® al final, y en los estrados aparecie ron las peque?as rosas amarilla en los ojales de sus compatriotas.
La otra vez en que se puso furioso fue al d¨ªa siguiente de la celebraci¨®n del banquete. Los elemen tos del protocolo han sido borrados por Garc¨ªa M¨¢rquez bailando cumbias y conversando por las noches, aunque sin hablar demasiado, "porque desde que estoy aqu¨ª cuento demasiadas cosas". Al d¨ªa siguiente del banquete fue una ma?ana de resaca. El desayuno le fue servido mal y fue tal el disgusto del autor de Aracataca que estuvo a punto de enviar a un propio a la fundaci¨®n Nobel a recoger su cheque de diecisiete millones de pesetas mientras se repon¨ªa del cansancio profundo a que ha sido sometido seg¨²n su voluntad.
Nuevo viaje a Barcelona
Anoche dec¨ªa en Estocolmo que ya acab¨® el par¨¦ntesis. Ahora viaja a Barcelona, despu¨¦s desaparece -¨¦l sabe ad¨®nde va, pero lo guarda como un secreto milenario- y en seguida reinicia la vida normal, que para ¨¦l ser¨¢ hija de una obsesi¨®n: el peri¨®dico que quiere hacer en Bogot¨¢. A los que le preguntaban por las dificultades de regresar a lo que ha sido norma en su vida -la escritura, la soledad y la reflexi¨®n sobre la muerte- les respondi¨®: "La vida no cambia para nada". Como dato para los que le leen en EL PAIS, podemos relatar lo que dijo a un periodista que le pregunt¨® si seguir¨ªa colaborando en este diario: "S¨ª por supuesto. Este par¨¦ntesis de mi vida se acaba ma?ana".El est¨¢ convencido de que eso puede ser as¨ª, y despu¨¦s de hacer tal declaraci¨®n se fue a abrir uu baile de colombianos en el cual bail¨® la cumbia con su mujer, Mercedes, y discuti¨® an¨¦cdotas viejas con los amigos de Barranquilla que le han tra¨ªdo aqu¨ª los tambores casi flamencos de su tierra. En ese ¨¢mbito exclam¨® una vez: "?Y despu¨¦s dicen que Macondo no es verdad!".
Hoy termina el viaje sueco del Nobel colombiano. Los acad¨¦micos de la Academia Sueca a¨²n no se han repuesto del educado estupor que les produjo Garc¨ªa M¨¢rquez cuando les declar¨®, en una de las cenas de esta semana, que Caperucita roja no es un cuento infantil tan inocente, como ha hecho creer la historia convencional de la literatura para ni?os, sino que es una historia de violaciones, un relato pornogr¨¢fico en que cada papel, el del lobo, el de la ni?a y el de la abuela c¨¢ndida, tiene su raz¨®n de ser perversa, ni se ha repuesto esta tierra tan estricta de la extra?eza por el calor que el autor de Cien a?os de soledad trajo a los cero grados de Estocolmo. El secretario de la Academia, Lars Gyllensten, le describi¨® as¨ª: "Cuando le vi llegar a Estocolmo, o¨ª c¨®mo una multitud caliente, colombiana, le gritaba "?????Gabo, Gabo!!!!!!", y me emocion¨¦, pensando que eso no hubiera pasado con un sueco. Luego pens¨¦ que otra multitud de helados corazones suecos gritaba muy bajito "?Gabo, Gabo!".
Todo quedar¨¢ hoy atr¨¢s para Garc¨ªa M¨¢rquez, que espera quedarse definitivamente tranquilo con la soledad de su literatura, cuando salga de Estocolmo el avi¨®n de la SAS como una onomatopeya.
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