Efecto y defecto del caso Valladares
Cuando en su d¨ªa un grupo de intelectuales franceses suscribi¨® una deso¨ªda petici¨®n de clemencia a De Gaulle por la vida de Robert Brasillach, Albert Camus insisti¨® en acompa?ar su firma de una nota que aclarase el motivo de su intervenci¨®n: oposici¨®n a la pena de muerte en todos los casos. Robert Brasillach, adem¨¢s de colaboracionista con los nazis y denunciante de jud¨ªos durante la ocupaci¨®n (de modo mucho m¨¢s activo y eficaz que C¨¦line), fue un discreto poeta, y nada m¨¢s, cuya exaltaci¨®n posterior poco menos que al genio es puro revanchismo derechista. Pero a Camus lo que le interesaba dejar claro es que no pretend¨ªa con su firma rescatar del pelot¨®n de fusilamiento el talento de un poeta, fuese cual fuese (?qu¨¦ pesaba m¨¢s en la balanza, la obra del literato o la del traidor?), sino la vida de un hombre. En tales casos, ning¨²n m¨¦rito puede ir por delante de ¨¦ste. Hace unos a?os, cuando se estren¨® en Espa?a la pel¨ªcula Galileo, de Liliana Cavani (quiz¨¢ la menos mala de su deplorable filmograf¨ªa), me atrev¨ª a protestar por el tratamiento que en ella recib¨ªa el caso Bruno y el del propio Galileo. Como por lo visto a la directora italiana lo que m¨¢s le interesaba era probar que ambos ten¨ªan raz¨®n seg¨²n la ciencia moderna frente a los inquisidores (y de aqu¨ª la injusticia oscurantista que con ellos se comet¨ªa), al pobre Bruno le hac¨ªa proferir unos fragmentos de doctrina m¨¢s propios de la Dial¨¦ctica de la naturaleza, de Engels, que del autor de los Furores heroicos. Lo cierto es que, bien mirado, el cardenal Belarmino era m¨¢s racionalista al gusto de nuestro actual sentido com¨²n que Giordano Bruno y, si enfocamos el asunto desde la teor¨ªa de la relatividad, quiz¨¢ tuviese tanta raz¨®n como el propio Galileo. Pero ?altera esto en algo la verdadera cuesti¨®n de fondo? ?Acaso, si la historia de la ciencia hubiese confirmado inequ¨ªvocamente el punto de vista dogm¨¢tico de los inquisidores frente a Bruno, y Galileo, se confirmar¨ªa as¨ª la legitimidad de la persecuci¨®n que sufrieron? ?O es que quienes tienen ideas equivocadas pueden ser sin esc¨¢ndalo quemados o encarcelados por ellas?Todo esto viene a cuento de la desaz¨®n que se nota entre algunos de los que en su d¨ªa solicitamos m¨¢s de una vez p¨²blicamente la liberaci¨®n de Armando Valladares -y volver¨ªamos a hacerlo en situaci¨®n semejante- ante la presencia de ¨¦ste, por fin libre, entre nosotros. Hay que reconocer que la imagen p¨²blica de Valladares no es precisamente arrebatadora, salvo si uno es maniaco del anticomunismo o monja. En primer lugar, se habl¨® de un exhausto paral¨ªtico, y se nos presenta un mozo de aire muy saludable. En segundo lugar, se dijo de ¨¦l que era poeta, dictamen que no resiste la confrontaci¨®n con ninguno de sus textos, por muy generosos que seamos en la aplicaci¨®n gen¨¦rica de tal calificativo literario. En tercer lugar, sus proclamas religiosas, no demasiado sutiles, y su insistencia en detallar qu¨¦ requisitos ceremoniales considera imprescindibles antes de lanzarse a cumplir el d¨¦bito conyugal ("sabes, chico, no somos bestias", etc¨¦tera ... ) tampoco logran emocionar a quienes compartimos mediocremente tales fervores. Pero lo peor de todo son los promotores que le rodean, reclutados entre lo m¨¢s consecuentemente repugnante del panorama ideol¨®gico del momento. Los tales le declaran su cari?o a voces, le proclaman una especie de cruce entre Miguel Hern¨¢ndez y San Tarsicio, rega?an a quienes se le acercan sin el respeto debido y le hacen entrevistas apocal¨ªpticas donde la simplicidad algo mema de las respuestas se ve subrayada por cavernosos comentarios del interrogador: "Aprendan nuestros ingenuos progresistas... Avive el alma, dormida y despierte contemplando c¨®mo se va el liberal y nos llega el comisario tan callado, etc¨¦tera...". Todo lo cual dificulta un tanto -o al menos desconcierta- la espont¨¢nea simpat¨ªa que reserv¨¢bamos para el perseguido.
Hasta el punto que corremos el riesgo de olvidar que el perseguido es realmente un perseguido. Que, como tantos otros en numerosas partes del mundo, ha sufrido una inicua represi¨®n por sus ideas, sean ¨¦stas cuales fueren. Que la magnificaci¨®n de su figura y su consiguiente utilizaci¨®n por determinados sectores no es culpa suya, sino de la torpe dictadura burocr¨¢tica que le priv¨® de sus derechos elementales y le regate¨® la dignidad debida como ciudadano. La solidaridad que despierta no se la gana como poeta ni por sus ideas religiosas o comentarios pol¨ªticos, sino por el puro y simle ejemplo de lo que con ¨¦l se ha hecho. Y es que los derechos humanos no son algo que se llega a merecer por ser un notable artista, o un gran cient¨ªfico, o un perspicaz ide¨®logo, ni si quiera un luchador honrado y consecuente, sino que son el m¨ªnimo intangible que a cualquiera le ha de ser reconocido por el solo factor de pertenecer a la comunidad humana. No son tanto una conquista pol¨ªtica como el pacto ¨¦tico que pretende resguardarnos de los efectos antihumanos del partidismo pol¨ªtico. De aqu¨ª les viene su car¨¢cter m¨¢s distintivo: la incondicionalidad. En cuanto un grupo pone condiciones a los derechos humanos o matiza circunstancialmente su aplicaci¨®n y salvaguardia, ya ha pecado contra ellos al menos en esp¨ªritu.
Por esto preocupa o¨ªr a ciertos humanistas y a ciertos revolucionarios exigir requisitos o marcar diferencias en lo que o es incondicional o no es. Por ejemplo, Bernard-Henry Levy, usual defensor attitr¨¦ de los derechos humanos, que llega a felicitarse de su violaci¨®n si las v¨ªctimas son palestinos y que distingue entre la urgencia metaf¨ªsica de luchar por los derechos humanos en Polonia y la reivindicaci¨®n m¨¢s postergable de los mismos en El Salvador o Guatemala. O, por ejemplo, los verdugos institucionales de ETA, siempre dispuestos a explicar a los d¨®ciles posesos que les escuchan las terribles culpas de sus ejecutados. Y el descerebrado autosatisfecho se dice: "Ya sab¨ªa yo que algo habr¨ªan hecho...". Pues bien, si alguna lucha puede ser llamada revolucionaria, progresista, humanista o como ustedes quieran es la que afirma contra viento y marea que nadie merece la pena de muerte, que nadie merece la tortura, que nadie merece ser privado de libertad de expresi¨®n o perseguido por sus creencias y que ning¨²n r¨¦gimen pol¨ªtico puede, esgrimir otra legitimidad que la coacci¨®n violenta si impide la libre asociaci¨®n con fines c¨ªvicos. Lo dem¨¢s es mafia de unos o mafia de otros: pero entre las mafias, lo justo es no elegir.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.