Un reencuentro sorprendente entre filosof¨ªa y psicoan¨¢lisis
Un doble discurso denso, sinuoso, lleno de trampas. Dos textos paralelos que se entrecruzan, se interrumpen, se corresponden y que tal vez terminen por unirse en el infinito. El di¨¢logo del fil¨®sofo Jacques Derrida y del psicoanalista Ren¨¦ Major en el Instituto Franc¨¦s ha sido, en cierta forma, una experiencia l¨ªmite: ni un verdadero di¨¢logo y tampoco la simple yuxtaposici¨®n de dos mon¨®logos, sino una forma de discurso nuevo, con distintas voces, con perspectivas que daban v¨¦rtigos y ecos sin detenerse, dejaban escapar la significaci¨®n. ?De qu¨¦ se trataba? De un encuentro entre psicon¨¢lisis y filosof¨ªa, anunciaba el t¨ªtulo. ?La filosof¨ªa? Un camino que no lleva a ninguna parte, dec¨ªa Heidegger. ?El psicoan¨¢lisis? Una peste, respond¨ªa Freud. El encuentro entre esos dos monstruos no pod¨ªa ser m¨¢s que monstruoso, dando luz a un bastardo... El p¨²blico se esperaba todo eso y m¨¢s. No fue decepcionado. Derrida y Major, en vez de intercambiar ideas en el tono hip¨®crita del debate televisado, se enfrentaron con el texto mismo de Freud, especialmente sobre Psicopatolog¨ªa de la vida cotidiana, en los pasajes en los cuales Freud se interroga sobre el car¨¢cter imprevisible de ciertos actos frustrados y sobre el papel del azar en el destino de los hombres. La noci¨®n de fortuna, entendida en el sentido de suerte, constitu¨ªa el coraz¨®n de esta lectura. Pero la lectura termin¨® mal para Freud, pues el psicoanalista se ha encontrado a su vez psicoanalizado, atrapado en su propia trampa, y su texto, desmontado como si se tratase de un vulgar meccano...El p¨²blico no pod¨ªa creerlo. Desde ahora en adelante sabemos que la viola y la muerte de Freud estaban contenidas en algunas citas, en un n¨²mero de tel¨¦fono o en el de una habitaci¨®n de hotel en Atenas. Sabemos que las fechas de esas operaciones de la mand¨ªbula y de su muerte se manifestaban desde hace tiempo en algunas cifras triviales y en un carn¨¦ de direcciones. Sabemos de forma definitiva que no era por un puro azar que Freud olvidaba un nombre, sobre todo si se trataba del nombre de un fil¨®sofo. Para el inconsciente nada es imprevisible, y para el fil¨®sofo no hay casualidades. Peor para Freud. Mejor para el psicoan¨¢lisis... En cuanto a Major y a Derrida, bien malicioso ser¨ªa aquel que se aventurase a predecir d¨®nde les llevar¨¢, si ellos asumen hasta el fin el riesgo de ese doble discurso del que acaban de intentar la experiencia.
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