El ¨¢rbitro de f¨²tbol
La catarsis del espectador es fundamental para nuestra estabilidad sociol¨®gica (para la actual tambi¨¦n, no s¨®lo para la del franquismo). El hincha participa en una pugna de la que no conoce el final como tampoco lo conocen los jugadores, cada momento puede ser decisivo y ¨¦l puede participar en la decisi¨®n ¨²ltima con sus aplausos e insultos, con su conducta ayuda a que su equipo gane y el intimidar al ¨¢rbitro es la forma m¨¢s expeditiva que tiene a su alcance, no importa que sea un trabajo sucio. Si en sus relaciones laborales todo vale, si en su sociedad de consumo s¨®lo importa el ¨¦xito, ?por qu¨¦ una conducta ¨¦tica en una cosa tan nimia como es un partido, empez¨¢ndo que por qu¨¦ los millonarios con piernas de oro van a respetar a tan miserable pluriempleado si se opone a sus mucho m¨¢s valiosos intereses? Y as¨ª el f¨²tbol, nuestro mayor fen¨®meno de masas, tan masificado como masificante, reproduce en su estructura los vicios enteros del pa¨ªs, incluidos los industriales. Constituye el mayor aporte de esfuerzos, pero sin ideas propias debe recurrir a la importaci¨®n de jugadores extranjeros, equivalente a la de bienes de equipo; a contratar a entrenadores for¨¢neos, equivalente al pago de royaltis por tecnolog¨ªa; a consolarse con un papel de segund¨®n en los campeonatos europeos, equivalente al ingreso en la CEE Y, por si fuera poco, est¨¢n las quinielas. La soluci¨®n de nuestras miserias pasa indefectiblemente a trav¨¦s del azar, muy propio de un pueblo que desconf¨ªa del trabajo, "el espa?ol no est¨¢ hecho para trabajar, la prueba es que se cansa" (?Juli¨¢n Mar¨ªas o Forges?), en la suerte est¨¢ el remedio, en la loter¨ªa, en el braguetazo o en una de catorce.
En el centro de todo este entramado de met¨¢foras, al ¨¢rbitro le corresponde la figura de chivo expiatorio. Cuando en nuestro sistema productivo un producto falla en su calidad, la culpa recae sobre el m¨¢s d¨¦bil de la cadena; el auxiliar de laboratorio es quien se equivoc¨® en el an¨¢lisis, no el director t¨¦cnico, imposible el director gerente. Cuando un proceso falla en su tr¨¢mite burocr¨¢tico es el funcionario de tercera quien olvid¨® la p¨®liza, no el director general, imposible un ministro. El ¨¢rbitro est¨¢ tambi¨¦n metaforizando nuestro sentimiento de culpabilidad, por que la culpa de nuestras desgra cias siempre la tiene otro, somos irresponsables ante la ley y ante nosotros mismos; la culpa es del otro, de ellos; la irresponsabilidad individual se diluye ante la p¨²blica, la de ellos, los jam¨¢s identifica dos en los casos de la colza, Sofico, Redondela, Matesa, seres arcang¨¦licos e intangibles, y por reducci¨®n al absurdo recae sobre el que m¨¢s a mano viene, el ¨¢rbitro, el otro, uno de ellos, chivo emisario, azazel, sobre cuya cabeza el gran sacerdote extiende las manos para acusarle de todas las iniquidades de Jud¨¢, es el culpable nato, el que se lleva todas las bofetadas de las manos extendidas y ahora si que no es met¨¢fora, los he visto apaleados, sangrantes y a uno, en mi pueblo, colgando de un chopo (menos mal que por las axilas, todo un detalle), su actividad es m¨¢s peligrosa que la de un corresponsal de guerra. Leguineche y sus camaradas deber¨ªan admitirlos en su Club de Aventureros como so cios de honor. El subdesarrollo de una naci¨®n se mide por su capacidad de digerir el absurdo sin inmutarse. Supongamos un Barcelona-Real Madrid: m¨¢s de 100.000 espectadores dejan en taquilla 40 millones de pesetas; los h¨¦roes del domingo cobran, de ganar, en concepto de prima, un sobresueldo de 300.000 pesetas, y para dirimir tan formidable negocio se abandona a su suerte al se?or de negro, con un salario de 15.000 pesetas (eso s¨ª, gastos de desplazamiento pagados y entrada gratis). A cambio de tan formidable paga, no se le permite el m¨¢s nimio error; si se equivoca, el pitar un penalti le puede costar la vida; si se equivoca el divo y lo falla, no importa, son cosas del juego. Tomados esos millones como negocio, lo que son, no encontrar¨ªamos ejecutivo que por 3.000 duretes, riesgos f¨ªsicos aparte, se comprometiese a regularlo a t¨ªtulo de ¨¢rbitro. El absurdo se mantiene porque en la fragilidad de su circunstancia se objetiva el ¨¦xito de la fiesta. Si va bien, no pasa nada; si va mal, el azazel est¨¢ garantizado. Pero como ¨¦ste no es un pa¨ªs subdesarrollado, aunque a veces lo parezca, el absurdo no es inocente, el poderoso sabe que con tan breve econom¨ªa la posibilidad de dar con hombres sobrecogedores, que cogen sobres, tambi¨¦n est¨¢ garantizada.
El remedio del f¨²tbol, como el de todos los males nacionales, est¨¢ en la escuela. Con la educaci¨®n risica, los futbolistas aprender¨ªan a jugar, y con la otra, los espectadores a comportarse. Con un salario justo (?por qu¨¦ no una prima igual a la del jugador triunfante?) y medios adecuados (cron¨®metro autom¨¢tico, anotadores, etc¨¦tera) el ¨¢rbitro podr¨ªa cumplir su cometido con eficacia y sin riesgos, aunque quiz¨¢ surgiera un riesgo mucho mayor, el deque una vez desaparecida la v¨ªctima propiciatoria, su raz¨®n ¨²ltima de ser, el f¨²tbol espect¨¢culo tambi¨¦n desaparecer¨ªa.
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