La aventura parisiense y la pasi¨®n de Espa?a
Con el Premio Nadal que le fue concedido el pasado d¨ªa 6 de este mes de enero, el escritor Fernando Arrabal alimenta, sin duda, un deseo, o pasi¨®n, u obsesi¨®n constante en su trayectoria desde que, hace m¨¢s de un cuarto de siglo, se instal¨® en Par¨ªs: triunfar en Espa?a por todo lo alto.Cuando en plena d¨¦cada de los a?os sesenta sus primeras obras de teatro, Fando y Lis, El triciclo, Pique-nique en el campo, hab¨ªan hecho de Arrabal un apellido que empezaba a contar en la escena francesa, un d¨ªa, entre rabioso y triste, se quejaba de la ignorancia espa?ola hacia su obra. Su interlocutor era el entonces corresponsal de la revista de informaci¨®n general Sp, de Madrid.
Eran los tiempos duros de Arrabal en Par¨ªs, en los que cada estreno de una obra representaba una aventura esperanzadora y desesperada. A finales de 1964, en el teatro Moufftard, con dinero propio, sin que su mujer se enterara, Arrabal estren¨® La coronaci¨®n.
Los actores eran aficionados desconocidos. El director era un amigo suyo, con el que hab¨ªa intimado en un sanatorio en el que ingres¨® poco despu¨¦s de llegar a Par¨ªs, y que no ten¨ªa la m¨¢s m¨ªnima idea de lo que era el teatro. Pero Arrabal entend¨ªa que "todos podemos hacer todo". Y le confi¨® a su amigo la direcci¨®n y el primer papel de la obra. De hecho, Arrabal dirigi¨® la obra, mientras su amigo viaj¨® a Espa?a para encargar el cartel anunciador de La coronaci¨®n al pintor leon¨¦s Manuel Jular, que, adem¨¢s, consigui¨® que se imprimiera gratuitamente.
En Par¨ªs, ya con el macuto de carteles anunciadores de La coronaci¨®n, Arrabal y alguno de sus amigos, despu¨¦s de los ensayos, por la noche, pegaban los carteles en los muros del Barrio Latino. El d¨ªa del estreno, el ya citado periodista de Sp consigui¨® que presenciaran la obra algunos corresponsales espa?oles. Entre ellos se encontraba Lorenzo L¨®pez Sancho. Pero aquello no gust¨®, y Arrabal continuaba siendo mercanc¨ªa desconocida en su pa¨ªs. La cr¨ªtica parisiense tambi¨¦n maltrat¨® La coronaci¨®n.
Una tarde, Arrabal esperaba con ansia la rese?a del ¨²ltimo cr¨ªtico importante, Pierre Marcabru, dePar¨ªs-Presse, que aconsejaba a sus lectores: "Si quieren divertirse, en vez de ver La coronaci¨®n, es preferible que ustedes vayan a la feria de la chatarra". Tras este ¨²ltimo palo, Arrabal y un amigo suyo caminaron desconsolados, desde Saint Germain des Pr¨¦s hasta la plaza de la Concordia. En un momento evocaron la retirada de la obra de manera inminente, y Arrabal suspir¨®: "Ahora me gustar¨ªa tener una amante, para que me consolara". Ya en la plaza de la Concordia, su amigo surgi¨® del mutismo y le dijo: "Mira, Fernando, en Par¨ªs se puede aprender mucho, indudablemente. Pero, a partir de un cierto momento, sin dejar de aprender, hay que dejar tambi¨¦n de ser alumno de los franceses. Hay que ejercer de maestro. Entonces se triunfa". Arrabal, como iluminado, coment¨®: "Eso es as¨ª".
Pocos meses despu¨¦s se produjo la primera intentona espectacular de penetraci¨®n de Arrabal en Espa?a. Su amigo, el corresponsal de Sp, escribi¨® un reportaje sobre el teatro p¨¢nico, y, con el texto, le envi¨® una carta al director de la revista, Rodrigo Royo, en la que le anotaba: "Si quieres pasar a la historia del teatro mundial, publica el reportaje adjunto". Royo, en el n¨²mero 265 de Sp, dedic¨® toda la portada con este t¨ªtulo: El teatro p¨¢nico triunfa en Par¨ªs. El editorial, firmado por ¨¦l, se titulaba El mundo p¨¢nico. Y el primer reportaje de aquel ejemplar de Sp era el de su corresponsal, bajo el t¨ªtulo P¨¢nico en escena. Arrabal se encontraba en Madrid de vacaciones y, s¨®lo ver la revista, le escribi¨® a su amigo de Par¨ªs: "Qu¨¦ grandes somos. Qu¨¦ enorme eres. Gracias, gracias. Qu¨¦ sorpresa, me caigo de culo". Semanas despu¨¦s, a la vista de aquel despliegue p¨¢nico de Sp, el director de Indice puso a disposici¨®n de Arrabal todo un n¨²mero de dicha revista.
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