Chicago no nos representa
Ya ha sido resuelto, nada menos que con diez a?os de anticipaci¨®n: ninguna ciudad de Am¨¦rica Latina ser¨¢ tenida en cuenta para la exposici¨®n universal que celebrar¨¢ el V Centenario del descubrimiento de America. Quiz¨¢ nadie las propuso; quiz¨¢ ninguna por razones obviamente econ¨®micas, habr¨ªa podido aceptarlo. Pero lo cierto es que el 8 de diciembre la oficina Internacional de Exposiciones (BIE), reunida en Par¨ªs, decidi¨® que las dos ciudades que organizar¨¢n esa muestra, en 1992 ser¨¢n Sevilla y Chicago. La decisi¨®n fue tomada por 26 votos contra diez abstencionesAunque la informaci¨®n cablegr¨¢fica no especifica los motivos, es f¨¢cil deducir que los reparos no habr¨¢n sido para Sevilla. ?Qui¨¦n podr¨ªa oponerse a que una ciudad espa?ola fuera una de las sedes celebrantes, y qu¨¦ mejor que Espa?a para elegir cu¨¢l de ellas? Un inviable proyecto de pancarta podr¨ªa ser: Sevilla s¨ª, Chicago no. ?Cu¨¢l de los pa¨ªses y pueblos de Am¨¦rica Latina podr¨¢, en cambio, sentirse representado en la exposici¨®n de los norteamericanos? Nadie duda que ser¨¢ monumental, plet¨®rica de robots y gloriosamente electr¨®nica, pero la gente que vive al sur del r¨ªo Bravo quiz¨¢ habr¨ªa preferido una muestra m¨¢s sobria, una celebraci¨®n de pobre, a realizarse en Lima o M¨¦xico o Quito o Porto Alegre. All¨¢ por 1863, cuando los pintores impresionistas no eran admitidos en el sal¨®n oficial, organizaban un sal¨®n de los rechazados, y despu¨¦s de todo no les fue tan mal. Quiz¨¢ podr¨ªamos ir pensando desde ahora en una exposici¨®n -quiz¨¢ menos universal y m¨¢s comarcana- de esa Am¨¦rica Latina tan anticipadamente discriminada; una exposici¨®n que no se refiriera tanto a la Am¨¦rica ya descubierta, sino a la Am¨¦rica a descubrir.
Sabemos hasta qu¨¦ punto Am¨¦rica Latina es una vasta provincia del subdesarrollo, y tambi¨¦n que Estados Unidos es una potencia del desarrollo. Lo que en cambio no siempre se reconoce es que para Am¨¦rica Latina el poder de Estados Unidos no s¨®lo es desarrollado, sino subdesarrollante. Tal presi¨®n agobiadora, que: abarca desde la econom¨ªa hasta la pol¨ªtica, ha sido una presencia insoslayable en la historia contempor¨¢nea de nuestros pa¨ªses. Como latinoamericanos debemos comprender que Europa ha tenido con Estados Unidos una relaci¨®n que incluye datos; positivos, ya que no puede olvidarse que los norteamericanos fueron un aliado imprescindible y decisivo en la lucha contra el fascismo y el nazismo en la segunda guerra mundial. No obstante, hoy tambi¨¦n la Europa occidental est¨¢ alarmada ante la escalada b¨¦lica de Estados Unidos. Para los latinoamericanos, en cambio, esta alarma no constituye una novedad, ya que virtualmente todos nacemos en ese contexto.
Cabe recordar, por ejemplo, que, en septiembre de 1962, el secretario de Estado Dean Rusk presento, a la sesi¨®n conjunta del Comit¨¦ Senatorial de Relaciones Exteriores y Fuerzas Armadas, una lista de las intervenciones norteamericanas en el extranjero. Fue poco antes de la crisis de octubre, y Rusk lo hizo para justificar su solicitud de aprobaci¨®n de una resoluci¨®n de dicho comit¨¦ en la que se autorizaba al entonces presidente Kennedy a usar las fuerzas armadas contra Cuba. La impresionante n¨®mina figura en el libro To serve the devil, de los norteamericanos Paul Jacobs y Saul Landau (Vintage Books, Nueva York, 1971). Ah¨ª se pormenorizan las 169 intervenciones efectuadas por Estados Unidos entre 1798 y 1945. De ese total, casi la mitad corresponden a pa¨ªses latinoamericanos. Y luego de esa fecha l¨ªmite, las intervenciones siguieron. Es por esa y otras razones que Chicago no puede representarnos.
El desenvolvimiento de Am¨¦rica Latina siempre ha sido rico en paradojas y desencuentros. Es como si estuvi¨¦ramos condenados a marchar con un paso m¨¢s ligero o m¨¢s lento, pero nunca igual al del resto del mundo. Hace unas semanas, al recibir el Premio Nobel, Garc¨ªa M¨¢rquez hablaba de la soledad de Am¨¦rica Latina y se?alaba que los talentos racionales de Europa, "extasiados en la contemplaci¨®n de sus propias culturas, se han quedado sin un m¨¦todo v¨¢lido para interpretarnos". La decisi¨®n del BIE, donde al parecer hacen mayor¨ªa los pa¨ªses industrializados europeos, parecer¨ªa confirmar ese diagn¨®stico.
Chicago podr¨¢ evidentemente representar a una parte de la Am¨¦rica descubierta, no ya por el bueno de Col¨®n, sino por las transnacionales de la comunicaci¨®n. Pero ?qu¨¦ sabe Chicago de nosotros, como no sea la cl¨¢sica versi¨®n de los seriales, donde los latinos, cuando aparecen, son indefectiblemente sucios, ignorantes, holgazanes, corruptos? Y, sobre todo, ?qu¨¦ derecho tiene a representar la Am¨¦rica total? Podr¨¢ s¨ª exhibir su propia imagen, con su fotog¨¦nico n¨²cleo de ras-, cacielos, su imponente sector sider¨²rgico, sus cumbres de arquitectura moderna, su cultura del d¨®lar (que no es la de los Hemingway, los Dos Passos o los Mac Leish, tres oriundos de Illinois, sino m¨¢s bien la de los Suribearri, los Pullman y la International Harvester). Tendr¨¢, en cambio, cierto rubor en recordar a otros oriundos, los m¨¢rtires de Chicago, cinco dirigentes obreros que el 1 de mayo de 1886 hicieron huelga en reivindicaci¨®n de las ocho horas de trabajo y tres meses m¨¢s tarde fueron condenados a muerte. Ser¨ªa una l¨¢stima que no los incluyeran, porque con esos cinco nombres (Spies, Engel, Fisher, Parsons y Lingg), rehabilitados ?ay! siete a?os despu¨¦s de la ejecuci¨®n, nos sentimos mucho m¨¢s identificados que con los tristemente notorios Chicago Boys, que, bajo la batuta del implacable Milton Friedrnan, parecen dispuestos a arruinar, por orden alfab¨¦tico, las econom¨ªas de los pa¨ªses suramericanos.
Pero en su muestra del V Centenario, Chicago no s¨®lo se representar¨¢ a s¨ª misma, tambi¨¦n ser¨¢ la vidriera de Estados Unidos en conjunto, y estar¨¢n en su leg¨ªtimo derecho, ya que Estados Unidos tambi¨¦n es Am¨¦rica; s¨®lo que su Am¨¦rica no es la nuestra. El tibur¨®n no puede representar a las sardinas. El Chicago de los rascacielos no puede representar la Am¨¦rica subdesarrollada de las favelas, las callampas, los cantegriles, las casas brujas, las villas miserias. La Am¨¦rica autoritaria que todav¨ªa hoy ocupa militarmente el territorio cubano de Guant¨¢namo (se apoder¨® del mismo unos 77 a?os antes de que los sovi¨¦ticos entraran en Afganist¨¢n) no puede leg¨ªtimamente representar a la Am¨¦rica de los libertadores. La Am¨¦rica frustratoria de las misiones pseudocient¨ªficas encargadas de esterilizar a las ind¨ªgenas del Amazonas no puede representar a la otra Am¨¦rica, amante y renacedora, que cada noche a?ade nuevos rostros a la vida.
La Am¨¦rica del Ku Klux Klan no puede representar al subcontinente mestizo; ni la que forma a los torturadores en Fort Gulick puede ser portavoz de la Am¨¦rica de los supliciados,y desaparecidos. La delirante contundencia de los MX no puede representar la lucha casi artesanal del pueblo salvadore?o.
Hay que reconocer que, despu¨¦s de todo, la esperanza del ser humano es incurable e inagotable. Existe en el mundo de hoy suficiente arsenal nuclear como para destruir varias veces a la humanidad. Parece que los vivientes no hemos estado a la altura del avance cient¨ªfico, ya que no nos hemos multiplicado con suficiente br¨ªo como para aprovechar a cabalidad esa extraordinaria oferta de muerte. Y, sin embargo, seguimos proyectando, pronosticando, invadiendo al futuro. Cada mujer y cada hombre saben que al final de su trayecto los espera inexorable la muerte propia, pero la ¨²nica forma de trascender y vencer ese destino es tener conciencia y seguridad de que la humanidad ha de sobrevivir, ha de continuar, ha de reivindicar la vida. Nunca ha sido tan urgente y tan imperioso que pongamos nuestros actos, nuestras palabras y nuestras im¨¢genes al servicio de la humanidad. Nunca ha sido tan imprescindible como ahora que la cultura bregue por la salvaci¨®n del hombre.
De modo que ojal¨¢ Sevilla, y (pese a todos los pesares) ojal¨¢ Chicago, selva y metr¨®poli, seguramente con nostalgia, ahora y en 1992, de la trompeta de Bix Beiderbecke y su swing inconfundible. El primer ojal¨¢ no precisa explicaci¨®n; el segundo s¨ª. No es porque Chicago sea el lugar adecuado, sino porque la mera celebraci¨®n significar¨ªa que, como tangueara en antiguas noches el Cono Sur, "el mundo sigue andando". Pero a¨²n en ese caso, y si ni siquiera fu¨¦ramos capaces de organizar nuestro sal¨®n de rechazados, creo que los latinoamericanos de 1992 nos sentir¨ªamos mejor representados en un rinc¨®n luminoso y vital de la Andaluc¨ªa pobre que en la sombra suntuosa y met¨¢lica del Loop.
Se me dir¨¢ que ¨¦sta es una propuesta prejuiciosa. Ciertamente lo es. Despu¨¦s de la historia vivida y sufrida, hemos ganado el derecho a nuestros s¨®lidos, resistentes prejuicios. Vaya uno a saber qu¨¦ nos espera a la vuelta del a?o. Desde aqu¨ª hasta el V Centenario quedan todav¨ªa diez anos de Am¨¦rica a descubrir. No dejemos el azar al azar.
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