Literato detective
Cuando en un peque?o restaurante de Viena Umberto Eco revel¨® a un grupo de amigos que llevaba tiempo escribiendo una novela, ninguno se extra?¨®. Algunos, acaso, pudieron pensar que ¨¦l tambi¨¦n habr¨ªa ca¨ªdo en la tentaci¨®n actual de la creaci¨®n literaria como tantos otros fil¨®sofos y hombres de ciencia. Los m¨¢s, si no todos, pensaron que Eco, como con tantos otros g¨¦neros, tambi¨¦n podr¨ªa escribir novela. De hecho, ya se hab¨ªa acercado muchos a?os atr¨¢s, y no s¨®lo como te¨®rico, a semejante actividad narrativa, creando divertidos falsos: falsos de Navokkof (Nonita), Robbe-Grillet y otros autores del Nouveau Roman (Esquisse dun noveau chat), falsos de Joyce, de Adorno, reunidos en Diario m¨ªnimo.Casi dos a?os despu¨¦s apareci¨® Il nome della rosa, impresionante best-seller que ha merecido, entre otros, los c¨¦lebres premios Estrega, en Italia, y M¨¦dicis, en Francia.
En la novela se encuentra la misma actitud intelectual que se observa en obras suyas de g¨¦neros tan diferentes como pueden ser Apocal¨ªpticos e integrados, El tratado de semi¨®tica general, Lector in fabula, o en centenares de ensayos y art¨ªculos. Hay quien ha dicho que la primera impresi¨®n que se percibe en Il nome... es lo mucho que Eco ha debido divertirse construyendo la novela... Como es evidente, la inmensa capacidad de diversi¨®n que desprende cualquier trabajo suyo, por acad¨¦mico y riguroso que sea, donde la profusa erudici¨®n jam¨¢s es petulante o superflua.
En El nombre de la rosa hay un vast¨ªsimo conocimiento sobre el medioevo; se ha dicho que es una aut¨¦ntica enciclopedia del Trecento. Y siendo as¨ª, y d¨¢ndose, como es patente, una fascinaci¨®n borgiana por la Biblioteca, todo ello rebosa pasi¨®n y placer.
El rigor hist¨®rico se combina admirablemente con un gran dominio de la literatura que podr¨ªamos llamar indiciaria. Pero los indicios, esos fabulosos instrumentos semi¨®sicos de los que ya hablara Alcmon de Crotona, los lee como lo har¨ªa Sherlock Holmes o como lo har¨ªa Charles S. Pierce, que formaliz¨® en la llamada abducci¨®n la hip¨®tesis m¨¢s detectivesca.
"No s¨®lo sab¨ªa leer en el gran libro de la naturaleza, sino tambi¨¦n en el modo en que los monjes le¨ªan los libros de la escritura", dice Adso refiri¨¦ndose a fray Guillermo de Baskerville, en un paso de la novela. Pues bien, sin pretensiones de grotescas identificaciones, pienso que refleja la actitud de Eco, que en su teor¨ªa semi¨®tica ha tratado de ir desarrollando un estudio de los sistemas de significaci¨®n que permita, leer desde un signo a un conjunto textual de gran complejidad. Dicho en otras palabras, trabajar en un proyecto de ciencia que estudiase todas las posibles variedades de signos y las reglas que gobiernan su producci¨®n, su intercambio y la interpretaci¨®n.
Y todo el juego laber¨ªntico de la lectura de cualquier texto puede y debe ser, seg¨²n nos indica ¨¦l, divertido. Como dice fray Guillermo al final de El nombre de la rosa, donde no en vano hay una reflexi¨®n sobre la risa en Arist¨®teles, "quiz¨¢ la tarea del que ama a los hombres consista en lograr que ¨¦stos se r¨ªan de la verdad, lograr que la verdad r¨ªa, porque la ¨²nica verdad consiste en aprender a liberarnos de la insana pasi¨®n por la verdad". Simplemente, no se puede dudar de la verdad de los signos. Son lo ¨²nico que tiene el hombre para orientarse en el mundo, concluye fray Guillermo, advirtiendo que lo m¨¢s dif¨ªcil de comprender es la relaci¨®n entre los signos. Tarea en la que la semi¨®tica pretende ayudarnos.
Babelia
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