La batalla de Barcelona
RAMON TRIAS Fargas, candidato pujolista para la alcald¨ªa de Barcelona, acaba de protagonizar una pol¨¦mica (v¨¦ase El PAIS del 16 de febrero de 1983) que retrata el tenso clima electoralista que se vive en Catalu?a desde la ma?ana siguiente del triunfo socialista en las legislativas. Los partidos catalanes parecen haberse puesto de acuerdo para no dar tregua ni respiro a los votantes. A pesar de que en las cuatro provincias catalanas las elecciones de mayo ser¨¢n simplemente municipales -en todo caso el recalentamiento electoralista estar¨ªa m¨¢s justificado en otros puntos, donde se celebrar¨¢n al mismo tiempo las elecciones auton¨®micas-, el clima pol¨ªtico no s¨®lo est¨¢ enrarecido, sino que apunta a la celebraci¨®n de las elecciones m¨¢s sucias que se han celebrado desde la recuperaci¨®n de la democracia.
El incidente de Tr¨ªas Fargas ha sido anecd¨®tico, pero significativo. En el momento de responder a una puya electoral de Raimon Obiols, que es la punta de lanza socialista en esta guerra de nervios, Tr¨ªas Fargas ha cometido el error de lanzar una estocada ciega -y, seg¨²n todos los indicios, sin ninguna base- contra la honorabilidad de Narc¨ªs Serra, ahora ministro de Defensa, pero antes alcalde de Barcelona. Tr¨ªas ha denunciado que en 1967 Serra utiliz¨® su influencia pol¨ªtica para una maniobra especuladora. Aparte lo burdo del caso -Narc¨ªs Serra, en 1967, no ten¨ªa ninguna influencia pol¨ªtica, era un economista reci¨¦n graduado-, el proyecto sobre el que se hacen planear esas acusaciones sin pruebas, el Plan de la Ribera, lo realizaron en equipo Narc¨ªs Serra y Miquel Roca, y el propio Tr¨ªas estuvo vinculado al tema. Miquel Roca, de CiU, no s¨®lo se ha defendido, sino que. ha sido el primero en desautorizar a su compa?ero de partido, Tr¨ªas Fargas, subrayando que la honestidad personal de Serra est¨¢ fuera de duda. En definitiva, el olcaldable de CiU no ha salidonada airoso de su irresponsable acusaci¨®n. Por si faltara algo, despu¨¦s de su error Tr¨ªas intent¨® echarle la culpa al periodista que recogi¨® sus declaraciones, desminti¨¦ndole. Ante el hecho de que tampoco esa salida resultaba cre¨ªble (porque se trataba del mism¨ªsimo presidente de la Asociaci¨®n de la Prensa de Barcelona), pas¨¦ entonces a descargar atropelladamente la responsabilidad de los hechos sobre su asesor particular para temas de Prensa.Todo esto no tendr¨ªa m¨¢s importancia que la anecd¨®tica si no se inscribiera en el clima crispado que rodea a la pol¨ªtica interior catalana desde el d¨ªa siguiente de la victoria de Felipe Gonz¨¢lez. La desintegraci¨®n del centro y el hundimiento del PSUC han dejado a Converg¨¨ncia y a los socialistas solos, cara a cara, con la ¨²nica compa?¨ªa de Alianza Popular, haciendo por la derecha de testigo espa?olista, y con la min¨²scula Esquerra, situada como cu?a entre las dos formaciones mayoritarias.
Las pr¨®ximas elecciones municipales de Catalu?a, a partir de esas Coordenadas, han quedado planteadas como un conjunto de tests a vida o muerte. Y la de Barcelona, de una manera especial. Para CiU, la formaci¨®n de Jordi Pujol, se trata de saber si como partido nacionalista ha llegado a su techo electoral o si puede seguir ganando terreno e incrementando su poder despu¨¦s de haber logrado con un 30% de los votos, el gobierno de la Generalitat. Para los socialistas, si los resultados de las legislativas les permitir¨¢n en el futuro del gobierno aut¨®nomo. Para los fraguistas catalanes, si sus espl¨¦ndidos resultados del 28-O les van a permitir ser realmente los ¨¢rbitros de la situaci¨®n. Sobre AP pende una duda hamletiana: Tr¨ªas, que es la extrema derecha de Converg¨¨ncia, es de hecho el candidato de Fraga como alcalde, pero no puede darle su apoyo porque, si Alianza respaldara abiertamente a Tr¨ªas ser¨ªan muchos los nacionalistas catalanes que se ver¨ªan en la imposibilidad moral de votarle. Pero en caso de que AP presente su propio candidato, la divisi¨®n del voto de la derecha puede facilitar la, reelecci¨®n del socialista Pasqual Maragall.
Los socialistas han realizado, primero con Serra y ahora con Maragall, un tit¨¢nico esfuerzo para enderezar una econom¨ªa municipal desordenad¨ªsima, racionalizar y mejorar los servicios, abrir una pol¨ªtica de espacios verdes y de potenciaci¨®n de la imagen cultural de Barcelona, incrementando sustancialmente las tasas de los ciudadanos. Converg¨¨ncia estuvo en el gobierno municipal con los partidos de la izquierda, promoviendo esta pol¨ªtica, y son muchos los ciudadanos que interpretaron su salida del Pacte de Progr¨¦s, hace ya un a?o y medio, c¨®mo un paso electoralista para intentar frenar la gran imagen que iba adquiriendo Serra. Ahora la ¨²nica pol¨¦mica sustantiva ajena a la guerra de las siglas, la pol¨¦mica sobre cu¨¢l ha de ser el verdadero papel de la ciudad de Barcelona dentro de su entorno, la disyuntiva entre una Barcelona que o bien absorba o bien potencie a las ciudades de su ¨¢rea de influencia, ha quedado ahogada por las acusaciones de Tr¨ªas.
Desde el pasado octubre hasta el pr¨®ximo mayo, Catalu?a no ha tenido ni tendr¨¢ respir¨® en estas ?das y venidas. La precariedad de la mayor¨ªa pujolista ha animado al PSC-PSOE a esta guerra de desgaste, pero la inseguridad de los propios socialistas a la hora de hacer sus planteamientos ha anulado sus posibilidades de hacer entrar en crisis al Gobierno de CiU. Por eso la alcald¨ªa de Barcelona es para unos el objetivo cuya conquista, predeterminar¨ªa un triunfo total, y para otros, la baza que no pueden perder si aspiran a conquistar la Generalitat.
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