Ser madre en la c¨¢rcel
Celia Mart¨ªnez Garc¨ªa parece que asfixi¨® a su hija Vanesa, de dos meses de edad, en su cama de la prisi¨®n provincial de Madrid, llamada Yeser¨ªas.En el infierno de Yeser¨ªas, donde pas¨¦ nueve meses en 1975, sobreviv¨ªan diez, quince ni?os, seg¨²n la ocasi¨®n, pegados a su madre. Dorm¨ªan en el mismo dormitorio, hacinadas las camas y las cunas, entre olores de defecaciones diarreicas, de zotal, de jabones malos, de leches agrias. No hab¨ªa m¨¢s tendedero que el del lavadero, donde las m¨¢quinas que coc¨ªan las s¨¢banas hac¨ªan mucho ruido y las mujeres condenadas a aquel trabajo de S¨ªsifo se insultaban unas a otras. Los pa?ales de los cr¨ªos, mojados, calientes, olorosos, colgaban en las sillas, en las cunas. El ambiente era asfixiante.Yo estuve en m¨¢s de una ocasi¨®n en la maternal de Yeser¨ªas intentando ayudar a algunas de aquellas desgraciadas, que deb¨ªan cumplir condena por ellas mismas y por su hijos. Las madres eran las condenadas doblemente. Entonces escrib¨ª: "La prisi¨®n es grande. Cuatro pabellones, unidos por callejones, salas de televisi¨®n, comedores, cocina, lavander¨ªa, patio de deportes. Pero cada secci¨®n guarda celosamente a sus protegidas. Si ¨¦stas son madres, la vigilancia ser¨¢ mucho m¨¢s estricta. Una madre s¨®lo se debe a su hijo, ?y d¨®nde cumplir mejor tan amoroso eslogan que en la c¨¢rcel de mujeres, donde no se tiene nada que hacer? Su horario estar¨¢ dividido por los biberones, la limpieza, el ba?o del ni?o, la colada. Actividades todas que se realizar¨¢n en la habitaci¨®n. El ni?o no puede estar solo ni un minuto; las funcionarias no son ni?eras. ?Para qu¨¦ est¨¢ la madre all¨ª?".
"?Tiene derecho la madre a pasear, a leer, a ir a la escuela, a charlar con otras personas? ?Tiene derecho a ver la televisi¨®n, a acudir al economato, a jugar en el patio? Quiz¨¢ s¨ª, pero mientras ?qui¨¦n cuidar¨¢ a su hijo? ?Creer¨¢ acaso que la c¨¢rcel es un club de sociedad? Para evitar las ausencias, el esc¨¢ndalo constante de un departamento a otros, alguna funcionaria decide cerrar la puerta de las habitaciones... con la madre dentro. A la hora de los biberones, los golpes atruenan el departamento.
Es tan f¨¢cil el olvido, las distanc¨ªas son largas, y el o¨ªdo de las funcionarias, d¨¦bil. M¨¢s de una vez, los cr¨ªos han llorado de hambre, las medicinas no se han tomado a su hora, el agua de las bolsas de goma que sustituyen primitivamente a la incubadora se ha enfriado, y el ni?o, tambi¨¦n. Hambre que se traduce en raquitismo; el fr¨ªo, en bronquitis. Pero las madres est¨¢n quietas en su lugar".
"Con la ropa mojada humeando en los radiadores, con los ni?os llorando en sus camas, con los biberones sucios oliendo a leche agria, con los pa?ales de las ¨²ltimas cacas. Con las ventanas cerradas para que no se enfr¨ªe la tibieza animal de la habitaci¨®n".
"Las mujeres, sentadas en las camas, mir¨¢ndose, oy¨¦ndose, odi¨¢ndose por la envidia de la que recibe paquetes, pa?ales nuevos, cuando todo son harapos en sus cunas, en el cuerpo de sus hijos, en su cuerpo".
"Cuerpo materno. Parto y lactancia, y grietas en pezones y operaciones en vivo. Llantinas de ni?o que no duerme, que tiene diarreas, que no come. En la c¨¢rcel, con su hijo en la c¨¢rcel".
Celia Mart¨ªnez ha decidido no soportar por m¨¢s tiempo tan molesta compa?¨ªa. Malo es ser encarcelada, comer rancho, ver rejas y guardias civiles como todo horizonte; soportar recuentos: a las siete de la ma?ana, a la una de la tarde, a las tres de la tarde, a las siete de la tarde, a las diez de la noche; o¨ªr timbres, escuchar gemidos e insultos, no tener ni aire libre, ni espacio, ni teatro, ni m¨²sica, ni amigas, ni consuelo. Pero soportar, adem¨¢s, el ansia gimiente de una criatura que exige su derecho al cari?o, a los cuidados, a la ternura, en un lugar donde no existe nada de ello, es demasiado.
Demasiado para Celia Mart¨ªnez y demasiado para cualquiera. Aunque cualquiera no quiere enterarse. Por eso se encarcela a las mujeres que abortan, por eso se condena a la madre con el ni?o. El hijo siempre es la condena de la mujer.
Nada importa que la mujer odie lo que crece dentro de su vientre. No interesa tampoco que la enfermedad mental o la desesperaci¨®n de la madre la lleve a matar a un hijo de tres meses a palos. Ninguno de estos deplorables hechos angustia a quienes quiz¨¢ pudieran remediarlo, como los m¨¦dicos de la residencia sanitaria que hab¨ªan atendido a otro hijo de Celia Mart¨ªnez, de tres meses de edad, al que tuvieron que operar de un co¨¢gulo en el cerebro, producido por los golpes que la madre y el padre le propinaban, y que, concluida su misi¨®n, devolvieron el ni?o a Celia y a su marido para que acabaran de matarlo.
Como tampoco importa que la ni?a Vanesa, al hac¨¦rsf le la autopsia, mostrara signos evidentes de desnutrici¨®n, "a pesar de que la direcci¨®n de Yeser¨ªas le facilitara productos suficientes par a que la ni?a tuviera una dieta equilibrada", porque la direcci¨®n de Yeser¨ªas no va a ocuparse personalmente de los cuidados cotidianos que hab¨ªa que procurarle a Vanesa, como tampoco la asistenta social, ni las enfermeras, ni el m¨¦dico, ni el cura.
Por eso, ahora, los ni?os Pedro y Vanesa est¨¢n enterrados, y la madre, Celia, y el padre, Pedro, en prisi¨®n por parricidas, para largos a?os. Y, mientras tanto, ilustres y bondadosos personajes, como, nuestro defensor del pueblo, afirman que son contrarios al aborto, y el ministro de Sanidad permitir¨¢ el aborto ¨²nicamente en caso de peligro de muerte para la madre o para el hijo ?antes de nacer!
Peligro de muerte real, aut¨¦ntico, mortal, para Vanesa y para Pedro.
Y, mientras tanto, la direcci¨®n de Yeser¨ªas, la Direcci¨®n General de Instituciones Penitenciarias y los jueces creen que hacen un verdadero favor a las mujeres como Celia, permiti¨¦ndoles cumplir la condena de prisi¨®n en la amorosa compa?¨ªa de sus ni?os.
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