La noche de Rumasa
Total, no fue nada. Se trag¨® un terroncillo de az¨²car con trescientas gammas Sandoz y al instante sus v¨ªsceras se convirtieron en tejidos musicales, se le pusieron muy dulces las patitas, casi azucarados los muslos y percibi¨® un desgarro en el pliegue de la fecundidad, como si dos caballos tiraran de ella en direcci¨®n contraria y la abriera en canal un acorde de Juan Sebasti¨¢n Bach. De pronto, el paquete intestinal se le llen¨® con el concierto de Brandemburgo, y a bordo del paraguas de Mary Poppins, d¨¢ndose cates ebrios en las vallas publicitarias donde se exhib¨ªan h¨¦roes, refrescos y salchichas, cruz¨® a medianoche la plaza de Col¨®n con el estuche del instrumento en la mano. No era una nueva rom¨¢ntica con lacitos de terciopelo, sino una artista de v¨ªa dura, que esa ma?ana ya hab¨ªa dado el tir¨®n al bolso de una beata y hab¨ªa atracado una pasteler¨ªa y dos farmacias, armada s¨®lo con un serrucho, en compa?¨ªa del socio. Normalmente se alimentaba con pieles de pl¨¢tano rehogadas en gas¨®leo, pero hoy era un d¨ªa grande. Hab¨ªa conseguido unas gotas pur¨ªsimas de LSD y ahora volaba a mucha altura, y la ciudad le parec¨ªa un bosque de luces petrificadas. Tocaba el viol¨ªn en los bares de Malasa?a y sol¨ªa correr despu¨¦s el sombrero de mormona entre la concurrencia.En ese momento hab¨ªa en el sarc¨®fago de Bocaccio otros seres abandonados a su suerte: escritores alcoh¨®licos, estrellas muertas, jueces jacobinos, artistas de teatro, chulos y esfinges, periodistas y un revuelto de esp¨¢rragos maricones en la traves¨ªa de la noche. A esa hora, la noticia ya hab¨ªa saltado por la televisi¨®n, aunque no hab¨ªa llegado todav¨ªa a los lugares de ambiente. En casa Gades, los aspirantes a la gloria devoraban pizzas caprichosas, los coches de la basura cargaban putos en las esquinas de la calle del Almirante, estructuralistas de h¨ªgado muy castigado hablaban de amor en Oliver y quedaban pintores, payasos, sablistas y poetas varados en el peluche del caf¨¦ Gij¨®n. Era la hermosa noche del 23 de febrero y en los corros bohemios de la orilla izquierda de la ca?ada de la Mesta, hoy paseo de la Castellana, vagaba el ectoplasma de Tejero, bombero torero de justa fama. Entonces entr¨® en Bocaccio un director de cine con gabardina de exhibicionista se a6ri¨® de alas ante el elenco art¨ªstico y grit¨®:
_El Gobierno ha nacionalizado a Rumasa.
-?De veras?
-La polic¨ªa est¨¢ tomando el edificio.
-Y qu¨¦.
-Es algo espectacular.Finalmente, alguien hab¨ªa hecho una cosa importante para resolver el tedio de aquella tertulia. De un tiempo a esta parte, las veladas de Bocaccio transcurr¨ªan en medio de un aburrimiento feroz. Ya no se mor¨ªa Franco todos los d¨ªas, como en la antig¨¹edad; nadie se molestaba en asaltar el Congreso, tampoco hab¨ªa rumores de golpe y ning¨²n amigo ¨ªntimo se hab¨ªa suicidado en la ¨²ltima semana.
En aquel pante¨®n s¨®lo se hablaba de coitos, re¨²mas, incompatibilidades y operaciones de f¨ªstula de cualquier gal¨¢n de moda. Se necesitaba una divertida hecatombe para sacar de la resaca a estos divinos pasajeros de la noche. Y eso hab¨ªa llegado. Cuando el elenco art¨ªstico de Bocaccio sali¨® a la calle, hab¨ªa bajo las torres de Rumasa un despliegue policiaco muy vistoso y los primeros curiosos, damnificados, extravagantes nocturnos, bohemios, ejecutivos de la empresa y otros residuos humanos ya estaban all¨ª, incluida la chica del viol¨ªn, que sin pensarlo mucho sac¨® el instrumento y comenz¨® a tocar en la acera el tema de Fascinaci¨®n, con el estuche abierto a los pies.
-?C¨®mo te llamas?
-Adela.
- ?Sabes qu¨¦ ha pasado aqu¨ª?
-Ni idea. Yo s¨®lo toco en las aglomeraciones. ?Ha sucedido algo grave?
-Rumasa ha sido incautada.
-?Y eso qu¨¦ es?
La chica iba bien cargada en mitad de la noche y miraba con ojos l¨ªquidos hacia lo alto de las torres de Col¨®n, y seg¨²n la cara de lela que pon¨ªa, probablemente all¨¢ arriba ve¨ªa un oasis de jardines ber¨¦beres, una especie de para¨ªso sensitivo con un crep¨²sculo de albaricoque maduro enmara?ado de abejas doradas, como si aquel campanario empresarial fuera la Koutubia de Marraquech. Pero en ese momento el muec¨ªn Ruiz-Mateos no daba los alaridos de la plegaria desde la ¨²ltima bola del minarete ni la plaza de Col¨®n era la explanada de Jama¨¢ el Fna donde un l¨¦gamo de f¨¦tido espesor agita todos los sabores, colores y sabores de almizcle y bo?iga entre encantadores de serpientes, equilibristas, ciegos limosneros, aguadores, cuentistas, ensalmadores y curanderos. Abajo hab¨ªa polic¨ªas barbudos y sonrientes, periodistas de la radio con los cascos en la oreja, empleados de licoreras y supermercados, de financieras y pa?er¨ªas que por un soplo de decreto hab¨ªan sido convertidos en funcionarios del Estado. Un tipo gordo gritaba como si le hubieran roba .do la cartera.
-?Ladrones!-?Qu¨¦ pasa, hombre?
-Han dado un golpe de Fidel Castro.
-?Tiene usted algo que ver con esto?
-Nada.
-?Entonces?
-Es un atraco. Con Franco com¨ªamos pan. Ahora s¨®lo tenemos mierda.
-?Qui¨¦n ha dicho mierda?
-Yo.
-Ah, bueno.
Las recuas del caf¨¦ Gij¨®n, de Oliver, de casa Gades y de Boccacio asist¨ªan al funeral de Rumasa sobre el propio, catafalco y los poetas desabridos esperaban que - algunos ejecutivos de la empresa, para amenizar la velada, se lanzaran al vac¨ªo desde la cresta del edificio. No ocurri¨® nada. Por una puerta falsa sali¨® una furgoneta llena de cartapacios, y a primera hora de la madrugada la chica del viol¨ªn hab¨ªa hecho doscientas pesetas de recaudaci¨®n. En medio de la calzada, entre linternas de la polic¨ªa, los periodistas de la radio pon¨ªan el micr¨®fono en la boca de todo el mundo.
-D¨ªgame. ?Trabajaba usted en Rumasa? -Estoy empleado en Mantequer¨ªas Leonesas.
-?Qu¨¦ opina de esto?
-Que ahora soy funcionario p¨²blico.
-?Y qu¨¦?
-Tendr¨¦ que comprarme un traje nuevo. -Gracias. ?Y usted?
-Intelectual alcoh¨®lico, para servirle.
-Diga algo.
-Me pareci¨® m¨¢s bonito el asalto al Congreso.
-Gracias. ?Y usted?
-Un simple patriota. Nada m¨¢s. Me llamo Te¨®filo. Y he hecho la- guerra en el Ebro.
-Deme su opini¨®n.
-Envidia. En este pa¨ªs no se deja prosperar a los que tienen ideas. S¨®lo hay envidia. Ya lo he dicho.
-Gracias. ?Y usted?
-Soy conductor del coche de la basura. -?Se ha enterado de lo que pasa?
-No, se?or.
-Han nacionalizado a Rumasa.
-Se ve¨ªa venir.
-Algo de eso me hab¨ªa hablado un sobrino, que lleva las cuentas de un supermercado.No hab¨ªa mucho m¨¢s que rascar en la noche. Por el contorno de la plaza de Col¨®n se ve¨ªan otros grupos insomnes e incautados. La polic¨ªa ped¨ªa los papeles a cuantos se acercaban demasiado al catafalco de la empresa. En ese momento los centros financieros del pa¨ªs ol¨ªan a cable quemado y los banqueros tomaban tila sentados en el borde de la cama, pero muy pronto los bohemios dorados de la madrugada, al comprobar que se trataba de un espect¨¢culo sin camillas, volvieron al sarc¨®fago de cada garito y siguieron hablando de coitos y balances. La chica del viol¨ªn tambi¨¦n cerr¨® el estuche con el instrumento y, pose¨ªda por una visi¨®n licuada de las cosas, sigui¨® camino volando a media altura, d¨¢ndose cates ebrios contra las farolas y las vallas publicitarias hacia el barrio de Malasa?a, donde act¨²a como atracci¨®n en un antro de ambiente decorado con flecos y borlas de obispo, sillones de paja estilo Ernmanuelle, con masturbaci¨®n incluida, y serpientes de almohad¨®n tiradas en el suelo, todo amenizado con una canci¨®n lejana de Lily Marlen que canta la Dietrich sobre una clientela color quisquilla compuesta por j¨®venes caderitas abrazados, dulces mariquitas ce?idos hasta lo inveros¨ªmil los pantalones blancos, rosas, celestes, que les marcan un paquete de az¨²car en la encrucijada dolorida. La chica entr¨® como una reina virgen en el bar y en seguida comenz¨® a besuquear con cari?o maternal a todos, acudi¨® a las mesas y sorbi¨® un buche de cada consumici¨®n, aquellos licores tan sofisticados, servidos en copas altas, frutales y luminosas.
-Hola, chicos.
-Adela, cari?o, dame otro beso.
_?Sab¨¦is una cosa?
Qu¨¦.-Acaban de nacionalizar a Rumasa.
-?Ooohhh!
-?Y qui¨¦n es esa tiorra?
-Ni idea. Pero tiene que ser muy importante porque he visto en la calle a unos tenderos llorando.
La chica se fue al camar¨ªn para ponerse los arreos de artista, mientras su socio, un mulato jamaicano, esperaba la hora acodado en la barra. Con el viol¨ªn a los pies comenz¨® a rizarse las pesta?as, a miniarse ricitos y caracoles en la cabellera de fregona.Se decor¨® los labios en forma de coraz¨®n, se tens¨® las mallas sujetas con una liga de flores en el muslo y a continuaci¨®n subi¨® al tabladillo con un vestido violeta de ribetes negros hasta el zapato de aguja, gargantilla de azabache, pendientes de largos vidrios, velo de tul en la cara y sombrero de mormona con plumas de marab¨². La chica toc¨® con mucho sentimiento el tema de Fascinaci¨®n y despu¨¦s continu¨® con un repertorio de canciones rom¨¢nticas de entre guerras, valses, melod¨ªas l¨¢nguidas prenazis. En medio de los aplausos de sus amigos, la artista pas¨® el sombrero por la sotabarba de la concurrencia. A regl¨®n seguido la chica hizo un striptease con su cuerpo de veintid¨®s a?os lleno de inscripciones, muy puro a pesar de las se?ales que all¨ª hab¨ªan dejado las visitas. Se levant¨® la falda para ense?ar a la luz de los candiles la ardiente cuchillada que tiene mal cosida en el muslo, ese regalo que le infligi¨® en mulato jamaicano por una dosis de coca¨ªna adulterada con bicarbonato. De pronto, en un acto de suprema elegancia, iz¨® la falda m¨¢s arriba y mostr¨® el paraje sexual sobre el que una expedici¨®n de exploradores hab¨ªa firmado su paso al fuego con punta seca.- Finalmente, Adela se desnud¨® del todo, balance¨¢ndose al comp¨¢s de Lily Marlen. Entonces se vio que la chica ten¨ªa una piel llena de inscripciones. Llevaba la casiopea grabada en el vientre, los- senos pintados de rojo y negro con un preparado resistente al jab¨®n, las nalgas inscritas con miniaturas de dioses orientales desconocidos, la espalda rayada con adagios en varios idiomas. Sonaba la voz de Marlene Dictrich bajo la penumbra quisquilla con los reflejos carnales de la chica en el tabladillo y el espect¨¢culo consist¨ªa en que cualquier cliente pon¨ªa sobre la piel de Adela una frase brillante mientras bailaba. -?C¨®mo se llama esa se?ora que ha quebrado?
-Ramesa.
-No.
-Romisa.
-No.
-Rumasa.
-Eso.Un chico caderitas cogi¨® un bol¨ªgrafo, subi¨® al tabladillo y se sent¨® como un pintor de frescos bajo el arco triunfal de la muchacha, que se agitaba de bajos con la m¨²sica. Y, con gran dificultad, en una ingle desnuda de Adela escribi¨® con letra redondilla: Yo tambi¨¦n soy de Rumasa. Mientras tanto, acodado en la barra,- el mulato jamaicano pensaba que ma?ana hab¨ªa que asaltar otra farmacia.
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