?Qu¨¦ queda del marxismo?
"M¨¢s que una revoluci¨®n, el nombre de Marx invoca hoy un gigantesco impacto ideol¨®gico y pol¨ªtico, similar al de las grandes religiones del pasado".
Cien a?os despu¨¦s de la muerte de Marx, lo menos que se puede decir de ¨¦l es que su obra ha transformado profundamente el universo intelectual de los hombres. En este aspecto, pocos pueden compar¨¢rsele -quiz¨¢ Darwin o Freud-, pero s¨®lo con esbozar sus caracter¨ªsticas se comprende en seguida que no alcanzan su importancia.De hecho, el valor de su empresa cient¨ªfica no basta para definir el sentido de la obra de Marx, ya que el ¨¦xito que la posteridad ten¨ªa reservado a sus jdeas ha sido superior al que habr¨ªa obtenido una simple revoluci¨®n intelectual. La obra iniciada por Marx ha sido algo m¨¢s radical y profundo: es una revoluci¨®n ideol¨®gica y pol¨ªtica que, un siglo despu¨¦s de su muerte, conserva todav¨ªa su vigencia. El marxismo es hoy d¨ªa el credo oficial de muchos Estados en los que vive alrededor de un tercio de la humanidad (sin contar los movimientos pol¨ªticos que siguen estas ideas en el resto del mundo). En dichos Estados, el marxismo se ha convertido en algo que se podr¨ªa llamar teolog¨ªa laica, como una ideocracia del partido del Estado. Por tanto, m¨¢s que una revoluci¨®n intelectual, el nombre de Marx evoca hoy un gigantesco impacto ideol¨®gico y pol¨ªtico, similar al provocado por los fundadores de las grandes religiones del pasado; es la ¨²nica comparaci¨®n posible.
El contenido de su obra explica ampliamente su extraordinario destino. Las principales obras de Marx constituyen, en gran medida, un an¨¢lisis del capitalismo. Son un intento serio, ambicioso, no exento de elementos de grandeza- de extraer una interpretaci¨®n cient¨ªfica del mundo moderno: Marx concibi¨® en estos t¨¦rminos el trabajo de toda su vida. Lo que ¨¦l pretend¨ªa era descubrir las leyes del movimiento del sistema econ¨®mico moderno. Para conseguir su prop¨®sito, su an¨¢lisis deb¨ªa ser -tal y como ¨¦l mismo afirm¨® en varias ocasiones- estimativo, es decir, libre de hipotecas ideol¨®gicas, de juicios de valor y de preferencias subjetivas. El prefacio de El capital no duda en hablar de las leyes del movimiento del capitalismo como de leyes de la naturaleza, y deja entrever perfecta. mente lo que constitu¨ªa el n¨²cleo central de las preocupaciones de su autor. Man pretend¨ªa ampliar mediante su obra el dominio de la ciencia, desde la naturaleza hasta el mundo hist¨®rico-social, y erigirse en el Galileo del nuevo reino del conocimiento.
La ciencia no es todo
Quien conozca la extraordinaria consideraci¨®n de que goz¨® la ciencia durante la segunda mitad del siglo XIX y, sobre todo, el valor ¨²ltimo, definitivo, absoluto -el esencialismo, del que m¨¢s tarde hablar¨¢ Popper-, que los cient¨ªficos atribu¨ªan a sus proDios descubrimientos (el siglo XIX careci¨®, en gran medida, de una idea perteneciente alfalibilismo de la ciencia, o sea, la del significado hipot¨¦tico y. conjetural de sus teor¨ªas), comprender¨¢ bien lo que Marx se propon¨ªa cuando hablaba del paso del social¨ªsmo de la utop¨ªa a la ciencia.
Pero en el marxismo la ciencia no es todo. Hay algo m¨¢s. Marx proviene de Hegel, como es sabido, y en su evoluci¨®n lleva consigo la filosof¨ªa de la historia, es decir, la concepci¨®n del curso hist¨®rico como si se tratase de algo preconfigurado, una trayectoria hacia una meta ya determinada. Lo mismo que en el providencialismo cristiano, en este caso la historia est¨¢ dividida en tres etapas: existe un primer estadio anterior a la ca¨ªda, es decir, el de la unidad primigenia, el de la armon¨ªa original. A ¨¦ste sigue una larga ¨¦poca hist¨®rica caracterizada por el dolor y la infelicidad: lo que Hegel llama el reino de la alienaci¨®n y Marx identifica con la divisi¨®n de la sociedad en clases. El tercer estadio, finalmente, es el destinado a suprimir la escisi¨®n o alienaci¨®n y a restablecer la unidad original a un nivel m¨¢s alto.
Seg¨²n Hegel, esta concepci¨®n de la historia finaliza con la venida de Dios al mundo, con su realizaci¨®n; sin embargo, seg¨²n Marx y los hegelianos de izquierdas, el proceso se mundaniza hasta las ¨²ltimas consecuencias. Todo lo que al principio significaba trascendencia se traslada al futuro, el cual -siendo el no presente, es decir, lo que todav¨ªa no es y, por tanto, en cierto modo, lo que trasciende todo lo que existe actualmente- se convierte en el nuevo absoluto. En el lenguaje de Marx, esta caracter¨ªstica de lo absoluto del futuro es la sociedad del porvenir, el comunismo, un estadio en el que ya no existir¨¢n
?Qu¨¦ queda del marxismo?
conflictos ni divisiones; la sociedad sin Estado, sin leyes, dinero, tribunales ni c¨¢rceles; el sitio donde finalmente se realizar¨¢ la emancipaci¨®n completa y total: el paso del reino de la necesidad al de la libertad.
Una mano a Lenin
La uni¨®n de estas dos perspectivas -la cient¨ªfica, por una parte, y la filos¨®fica o escatol¨®gica, por la otra- es, desde un punto de vista te¨®rico, desastrosa. La ciencia y la teor¨ªa de la alineaci¨®n, la ciencia y la dial¨¦ctica, son incompatibles entre s¨ª, como la causalidad y el finalismo, el materialismo y la teleolog¨ªa. Sin embargo, desde otro punto de vista, su combinaci¨®n da lugar a una mezcla explosiva. Marx consigue conjugar en ellas dos ideas de fuerza decisivas: la idea de la ciencia y la exigencia mesi¨¢nica de la salvaci¨®n y de la redenci¨®n absoluta, que hasta entonces hab¨ªa sido patrimonio exclusivo de la religi¨®n. De la uni¨®n de estos dos factores pasa al primer plano lo que constituye el verdadero elemento espec¨ªfico del marxismo, su mayor originalidad: el momento de la realizaci¨®n, es decir, la idea de un saber o programa absoluto que se tiene que aplicar en el mundo y se traducir¨¢ en una ordenaci¨®n de las cosas.
En ambos sentidos, este momento de la realizaci¨®n es esencial. Con un primer significado de que deber¨ªa de ser la comprobaci¨®n o el control experimental del marxismo como ciencia; con un segundo significado (que es el decisivo) de que se trata -como sostiene la und¨¦cima tesis sobre Feuerbach- "no de comprender el mundo, sino de transformarlo", o sea, suscitar y conseguir que nazca el hombre nuevo, la humanidad redenta, traer al mundo la Jerusal¨¦n celestial.
Precisamente en este aspecto es donde la obra de Marx parece tender la mano a la de Lenin y buscar en ella su natural conclusi¨®n. Lenin comprendi¨® que no hab¨ªa que predicar la revoluci¨®n, sino hacerla, y, dado que ¨¦l la hizo, es obvio que se erigi¨® en el ¨²nico y verdadero marxista ortodoxo. Con ello, Lenin represent¨® un papel decisivo en la historia del mundo moderno y, sobre todo, penetr¨® en la verdad del marxismo y se realiz¨® su vocaci¨®n esencial, es decir, que lo realiz¨®. Con su actuaci¨®n obr¨® retrospectivamente sobre la propia labor de Marx y le confiri¨® ese peso, esa gravedad, ese significado tan trascendente para el mundo que no tuvieron las obras de otros reformadores o ut¨®picos sociales (como Proudhon, Fourier, Saint-Simon, etc¨¦tera), y que ni siquiera la obra de Marx hubiera tenido probablemente sin la Revoluci¨®n de Octubre.
Las responsabilidades
Para bien o para mal, el leninismo es, por tanto, el marxismo del siglo XX. Un marxismo preleninista no tendr¨ªa hoy sentido; por lo dem¨¢s, es l¨ªcito afirmar que, desde 1917, el marxismo de las socialdemocracias occidentales se ha ido extinguiendo progresivamente, hasta el punto de que los sucesores de Kautsky ya no son marxistas hoy d¨ªa.
Sin embargo, aunque el leninismo sea el marxismo del siglo XX, el marxismo-leninismo no tiene hoy ninguna coartada que pueda salvarlo de la responsabilidad del estalinismo y del Gulag sovi¨¦tico. El pretexto del marxismo de ser distinto de todas las otras filosof¨ªas o concepciones del mundo se respeta y se comprende. Pero su tal¨®n de Aquiles est¨¢ precisamente en el punto en que el marxismo -que mezcla ciencia y esperanza, conocimiento y deseo- tiende a la traducci¨®n en realidad, a la tan anhelada realizaci¨®n, ya que su escatolog¨ªa terrenal le obliga a solidificarse en una teolog¨ªa mundana, o sea, en la maquinaria ideol¨®gica del Estado totalitario. Es muy importante descubrir lo espec¨ªfico de los anillos que componen la cadena. Marx no es Stalin ni Lenin es el mismo que Marx. Sin embargo, es indispensable tratar de entender que existe uni¨®n entre los eslabones y que, si bien con muchas mediaciones, se trata, precisamente, de una cadena, de tal modo que es imposible asir un extremo sin que, antes o despu¨¦s, venga a las manos el otro.
En el centenario de la muerte de Marx existe un equ¨ªvoco que se debe aclarar en honor a su memoria: no se le puede considerar irresponsable de lo que se ha realizado en su nombre. Disociar el marxismo de los reg¨ªmenes totalitarios que se han alzado bajo su bandera pudiera parecer generoso. En realidad, ceder ante esta tentaci¨®n para refugiarse en el marxismo puro y simple de los estudiosos significar¨ªa s¨®lo una inexcusable renuncia a compren der y una huida frente a la realidad. El pensamiento de Marx ha querido correr el riesgo de la realizaci¨®n, y la ha tenido. Ahora s¨®lo queda reflexionar sobre su obra a la luz y considerando los efectos que ha producido.
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