Reencuentro con la serie madrile?a de Aureliano de Beruete
Aureliano de Beruete, junto con Regoyos, es, sin duda, el m¨¢s genuino representante de nuestro problem¨¢tico imptesionismo en el campo del paisaje. Pintor de las altivas y arruinadas ciudades castellanas, fue el paisajista por excelencia del entorno urbano del Madrid de la Restauraci¨®n. Su serie madrile?a se expone hasta mayo en la sala de exposiciones de La Caixa en Madrid. El Manzanares y sus ¨¢speras riberas se erigen en tema principal.
Adem¨¢s de su destacable significado art¨ªstico -la obra de Beruete supone uno de los m¨¢s fruct¨ªferos intentos de renovaci¨®n del paisajismo espa?ol en una direcci¨®n impresionista-, su serie madrile?a nos brinda una aut¨¦ntica antolog¨ªa testimonial del semblante del Madrid del cambio de siglo, una cr¨®nica visual del extrarradio que tiene su correspondencia 'literaria en las descripciones paisaj¨ªsticas de Baroja en La busca.
La tem¨¢tica predilecta de Beruete, y la m¨¢s cotizada y valorada de su producci¨®n, se centra en el paisaje de la capital y sus alrededores: las serenas perspectivas de la ciudad y el Guadarrama, los rincones invernales del Plant¨ªo de Infantes o la Casa de Campo y, sobre todo, los parajes perif¨¦ricos de las riberas del Manzanares a su paso por los suburbios cenicientos, poblados de m¨ªseras viviendas, corrales, chamizos y escombreras.
Lejos de un planteamiento trascendentalista o metaf¨ªsico de la pintura, a Beruete, como buen impresionista, le interesa ante todo la captaci¨®n del motivo en su dimensi¨®n fenom¨¦nica o sensorial, al margen de apreciaciones de tipo ¨¦tico o literario: no pretende sumergirnos en la es¨¦ncia cultural o hist¨®rica del paisaje contemplado, sino mostrarnos el efecto que ha producido en su retina la equivalencia pict¨®rica de su apariencia visual. La intenci¨®n est¨¦tica del artista se plantea as¨ª en t¨¦rminos de percepci¨®n sensorial de la forma y su reflejo o transposici¨®n sobre el lienzo.
Adopta Beruete con sinceridad y en todo momento su t¨¦cnica a la naturaleza geogr¨¢fica del fragmento pict¨®rico acotado por la vista: la aridez y la luz cruda del suburbio madrile?o, la luminosidad castellana que exasperaba a Regoyos, poco tienen que ver con los ambientes norte?os h¨²medos y acogedores que registra el impresionismo franc¨¦s y que de forma m¨¢s espor¨¢dica tambi¨¦n atrajeron a Beruete.
Motivos perif¨¦ricos
En sus lienzos madrile?os, espl¨¦ndidamente representados en el Cas¨®n del Buen Retiro, puede contemplarse toda una selecci¨®n de motivos perif¨¦ricos que hoy nadie calificar¨ªa de suburbiales, pero q ue en su tiempo se hallaban en pleno extrarradio, en el mundo de las afueras, formando un cintur¨®n de pobreza en torno al casco urbano: el puente de Toledo, con la panor¨¢mica lejana de los barrios industriales de Delicias del Sur y Pe?uelas, las perspectivas del suroeste de la ciudad captadas desde los altos de San Isidro o la Fuente de la Teja, la cara occidental de Madrid desde la pradera del Corregidor y las inmediaciones de la Casa del Sordo, los desmontes del Buen Suceso, la huerta de San Barnardino, tambi¨¦n el arroyo de Cantarranas y las m¨ªseras construcciones del barrio de Bellas Vistas, al norte de la capital.
El Manzanares y sus ¨¢speras riberas se erigen en tema principal dentro de la serie. A lo largo de las diversas etapas que atraviesa el paisajista aparece de forma constante, ya sea con la paleta tabacosa de su primera ¨¦poca -su primer ¨¦xito oficial lo obtiene en 1878, precisamente con unas Orillas del Manzanares-, con tonalidades corotianas o con voluntad decididamente colorista. Contemplando el aspecto actual del r¨ªo a su paso por la ciudad, encorsetado entre el cemento y el asfalto de canalizaciones y autov¨ªas, apenas podr¨ªamos hacernos una idea de su apariencia en tiempos de Beruete. Limitando la expansi¨®n del casco urbano por el Sur y el Oeste, ribeteadas sus orillas de casuchas bajas y tapias de muros blancos, discurr¨ªa con su cauce dividido en peque?os arroyuelos que con harta frecuencia hab¨ªa que desbrozar. Si bien el escaso caudal que s¨®lo espor¨¢dicamente experimentaba considerables crecidas no lograba mitigar la sensaci¨®n de aridez, de naturaleza yerma, tampoco faltaban en sus m¨¢rgenes, como observaba Emilia Pardo Baz¨¢n, alg¨²n rinconcito ameno, verde y simp¨¢tico" (1). Inseparables del r¨ªo y sus aleda?os eran las huertas, los ventorros, los tejares, los tendederos, los lavaderos de madera, las pilas, las lavanderas que, inclinadas en sus bancas, formaban ruidosos grupos en las orillas. En las proximidades del r¨ªo ten¨ªan sus dominios de corrales y chabolas muchos traperos, personajes tan caracter¨ªsticos como imprescindibles en el vivir cotidiano del Madrid de la ¨¦poca
A veces centra el artista su atenci¨®n de forma exclusiva en el r¨ªo, limitando el encuadre a sus aguas, casi siempre en primer t¨¦rmino, y los desolados ribazos de ¨¢rboles desnudos, y pobres viviendas aisladas bajo un ampl¨ªsimo cielo zarco, con una disposici¨®n frontal y estratificada de los planos (Orillas del Manzanares, 1908, Museo Municipal de San Telmo, San Sebasti¨¢n). Caso ex tremo de restricci¨®n del motivo acotado y logro espl¨¦ndido resul ta El Manzanares al pasar bajo el puente de los Franceses (1,906, co lecci¨®n particular, Madrid), quiz¨¢ el lienzo m¨¢s original de su producci¨®n, en el que capta, un fragmento luminoso de las aguas del r¨ªo y los arcos del puente con un atrevido encuadre fotogr¨¢fico y un punto de vista elevado que suprime el celaje.
El palacio Real
Resulta tambi¨¦n muy car acter¨ªstico de la serie que el r¨ªo y sus orillas sean tratados como eleinentos de un paisaje m¨¢s global que incluye dilatadas panor¨¢micas urbanas, con la aparici¨®n en. segundo o tercer plano del casco de Madrid, con sus desdibujados edificios de tonalidades blanquecinas, ladrillo y pizarra extendidos sobre la terraza fluvial bajo un cielo azul muy n¨ªtido, en el que no faltan ensayos divisionistas. Del apretado tejido destacan la silueta radiante del palacio Real, las l¨ªneas severas del desaparecido Cuartel de la Monta?a del Pr¨ªncipe P¨ªo o la c¨²pula gris¨¢cea de, San Francisco el Grandel, as¨ª como los m¨²ltiples chapiteles de pizarra de otros edificios madrile?os. Los altos de San Isidro, donde instala el pintor con frecuencia su caballete, ofrec¨ªan por aquel entonces una bell¨ªsima perspectiva de la capital, hoy totalmente desvirtuada por errores urban¨ªsticos lamentables. En obras tales como su goyesca Pradera de San Isidro (1909, Cas¨®n del Buen Retiro, Madrid), Beruete nos muestra lo que fue y pudo haber sido Madrid, ciudad que a decir de Chueca Goitia, "ha perdido su fina silueta de torres, agujas y chapiteles, con la intrusi¨®n de unas formas desvinculadas de todo contexto y escala" (2).
Posibilidades pict¨®ricas
Rodea el paisajista Madrid escrutando, como en Toledo o en Avila, sus posibilidades pict¨®ricas. Cuando selecciona un punto de vista sugestivo, insiste una y otra vez en el motivo, repiti¨¦ndolo en varios cuadros, con introducci¨®n de ligeras variantes. Los resultados traen a la memoria la experiencia impresionista de Monet, su voluntad de exprimir todas las posibilidades pict¨®ricas del paisaje basada en el convencimiento de que, a partir de un ¨²nico tema, pueden realizarse varios cuadros iJiferentes (3). Los sucesivos momentos de luz y atm¨®sfera ofrecen a cada instante nuevas sensaciones, nuevos est¨ªmulos a la retina. Cuando en las ma?anas de invierno don Aureliano pinta al aire libre en la pradera del Corregidor o en la Fuente de la Teja, el inter¨¦s del motivo se renueva en cada ses¨ª¨®n por un efecto de luz in¨¦dito o una nueva perspectiva que descubre al girar unos grados, al aproximarse o alejarse de la ribera del r¨ªo. ?Qu¨¦ distinta puede resultar la apariencia del palacio Real desde la pradera de San Isidro y desde la Moncloa, con la luz violenta de mediod¨ªa o la ros¨¢cea del atardecer! Beruete, como Monet, parece anteponer a la b¨²squeda del tema y su variedad el an¨¢lisis de la sensaci¨®n ¨®ptica, determinada por el juego ¨ªnterrelacionado de la luz, el color, la atm¨®sfera y la perspectiva, si bien sin llegar al partipris radical de las series de Rouen o de las Ninfeas.
Las modificaciones de distancia, de perspectiva o de orientaci¨®n , juntamente con las correspondientes variantes lum¨ªnicas, tonales y.atmosf¨¦ricas, hacen que los paisajes madrile?os del artista no produzcan nunca sensaci¨®n de monoton¨ªa, de reiteraci¨®n m¨¢s o menos obstinada: el tema puede resultar similar, casi id¨¦ntico de un lienzo a otro, pero las sutiles variaciones hacen de cada Beruete de la serie una impresi¨®n original e irrepetible del semblante de Madrid.
1. Pardo Baz¨¢n, Emilia: Insolaci¨®n. Biblioteca, E¨ªnec¨¦. Buenos Aires, 1948, p¨¢gina 36.
2. Chueca Goitia, Fernando: Madrid, ciudad con vocaci¨®n de capital Edificio Pico Sacro. Santiago de Compostela, 1974, p¨¢gina 222.
3. Francastel, Pierre: Historia de la pintura francesa. Madrid, 1970, p¨¢gina 319.
es profesor de Historia del Arte de la universidad de Oviedo.
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