Tenemos una obligaci¨®n con los saharauis
Ni los saharauis, ni los ministros del Polisario han exigido siquiera el reconocimiento formal de la Rep¨²blica ?rabe Saharaui Democr¨¢tica (RASD) por parte del Gobierno socialista espa?ol. No habr¨ªa sido una petici¨®n insensata del Polisario; tampoco una exigencia vehemente a unos gobernantes que dieron muestras sobradas -cuando eran oposici¨®n de compromiso y comprensi¨®n con la causa saharaui. Quiz¨¢ tampoco hubiese parecido la exigencia una .respuesta resentida y visceral de un pueblo al que d¨ªas antes se le hab¨ªa amenazado con bloqueos de relaciones. Sin embargo, eso parece ante la lectura de algunos t¨ªtulos de Prensa de d¨ªas atr¨¢s.Y qu¨¦ mal gusto queda en la boca cuando se oyen amenazas a los pueblos despojados. No exigen. los polisario el reconocimiento de la RASD, pero s¨ª recuerdan a Alfonso Guerra y a todo el Gobierno socialista que Espa?a tiene responsabilidades pol¨ªticas, compromisos morales, deberes ¨¦ticos ineludibles con el pueblo del S¨¢hara.
El Gobierno socialista est¨¢ esbozando un intento de pol¨ªtica exterior aut¨®noma, un plan general de actuaci¨®n que, sin perder de vista que somos un pa¨ªs europeo, nos proyecte, comunique, coordine y una con Am¨¦rica Latina y el mundo ¨¢rabe. Es un plan loable y sutil que tiene la belleza de un proyecto posible y la desilusi¨®n de que el plan termine en la indecisi¨®n m¨¢s absoluta. Porque hay cierta tradici¨®n en nuestra pol¨ªtica exterior de entender la neutralidad como inmovilidad, de considerar los problemas en un equilibrio tan dif¨ªcil que nunca se decide uno por la v¨ªa a tomar.
Pocas veces hemos sabido o podido coger el tren progresista de la historia. Ahora, sin embargo, tenemos una primera, y quiz¨¢ ¨²nica, ocasi¨®n de hacerlo: en el caso del S¨¢hara, reparar un error hist¨®rico del Estado espa?ol, del que se es heredero, o aceptar el chantaje como pr¨¢ctica pol¨ªtica, congelando decisiones, inhibi¨¦ndose de la responsabilidad que como potencia administradora del territorio le corresponde para garantizar la libre autodeterminaci¨®n del pueblo saharaui.
Pero hay m¨¢s, mucho m¨¢s, y es que los saharauis han adoptado modos de nuestra cultura, es que los ni?os de los campamentos que he visitado aprenden a escribir en la, cartilla de rayas y balbucean el castellano con las letras de Palau, y que en las conversaciones de tarde, tomando un t¨¦ en el interior de la jaima, un hombre, o dos o tres, te preguntan por la Cibeles o el paseo de la Castellana o si han florecido las acacias en las calles de Madrid, o incluso recuerdan a alg¨²n amigo llamado Pepe, Juan o Ram¨ªrez.
La pol¨ªtica exterior de un pa¨ªs se mide por lo que aporta a la paz y al progreso, por lo que de beneficio mutuo se obtiene por la influencia cultural que se ejerce. Los saharauis han demostrado su voluntad de cari?o para con el pueblo espa?ol; nuestra influencia cultural es ahora evidente, pero no es un patrimonio eterno, y una convicci¨®n moral nos debe impedir lavarnos las manos.
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