El medio ambiente: entre la guinda y la tachuela
Hablar de an¨¢lisis ambiental es, inicialmente, un contrasentido tan aberrantemente monstruoso como afirmar que existe una ingenier¨ªa ambiental. Bajo tan pomposos como impropios ep¨ªgrafes se encuentran normalmente t¨¦cnicas de an¨¢lisis de vestigios contaminantes y una ingenier¨ªa sanitaria, respectivamente.Como en tantas ocasiones, el anacronismo del concepto es delatado por el lenguaje: todav¨ªa se sigue usando an¨¢lisis como sin¨®nimo de reflexi¨®n. La herencia cartesiana, la fe positivista a¨²n impera entre nuestros t¨¦cnicos. Separar, desmenuzar, mirar cada min¨²sculo fragmento con lupa, repartir los trozos entre los diversos especialistas; seres, por otra parte, que acumulan todo su saber sobre ciertos pedazos, pero que lo ignoran todo del conjunto sin mutilar. De ese modo, el superespecialista es un sabio ciertamente peculiar: lo sabe casi todo de casi nada.
Pero la realidad, el veleidoso mundo circundante, eso que algunos llaman medio ambiente o entorno, se complace en resistirse a ser apresado, comprendido, aprehendido por tan minuciosos como limitados estudiosos. Adem¨¢s, el problema se complica cuando advertimos que lo verdaderamente relevante -all¨ª donde reside la cifra explicativa- no es ninguna de esas partes cuidadosamente aisladas, sino las interrelaciones que mantienen entre s¨ª. No es ¨²til el empleo del microscopio, sino el del macroscopio, imaginario invento que, en boca de Rosnay, sirve para detectar, no lo infinitamente peque?o o lo inimaginadamente lejano, sino lo enormemente complejo; el instrumento simb¨®lico que propicia una nueva manera de visi¨®n: la sistem¨¢tica u hol¨ªstica.
El mito del generalista
Hubo, por tanto, un momento breve de optimismo en el que se lleg¨® a confiar en el c¨®nclave profesional para resolver este g¨¦nero de problemas. Se habl¨® entonces, entre jubilosos alaridos, de los equipos multidisciplinares, y como quiera que persisti¨® la cuesti¨®n fundamental de recomponer la realidad fragmentada, se a?adi¨® el ep¨ªteto de integrado y se reclam¨® la presencia de un recomponedor, hasta aqu¨ª inexistente: el generalista. Pero este prometedor enfoque se vio, las m¨¢s de las veces, malogrado por diversas razones; bien por que el director de equipo y obligado generalista no era ning¨²n m¨¢gico profesional dotado de gran capacidad de s¨ªntesis, sino el t¨¦cnico de m¨¢s peso corporativo -un ingeniero, un arquitecto-, bien porque las exhaustivas aportaciones de los componentes del grupo no fueron jam¨¢s pensadas, desde su inicio, para regenerar una imagen final coherente, sino, con frecuencia, para convencer, abrumando, al resto de sus colegas de que su respectiva disciplina era la de mayor enjundia e importancia. No es de extra?ar que la cacareada integraci¨®n de casi cualquiera de esos estudios s¨®lo se reflejara en la homog¨¦nea encuadernaci¨®n de los distintos tomos de cada contribuci¨®n.
En las ant¨ªpodas de los especialistas cabr¨ªa situar esos leonarditos que saben un poco de casi todo. Riesgo que corren, ciertamente, los ec¨®logos, que adem¨¢s pretenden -pretendemos- describir la naturaleza en t¨¦rminos homologables de materia, energ¨ªa e informaci¨®n. Como, adem¨¢s, entre los ejercicios favoritos de estos cient¨ªficos est¨¢n las predicciones, muy celebradas, por cierto, se comprende el discurrir funambulesco, escasamente acad¨¦mico, de sus practicantes. En la a?eja pol¨¦mica de qu¨¦ merece m¨¢s la pena si ser cola de le¨®n o cabeza de rat¨®n, se puede optar ecl¨¦cticamente por la quimera, en su inicial acepci¨®n de animal monstruoso compuesto de partes de otros. El especialista, que tan poco espacio abarca, pero que penetra mucho, precisamente por su aguzamiento, ser¨ªa algo as¨ª como un alfiler. En cambio, el, llam¨¦mosle, diletante cubre mucho, pero es incapaz de profundizar, como un disco. De la armoniosa hibridaci¨®n de ambos surge el inapreciable invento de la tachuela, que hiende y contiene, reuniendo lo mejor de sus progenitores. Este es el retrato-robot del tan buscado generalista.
Pues bien, en este pa¨ªs les puedo asegurar que son contadas las personas que se pueden reivindicar con justeza como chinchetas ambientales. ?Nadie se va a ocupar de disponer oportunamente tachuelas que se claven en el tal¨®n de la especulaci¨®n inmobiliaria, de la industria esquilmadora y contaminante o de las repoblaciones salvajes?
La teor¨ªa de la guinda
Para entender esta falta de previsi¨®n paso ahora a relatar mi teor¨ªa de la guinda, no sin antes remontarme a la historia reciente. Perm¨ªtaseme situarme en los a?os inmediatos a la muerte del general Franco.
El mantener el tipo de progre de la ¨¦poca, el dar, por aquel entonces -?que hoy nos parece tan lejano!-, una imagen coherente impon¨ªa a sus dignatarios ciertas servidumbres, ritos y usos, sin excluir los m¨¢s banales: barba, prendas de pana, ausencia de corbata, aquel estudiado desali?o indumentario, Triunfo bajo el brazo... Y exist¨ªan ciertos tab¨²es: se adoraba a Brassen, pero, parad¨®jicamente, estaba mal visto -hasta que Mart¨ªn Pati?o trajo sus canciones de despu¨¦s de una guerra- que te gustase Conchita Piquer.
En esos elementales tiempos en que todos ¨¦ramos tan j¨®venes y felices, unidas por el antifranquismo voluntades tan dispares, los tics de muchos encontraban inaceptable que alg¨²n d¨ªscolo de la tribu tomara infusiones de hierbas para combatir un ardor de est¨®mago. En aquellos tiempos previos al boom ecologista, a la moda natural, los problemas medioambientales eran considerados oficialmente -y as¨ª se me reprendi¨® en diversas ocasiones- por la oposici¨®n, como cortinas de humo reaccionarias y neorrusonianas.
Todo lo m¨¢s, y s¨®lo los enterados, te indicaban que se trataba de cosm¨¦ticas preocupaciones burguesas que interesaban en la medida que sus crecientemente extensos efectos empezaban a afectar a las clases acomodadas o a las sociedades opulentas, hasta entonces a salvo.
En plena indigesti¨®n marxista, el concepto de progreso -hoy desterrado de los cen¨¢culos a la ¨²ltima- era intocable. Se afirmaba sin empacho que hablar de contaminaci¨®n, de agotamiento de los recursos naturales o de la destrucci¨®n de paisajes, con tantas y urgentes reivindicaciones pol¨ªticas pendientes, era una maniobra de distracci¨®n, en el sentido t¨¢ctico del t¨¦rmino, de los objetivos prioritarios. Tiempo habr¨ªa de dedicarse al cultivo del jard¨ªn cuando triunfase la revoluci¨®n.
Uno era tolerado entre sus huestes acampadas al borde de la transici¨®n, dudando s¨ª derribar sus murallas o si penetrar discretamente por la puerta de servicio de la reforma, como un heterodoxo a vigilar o un mani¨¢tico despistado. Uno no estaba de moda.
Superficialmente al d¨ªa
Hoy -ahora- muchos de esos progres enriquecen los herbolarios y agotan las gu¨ªas para naturalistas. Y unos cuantos est¨¢n en el poder. Y como buenos pol¨ªticos est¨¢n superficialmente al d¨ªa. Recelosos espectadores de la irresistible ascensi¨®n de los ecologistas europeos, hablan, por fin, de calidad de vida, de desarrollo cualitativo, de cara y cruz del progreso. Piensan quiz¨¢ te?ir de verde su cada vez m¨¢s rosado partido; pero en el fondo siguen sin entender nada. Bien es cierto que apostillan y colocan, tras las cuestiones verdaderamente relevantes, algunas consideraciones ambientales. Pero lo hacen al modo del repostero, que, tras fraguar su pastel, coloca la guinda que lo corona, que adorna, pero apenas alimenta, que se puede incluso apartarantes de comenzar a comer. Igualmente, nuestros buenos gobernantes incluyen en sus programas ofertas ambientales: indistintas, tan similares a las de otros partidos, pues es ¨¦ste un tema que curiosamente en todos suscita acuerdo, cuando deber¨ªa ser al rev¨¦s. Consecuentemente, a la hora de buscar asesor¨ªas, cargos t¨¦cnicos y dem¨¢s acuden en las finanzas a los macroeconomistas, que tambi¨¦n trabajan con sistemas; pero para las cuestiones ambientales, para esa cenefa del margen del folleto del programa colocan alfileres. En la guinda, por supuesto.
No teman los socialistas que intente subvertir sus aut¨¦nticas metas. Lo que se suele entender por ecolog¨ªa, en palabras de un famoso ide¨®logo ecologista, es "como el sufragio universal y el desacanso dominical: en un primer momento, todos los burgueses y todos los partidarios del orden os dicen que quer¨¦is su ruina y el triunfo de la anarqu¨ªa y el oscurantismo. Despu¨¦s, cuando las circunstancias y la presi¨®n popular se hacen irresistibles, os conceden lo que ayer os negaban, y fundamentalmente no cambia nada". De hecho, las exigencias ecol¨®gicas cuentan con suficientes partidarios entre la patronal; en especial entre aquellos que se encargan de cerrar el insidioso c¨ªrculo vicioso ofreciendo tecnolog¨ªas anticontaminantes en una pol¨ªtica de privatizar beneficios y socializar inconvenientes.
Por eso, los verdaderos socialistas -?cu¨¢ntos lo son en el PSOE?- se mostrar¨¢n m¨¢s interesados si los ecologistas renunciamos a jugar al escondite y reconocemos que nuestra lucha no es un fin en s¨ª, sino una etapa. Si reconocemos, de una vez por todas, que no deseamos un capitalismo -o un socialismo realmente existente- que se acomode a los inconvenientes ambientales, sino una aut¨¦ntica revoluci¨®n social, cultural y econ¨®mica que establezca unas nuevas relaciones entre los hombres y la naturaleza y con la propia colectividad. Entre tanto, echamos de menos tachuelas ante ese autom¨®vil con la marcha atr¨¢s metida y estamos empachados de guindas.
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