El Pacto verbal / y 2
Aunque cada sociedad construye e inventa los medios de comunicaci¨®n que necesita -dentro de los l¨ªmites, claro, de sus posibilidades-, la determinaci¨®n no es absoluta. Muchas veces, los medios sobreviven a las sociedades que los inventan: todav¨ªa usamos el alfabeto fenicio. Lo contrario tambi¨¦n es frecuente: la utilizaci¨®n de una t¨¦cnica moderna en una sociedad tradicional. En Cabul y en otras ciudades de Afiganist¨¢n me despertaba siempre, al alba, la voz estent¨®rea del almuec¨ªn, amplificada por los altavoces. En la Edad Moderna, la t¨¦cnica oriunda de Occidente se ha extendido a todo el mundo. Esto es particularmente cierto en el caso de los medios de comunicaci¨®n. Dos rasgos los definen: la universalidad y la homogeneidad. En todas partes se imprimen peri¨®dicos, revistas, libros, y en todas se exhiben pel¨ªculas y se transmiten programas radiof¨®nicos y televisados. Contrasta esta uniformidad con la diversidad de los mensajes y, sobre todo, con la pluralidad de civilizaciones y con las diferencias de reg¨ªmenes sociales, pol¨ªticos y religiosos. El mundo moderno no s¨®lo est¨¢ dividido por violentas enemistades ideol¨®gicas, pol¨ªticas, econ¨®micas y religiosas, sino por profundas diferencias culturales, ling¨¹¨ªsticas y ¨¦tnicas. Sin embargo, este mundo de feroces rivalidades e imborrables singularidades est¨¢ unido por una red de comunicaciones que abarca pr¨¢cticamente a todo el planeta.Cualquiera que sea su religi¨®n y cualquiera que sea el r¨¦gimen pol¨ªtico y econ¨®mico bajo el que viven, las gentes leen libros y peri¨®dicos, escuchan conciertos por radio, ven en las pantallas de los cines o de las televisiones pel¨ªculas y noticiarios. A medida que los particularismos de nuestro siglo crecen y se vuelven m¨¢s y m¨¢s agresivos, las im¨¢genes se universalizan: cada noche, en una suerte de comuni¨®n visual m¨¢s bien equ¨ªvoca, todos vemos en la pantalla al Papa, a la actriz famosa, al gran boxeador, al dictador en turno, al premio Nobel y al asesino c¨¦lebre.
El tema de la relaci¨®n entre los medios de comunicaci¨®n y la sociedad que los usa se bifurca en otro: los medios y las artes. El asunto es vasto, pero yo s¨®lo me ocupar¨¦ de uno de sus aspectos: la literatura. Empezar¨¦ con la poes¨ªa. Es la forma m¨¢s antigua y permanente del arte verbal. Hay sociedades que no han conocido la novela, la tragedia y otros g¨¦neros literarios: no hay sociedades sin poemas. En su origen, la poes¨ªa fue oral: palabra dicha ante un auditorio. M¨¢s exactamente, recitada o declamada. La asociaci¨®n entre la poes¨ªa, la m¨²sica y la danza es muy antigua; probablemente las tres artes nacieron juntas y quiz¨¢ en su origen la poes¨ªa fue palabra cantada y bailada. Un d¨ªa se separaron y la poes¨ªa se cre¨® para s¨ª misma un peque?o reino propio, entre la prosa hablada de la conversaci¨®n y el canto propiamente dicho. Hace a?os, en Delhi, asist¨ª a una reuni¨®n de poetas de lengua urdu; cada uno se adelantaba y dec¨ªa su poema en una salmodia o recitado, mientras un instrumento de cuerda, pulsado por una suerte de plectro, marcaba el comp¨¢s.
El efecto era extraordinario. Tal vez as¨ª entonaban sus poemas las aedas, los bardos y los poetas tenochcas. Todav¨ªa hoy, los poetas rusos -cualquiera que haya o¨ªdo a Joseph Brodsky lo sabe- preservan los valores f¨®nicos -el entonado- que distingue a la recitaci¨®n po¨¦tica del habla y, en el otro extremo, del canto. Tambi¨¦n la recitaci¨®n del poema m¨¢s breve, el haik¨², est¨¢ punteada por las notas de un samisan. Nunca la poes¨ªa ha roto enteramente con la m¨²sica; a veces, como entre los trovadores de Provenza o los madrigalistas del Renacimiento y la Edad Barroca, la uni¨®n ha sido muy estrecha. Nupcias arriesgadas: la m¨²sica ahoga casi siempre a la poes¨ªa.
La escritura y la poes¨ªa
Las relaciones entre la escritura y la poes¨ªa no han sido menos variadas y fecundas. En un extremo, el manuscrito y la variedad fant¨¢stica de sus letras y caracteres, sus may¨²sculas y min¨²sculas, sus azules, sus rojos y oros; en la otra, la tipograf¨ªa y sus admirables combinaciones. O¨ªr y leer son actos distintos y la aparici¨®n del libro acentu¨® esas diferencias. En general, se escucha en p¨²blico mientras que la lectura es solitaria. Al principio, se conserv¨® el arte de leer para un auditorio, generalmente reducido, pero esa costumbre ha desaparecido casi completamente. A medida que se popularizaba el libro, la lectura fue m¨¢s y m¨¢s un acto solitario. As¨ª cambi¨® la antigua relaci¨®n entre la poes¨ªa y el p¨²blico. Sin embargo, a pesar de la preponderancia de la palabra impresa, por naturaleza silenciosa, la poes¨ªa nunca ha dejado de ser habla r¨ªtmica, sucesion de sonidos y sentidos enlazados. Cada poema es "una configuraci¨®n de signos que, al leer, o¨ªmos. Leer un poema consiste en o¨ªrlo con los ojos... Al rev¨¦s de lo que ocurre con la pintura, arte silencioso, el silencio de la p¨¢gina nos deja escuchar la escritura del poema". (*) Las palabras del poema escritas sobre la hoja de papel tienden espont¨¢neamente, apenas las recorren unos ojos, a encarnar en sonidos y en ritmos. Al mismo tiempo, hay una correspondencia entre el signo escrito, el ritmo sonoro del poema y el sentido o los sentidos del texto. La discordia aparente entre escritura silenciosa y recitado po¨¦tico se resuelve en una unidad m¨¢s compleja: la presencia simult¨¢nea de las letras y los sonidos.La oposici¨®n entre el p¨²blico y el lector solitario es de otro car¨¢cter. Representa, en cierto modo, dos tipos de civilizaci¨®n. No obstante, hace a?os me impresion¨® saber que unos indios n¨®madas de Am¨¦rica del Sur -en las fronteras de Brasil y Paraguay-, al caer la noche, mientras las mujeres y los ni?os reposan, de espaldas a las hogueras del campamento y frente a la inmensidad natural, recitan poemas que ellos mismos han compuesto y en los que exaltan sus haza?as, las de sus amigos o las de sus antepasados. Es un rito en el que, al extremarse el car¨¢cter solitario del acto, parece anularse del todo la comunicaci¨®n. Pero no es as¨ª: al hablarse a s¨ª mismo, el poeta n¨®mada habla con su pueblo y con el pueblo de fantasmas de sus abuelos. Habla tambi¨¦n con la noche y sus potencias. En un extremo, la recitaci¨®n solitaria; en el otro, la poes¨ªa coral. En uno y otro caso, el yo y el nosotros se bifurcan en una boca que habla y un o¨ªdo que recoge el rumor espiral del poema.
Poema-pel¨ªcula
Todos los elementos y formas de expresi¨®n que aparecen aislados en la historia de la poes¨ªa: el habla y la escritura, el recitado y la caligraf¨ªa, la poes¨ªa coral y la p¨¢gina iluminada del manuscrito, en suma: la voz, la letra, la imagen visual y el color coexisten en los modernos medios de comunicaci¨®n. Pienso, claro est¨¢, en el cine y en la televisi¨®n. Por primera vez en la historia, los poetas y sus int¨¦rpretes y colaboradores -m¨²sicos, actores, tip¨®grafos, dibujantes y pintores- disponen de un medio que es, simult¨¢neamente, palabra hablada y signo escrito, imagen sonora y visual, en color o en blanco y negro. Adem¨¢s, en las pantallas del cine y la televisi¨®n aparece un elemento absolutamente nuevo: el movimiento.La p¨¢gina del libro es un espacio inm¨®vil, mientras que la pantalla puede ser un espacio no s¨®lo coloreado sino m¨®vil. Por desgracia, las relaciones entre la poes¨ªa y los nuevos medios no han sido exploradas. Al alba de nuestra ¨¦poca, inspirado tanto en las partituras musicales y en los mapas astron¨®micos como en los anuncios de los peri¨®dicos, Mallarm¨¦ concibi¨® un poema cuya disposici¨®n tipogr¨¢fica sobre la p¨¢gina -gracias a la combinaci¨®n de los diversos car¨¢cteres, el juego de los blancos y los espacios, las may¨²sculas y las min¨²sculas- evocase el movimiento r¨ªtmico de la palabra hablada y las figuras que traza el pensamiento en el espacio mental. Pero los signos de Mallarm¨¦ ni se mueven ni hablan; en cambio, la pantalla de la televisi¨®n emite signos, sonidos, im¨¢genes y colores en movimiento. Ella misma, a diferencia de la p¨¢gina del libro, est¨¢ en movimiento. Es una Am¨¦rica a la vista que nadie ha colonizado.
Hace cerca de quince a?os, estimulado por los rollos de pintura t¨¢ntrica de la India y por el ejemplo de Mallarm¨¦, escrib¨ª un poema, Blanco, en el que intent¨¦ explorar todos estos elementos, aunque limit¨¢ndome a la tipograf¨ªa tradicional, es decir, al libro. Al mismo tiempo, se me ocurri¨® que ese libro podr¨ªa proyectarse sobre una pantalla. M¨¢s exactamente: mi prop¨®sito fue (y es) proyectar el acto mismo de la lectura de ese poema. Conceb¨ª esta obra como una suerte de ballet de signos, voces y formas visuales y sonoras. No voy a referir ahora la historia de mi poema-pel¨ªcula, baste con decir que sigue siendo un proyecto. Pero creo que mi experiencia arroja luz sobre la situaci¨®n actual: una riqueza de posibilidades en verdad extraordinaria y que nadie usa. Mejor dicho, que nadie se atreve a usar.
Me imagino que la timidez de los poetas se debe, entre otras cosas, al cansancio: durante m¨¢s de medio siglo nos hemos entregado a una fren¨¦tica experimentaci¨®n formal en todas las artes. Es sabido que estos sucesivos movimientos han degenerado en una est¨¦ril manipulaci¨®n: hoy la vanguardia se repite incansablemente a s¨ª misma y se ha convertido en un academicismo. Creo, adem¨¢s, que la peculiar situaci¨®n de la poes¨ªa en nuestro siglo, convertida en un arte marginal y minoritario, ha contribuido a desanimar a los poetas. Pero el gran obst¨¢culo ha sido y es la indiferencia obstinada de la televisi¨®n, lo mismo la estatal que la privada. Como la poes¨ªa no tiene gran rating comercial y es rebelde a las manipulaciones ideol¨®gicas y pol¨ªticas de los Gobiernos, ha sido eliminada casi enteramente de todas las pantallas. Este equ¨ªvoco, hecho de ignorancia y desd¨¦n, es deplorable: el futuro y sus formas, lo mismo en el campo del arte que en los otros dominios de la cultura, no nacen en el centro, sino en las afueras de la sociedad.
La cr¨ªtica como modernidad
El caso de la poes¨ªa es extremo, pero la suerte de las otras formas literarias -teatro, novela, cuento- no ha sido muy distinta. Seg¨²n he tratado de mostrar en otros escritos, hay un rasgo que distingue a la literatura moderna: la cr¨ªtica. Entiendo por modernidad ese conjunto de actividades, ideas, creencias y gustos que emerge hacia finales del siglo XVIII y que coincide, a lo largo del siglo XIX, con profundos cambios econ¨®micos y pol¨ªticos. Cierto. En todas las literaturas de todas las civilizaciones aparece la cr¨ªtica, pero en ninguna -ni en la ¨¢rabe, ni en la china, ni en la greco-romana, ni en la medieval- ocupa el lugar central que tiene en la nuestra.Las literaturas de las otras civilizaciones han sido sucesiva o simult¨¢neamente celebraci¨®n y s¨¢tira, alabanza y vituperio, burla o eleg¨ªa, pero s¨®lo hasta que comienza la modernidad, el poema y la obra de ficci¨®n se vuelven an¨¢lisis y reflexi¨®n. La mirada maravillada del artista se desdobla en mirada inquisitiva e introspectiva. Esta actitud cr¨ªtica se bifurca en dos direcciones: cr¨ªtica de la sociedad y cr¨ªtica del lenguaje. El novelista no se contenta con relatar una historia ni en revivir las haza?as, los amores o las iniquidades de un grupo de hombres y mujeres, sino que analiza a las situaciones y a los personajes. Su relato se vuelve descripci¨®n cr¨ªtica del mundo y de los hombres. Pero la cr¨ªtica de la sociedad, es decir, del poder y de las clases, de las creencias y pasiones, no es sino la mitad de la literatura moderna; la otra mitad es la cr¨ªtica que, cada generaci¨®n, hacen los escritores de las obras de sus antepasados inmediatos y de las obras que ellos mismos est¨¢n escribiendo.
La tradici¨®n se vuelve ruptura cr¨ªtica; la escritura, a su vez, se desdobla en reflexi¨®n sobre lo que se est¨¢ escribiendo. As¨ª, a la cr¨ªtica social, pol¨ªtica, religiosa e hist¨®rica de los Balzac, los Dickens, los Zola y los Tolstoi se yuxtapone la otra cr¨ªtica, la cr¨ªtica del lenguaje de los Flaubert y los Joyce.
La edad de la televisi¨®n
La literatura contempor¨¢nea ha experimentado cambios violentos pero, esencialmente, ha sido fiel a su origen y en ning¨²n momento ha dejado de ser cr¨ªtica del mundo y de s¨ª misma. A semejanza de la poes¨ªa y a despecho de tantas revoluciones est¨¦ticas, la prosa de ficci¨®n sigue encerrada entre las p¨¢ginas del libro. Los novelistas, los cuentistas y los autores de teatro no han explorado los nuevos medios de comunicaci¨®n o los han explorado de mala gana y de manera insuficiente. A su vez, los medios y los poderes que los manejan han desde?ado a la literatura. M¨¢s de una vez me he preguntado si esta situaci¨®n tiene una salida. Creo que una luz, al fin, despunta en el horizonte de esta d¨¦cada. Hay un elemento nuevo que quiz¨¢ est¨¦ destinado a cambiar radicalmente el estado de cosas existente.Este elemento viene de la evoluci¨®n de la t¨¦cnica y consiste en la aparici¨®n del cable y del v¨ªdeo-casete. Estas dos ¨²tiles innovaciones permitir¨¢n, probablemente, el sin cesar diferido encuentro entre la literatura -la verdadera, que es cr¨ªtica de la sociedad y de s¨ª misma- y la televisi¨®n. Desconozco, por supuesto, la forma o las formas en que se manifestar¨¢ ese encuentro. Tal vez, la humilde telenovela -descendiente de las pel¨ªculas de episodios y de la novela de follet¨ªn- sea el embri¨®n de una nueva forma art¨ªstica. En el caso de la poes¨ªa, presumo que esa forma nacer¨¢ de las nupcias entre el signo escrito y la palabra hablada. Pero mi prop¨®sito no es hacer dudosas profec¨ªas est¨¦ticas, sino se?alar la posibilidad que representan el v¨ªdeo-casete y el cable: son el equivalente de la biblioteca y la discoteca. O sea, son el comienzo de la diversificaci¨®n y, en consecuencia, del regreso al pacto verbal original: m¨²ltiple y contradictorio.
En un seminario denominado La edad de la televisi¨®n, celebrado durante el II Encuentro Mundial de la Comunicaci¨®n en Acapulco (1979), abogu¨¦ por una televisi¨®n que reflejase la complejidad y la pluralidad de nuestra sociedad, sin excluir a dos elementos esenciales de la democracia moderna: la libre cr¨ªtica y el respeto a las minor¨ªas. Esas minor¨ªas son pol¨ªticas, religiosas y ¨¦tnicas, pero tambi¨¦n son culturales, art¨ªsticas y literarias. Al comenzar estas p¨¢ginas se?al¨¦ que la palabra de la sociedad no es un discurso ¨²nico y, homog¨¦neo sino m¨²ltiple y heterog¨¦neo. Los medios de comunicaci¨®n pueden ocultar a esta palabra original con la m¨¢scara de la unanimidad o, al contrario, pueden rescatarla y mostrarnos, en las mil versiones siempre nuevas que nos entrega la literatura, la vieja imagen del hombre -criatura a un tiempo singular y universal, ¨²nica y com¨²n.
* Mi ensayo La nueva analog¨ªa, en El signo y el garabato. M¨¦xico, 1973.
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