Los lazos desatados
Ya antes de conocerla personalmente hab¨ªa intuido que se trataba de una mujer distinta y deseaba verla. Su Natalia de La pla?a del Diamant era hac¨ªa a?os, para mi, una amiga de carne y hueso de las pocas que consiguen salirse de los libros y colarse en nuestra casa, no se sabe por qu¨¦ rendija, en busca de refugio. Esa dependienta de una pasteler¨ªa barcelonesa de anteguerra, hu¨¦rfana de madre, que ha visto naufragar todos sus sue?os y convierte la flaqueza en valent¨ªa, no s¨®lo significa una lecci¨®n de amor, sino un espejo deformante donde el protagonismo del hombre y su debilidad adquieren perfiles mucho m¨¢s grotescos cuanto m¨¢s alejados del alegato feminista. Natalia me contaba sus penas, sentada en frente de m¨ª, en un tono de susurro po¨¦tico nunca exento de una vena de humor redentora frente al acoso de lo injusto y lo absurdo. Me hablaba, por ejemplo, de una vecina: "...Y la se?ora Enriqueta me hab¨ªa dicho que ten¨ªamos muchas vidas entrelazadas unas con otras, pero que una muerte o una boda a veces las separaba, y la vida de verdad, libre de todos los lazos de vida peque?a que la hab¨ªan atado, pod¨ªa vivir como habr¨ªa tenido que vivir siempre s¨ª las vidas peque?as y malas la hubieran dejado sola. Y -dec¨ªa- las vidas entrelazadas se pelean y nos martirizan, y nosotros no sabemos nada, como no sabemos del trabajo del coraz¨®n ni del desasosiego de los intestinos".As¨ª, como quien alude a esos desasosiegos fisiol¨®gicos que el cuerpo padece sin preguntarse por su etiolog¨ªa, como quien no conoce otro m¨¦todo para avanzar que el de llevar las manos por delante para evitar tropiezos, sospecho que debi¨® abrirse tambi¨¦n camino en el mundo Merc¨¨ Rodoreda, tratando de desatar pacientemente, sin reivindicaciones ni alharacas, los lazos de vida peque?a que aprisionaran la suya.
Cuando, hace dos a?os, vino por Madrid y tuve ocasi¨®n de cenar con ella en el hotel donde se albergaba, me qued¨¦ sorprendida de la identidad existente entre la imagen que me hab¨ªa forjado de su persona y su presencia real all¨ª, delante de mis ojos. Era una de las mujeres m¨¢s bellas y de elegancia m¨¢s sencilla que he visto en mi vida.
Llevaba un traje oscuro de chaqueta y pantal¨®n y una blusa clara, y la armon¨ªa entre su pelo blanco y su cutis de flor era la misma que se trasluc¨ªa entre su voz de adolescente y los gestos pausados y sabios de mujer que est¨¢ de vuelta. Escuchaba ladeando un poquito la cabeza, con una expresi¨®n reconcentrada y alentadora. Creo que hubo un fluido mutuo de simpat¨ªa, y quedamos en volver a vernos alguna vez; siempre se dice eso. Se volvi¨® a su retiro del Pirineo catal¨¢n a cuidar las flores de su huerto y nunca la volv¨ª a ver.
Hoy, la noticia intempestiva de su muerte me ha clavado los dientes en esa zona donde deja su cicatriz la ausencia de los seres queridos. No pienso tanto en lo que ha perdido con ella la literatura peninsular como en lo que me hubiera gustado visitarla en su casa y acompa?arla en sus ratos de soledad, cuando la soledad la oprimiera, porque, en general -seg¨²n me dijo-, eran buenas amigas.
Se entreten¨ªa con sus mon¨®logos son¨¢mbulos, acunada por los cuales fue aprendiendo a desatar con sabidur¨ªa y sosiego los lazos de vida peque?a a que alude su Natalia.
Ahora que la inclemente hoz de la muerte ha segado de un tajo esos lazos, no nos queda m¨¢s recurso que acudir a sus palabras para recuperar la vida que cos¨ªan en el ca?amazo del tiempo.
"Un tiempo", sigue susurrando como un r¨ªo la voz de Natalia, que no se ve y nos va amasando, el que rueda dentro del coraz¨®n y lo hace rodar con ¨¦l, y nos va cambiando por dentro y por fuera y, poco a poco, nos va haciendo tal como seremos el ¨²ltimo d¨ªa".
Babelia
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