La alcald¨ªa de Barcelona, un basti¨®n socialista codiciado por Convergencia
El viejo zorro pol¨ªtico que sigue siendo Josep Tarradellas, el ex presidente de la Generalitat, suele afirmar que ser alcalde de Barcelona es m¨¢s importante que ser ministro. Con este tipo de sentencia, mitad socarrona, mitad enigm¨¢tica, que tanto le gusta dispensar en sus conversaciones afables y sin premuras, Tarradellas resume, a su modo, la trascendencia de Barcelona como elemento determinante en la historia catalana. Sin la compleja ciudad a la que denominan cuna de Catalu?a, con zonas-polvor¨ªn como La Perona (problem¨¢tica gitana) o Nou Barris (desolaci¨®n por el paro), excesivamente cosmopolita seg¨²n algunos para la perpetuaci¨®n de la tradici¨®n, con vocaci¨®n de ser una permanente vanguardia de progreso, no podr¨ªa comprenderse la personalidad de Catalu?a.
Las fuerzas pol¨ªticas dan a la conquista de la alcald¨ªa de Barcelona, por las razones citadas, un significado que supera el ¨¢mbito local propio de las elecciones municipales que se avecinan. La batalla de Barcelona tendr¨¢ tres aspectos fundamentales: a) su car¨¢cter de elecciones generales, en la pr¨¢ctica una especie de segunda vuelta de las elecciones legislativas del 28 de octubre pasado, donde el factor ,ideol¨®gico, la politizaci¨®n, desplazar¨¢ las distintas y no tan diferentes propuestas program¨¢ticas; b) su tono de primera vuelta de las futuras elecciones auton¨®micas, previstas para marzo de 1984; c) su sentido de balance de la acci¨®n de gobierno de los dos principales partidos que se enfrentan, Converg¨¨ncia i Uni¨® (CiU) en el ¨¢mbito de la Generalitat y el Partido de los Socialistas de Catalu?a (PSC) en el Ayuntamiento barcelon¨¦s.Las elecciones municipales de 1979 dieron el control de las poblaciones catalanas medianas y grandes a socialistas y comunistas, introduciendo un fuerte factor diferenciador respecto a los resultados registrados en el Pa¨ªs Vasco, la comunidad aut¨®noma con la que m¨¢s paralelismos suele establecer Catalu?a. A diferencia del PNV, que gobierna en los principales consistorios, Converg¨¨ncia i Uni¨®, que desde su constituci¨®n ha venido tratando de monopolizar las ideas y los sentimientos nacionalistas, acusando a la izquierda de espa?olista, s¨®lo alcanza a controlar Vic o Igualada, las m¨¢s grandes de sus ciudades.
El fen¨®meno com¨²n en Espa?a de la bipolarizaci¨®n se producir¨¢ en Barcelona, una vez m¨¢s, a la catalana. Los votos ¨²tiles, matices aparte, van a dirigirse hacia los dos candidatos capaces de ocupar el sill¨®n de alcalde, el actual titular y dirigente del PSC, Pasqual Maragall, y el presidente de Converg¨¨ncia, presidente de la parte catalana de la Comisi¨®n Mixta de Valoraciones de los Traspasos y ex conseller, Ram¨®n Trias Fargas.
La liza ideol¨®gica se complementar¨¢, muy probablemente, a tenor de lo apreciado hasta ahora, con la tensi¨®n centralismo-autonom¨ªa.
Extrapolaci¨®nSi se extrapolaran los resultados del 28 de octubre, los socialistas obtendr¨ªan 22 de los 43 concejales que componen el consistorio barcelon¨¦s. Converg¨¨ncia y Alianza Popular sumar¨ªan 21. Es decir, con este baremo, el PSC ganar¨ªa por mayor¨ªa absoluta, siempre y cuando se registrara el mismo porcentaje de participaci¨®n. Esquerra Republicana (ERC) y el Partit Socialista Unificat (PSUC) quedar¨ªan sin ediles, seg¨²n esa vidriosa traslaci¨®n de datos.
Desde la consideraci¨®n de estas elecciones municipales barcelonesas como segunda vuelta de las generales, el factor participaci¨®n es un ¨ªndice distorsionante que a todos los grupos en litigio convendr¨¢ combatir cuanto m¨¢s mejor. Las encuestas socialistas locales, por ejemplo, reflejan una participaci¨®n superior incluso al 81% del 28-0 y establecen una relaci¨®n directamente proporcional, muy clara, entre la afluencia a las urnas y los resultados propios. Se conf¨ªa en la persistencia positiva de la variable cambio, aunque se reduce el margen de eficacia del voto ¨²til.
Esto supone que los comunistas del PSUC van a recuperarse. Han sacrificado a uno de sus mejores capitales pol¨ªticos, el eurocomunista por excelencia, Jordi Sol¨¦ Tura, para que protagonice el inicio de esa gran carrera de fondo que representa la recuperaci¨®n de la incidencia electoral del PSUC. Los sondeos comunistas arrojan la conclusi¨®n de que a¨²n es mejor aceptado el candidato que el partido y revelan una subida porcentual de varios puntos, en parte por lo que se llamar¨¢ voto del complejo de culpa, y menor, sin embargo, en Barcelona que en su cintur¨®n industrial, donde los m¨¢s optimistas hablan de llegar a un 10%. El baj¨®n del PSUC el 28 de octubre pasado fue espeluznante: los 179.195 votos obtenidos en la ciudad de Barcelona en los primeros comicios municipales quedaron encogidos a 47.699. Un salto hacia atr¨¢s del 18,9% al 4,4%.
Mientras que el PSC piensa seguir ocupando, corno en 1979 hizo Narc¨ªs Serra, la franja electoral de CiU que representa su sector nacionalista m¨¢s popular, ejemplarizado en los votantes de los barrio del Eixample, en la confianza de que a ese votante le resulta inc¨®modo Trias y sus potenciales hipotecas con la derecha espa?ola Alianza Popular lo espera todo de dos amores: el voto popular de derechas, lo que De Gaulle consigui¨® hist¨®ricamente en Francia, y el voto del centrismo, ya extinto. El 28 de octubre, la coalici¨®n AP-PDP se vio sujeta en la ciudad de Barcelona a una conmoci¨®n justamente inversa a la. del PSUC: de los 24.039 votos obtenidos en las municipales de 1979 pas¨® a 197.763 papeletas.
Este electorado centrista ser¨¢ motivo de nuevo de una intensa disputa entre Converg¨¨ncia y Alianza, que inici¨® ya el viernes por la noche Manuel Fraga, atacando duramente a CiU.
Por el voto desorientado
La estrategia aliancista se ha encaminado a garantizar el control de este voto desorientado y as¨ª se explica que el candidato de AP a la alcald¨ªa de Barcelona sea Alexandre Pedr¨®s, uno de los m¨¢s cualificados dirigentes centristas que se han fugado al partido de Fraga CiU dispone ahora de una segunda oportunidad, definitiva para sus aspiraciones, de liderar a estos votantes: no en vario Trias Fargas ha hecho hincapi¨¦ en que su campa?a electoral se realiza tambi¨¦n en castellano.
Contrariamente a lo que se piensa en algunos c¨ªrculos pol¨ªticos, la batalla de Barcelona hipotecar¨ªa las futuras elecciones auton¨®micas s¨®lo con un resultado absolutamente desequilibrado a favor de uno de los dos principales contendientes. Si, como se espera, CiU no gana al PSC, pero mantiene una cota de incidencia electoral sobre m¨ªnimos, el presidente Pujol a¨²n puede aspirar con ciertas garant¨ªas a la reelecci¨®n en la Generalitat, compensando el peso que las clases populares ejercen en unos comicios de tipo municipal, con la din¨¢mica de voto propia de unas elecciones auton¨®micas y su liderazgo en lo que se suele denominar la Catalu?a profunda, las comarcas que trascienden los cinturones industriales, con poca inmigraci¨®n, pobladas de peque?os propietarios o industriales, apegados al tradicionalismo catal¨¢n y moderadamente conservadores.
Viceversa, la materializaci¨®n de las aspiraciones socialistas de alcanzar el poder que se encierra en el palacio de la Generalitat s¨®lo se conseguir¨¢ si en estas municipales se barre en Barcelona, y se mantiene o incrementa el control de las poblaciones grandes y medianas, igualando o superando los porcentajes del 28 de octubre.
Cosa diferente ser¨¢ c¨®mo queda, tras las municipales en general y la batalla de Barcelona en particular, la mayor¨ªa parlamentaria que permite a Jordi Pujol gobernar a su aire, pese a que s¨®lo le ha votado uno de cada tres catalanes. A lo largo de tres a?os de Gobierno auton¨®mico, Esquerra Republicana de Catalunya ha sido el principal b¨¢culo del envejecimiento de Pujol como gobernante. Se afirma que eso va a costarle sus propias se?as de identidad y que la derechizaci¨®n y dependencia del partido de Heribert Barerra respecto al de Jordi Pujol desdibujar¨¢n su opci¨®n ante el electorado barcelon¨¦s.
Ser o no ser para Esquerra
Es cierto que Esquerra se juega en estas elecciones su ser o no ser. Si con todas sus actitudes de radicalismo verbal y conservadurismo de gesti¨®n, despu¨¦s de cuatro a?os de pol¨ªtica municipal, tres de auton¨®mica y una legislatura en Madrid, pierde votos o s¨®lo se mantiene, quedar¨¢ clara la sinraz¨®n de su estrategia pol¨ªtica. Si ERC no supera la cota de los 41.845 votos que consigui¨® el 3 de abril de 1979 en la ciudad de Barcelona, probablemente estallen las tensiones larvadas que encierra y desaparezca ese f¨¦rreo control que Barrera ejerce sobre el partido. La gran pregunta que se puede plantear es si despu¨¦s de unos resultados municipales regulares o malos, Pujol toma la iniciativa de gobernar con, los socialistas -algo poco probable dado el punto al que han llegado las cosas-, opta por una resistencia numantina o, m¨¢s l¨®gicamente, pone en marcha los complejos y complicados mecanismos dispuestos en las leyes internas de Catalu?a para anticipar los comicios auton¨®micos.
Cuando el barcelon¨¦s acuda el 8 de mayo a depositar su papeleta en las urnas tendr¨¢ muy presente su propia opini¨®n sobre el cambio de su vida en los cuatro a?os de gobierno socialista en el constistor¨ªo. No olvidar¨¢ el estilo y la obra de gobierno del Gabinete Pujol, susceptible tambi¨¦n de un balance ajustado ahora que el cuatrienio auton¨®mico entra en su ¨²ltima fase. Tambi¨¦n la batalla de Barcelona se dirimir¨¢ en este plano del juicio a la gesti¨®n llevada a cabo por el equipo municipal del PSC, que la campa?a electoral dejar¨¢, sin duda, al desnudo, bajo una lluvia de cr¨ªticas, matizaciones, argumentos y enmendaduras de plana.
Las jornadas electorales van a influir esencialmente en la conducta del ciudadano y en la orientaci¨®n del voto, no tanto por las propuestas program¨¢ticas -en algunos casos, coincidentes, como en la necesidad de abrir Barcelona al mar o en recuperar el pulm¨®n metropolitano del parque del Tibidabo-, como porque el votante podr¨¢ perfilar su juicio de valor sobre las acciones emprendidas desde las dos Administraciones.
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