El vac¨ªo ideol¨®gico
En un tiempo sorprendentemente corto, el socialismo espa?ol ha logrado, por un lado, desprenderse de casi la totalidad de la ideolog¨ªa heredada; por otro, conseguir la inalcanzable -al parecer- mayor¨ªa absoluta. Despu¨¦s de las elecciones municipales, en las que, con peque?as diferencias, se confirmar¨¢n los resultados del 28 de octubre, el partido socialista constituir¨¢, y pienso que para largo, el eje central del r¨¦gimen mon¨¢rquico en el que desemboc¨® el franquismo. As¨ª, a vuela pluma, no son pocas las afirmaciones graves, y desde luego harto discutibles, que hasta aqu¨ª se han deslizado. En torno a ellas proceden algunas reflexiones aclaratorias que tal vez resulten ¨²tiles a la hora de entrever el futuro.Nadie negar¨¢ el vaciamiento ideol¨®gico que ha sufrido el PSOE desde 1976. Sobre el hecho mismo no cabe, de buena fe, disenso alguno; en cambio, son varias las posibles interpretaciones sobre su significado. Para unos pocos, la ruptura del socialismo espa?ol con el marxismo habr¨ªa constituido la rampa que inexorablemente ten¨ªa que llevar al actual vac¨ªo. Sin presumir de dotes especialmente prof¨¦ticas, cabe augurar que los que identifican el socialismo con el marxismo desempe?an un papel cada vez m¨¢s exiguo y residual en el socialismo espa?ol. El marxismo quiz¨¢ sirva todav¨ªa de se?as de identidad al partido comunista, si, superadas las tensiones actuales, termina por enquistarse confortablemente en el gueto que le corresponde.
Dentro del ¨¢mbito socialista predomina la opini¨®n de que dar respuesta apropiada a los problemas de nuestro tiempo exige depurar el socialismo de las ideolog¨ªas decimon¨®nicas, sin por ello caer en los prejuicios liberales de todav¨ªa m¨¢s rancia prosapia. A la hora de tirar lastre, de criticar y de enterrar lo viejo, el acuerdo de los socialistas, t¨¢cito o expreso, result¨® abrumadoramente mayoritario. Pero una vez eliminados los contenidos ideol¨®gicos tradicionales en un tiempo r¨¦cord -haza?a que merece consignarse elogiosamente-, el vac¨ªo resultante se interpreta en un doble sentido. Para los unos, la limpieza efectuada ser¨ªa el requisito previo para poder edificar de nuevo; para los otros, la meta final, prueba de madurez de un partido con los pies firmes sobre la tierra, que ya no se deja fascinar por utop¨ªas maximalistas ni por otros juegos intelectuales no menos peligrosos. Los primeros conf¨ªan en un resurgimiento del pensamiento socialista en los pr¨®ximos a?os, libre ya de ortodoxias esterilizantes, impulsado por la crisis creciente de la sociedad capitalista occidental. Los segundos, proclam¨¢ndose realistas y pragm¨¢ticos, dan la espalda al mundo de las ideas, viejas o nuevas, subrayando un lenguaje que se quiere concreto y eficaz, sacado de las agencias publicitarias.
Si se pone en relaci¨®n el desmontaje ideol¨®gico con el ¨¦xito electoral -y hay buenas razones para hacerlo-, adem¨¢s de considerar la reducci¨®n ideol¨®gica ue comporta el acto mismo de gobernar, parece plausible pensar que en los pr¨®ximos a?os se refuerce el reflejo -dominante en los partidos socialistas europeos que tienen o han tenido experiencia de gobierno- de que cuanto menor sea el compromiso ideol¨®gico, mayores las probabilidades de acceder o, en su caso, de mantenerse en el Poder. No supone un riesgo excesivo el anunciar para los a?os venideros un desmantelamiento de la ideolog¨ªa socialista hasta l¨ªmites hoy inconcebibles.
En las filas del partido socialista y en sus aleda?os, si se intentase promover una discusi¨®n a fondo sobre el contenido posible de un socialismo actualizado, tropezar¨ªamos con la incomprensi¨®n m¨¢s obtusa. Mientras que, a considerable distancia del poder, se trat¨® de desmantelar los viejos prejuicios decimon¨®nicos, todav¨ªa qued¨® un peque?o resquicio para la discusi¨®n ideol¨®gica; pero ahora, cuando se trata de gobernar, haci¨¦ndolo lo mejor posible, sin provocar a los poderosos ni alimentar tensiones innecesarias, ?qu¨¦ sentido tendr¨ªa el ocuparse de los muchos y complej¨ªsimos problemas que conciernen a la transformaci¨®n y superaci¨®n definitiva de la sociedad capitalista?
Porque una cosa deber¨ªa estar clara, por muy sepultada que hoy se halle: la l¨ªnea de demarcaci¨®n entre el socialismo y todas las formas de liberalismo, m¨¢s o menos progresistas, se inscribe, justamente, en si mantiene o no, como perspectiva hist¨®rica, la superaci¨®n de la sociedad capitalista.
Convencidos, como estamos, de que los modelos decimon¨®nicos no resultan servibles -algunos ni siquiera deseables- para llevar a cabo esta transformaci¨®n, o bien claudicamos y confesamos honradamente que el socialismo no habr¨ªa sido m¨¢s que el ¨²ltimo espejismo de la sociedad burguesa, sin la m¨¢s m¨ªnima posibilidad de realizaci¨®n, o bien nos retiramos a los cuarteles de invierno, esforz¨¢ndonos por encontrar en el actual laberinto el hilo de Ariadna que, por complicadas que fueren las mediaciones y largo el proceso, pudiera conducir a una sociedad capaz de suprimir las distintas formas de discriminaci¨®n y de explotaci¨®n capitalistas.
Pero, huelga el decirlo, ¨¦ste no es extremo que pueda interesar a un partido en el poder que no ha prometido al electorado socialismo, ni siquiera una pol¨ªtica socialdem¨®crata de igualaci¨®n social, sino simplemente un Gobierno que funcione; es decir, el acto puro y simple de gobernar, lo que, en la situaci¨®n a que hab¨ªamos llegado, tampoco es cosa f¨¢cil ni balad¨ª. Cuando el discurso no resulta utilizable en la lucha por el poder, rebota a su origen y se convierte en asunto exclusivo de intelectuales. El futuro del socialismo constituye as¨ª un tema apasionante que interesa, c¨®mo no, al fil¨®sofo y al cient¨ªfico social, pero que en el momento actual parece haber perdido toda relevancia pol¨ªtica.
Ser¨ªa ingenuo, am¨¦n de injusto, el juzgar la pol¨ªtica del Gobierno desde una perspectiva socialista; la derecha, sin embargo, no utiliza otro arma para atacarlo que presumir en ¨¦l, contra toda evidencia, un af¨¢n oculto de transformaci¨®n revolucionaria. Debiera dar que pensar a las gentes de izquierda el que la derecha se afane en desenmascarar en los socialistas una voluntad de ruptura social que manifiestamente no tienen. La derecha reduce su cr¨ªtica a la f¨®rmula "disimul¨¢is, pero en el fondo trabaj¨¢is por el fin de? capitalismo", mientras que los socialistas, parad¨®jicamente desde su ideolog¨ªa y comprensiblemente desde sus intereses, en sus actos y declaraciones se atienen estrictamente al orden social existente. V¨ªctimas de esta dial¨¦ctica -siempre resulta inoportuno dar un golpe al capitalismo, sobre todo cuando no se percibe alternativa realista en el horizonte-, los socialistas han acabado por convertirse en los m¨¢s ac¨¦rrimos y mejores defensores del capitalismo en Europa. Y digo los mejores porque, adem¨¢s de respetarlo escrupulosamente, corrigen algunos de sus desequilibrios m¨¢s hirientes, suelen aumentar las libertades p¨²blicas y, en ocasiones, hasta administrar mejor, necesitados de un mayor apoyo popular, ya que el institucional, obviamente, les resulta m¨¢s dif¨ªcil.
Si atamos estos dos cabos -primero, el socialismo contempor¨¢neo no representa ya alternativa alguna al sistema capita
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lista, y, por consiguiente, no cabe esperar otros cambios que los que correspondan al proceso de desarrollo y modernizaci¨®n iniciado a comienzos de los sesenta; segundo, el nuevo r¨¦gimen pol¨ªtico, la monarqu¨ªa parlamentaria, heredero directo del anterior, se ha reforzado considerablemente con el ascenso al Gobierno de lo que fue la oposici¨®n al r¨¦gimen franquista- parece aceptable concluir que un Gobierno socialista constituye la encarnaci¨®n ¨®ptima del nuevo r¨¦gimen, al conseguir que la paulatina reforma, sin traumas bruscos, desemboque en la ruptura pol¨ªtica, legitimando as¨ª y dando verdadera dimensi¨®n hist¨®rica a toda la operaci¨®n.
No se ha insistido lo suficiente en la admirable suavidad con que se ha producido el cambio de Gobierno. En Espa?a, con el fondo tr¨¢gico de una guerra civil y 40 a?os de dictadura, el relevo tiene un significado muy superior al de un pa¨ªs democr¨¢tico de solera, donde ¨¦ste se realiza de forma rutinaria, en cierto modo. Hace apenas dos a?os todav¨ªa abundaban los que preve¨ªan tensiones considerables y hasta amenazas de involuci¨®n para el caso de que los socialistas llegasen al poder. El haber sabido aterrizar con tino, casi con parsimonia, es un m¨¦rito indiscutible del actual Gobierno que casi ha pasado inadvertido. Con indudable acierto se ha renunciado al vano intento de realizar toda la labor en cien d¨ªas, para luego saltar en un a?o, convencidos de que el proceso de cambio, dentro de los moldes establecidos, exige continuidad y tiempo. Creo que la principal virtud de este Gobierno es que sabe que va a durar y no tiene por qu¨¦ precipitarse.
Hasta ahora no ha habido precipitaci¨®n -al contrario, ha habido retrasos, como el de los. Presupuestos, que empiezan a ser injustificables-, pero no todo lo hecho, como no pod¨ªa ser menos, ha llevado el marchamo de lo bien hecho. Se ha pinchado en los mismos huesos -?por qu¨¦ ser¨¢ tan dif¨ªcil una pol¨ªtica informativa med¨ªanamente inteligente?-, cometiendo incluso algunos errores de bulto -pienso en los parches de urgencia puestos, sin demasiada discriminaci¨®n, en la Administraci¨®n p¨²blica-; con todo, lo verdaderamente preocupante no es tanto la pol¨ªtica diaria, que nos ha reconfortado por el hecho mismo de su existencia, sino la falta m¨¢s absoluta de ideas.
El pragmatismo a ras de suelo tiene sus ventajas a corto plazo, pero se venga muy pronto. El presidente del Gobierno en sus d¨ªas de jefe de la oposici¨®n no se cans¨® de criticar, con toda la raz¨®n del mundo, la falta de una concepci¨®n global en los Gobiernos de UCID. Hoy, el observador atento sigue sin conocer el proyecto global del Gobierno, con un orden definido de prioridades, y tampoco conoce las l¨ªneas maestras de la pol¨ªtica de modernizaci¨®n. Si parece indiscutible la necesidad de una reforma a fondo de la Administraci¨®n y una pol¨ªtica de reconversi¨®n industrial -que nos permita no s¨®lo una integraci¨®n en la Comunidad Europea sin excesivos costos, sino una salida de la crisis, instalados ya de manera irreversible en el primer mundo-, ?donde est¨¢n los programas concretos de reforma de la Administracion o de reconversi¨®n de la industria? Por no saber, ni siquiera sabemos si estos objetivos contin¨²an siendo prioritarios para el Gobierno. Tal vez podamos sobrevivir sin ideolog¨ªas; lo que ya me parece m¨¢s cuestionable es que tambi¨¦n lo consigamos sin ideas.
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