Mar¨ªa Estela Mart¨ªnez de Per¨®n
Puede volver este a?o a Argentina e influir todav¨ªa en el destino de su pa¨ªs
Mar¨ªa Estela Mart¨ªnez de Per¨®n -Isabelita para la masa peronista- regresar¨¢, presumibiemente antes de fin de a?o, a Argentina, despu¨¦s de ser recibida por el Papa. Jefa espiritual del justicialismo, es una de las claves de la transici¨®n democr¨¢tica en este pa¨ªs. Su silencio desde su exilio madrile?o es la cara de la esfinge que pol¨ªticos, militares y sindicalistas tratan de desentra?ar.
Juan, Domingo Per¨®n, erguido, juvenil, luciendo aquella sonrisa gardeliana abarrotada de dientes, en uniforme del Ej¨¦rcito de Tierra, reina otra vez en las paredes de las calles de Buenos Aires. Millares de pasquines con su imagen nos recuerdan aqu¨ª nuevamente al macho, como se le lleg¨® a tildar. A su izquierda, la imagen de Eva Duarte, y a su derecha, la de Isabelita. La socarroner¨ªa porte?a ya ha bautizado el horroroso cartel electoral: "Don Flor y sus dos mujeres", en un retru¨¦cano de la obra del brasile?o Jorge Amado (Do?a Flor y sus dos maridos) que se representa con ¨¦xito en la calle de Corrientes.Este pa¨ªs, tan aficionado al psicoan¨¢lisis, a¨²n nos debe a todos un estudio, sin duda apasionante, sobre la ambivalente relaci¨®n de Per¨®n con las mujeres: "Siempre encumbr¨¢ndolas y encumbr¨¢ndose sobre ellas, dependiente y distante, a un tiempo Pigmali¨®n y Galatea, siempre manipulador y siempre manipulado. En 78 a?os cas¨® tres veces; la segunda, con un mito nacional -Evita-, fascinante producto del rencor social; la tercera y ¨²ltima, con la primera presidenta de una naci¨®n americana. Extraidas las dos de modest¨ªsimos escalones del elenco art¨ªstico argentino y zarandeadas ambas desde la moralina victoriana de las clases bien del gran Buenos Aires que se autocontempla satisfecho en los estrenos del teatro Col¨®n, donde Nureyev, ahora mismo, recibe ovaciones m¨¢s apasionadas y cr¨ªticas m¨¢s eruditas que en Par¨ªs.
Temor a la provocaci¨®n
No se atrevi¨® Per¨®n a postular a Eva como vicepresidenta, ya en las postrimer¨ªas de la vida de ¨¦sta, por temor a que se considerara una provocaci¨®n. A Isabelita la admiti¨® en su f¨®rmula presidencial con el cinismo del siguiente comentario: "O sea, que quer¨¦is que gobierne solo". Pero en el escepticismo de el macho, que sab¨ªa que regresaba a su pa¨ªs antes para morir que para dirigirlo, hab¨ªa tambi¨¦n otras cosas. Primero, un punto de senilidad, que le hac¨ªa sensible al halago desmesurado y a lo que aqu¨ª se llam¨® la f¨®rmula presidencial Per¨®n-Per¨®n (¨¦l y su mujer) y que le hac¨ªa tolerar sin sonrojo que a la pregunta de "?Qu¨¦ hora es?", el entonces presidente C¨¢mpora le respondiera: "La que usted diga, mi general"; y en segundo lugar, muchos puntos de lucidez en quien sab¨ªa su sucesi¨®n imposible. Si hubiera aceptado a "fulano de tal" como vicepresidente en 1973, hoy "fulano de tal" estar¨ªa en ciernes de ser el pr¨®ximo presidente constitucional argentino. Pero aceptando a su ¨²ltima mujer como vicepresidente, Per¨®n dej¨® el camino abierto para que el justicialismo buscara libremente entre sus bases un nuevo jefe del movimiento.
Un sentimiento prepol¨ªtico
Sin embargo, como el peronismo es a la postre un sentimiento prepol¨ªtico te?ido de emociones y de su estado deshuesado de ideolog¨ªa sistem¨¢tica, Isabelita, bien en una c¨¢rcel militar, bien en su piso madrile?o, bien en la casa marbell¨ª del doctor Fl¨®rez Tasc¨®n, es una referencia inevitable de la pol¨ªtica argentina. Puede que no sea tanto su poder como para se?alar con el dedo al candidato peronista, pero con una sola palabra puede mandar a las tinieblas exteriores a cualquiera de los que se disputan la herencia de Per¨®n.Desde que en 1956, siendo una humilde bailarina, conociera al general en la ciudad de Panam¨¢, ha aprendido muchas cosas. Como ella acostumbraba a decir: "No me he pasado veinte a?os en Europa con Per¨®n s¨®lo visitando tiendas". Sus 633 d¨ªas de presidenta argentina dieron de ella la imagen de una mujer elevada a responsabilidades por encima de sus m¨¦ritos; pero la realidad es que Per¨¢n dej¨® al morir una situaci¨®n de guerra civil que tambi¨¦n a ¨¦l, pese a su carisma, le hubiera pasado cruelmente por encima.
Isabelita, pese a sus carencias, no es una mujer desprovista precisamente de car¨¢cter, ambiciones y -a lo que se advierte- sentido de la prudencia y capacidad para enmendar los yerros. Ha sabido guardar silencio y lo est¨¢ usando como un arma; se ha despegado de validos peligrosos como L¨®pez Rega o de tonter¨ªas sociales como Pilar Franco; se ha cubierto durante a?os de una piedad religiosa (acaso sincera), y ser¨¢ recibida por el Papa antes de su regreso a la Argentina.
Con la terquedad de las mujeres peque?as y de facciones enga?osamente delicadas, ha tejido en los a?os de su desgracia lo que pocos grandes hombres han conseguido: una segunda oportunidad pol¨ªtica. Esta mujer volver¨¢ a la Rep¨²blica Argentina y, todav¨ªa, influir¨¢ en su incierto destino.
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