'El Sur', de Erice: motivos de una expectaci¨®n
La presentaci¨®n de la pel¨ªcula de V¨ªctor Erice El Sur ha despertado una enorme expectaci¨®n. Los pocos escogidos que ya han disfrutado de la primicia dan excelentes avisos. Que el se?orial Festival de Cannes aceptara reservarle, hasta ¨²ltima hora, una plaza dentro de su concurso y que su m¨¢ximo responsable vaya diciendo por ah¨ª que Cannes no pod¨ªa perderse este nuevo cl¨¢sico de la historia del cine, alimenta un inter¨¦s que ya estaba creado por el simple anuncio de que Erice hab¨ªa, por fin, vuelto a dirigir una pel¨ªcula.M¨¢s parad¨®jico resulta que el cr¨¦dito de Erice le venga de un ¨²nico largometraje. El simple recordatorio de lo que fue El esp¨ªritu de la colmena justifica sobradamente esta ansia general por ver El Sur.
Hace diez a?os, V¨ªctor Erice cont¨® la mentira m¨¢s gorda, importante y po¨¦tica, del cine espa?ol, El esp¨ªritu de la colmena. Empieza como un cuento, con el ¨¦rase una vez. Suena el infantil Vamos a contar mentiras y vemos el pr¨®logo de Frankenstein, el tercer aviso, la tercera cautela. El presentador del filme, delante de unos teatrales cortinajes, termina diciendo: "Pero yo les aconsejo que no la tomen muy en serio".
M¨¢s all¨¢ de los cronistas meticulosos, que porque sal¨ªa un se?or del Opus en tres planos de dos secuencias ya pensaban que hab¨ªan, metido un gol a la ficci¨®n creada, por el poder, y mucho m¨¢s all¨¢ de quienes ment¨ªan para hacernos; creer en los tel¨¦fonos blancos, Erice pec¨® contra el octavo mandamiento para imponer la verdad por encima de lo cre¨ªble. El personaje principal, Ana, lleg¨® a la esperanza que poseen los fantasmas, los monstruos, porque no aguard¨® que esa esperanza, como su madre, se la trajera la Renfe o el correo de la Cruz Roja ni, como su padre, estaba pendiente de la cr¨®nica mediatizada de una radio degalena. Ana encontr¨®, fugazmente, el futuro porque no le dio miedo.
Su amistad con el maquis y con Frankenstein en la Espa?a de posguerra era algo imposible para un paisanaje pendiente de mis¨¦rrimas certezas, que s¨®lo descifraba el orden de la apicultura y que tem¨ªa lo que no pod¨ªa conocer porque no hablaba (el monstruo) o no le dejaban explicarse (el maquis). De la misma manera que Ana lleg¨® a la poes¨ªa de los monstruos desamparados, Erice recurri¨® a la advertencia sobre la intr¨ªnseca mentira del cine para narrar un cuento de hadas que todos necesit¨¢bamos creernos y cuya creencia era, en s¨ª, revolucionaria. Todo estaba obviamente calculado, desde las octogonales ventanas de la casa de Fernando Fern¨¢n G¨®mez, su triste colmena, al paralelismo entre el maquis y Frankenstein, cuyos cad¨¢veres se expon¨ªan en el mismo lugar, el viejo y provisional cine del pueblo. Los vecinos de aquel pueblo s¨®lo los pod¨ªan ver muertos. Ana, por el contrario, supo verlos vivos. Y la existencia de Frankenstein confirmaba, a su vez, la existencia de gente que luchaba, de gente que so?aba.
Babelia
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