Un pa¨ªs cada vez m¨¢s impregnado de rigorismo isl¨¢mico
Hace ya casi un a?o que el rey Fahd, el l¨ªder de la tendencia liberal de la familia real, asumi¨® el poder en Arabia Saud¨ª, pero todas las expectativas puestas por algunos en la modernizaci¨®n de las costumbres de la sociedad saud¨ª han quedado, hasta ahora, defraudadas. Todo lo contrario ha sucedido: el clero isl¨¢mico impone ahora, m¨¢s que nunca, sus tradiciones rigoristas con el consentimiento del monarca y de sus colaboradores, que parecen considerar que el integrismo religioso es la mejor garant¨ªa contra cualquier amago de subversi¨®n, empezando por la que el Ir¨¢n del ayatollah Jomeini puede intentar exportar a todo el golfo P¨¦rsico. Un enviado especial de EL PAIS estuvo recientemente en Riad.
En aquella ma?ana, a¨²n calurosa, del s¨¢bado 30 de octubre pasado, el c¨®nsul norteamericano en Riad, Walter Pflaumer, se despidi¨® de su novia, una enfermera brit¨¢nica del Hospital del Rey Faisal, en la puerta de la peque?a urbanizaci¨®n de chal¨¦s donde se alojan las mujeres empleadas por aquella instituci¨®n hospitalaria.Convencido de estar al amparo de cualquier mirada indiscreta, Pflaumer se arriesg¨®, a modo de despedida, a dar un beso en la mejilla en plena calle a la que dentro de poco iba a convertirse en su mujer. Pero su "gesto obsceno" no escap¨® a la mirada de un mutawa (polic¨ªa religioso), que le incrimin¨® a gritos por su "ofensa al pudor".
El mutawa insist¨ªa, mientras increpaba a voces al c¨®nsul por su conducta, indic¨¢ndole que le acompa?ase a la vecina mezquita de Olaya, donde trabajaba, a lo que Pflaumer se resist¨ªa alegando su condici¨®n de diplom¨¢tico. Para hacerse m¨¢s convincente, el mutawa par¨® un veh¨ªculo de la polic¨ªa que pasaba por la proximidad de la residencia de mujeres para que sus tripulantes le ayudasen a trasladar al norteamericano hasta la mezquita.
Los agentes, algo confundidos por la situaci¨®n de diplom¨¢tico que demostraban los documentos de identidad de Pflaumer, al que el mutawa presentaba ya como su detenido, propusieron al c¨®nsul que aceptase ser conducido hasta la mezquita en el autom¨®vil del polic¨ªa religioso, mientras ellos se compromet¨ªan a seguirles, en su coche-patrulla y, una vez llegados al lugar de culto, informar¨ªan a las autoridades competentes de su delicada situaci¨®n.
Despu¨¦s de mucho protestar, Pflaumer, que no ve¨ªa otra forma de salir del enredo, acab¨® aprobando el compromiso, pero no tard¨® en arrepentirse cuando, en el camino, los polic¨ªas, probablemente asustados por el l¨ªo en el que se hab¨ªan metido, consideraron m¨¢s prudente desaparecer.
Pflaumer se encontr¨®, pues, mano a mano en la mezquita de Olaya con otros mutawas que, puestos al corriente por el primero de su "actitud amoral", se la reprochaban en ¨¢rabe, al tiempo que pretend¨ªan hacerle firmar una declaraci¨®n reconociendo sus culpas. Ni siquiera la llegada del int¨¦rprete liban¨¦s del Consulado norteamericano pudo contribuir a esclarecer los hechos, al negarse los mutawas a dirigirle la palabra porque era un ¨¢rabe cristiano.
Cuatro horas permaneci¨® detenido en Olaya el c¨®nsul de Estados Unidos, hasta que las gestiones de sus subalternos consiguieron ponerle en libertad. Como llov¨ªa sobre mojado, el embajador norteamericano en Yedah, Richard W. Murphy, aprovech¨® el asunto para armar un esc¨¢ndalo y se desplaz¨® hasta Riad para protestar en¨¦rgicamente ante su gobernador, el hermano del rey, pr¨ªncipe Salam ibn Abdel Aziz, que le prometi¨® que tal incidente no se volver¨ªa a repetir y que nunca m¨¢s oir¨ªa hablar del famoso mutawa.
Una semana despu¨¦s, el mismo mutawa, de 22 a?os de edad, expresaba a gritos en los locales del Consulado estadounidense su indignaci¨®n por haber visto a la mujer de un consejero econ¨®mico norteamericano sentarse al lado de su ch¨®fer somal¨ª, y no en el asiento trasero del coche que la llevaba a su casa, como lo estipula la Sharia (ley isl¨¢mica inspirada en el Cor¨¢n) cuando el pasajero no es pariente del conductor. Nadie, aparentemente, en la m¨¢s alta jerarqu¨ªa del Estado se hab¨ªa atrevido a llamarle la atenci¨®n al joven polic¨ªa religioso.
El peso de los religiosos
Ni que decir tiene que la cautela de un gobernador, que tiene rango de ministro, s¨®lo se explica por el enorme poder del que goza en la sociedad saud¨ª la c¨²pula religiosa musulmana sun¨ª y wahabita, estrechamente asociada a la familia real de los Saud desde el siglo X-VIII, mucho antes de la fundaci¨®n del pa¨ªs, hasta el punto de que el fallecido rey Jaled bin Abdul Aziz sol¨ªa consultar con los dignatarios religiosos (ulemas) todos los lunes por la tarde.
Tras la muerte, en 1982, del rey Jaled y el acceso al poder, el 13 de junio pasado, del pr¨ªncipe heredero, Fahd bin Abdel Aziz, definido como liberal y modernista, parec¨ªa evidente que el reino saud¨ª iba a seguir el camino de la occidentalizaci¨®n de sus costumbres.
Pero, casi 12 meses despu¨¦s, ha ocurrido todo lo contrario. Lejos de liberalizarse, la sociedad saud¨ª se ha impregnado a¨²n m¨¢s de la doctrina isl¨¢mica. Por si cupiera la menor duda, el rey Fahd acaba de recordar, en una circular distribuida a finales de abril, recogida parcialmente por el diario saud¨ª Al Nudah, que las mujeres no deben ser empleadas en puestos en los que tengan que codearse con hombres. S¨®lo podr¨¢n seguir trabajando donde ya lo ven¨ªan haciendo hasta ahora en hospitales, colegios para mujeres y en los bancos que les est¨¢n especialmente destinados.
En la vida cotidiana los mutawas se muestran cada vez m¨¢s exigentes, moviendo nerviosamente su varita amenazadora ante todas aquellas mujeres occidentales que, a pesar de ir vestidas de largo, se resisten a ponerse la abaya, un h¨¢bito negro que les tapa desde el cuello hasta los tobillos, para pasear por las calles, en las que les est¨¢ terminantemente prohibido conducir veh¨ªculos y motocicletas.
Lejos est¨¢n los tiempos en que el rey Faisal (1964-1975) se atrev¨ªa a batallar pac¨ªficamente. con los ulema para que autorizasen la introducci¨®n de una televisi¨®n en la que no apareciesen personas del sexo d¨¦bil o permitiesen la escolarizaci¨®n de las mujeres en colegios femeninos, donde estudian ahora 600.000 alumnas. Pero el llamado clan de los siete hermanos Sudeiri, todos ellos hijos de Hass7a Bint Sudeiri, que encabeza el rey Fahd, no gozan de la suficiente fama de devotos y piadosos como para poder convencer a los religiosos de la legitimidad de sus ideas liberales.
Tampoco est¨¢ claro que consideren prudente dar ahora rienda suelta a los impulsos modernizadores de la nueva burgues¨ªa comerciante, cuyos hijos estudian generalmente en Estados Unidos y que, por motivos de placer o de negocios, pasa largas temporadas en el Viejo y Nuevo Continente, hasta el punto de adoptar frecuentemente sus costumbres, opinan numerosos residentes extranjeros en Riad o Yedah.
Burgues¨ªa liberal
"No podemos forzar la modernizaci¨®n de la sociedad simplemente porque una minor¨ªa de ciudadanos educados en Occidente desea que sea modernizada", explicaba el a?o pasado el pr¨ªncipe Saud ibn Abdel-Molisin ibn Abdel Aziz, gobernador de La Meca y Yedah. "No podemos", a?ad¨ªa, "hacer caso omiso de la opini¨®n de la gente de a pie, aunque aparente ser un obst¨¢culo para el desarrollo del pa¨ªs. No podemos hacer lo que hicieron en Ir¨¢n, despreciando a las masas y encerr¨¢ndose detr¨¢s de paredes de m¨¢rmol".
Abdel-Moshin pronunci¨® la palabra clave: Ir¨¢n. El miedo al Ir¨¢n del ayatollah Jomeini y a la exportaci¨®n de su revoluci¨®n isl¨¢mica, incrementado por el asalto por fan¨¢ticos musulmanes de la gran mezquita de La Meca en diciembre de 1979, "ha incitado al clan de los Sudeiri a ser m¨¢s papista que el Papa, m¨¢s integrista que los ulemas, para que ning¨²n extremismo musulm¨¢n tenga pie para echar ra¨ªces en la sociedad saud¨ª", explica uno de los pocos diplom¨¢ticos residentes en la capital, R¨ªad, porque todas las embajadas est¨¢n instaladas en Yedah.
"Lamentamos que el r¨¦gimen de Ir¨¢n se haya aislado, que consideren a algunos de nosotros como sus enemigos", confiaba a este peri¨®dico, d¨ªas antes de su destituci¨®n, el ministro de Informaci¨®n y portavoz del Gobierno, Mohamed Abdu Yamani. "Nunca actuamos contra ellos durante la revoluci¨®n, incluso al principio llegamos a ayudarles", a?ad¨ªa. "Pero ellos ahora propagan el odio, agudizan las contradicciones en la regi¨®n y su bandera", conclu¨ªa, "no es siempre la del islam".
Absurdas reivindicaciones
Al cumplirse el a?o del inicio del reinado de Fahd, el rigorismo isl¨¢mico est¨¢, m¨¢s que nunca, a la orden del d¨ªa, por lo menos en la calle y en los lugares p¨²blicos, y hasta algunos sospechan que algunas de las viejas y absurdas reivindicaciones del clero, como la prohibici¨®n del uso de zapatos negros, y no amarillos o rojos -colores supuestamente tradicionales del islam para el calzado-, acaben por imponerse.
Detr¨¢s de los espesos muros de las lujosas villas que posee en las afueras la nueva burgues¨ªa, las formas del rigor isl¨¢mico se esfuman, las lenguas se sueltan a medida que los paladares engullen whisky y ginebra importados o, si estas bebidas -estrictamente prohibidas- no han podidoser adquiridas en el mercado negro, alg¨²n alcohol de fabricaci¨®n casera, saud¨ªes de uno y otro sexo charlan sin reparos y se distraen mirando en el v¨ªdeo las ¨²ltimas pel¨ªculas importadas ilegalmente en las que apa.recen mujeres, sin que las escenas de sus cuerpos desnudos hayan sido cortadas por un severo censor.
Sus hijos, aburridos por la falta de distracciones y por las facilidades de una existencia en la que todos sus caprichos materiales est¨¢n complacidos de antemano, matan las horas,practicando de noche el eslalon con sus autom¨®viles deportivos por las avenidas de Riad.
"El divorcio entre la sociedad p¨²blica y la sociedad privada se ahonda cada d¨ªa un poco m¨¢s", comenta un profesor europeo de la universidad de Riad. "Es una socieda de esquizofr¨¦nica", a?ade, por lo menos para todos aquellos que est¨¢n en contacto permanente con Occidente y que a medida que pasa el tiempo, son mas numerosos".
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