La raz¨®n de la t¨¦cnica
No hay gusto en el toreo, no hay verdad, si la pasi¨®n que la desata no llega de la inteligencia. El espectador f¨¢cil, aquel dispuesto a dejarse llevar por la balumba de lo s¨®lo exterior, suele perder la oportunidad de concertar con ese hombre enfrentado a la soledad de su cavilaci¨®n que es el torero en la plaza.En la lidia se produce el encuentro dram¨¢tico con la capacidad propia a trav¨¦s de la correcta aplicaci¨®n de unos saberes imprescindibles. Cada toro presenta rasgos distintos y, por ello, plantear¨¢ dificultades diversas que deber¨¢n ser resueltas siempre correctamente. El torero que conozca sus recursos -y que los posea antes, como es natural- los utilizar¨¢ a lo presunto civismo arruinan la belleza, que es la ¨²nica ¨¦tica posible en el toreo. Quiero decir que lo importante es reunir esos componentes que s¨®lo juntos se otorgan sentido pleno: t¨¦cnica y est¨¦tica, raz¨®n y gusto, juego y problema crean -en la naturalidad de las suertes- esa esencia del torear que no es ni dominio esforzado ni simple postura.
El toreo es en sus reglas tan cruel como amable, y permite por eso que la t¨¦cnica cristalice en el estilo. Con s¨®lo aqu¨¦lla no basta. Es la oposici¨®n perpetua entre el mero lidiador y el que torea con los cinco sentidos. La t¨¦cnica sin el estilo no es sino pura mec¨¢nica, relojer¨ªa quiz¨¢ exacta, siempre puntual, pero nunca sorprendente.
Y es que la capacidad para emocionar la da el estilo, como suprema consecuci¨®n de lo que Ortega llamaba la intenci¨®n est¨¦tica. Una intenci¨®n que nace cuando la provoca el resplandor de la experiencia, est¨¦tica tambi¨¦n, vivida en s¨ª propio, de la emoci¨®n transmitida al espectador por quien la est¨¢ sintiendo desde su inteligencia entregada -en una pura consciencia de abandono- a un sensat¨ªsimo juego con la muerte.
Con majeza y rumbo
El auge de alg¨²n joven torero -Luis Francisco Espl¨¢-, la recuperac¨ª¨®n de alg¨²n olvidado -ese milagro de la pasada temporada lla mado Curro V¨¢zquez-, bien puede ser el premio a una t¨¦cnica que apuesta siempre por la emoci¨®n del arte.
Lo mismo ocurre con la vuelta impagable de Anto?ete o de Manolo V¨¢zquez, que, sobre ser inteligentes, comienzan por pisar con majeza y con rumbo la arena de la plaza desde el pase¨ªllo a la despedida. Conocen la norma, dominan las reglas de su oficio, pero saben que ser verdaderamente torero es unir en justa proporci¨®n inteligencia y azar.
"Torear es buscar soluciones creando arte" dice precisamente Manolo V¨¢zquez. Y el viejo maestro plantea su definici¨®n exact¨ªsima desde dos supuestos esenciales y, a la vez, rec¨ªprocamente imprescindibles. Las soluciones las busca -y las encuentra- la t¨¦cnica, el conocer los c¨¢nones de un ejercicio que combina juego y regla a la vez, y en el que ni uno ni otra pueden prevalecer impunemente.
Nuestro torero sabe, y por eso lo dice, que, sin el arte, nada de lo adquirido vale, que sin la gracia de la inspiraci¨®n, del genio de cada cual, del propio estilo, el dominio se queda en sometimiento forzoso. Due?o de su raz¨®n, el diestro crea su juego y se recrea en ¨¦l, funda su emoci¨®n, se engolfa en ellay la regala, sabiendo que su grandeza es hacer eternidad del puro instante.
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